Jeanette Winterson
Érase una vez una evangelizadora precoz
Desde su primera y fulgurante novela, La fruta prohibida, con claros tintes homosexuales, la escritora inglesa no ha dejado de ser noticia. Dentro y fuera de los corrillos literarios. Arcadia la entrevistó.
En la historia de la literatura universal abundan los casos de autores ya no solo precoces sino ultraprecoces, aquellos que empiezan a firmar sus propios textos casi al tiempo que aprenden a multiplicar y dividir o a atarse los zapatos. Lope de Vega, para empezar por uno de los más grandes, a los cinco años leía latín y castellano y componía sus primeros versos; a esa misma edad, Ana María Matute representaba en un teatro de guiñol las historias que escribía y Truman Capote pasaba varias horas al día tecleando relatos en su máquina de escribir.
La célebre, prolífica y controvertida escritora inglesa Jeanette Winterson, ganadora del premio Whitbread a los veinticinco años, Oficial de la Orden del Imperio Británico “por servicios a la literatura” y autora de una veintena larga de obras, pertenece a este selecto grupo de los ultraprecoces. Con una salvedad: en lugar de relatos infantiles, poemas o historias para títeres, a los seis años redactaba elocuentes sermones y hacía labores de evangelización para la Iglesia Pentecostal Elim, a la cual pertenecían sus padres adoptivos.
Nacida en Manchester en agosto de 1959, Winterson fue adoptada a las seis semanas por Constance y John William Winterson, una pareja de evangélicos pentecostales, integristas y pobres. Creció en Accrington, Lancashire, los primeros años prácticamente sin salir de casa, pues su madre se encargaba de su instrucción, centrada casi exclusivamente en la lectura de la Biblia. En aquella época Jeanette aspiraba a ser misionera pentecostal, un proyecto de vida que con toda seguridad llenaba de júbilo a los Winterson, una pareja tan conservadora que en el hogar solo había seis libros y a la niña no se le permitía leer obras que no pertenecieran e aquella mínima biblioteca.
No mucho tiempo después, aquel universo restringido, esmeradamente delineado por sus padres adoptivos, se iría al traste. Para empezar, Jeanette?pecó una y otra vez contra las reglas del hogar Winterson leyendo vorazmente libros de muy distinta índole, encerrada con una linterna en el diminuto excusado del huerto.?“El problema con un libro es que nunca sabes qué contiene hasta que es demasiado tarde”, le advertía la señora Winterson, según cuenta la autora en su libro de carácter autobiográfico ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? (2011). “Y un día me dije, ¿demasiado tarde para qué? Empecé a leer libros en secreto –no había otra opción– y cada vez que abría sus páginas me preguntaba si esta vez sería demasiado tarde, el último trago que me cambiaría para siempre, como la botella de Alicia, como la poción fantástica de El doctor Jekyll y míster Hyde, como el líquido misterioso que sella el destino de Tristán e Isolda”.
La lectura prohibida, que fue castigada con la quema en una pira de los libros que Jeanette había mantenido ocultos, sería la primera de las infracciones graves contra el hogar Winterson, a la cual le seguirían muchas más en lo que llegó a ser una tremenda batalla de voluntades con su madre, según recuerda la autora en numerosas obras de (supuesta) ficción y (supuesta) no ficción. Crecer en aquel entorno se convirtió para una Jeanette cada vez más transgresora en una verdadera tortura, en una cotidianidad que oscilaba entre el purgatorio y el infierno.
A los dieciséis años incurriría en la mayor de las infracciones a los ojos de su madre al dejar en evidencia sus preferencias sexuales, enamorándose de una chica. Y luego de otra. La señora Winterson, “una mujer extravagante, depresiva, obsesionada con el Apocalipsis, que guardaba un revólver en un cajón de trapos, y cocinaba tartas cada noche para eludir el sexo conyugal”, como cuenta la autora, la echó de casa por su lesbianismo, acusándola de “haber vuelto con el Demonio”.
Una vez liberada de aquel hogar, Jeanette, quien había obtenido excelentes calificaciones escolares, continuó sus estudios en prestigiosos colegios y universidades, sosteniéndose con empleos informales nocturnos y de fines de semana, entre ellos un trabajo como asistente de limpieza en un manicomio.
Al terminar sus estudios de Inglés en la universidad de Oxford, Jeanette desempeñó distintas labores en compañías de teatro y escribió su primera y premiada novela Oranges are not the Only Fruit, traducida al castellano como Fruta prohibida, la historia de una muchacha llamada Jeanette, hija adoptiva de dos evangelistas pentecostales en un pueblo llamado Accrington, educada por ellos para que fuese misionera, y que montan en cólera cuando Jeanette se enamora de otra joven.?En 1987 publicó La pasión, inspirada en su relación sentimental con la agente literaria Pat Kavanagh, quien llegó a dejar a su esposo, el escritor Julian Barnes, aunque después volverían a estar juntos hasta la muerte de ella. A partir del éxito de aquella obra, Jeanette se convertiría en escritora de tiempo completo, firmando títulos tan admirados y controvertidos como Espejismos (1989, traducido por Edhasa en el 2006), Escrito en el cuerpo (1992, traducido por Anagrama en 1998), Simetrías vicerales (1997, traducido por Edhasa en el 2000), El Powerbook (2000, traducido por Edhasa en el 2004) y su reciente autobiografía ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? (2011, traducida por Lumen en el 2012).
