2010
Plegaria muda, Doris Salcedo
Plegaria muda 2008-2010 articula experiencias, eventos y testimonios del conflicto colombiano proponiendo un ritual de duelo para sus víctimas como una estrategia de reconocimiento que se opone al olvido de la sociedad, cuya indiferencia perpetúa el extraño intercambio de roles que se ha dado históricamente entre víctima y victimario. Son 166 y seis pares de mesas que, apiladas una sobre otra y unidas a través de una gruesa capa de tierra pisada, conforman una especie de camposanto a partir de estos túmulos realizados con objetos ensamblados. La impactante obra comisionada por la Fundación Calouste Gulbenkian en Lisboa fue curada por Isabel Carlos y recorrió seis países entre el 2011 y el 2012, en sedes como el Museo de Arte Moderno de Malmö en Suecia, el MUAC de México y el Museo Nacional de Arte del Siglo XXI en Roma, entre otros. Plegaria muda debería exponerse en Colombia puesto que es una profunda reflexión sobre la pérdida y el duelo en el marco del conflicto, así como sobre la necesidad de detener la espiral de violencia en la que el país ha estado inmerso desde hace más de cincuenta años.
Doris Salcedo investiga las muertes violentas de jóvenes en Los Ángeles, relacionándolas con situaciones locales como el caso de los falsos positivos en su país natal. A partir de este interés, la escultora bogotana trabaja con las madres de Soacha durante el proceso de búsqueda, localización y duelo por los cuerpos de sus hijos asesinados a manos de miembros del Ejército. La obra sigue la línea de las esculturas de Salcedo hechas a partir de muebles, como las sillas que en el 2002 descendían lentamente por las paredes del Palacio de Justicia en Bogotá a modo de homenaje a las víctimas del trágico episodio de 1985. El nombre, Plegaria muda, hace alusión al momento del duelo en el que se le habla en silencio al difunto con la esperanza de que él o ella escuchen esos últimos pensamientos del doliente. La idea del cuerpo y su ausencia articula así la sofisticada metáfora de Salcedo. El cuerpo del mueble inútil y la amalgama de mesa, cama, ataúd y tierra, se presentan como vestigios de un cuerpo inerte que actúan como indicios de una verdad que nunca representan. La paradoja de esta obra radica en que contiene el ritual de la muerte y, simultáneamente, la continuidad de la vida. De la materia que alude al cuerpo del difunto en la tierra surgen sorpresivamente unas briznas de hierba alimentadas por la presencia oculta de gotas de agua, hilos vegetales que atraviesan la madera de la mesa superior invertida e invitan al espectador a tomar una posición contraria a la de permitir el silencio de la historia ante estos hechos. La posición, quizás, de la predominancia de la vida y de los vivos frente al mutismo que impone la violencia sobre unos cuerpos y unas vidas que no deben ni pueden olvidarse.