Annemarie Schwarzenbach

Annemarie Schwarzenbach

Un ángel en caída libre

Escritora y reportera, elogiada por Thomas Mann y amante de dos de sus hijos. Morfinómana, suicida y desconcertantemente bella. La vida de Annemarie Schwarzenbach fue un frenético viaje.

Hernán D. Caro. Berlín.
19 de julio de 2013

La primera impresión que uno tiene de la breve vida de la escritora y reportera suiza Annemarie Schwarzenbach es que se trató de una especie de Odisea moderna. La segunda, que en esa Odisea todo sucedió muy rápido. Sabemos que era una chica increíblemente vital, aficionada a los juegos que le permitiera demostrar que era la más valiente. Su reto preferido: bajar en bicicleta, a toda velocidad y sin agarrar el manubrio, por algún sendero en los Alpes. Más tarde, cuando los paisajes pintorescos de Suiza le resultaron muy estrechos, la joven decidió largarse a Alemania, a la “gran y sucia Berlín” de la cocaína, las orgías anónimas y el jazz de los años treinta. Una amiga de ese entonces la recuerda recorriendo en coches frenéticos las noches berlinesas: “Vivía peligrosamente, bebía demasiado y jamás se iba a la cama antes de que saliera el sol”.

“Mi pequeño ángel, ¿por qué lloras”?

Annemarie Schwarzenbach nació el 23 de mayo de 1908 en Zürich, en una de las familias más ricas y poderosas de Suiza. Su padre Alfred era el dueño de una exitosa fábrica de seda. Su madre Renée, proveniente de una respetable saga de generales, era una mujer estricta y una apasionada jinete, que educó a sus hijos usando los métodos para domar caballos. Según una anécdota familiar, siendo pequeña Renée una vez se cayó mientras montaba. Una mujer vio a la niña llorando y le preguntó amablemente: “Mi pequeño ángel, ¿por qué lloras?”. El pequeño ángel respondió: “¡Cierre el pico, vieja asquerosa!”.

La referencia a la madre no es irrelevante (por lo demás: ¿cuándo es irrelevante la referencia a la madre). Durante toda su vida Annemarie mantuvo con Renée una relación difícil. Los biógrafos cuentan que Renée acostumbraba vestir a su hija como un hombre para que cortejara a sus amigas, pero cuando estas reaccionaban con cariño a las atenciones de la chica, la madre explotaba en celos. Al mismo tiempo, el control de la madre sobre la hija era a menudo agobiante, y cualquier señal de rechazo resultaba en una frialdad exagerada que hacía temer a Anne-marie que perdería el amor de su madre. A pesar de su propia homosexualidad –que Renée vivía más o menos públicamente con la famosa cantante de ópera Emmy Krüger–, la madre jamás aceptó la de Annemarie. Y desde que la chica empezó a escribir, Renée le decía que se trataba de una actividad “enferma”.

La fractura en la relación de Annemarie con su familia está expresada en una carta a Erika Mann de 1930: “¿Puedes entenderlo? Mi familia está convencida de que ‘algo no está bien’ conmigo, de que en algún sentido no soy normal, y de que, además, soy por completo insensible”. En el centro de aquella fractura se encontraba la relación con la madre, que modeló todas las contradicciones y las angustias de la vida de la escritora.

Hermanos y amantes

Tras asistir a varios colegios privados, Annemarie estudió Historia en Zürich y París. En 1931, a los veintitrés años, se doctoró con un trabajo sobre historia suiza. La reacción que la chica –quien se vestía con saco y corbata y llevaba el cabello muy corto– producía en sus compañeras y en las personas que la conocían es insólita y fascinante. Un sinnúmero de cartas hablan una y otra vez de una belleza, una sensibilidad y una simpatía asombrosas. La fotógrafa Marianne Breslauer escribió: “Al verla me quedé paralizada… Se veía como nadie nunca antes, y si alguien me hubiese dicho que era el arcángel Gabriel y que venía del Paraíso, lo hubiese creído. No parecía una mujer ni un hombre, sino un ángel, o como yo me imagino a un arcángel”. Y el escritor Thomas Mann resumió así su belleza inusitada: “Es extraño: si fuera un chico, todo el mundo pensaría que es extraordinariamente bello”.

La familia Mann también tuvo un papel central en el desarrollo de Annemarie. Entre 1928 y 1930 Schwarzenbach había escrito sus primeros cuentos, tres “nouvelles parisinas” y algunos textos periodísticos que elaboran los conflictos familiares y el descubrimiento de su sexualidad, o hablan sobre la “nueva generación” en medio de la crisis moral europea del periodo de entreguerras. A finales de 1930 Anne-?marie conoció a Erika y Klaus Mann, los hijos más famosos de Thomas Mann. Su amistad estuvo marcada por intereses intelectuales, una actividad literaria incansable y, ante todo, la mutua atracción sexual, que hizo que el trío fuera tanto de hermanos como de amantes.

