Henrietta Swan Leavitt, la astrónoma

El silencio de las estrellas

Quizás haya oído hablar del telescopio Hubble. Así se llama en honor a Edward Hubble, a quienes todos atribuyen el haber descubierto cómo medir la distancia que nos separa de las estrellas. El mérito, sin embargo, es de Henrietta Swan Leavitt.

Santiago Martínez Caycedo. Bogotá.
14 de noviembre de 2013
Grasslands Observatory. "El harem de Pickering" en una sala de computación en Harvard, con Henrietta Swan Leavitt de pie en el centro.

La última película del mexicano Alfonso Cuarón ha llevado a los espectadores a un viaje soñado que muy pocos han logrado conquistar: flotar ante el maravilloso espectáculo de la Tierra vista desde el espacio. Y a pesar de saltarse unas cuantas leyes de la física para hacer que Sandra Bullock sobreviva cuanto accidente espacial se le atraviesa, Gravity resulta ser una experiencia cinematográfica innovadora. Para lograr que esta película se viera y se sintiera tan bien (algunos astronautas han dicho que la sensación producida por la película es muy parecida a la de estar suspendidos sobre el globo terráqueo) el director recurrió al documental producido por la empresa IMAX sobre el telescopio Hubble. Este aparato es un proyecto que en sus inicios, a principios de la década de los noventa, pretendía evitar la refracción de la luz causada por la atmósfera terrestre y la pérdida de información que producía, y terminó dándole a la humanidad las imágenes más impresionantes y cautivadoras del cosmos.

Pero todo esto es el resultado de la acumulación de hechos más mundanos que necesitan ser contados. En 1882, tras la muerte de un astrónomo aficionado de apellido Draper, su viuda donó una importante suma al Observatorio de la Universidad de Harvard para cumplir el sueño de su esposo: un análisis fotográfico del cielo entero y la compilación de un catálogo del espectro estelar –la luz de las estrellas descompuesta por un prisma para revelar su composición química– que sirviera a futuros investigadores. El director del Observatorio, Edward Charles Pickering, recibió la donación con gusto y la Universidad preparó su telescopio, “El Gran Refractor” de Boston y construyó uno nuevo, “El Telescopio Bruce”, en la ciudad de Arequipa, en Perú, para cubrir así los dos hemisferios que son la totalidad del firmamento. Sin embargo, Pickering se encontró con un primer obstáculo: el grupo de hombres que había reunido para analizar las placas fotográficas que llegaban a raudales de los telescopios resultó ineficiente y poco acertado; pidió entonces autorización a la Universidad para emplear un grupo de mujeres –a quienes no se les permitía ingresar a la universidad– por menos de la mitad de lo que ganaban los hombres (0.25 centavos de dólar por hora) y, aludiendo al argumento de que “las mujeres tienen la destreza para realizar trabajos repetitivos, no creativos”, las contrató.

Estas mujeres, conocidas en Harvard como “el harén de Pickering”, eran computadoras humanas que debían observar, registrar y catalogar información que leían en las placas fotográficas. No se esperaba de ellas análisis o teorías sobre lo que anotaban, pero precisamente eso fue lo que pasó. A una de estas mujeres se le asignó una tarea específica: calcular la magnitud aparente del brillo de las estrellas. Henrietta Swan Leavitt, hija de una familia religiosa de la zona y casi totalmente sorda, se embarcó en la tarea y para la primavera de 1904 se encontró analizando la composición de la Pequeña Nube de Magallanes, uno de los vecinos más cercanos de la Vía Láctea visible solo desde el hemisferio sur, y sus estrellas variables, cuya luminosidad fluctúa. Henrietta descubrió tantas de estas estrellas en lo que se creía era una nube de polvo, que el Washington Post le dedicó un artículo, en el que Pickering aparecía como autor principal.

Cuando nada parecía funcionar a manera de faro para la exploración del universo, Leavitt publicó sus resultados en el Informe Anual del Observatorio, incluyendo una frase que cambiaría la imagen del universo: “Las estrellas variables más brillantes tienen los periodos de luminosidad más largos”. En contra de los consejos de su jefe, Leavitt asumió que las estrellas ceféidas que estudiaba se encontraban a la misma distancia de la Tierra y que el periodo que tardaban en volverse opacas o luminosas estaba relacionado con su magnitud. Y al conocer la magnitud se puede conocer la distancia. Leavitt le dio a la exploración espacial su primer hito para medir distancias.

Un año después del descubrimiento de Leavitt, el astrónomo Ejnar Hertzprung utilizó la Ley de Henrietta para calcular la distancia a la que estaban las Nubes de Magallanes, a treinta y tres mil años luz; Edward Shappley comprendió con la misma Ley que la Vía Láctea no tenía un diámetro de apenas veinticinco mil años luz, sino de cien mil y que nuestro sol no estaba en su centro; Edwin Hubble, al aplicar la misma Ley a lo que se pensaba era la nebulosa Andrómeda, encontró que esta se hallaba a ochocientos mil años luz de distancia (en la actualidad sabemos que está a 2.200) revelando la existencia de otras galaxias y sacando a la nuestra del centro del universo. Además, con la Ley de Henrietta, Hubble observó que las galaxias se alejaban unas de otras a una velocidad proporcional a la distancia que las separa. Hubble intuyó que debían estar alejándose de un punto inicial, del que una fuerza no visible las repelía; con esto comprobó la expansión continua del universo. Las observaciones de Hubble dieron pie a la teoría del Big Bang, en la que se basa el modelo cósmico actual, y son su prueba más fuerte.

El trabajo de Leavitt transformó la imagen que teníamos de nosotros mismos en el universo. A pesar de haber sido su jefe quien solía llevarse el crédito, el mismo Hubble dijo que Henrietta merecía recibir el Nobel. Sin embargo, para el momento en que la Academia Sueca intentó darle el reconocimiento, la astrónoma llevaba tres años muerta. Dicen que el oscurantismo empezó con la destrucción de la obra de Hipatia de Alejandría, la primera mujer astrónoma de la historia, asesinada brutalmente por cristianos. Sin necesidad de desmembramientos a manos de sanguinarios creyentes, la historia de Leavitt y su falta de reconocimiento parecen hablar de un nuevo oscurantismo, mucho más civil pero igualmente despiadado.

Es que Henrietta Swan Leavitt es responsable, en parte, de la teoría del Big Bang, de la construcción del telescopio Hubble y de Gravity. Y de un descubrimiento que apela a la humildad de estos monos curiosos que somos los humanos. Hace algunos meses el Hubble apuntó a una región del cielo poco explorada para encontrar allí el cuerpo celeste más antiguo: la estrella Matusalén, que con 14.5 billones de años de existencia, confirmó la edad del universo. Nada mal para una chica sorda de Massachusetts.

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