Óleo sobre tela. 95 x 150 cm. Carlos Tobón / Colección Museo de Antioquia

1913

Horizontes, Francisco Antonio Cano

Juan Luis Mejía Arango
23 de enero de 2014

Cuando en 1913 Francisco Antonio Cano pintó Horizontes, su obra más representativa, era un hombre de 48 años, en la plenitud de su capacidad creativa. Había estudiado en Europa, donde tuvo oportunidad de recorrer los más importantes museos del viejo continente y a su regreso logró, luego de múltiples esfuerzos, crear y dirigir la Escuela de Bellas Artes de Medellín. En 1911, su amigo, el presidente Carlos Eugenio Restrepo, lo llevó a Bogotá como director de la Litografía Nacional.

Una versión habla de que el cuadro fue encargado por el gobierno de Antioquia en el año de conmemoración del primer centenario de la independencia del departamento. Otra leyenda dice que fue rifado entre el cuerpo diplomático y altos funcionarios del Estado, y que el ganador fue el propio presidente de la República, quien se negó a recibirlo para evitar suspicacias, pero en la segunda oportunidad la suerte le volvió a acompañar. Lo cierto es que el cuadro, en su primera versión, siempre acompañó a Carlos E. y a su familia, la cual lo cedió al Museo de Antioquia, donde se encuentra en la actualidad.

Horizontes, conocido durante un tiempo como La familia, representa a una pareja de colonos que hacen una parada en el camino que los conduce a un nuevo lugar donde afincarse. El hombre señala con la mano izquierda el horizonte en el que se asientan las tierras donde iniciarán una nueva vida y en la derecha empuña el hacha, símbolo del colonizador. La recia mujer carga al pequeño hijo que fija también sus ojos en el lugar deseado que señala el padre.

Desde el punto de vista pictórico la obra está elaborada sobre los rígidos parámetros de la Academia que el artista representaba. Para su composición el pintor tuvo como referentes obras de artistas que había estudiado durante su estancia en Europa. La mano que señala el camino es, sin duda, un homenaje que Cano rinde al Miguel Ángel de la Capilla Sixtina. Parece que el cuerpo de la figura masculina fue tomado de una obra del pintor belga José Belón, cuya reproducción en una postal apareció dentro de los documentos conservados por el artista. Existen múltiples versiones sobre la identidad de los personajes que sirvieron como modelo. Una de esas versiones dice, por ejemplo, que el rostro del hombre es un retrato del escritor Efe Gómez, buen amigo del pintor de Yarumal.

El cuadro fue pintado cuando la dinámica colonizadora había declinado y, por el contrario, se iniciaba el irreversible proceso de urbanización, acorde, sobre todo en Medellín, con el modelo industrial. De manera que al momento de pintar Horizontes, Cano hacía evocación del proceso de movilización social conocido como la colonización antioqueña. Y, de alguna manera, el cuadro se convirtió en la imagen oficial de ese proceso.

Pero ocurre que los valores estéticos del cuadro maquillan el drama detrás de la imagen: el de miles de campesinos que durante nuestra historia se desplazan a lo largo y a lo ancho de la geografía en busca de un lugar propicio “para levantar familia”, como indicaba la bella expresión del habla popular.

En efecto, la colonización antioqueña, como lo han documentado historiadores como Roberto Luis Jaramillo o Catherine LeGrand, lejos de haber sido una novela rosa, fue una compleja y, muchas veces, violenta confrontación entre los campesinos sin tierra y los poseedores de títulos de propiedad adjudicados desde la época de la Colonia o en los primeros años de la República.

Desde esta óptica, la pareja de colonos se convierte en el arquetipo de los sin tierra, de los que, aún en nuestros tiempos, señalan a sus hijos la línea imprecisa del horizonte en donde, algún día, podrán asentar sus bártulos y dignificarse como seres humanos.

Cien años después de ser pintado, el cuadro sigue representando a los millones de desplazados que buscan refugio, no en nuevas tierras sino en los cordones de miseria de la ciudad. El país se urbanizó sin resolver el problema agrario. No nos extrañemos entonces del conflicto armado. Es increíble, por ejemplo, que uno de los temas de actualidad sea la discusión de una Ley de Baldíos, tema que debió resolverse hace 150 años.

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