En un aparte de su libro La pasión se lee: “Quien quiera que sea la persona de la que te enamoras por primera vez (…) es la persona que siempre hará que te enfurezcas, la persona con la cual tu lógica deja de funcionar”.
Enamorarse, realmente enamorarse, y además por primera vez, es al mismo tiempo la cosa más atemorizante y la más liberadora. Y esto engendra confusión porque por lo general la libertad y el miedo son opuestos. Sin embargo, esta primera experiencia de amor profundo nos impulsa a re-examinar las categorías usuales. Descubrimos que podemos estar llenos de miedo y sin embargo sentirnos libres. Nos sentimos aterrorizados por la dimensión de nuestros sentimientos, nuestro deseo por la otra persona, el anhelo de cercanía, la comprensión de que preferiríamos morir por esa persona en lugar de que él o ella murieran por nosotros. Nos volvemos más valientes y más claros que antes. A la vez, nos sentimos atormentados por la idea de perder a la persona amada o de hacer el ridículo. Nos sentimos capaces de volar o de alzar una montaña. Y nos despertamos en medio de la noche pensando, ¿esa persona de verdad existe? ¿Me ama? Quienquiera que sea que desencadena esta terrible paradoja del amor, siempre tendrá un sitio en nuestra vida. Puede llegar a ser encono más adelante. Nunca será indiferencia.
¿Y la persona que nos despierta el odio por primera vez?
No estoy interesada en eso. El odio es algo aburrido. El amor es interesante.
Los críticos han alabado sus novelas por ser novelas de ideas, novelas que combinan metafísica y ciencia con mitos y búsquedas. En algún texto suyo leí acerca del concepto de la estratificación del tiempo, explícitamente que el futuro, el pasado y el presente coexisten. Ciertamente un postulado provocador.
Hay una frase divertida que afirma que el tiempo es lo que impide que todo ocurra de manera simultánea. Necesitamos pasado, presente y futuro como un concepto para darle forma a nuestras vidas. Y como una manera de organizar nuestro diario vivir. Por supuesto que nos envejecemos y el tiempo pasa. Pero a nuestra vida interior, a nuestra vida creativa, a nuestros sueños, no les preocupa la división pasado, presente, futuro. A menudo eventos distantes en el tiempo conviven contiguamente en nuestra memoria…
Pero vivimos en un tiempo lineal…
Claro que vivimos en un tiempo lineal, pero también habitamos un tiempo total, la suma de lo que somos. Y vivimos en el tiempo de lo significativo, es decir que olvidamos la mayoría de las cosas acerca de nuestras vidas, pero aquello que no olvidamos no está regido por el tiempo. Pasa a ser eterno. Todo el mundo sabe que lo que llamamos “pasado” no es algo de lo que uno se deshace tan fácilmente. Hay una frase excelente que usan los psicoanalistas, “el presente antiguo”. Debería ya ser el pasado, pero todavía nos tiene bajo su dominio, afectando todo lo que hacemos. El tiempo es algo muy extraño. Cuando camino por una ciudad, me encanta sentir los estratos del tiempo. La historia nunca acaba de irse.
¿Qué efectos tuvo en su vida ganar el premio Whitbread con Fruta prohibida? Muchos la consideraron una novela lesbiana, si bien ha dicho usted en varias entrevistas que no está de acuerdo con esa apreciación. Por otra parte, ¿le molesta que algunas veces le asignen la etiqueta de “escritora lesbiana”?
Fue fantástico ganar un premio importante tan pronto en mi carrera. Especialmente siendo mujer, porque todavía no se acepta a las mujeres como artistas tan seriamente como a los hombres. Eso está cambiando lentamente, pero los hombres todavía están a cargo de cómo vemos y cómo valoramos la vida, lo cual pone a las mujeres en un segundo plano. Y las mujeres internalizan esta condición secundaria. ¡Es algo terrible! En todo caso, yo sencillamente sigo haciendo mi trabajo. Tomé una elección cuando tenía veintipocos años de que iba a hacer mi vida con mujeres porque no creía que podría recibir de un hombre el apoyo que necesitaba. Todo pasaría a girar alrededor de él, alrededor de su carrera, las decisiones que tomara, y yo era muy seria en cuanto a mi trabajo y mis propias decisiones. Me encantan las mujeres y es una delicia estar con ellas, de modo que tenía sentido tomar esa decisión. Pero nunca fue algo directamente sexual. He tenido muy buen sexo con hombres y con mujeres y al ver a un hombre en la calle puedo admirarlo tanto como admiro a una mujer. Y pienso que los hombres son divertidos. ¿Pero involucrarme con un hombre? ¡Bienvenida a toda una vida de lavar y cocinar y apoyar! Eso no es para mí. Un artista necesita espacio y apoyo. Si uno se pregunta por qué las mujeres tienen problemas con la creatividad no hay más que examinar las políticas de género. En cuanto a la pregunta sobre la homosexualidad, pues bien, yo escribo para todos los que quieran leer. Igual que todos los escritores. Las etiquetas son inútiles, excepto para los aditivos alimentarios. ¿Sabe qué? La vida es breve. Vive, ama, trabaja, trata de hacer que el mundo sea mejor y no tengas miedo de llorar.