Carolina Cárdenas, la artista
Corazón abstracto
En la historia del arte en Colombia se da por sentado que Marco Ospina es el padre de la abstracción. Pero Carolina Cárdenas, antes que él, ya había abierto el camino.
Salvo por tres o cuatro excepciones, hasta la década de 1970 el arte académico o moderno producido por artistas mujeres fue reducido (por parte de la historiografía) a su carácter decorativo, calificado por algunos como “pintura dominguera”, por otros como obra conventual y, cuando mucho, como imitación menor del trabajo de sus colegas masculinos. Por su parte, la mujer era fuente de inspiración recurrente para los artistas hombres. Conocemos los rostros de las aristocráticas mujeres que inspiraron los delicados retratos de Epifanio Garay a finales del XIX, pero no conocemos sus voces, ni la voz de las artistas que hicieron parte de la extensa nómina de estudiantes de la antigua Escuela de Bellas Artes de Bogotá (donde oficiaba Garay) o de las participantes en exposiciones nacionales como Rosa Ponce de Portocarrero, quienes constituyen una nota al pie en la virilizada historia de la Academia en Colombia.
Con la República Liberal (1930-1946) el papel de la mujer en la sociedad cambió y, con él, el papel de la mujer dentro del arte, cuestionando las petrificadas categorías de “lo femenino” y “lo masculino” presentes en nuestra propia tradición cultural. Aparecieron en escena varias creadoras, algunas muy recordadas como Débora Arango, otras olvidadas como Josefina Albarracín, Hena Rodríguez y Jesusita Vallejo. Por su parte, en los retratos pintados por hombres, la mujer dejó de aparecer como una elegante dama aristocrática o como obediente madre devota para convertirse en trabajadora incansable, robusta barequera, campesina altiva o diosa generatriz.
Sin embargo, solo desde hace poco los historiadores han reivindicado el papel de las artistas como potentes transformadoras del anquilosado orden social de Colombia en el siglo XX, mujeres que establecieron contrapuntos con sus colegas masculinos, abriendo nuevas líneas visuales y conceptuales en pintura, escultura, instalación, performance, fotografía y cerámica artística. Uno de los primeros episodios en este proceso de revaloración recayó en 1984 sobre la figura de Débora Arango. Le siguieron Judith Márquez con una revisión en el 2007, Beatriz Daza y Lucy Tejada en el 2008, Cecilia Porras en el 2009 y Feliza Bursztyn con dos valiosas investigaciones en el 2007 y el 2009.
El mundo de lo que no existe
Tradicionalmente la historia del arte colombiano reconoce como uno de los fundadores de la abstracción geométrica a Marco Ospina (1912-1983), con su obra Capricho vegetal (1943) como punto de inflexión. Esta pintura, deliberadamente abstracta, fue conocida públicamente y discutida por la crítica gracias a su participación en el III Salón Anual de Artistas Colombianos (1943) y en la Exposición de Pintores y Escultores Jóvenes de Colombia (1947). Al trabajo de Ospina le siguieron las primeras obras abstractas de Eduardo Ramírez Villamizar, Édgar Negret, Pablo Solano, Alberto Arboleda, Hugo Martínez, Luis Fernando Robles y Guillermo Wiedemann.
Sin embargo, a pesar de su enorme valía, Capricho vegetal no es una abstracción pura, no es una obra enteramente desvinculada de la realidad; es una obra de transición entre la tradición americanista y la abstracción más contundente, que alude a formas y colores de la naturaleza. ¿Sería posible encontrar alguna obra precedente que pudiera poner en discusión la privilegiada posición de Capricho vegetal y construir nuevas e intrincadas genealogías del arte moderno en Colombia?
Una artista olvidada, Carolina Cárdenas (1903-1936), podría ofrecernos tentativamente la respuesta. Tal vez el primero en llamar la atención sobre Cárdenas fue el historiador del arte Álvaro Medina en su libro El arte colombiano de los años veinte y treinta (1995). Luego, Medina incluyó sus dibujos y cerámicas en la exposición Colombia en el umbral de la modernidad (Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1997-1998). En el 2005, el Museo Nacional organizó una pequeña exposición con el legado de Cárdenas, en poder de su familia, con textos de Cristina Lleras y Carolina Vanegas.
Más allá de su aporte como precursora de la cerámica moderna en Colombia, reconocido por los anteriores autores, es necesario detenerse en una serie de dibujos de Cárdenas, fechados entre 1932 y 1936, que parecen constituir los primeros experimentos geométricos abstractos en la historia del arte colombiano. Inicialmente la influencia del art nouveau llevó a Cárdenas a una fuerte estilización de la figura humana. En otros dibujos siguientes, el urbanismo y la arquitectura popular de Bogotá parecen deconstruirse en trazos desgarrados y esquemáticos, rememorando con distancia las experimentales pinturas y dibujos urbanos del artista alemán George Grosz (1893-1959), aunque, a diferencia de él, Cárdenas prescinda de los humanos.
Estas sutiles experimentaciones de disolución del objeto fueron llevadas al paroxismo en una serie de témperas, lápices y acuarelas sobre papel que presentan composiciones geométricas puras, algunas con leves reminiscencias a flores, y que pudieron servir como estudios de composición para cerámicas o pinturas que posiblemente nunca llevó a cabo. La influencia de las artes aplicadas y la ilustración de libros, consideradas artes menores, parecen determinantes en el arribo de la abstracción geométrica a Colombia. Aunque todavía es pronto para afirmarlo, las abstracciones de Cárdenas parecen recordar al orfismo y específicamente al trabajo de los esposos Robert (1885-1941) y Sonia Delaunay (1885-1979), cuyas obras Carolina pudo conocer durante una larga estancia en Londres anterior a 1928.
¿Cuál fue la influencia de Cárdenas? ¿Qué grietas abrió en el hermético campo del arte local? Todo está por investigarse. Su presencia en museos o publicaciones especializadas es prácticamente nula. Su sugestivo trabajo fue opacado por una muerte prematura y por la barahúnda de artistas que ocupaban y brillaban en la escena santafereña de los años treinta. Recientemente, Laguna Libros publicó Tú, que deliras, el segundo libro del escritor bogotano Andrés Arias, en el que, a medio camino entre la novela y la historia, describe a “la mujer más bella, misteriosa y talentosa de la Bogotá de los años treinta, pionera de la fotografía y la cerámica en Colombia”. Ojalá esta sea una buena oportunidad para despertar el interés y promover la investigación en torno a una artista olvidada, fundamental para hacer estallar la hermética tradición artística nacional y establecer nuevas genealogías en la todavía incipiente historia del arte latinoamericano.