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1994

La Virgen de los sicarios, Fernando Vallejo

"¿Es posible hablar de la tragedia nacional sin hablar del catolicismo?"

Giuseppe Caputo
24 de enero de 2014

La historia de amor de Fernando –un hombre que ha vuelto a su Medellín natal para morir– y el joven Alexis –sicario de las comunas– fue publicada en 1994, un año después de que Pablo Escobar fue dado de baja. En ese momento, Medellín era la ciudad más violenta de Colombia y Colombia el país más violento del mundo, con 6500 homicidios al año en una población de 2.000.000 de ciudadanos. Poco antes de la publicación, el país acababa de descubrir que los autores de estos asesinatos eran, en su inmensa mayoría, adolescentes menores de 16 años que, según un artículo de Laura Restrepo titulado La cultura de la muerte, no sabían que “es posible morir de viejo en una cama”.

En La Virgen de los sicarios, Fernando Vallejo se pregunta por esta aceptación de la muerte impuesta, por la manera como los sicarios han asumido el morir asesinados como un hecho no solo concreto y cercano sino ineluctable: “Y qué más da que nos muramos de viejos en la cama o antes de los veinte años acuchillados o tiroteados en la calle. ¿No es igual? ¿No sigue al último instante de la vida el mismo derrumbadero de la muerte?”. Al hacerse esta pregunta, nos recuerda que la sociedad colombiana ha aceptado la violencia como una realidad omnipresente: cómo el Estado la ha burocratizado, volviéndose, según Vallejo, “el primer delincuente de Colombia”; cómo la sociedad la ha naturalizado y romantizado; y cómo esa romantización ha traído consigo un goce, un regodeo con la muerte, que se ha extendido socialmente, más allá de los victimarios: “¡Corran! ¡Vengan a ver el muñeco!”, grita en la novela un corillo extasiado de peatones, apenas matan a un hombre.

Vallejo se vale de los íconos del catolicismo –del Sagrado Corazón de Jesús, de la Virgen– para describir la violencia en Colombia. Al comparar la sangre que ha derramado Cristo con la sangre que ha derramado el país, y al mostrar cómo los sicarios le rezan a María Auxiliadora para que los ayude a matar, el escritor nos deja otra pregunta: ¿es posible hablar de la tragedia nacional sin hablar del catolicismo?

Medellín, según Vallejo, son dos ciudades irreconciliables: la de abajo, en el valle, y la de arriba, en las comunas: “La ciudad de abajo nunca sube a la ciudad de arriba pero lo contrario sí: los de arriba bajan, a vagar, a robar, a atracar, a matar”. Fernando y Alexis representan, cada uno, ambas ciudades, y su historia de amor, descabellada, atenazada por la muerte, improbable, imposible y, sobre todo, condenada, es también la historia de la imposible conversación entre las clases sociales en Colombia.

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