Los Mann le dieron a Anne-marie la confirmación de que su amor por las mujeres no era anormal, así como confianza en su vocación literaria. En 1931 apareció la novela Freunde um Bernhard (Amigos en torno a Bernhard), en la que la escritora explora a través del protagonista/alter ego sus relaciones homoeróticas, su soledad y su búsqueda de independencia. Y Amigos en torno a Bernhard también abrió, por así decirlo, de un golpe la llave de la producción literaria y el vigor inquieto de los años siguientes.

La emigrante perpetua

A finales de 1931 Annemarie entró en contacto en Berlín con los intelectuales más importantes de la primera mitad del siglo xx, así como con la morfina, su amante más fiel y más dañina. En ese año y en el siguiente siguió escribiendo, entre muchas otras cosas, su segunda novela, Lyrische Novelle. En 1933 colaboró con la fundación del cabaret político de Erika Mann, “Pfeffermühle” (“El Molinillo de Pimienta”), y, tras la emigración de los Mann a causa de la llegada de Hitler al poder, con la revista Die Sammlung (La colección), que Klaus editaba desde Holanda. Annemarie, que por ser suiza no tenía que temer al ascenso nazi, y cuya familia simpatizaba abiertamente con Hitler (lo cual será motivo de más conflictos), se unió sin embargo a la causa de los emigrantes y, como ellos, se dedicó a recorrer el mundo.

Junto con los Mann visitó París y Ámsterdam. Con Marianne Breslauer realizó un viaje periodístico a España y a finales de 1933 viajó al Cercano Oriente. En 1934 publicó el diario de sus viajes y visitó en Moscú el Primer Congreso de Escritores Soviéticos. A finales del año regresó a Irán. En enero de 1935, después de una trifulca violenta con su madre a causa de su amistad con Erika Mann, Annemarie, quien para ese entonces consumía cantidades descomunales de droga, intentó suicidarse. Lo que vino después es un poco la historia de un ángel en caída libre y recuerda la vida atormentada de otros escritores del siglo, como Virginia Woolf, Patricia Highsmith o el mismo Klaus Mann.

En abril de ese año Annemarie viajó de nuevo a Irán. Allí, en el intento por iniciar una vida “normal”, se casó con el también homosexual diplomático francés Claude Clarac, que la acompañaría hasta su muerte. En Teherán mantuvo un romance con la hija del embajador de Turquía, una chica llamada Jalé. La historia, que terminó con la muerte de Jalé, es relatada en Tod in Persien (Muerte en Persia).

Portada ver a una mujer

Los años siguientes son un laberinto de viajes, amores infelices, sanatorios e intentos infructuosos por abandonar la adicción. Entre 1936 y 1942 Annemarie viajó sin pausa entre los Estados Unidos, Europa y Oriente, escribiendo para los mejores periódicos suizos decenas de reportajes de una claridad y una delicadeza conmovedoras, algunos de los cuales, junto con algunos de sus textos literarios, han sido editados en castellano bajo los títulos Muerte en Persia, Todos los caminos están abiertos, Ver a una mujer y Con esta lluvia.

El final de la odisea

Sus mejores reportajes examinan la vida rural en el sur de Estados Unidos. El más famoso de ellos, El drama de los estados norteamericanos del Sur, fue publicado en 1939 por Thomas Mann. Ese mismo año Annemarie conoció a Carson McCullers, quien con la novela El corazón es un cazador solitario (1940) se volvería una de las escritoras más famosas de los Estados Unidos. McCullers se enamoró perdidamente de Annemarie, y si bien esta nunca correspondió su amor, aquella mantuvo su aprecio por Schwarzenbach hasta el final. A finales de 1939, tras una discusión con su amante Margot von Opel en un hotel de Nueva York y un nuevo intento de suicidio, Annemarie fue internada en la clínica psicológica “Bellevue”. Allí fue sometida a un tratamiento brutal que dio las últimas puntadas al drama de su vida. A condición de salir de inmediato del país, fue dada de alta algunos meses después y regresó a Europa.

A partir de 1941, entregada de lleno a la morfina y según las fotos de estos años, envejecida prematuramente, Annemarie recorrió Afganistán, el Congo –donde trató de unirse a las tropas del general francés Charles de Gaulle–, Portugal y Marruecos. Al final, justo en medio de la Segunda Guerra Mundial, regresó a Suiza con planes de comprar una casa, de escribir otra novela, de trabajar como corresponsal desde Lisboa, entonces centro de la emigración europea. También en las montañas suizas solía recorrer las curvas en coches lujosos y a las velocidades más demenciales.

El 7 de septiembre de 1942, cerca de la casa de sus padres, Annemarie no pudo contener las ganas de bajar una vez más en bicicleta por una de las pendientes de los Alpes: sin agarrar el manubrio como cuando era niña. Tras caer, se golpeó en la cabeza con una piedra al lado de la vía. Los días siguientes los pasó sumergida en la amnesia, al cargo de la madre y de enfermeras que, según los doctores, “dejaban mucho que desear”. Annemarie Schwarzenbach, la reportera fenomenal a quien uno de sus muchos admiradores había llamado un “ángel inconsolable”, murió el 15 de noviembre de 1942 a sus treinta y cuatro años.

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