Especial de Memoria

Seis. La Iglesia de Bojayá. Bojayá, Chocó

Se podría, si algún día se reúne la plata, remodelar todo menos el piso. Esa es la consigna que los rezanderos del pueblo le dieron a la comunidad con respecto a lo que queda de la iglesia de Bojayá.

Centro Nacional de Memoria Histórica
24 de septiembre de 2014
Bojayá. La iglesia de Bojayá, símbolo de la masacre que lleva el mismo nombre, es víctima del abandono desde hace doce años.

El edificio, ícono de la masacre y víctima ahora de la desidia y el hambre incontenible del olvido y el monte, está abandonado desde hace doce años. Algún día se podrá, quizás, remodelarla. Se podrán cerrar los huecos del techo y desterrar el moho de los muros, pero el piso no se puede tocar. Fue ahí, después de todo, donde se derramó la sangre.

 El 2 de mayo de 2002 un cilindro bomba del frente 58 de las Farc, que se peleaba con las auc por el control de la zona y el acceso al río Atrato, destruyó la iglesia, que en el momento albergaba unos 300 residentes del pueblo. Durante los combates, los paramilitares terminaron refugiándose en la plaza principal y las casas aledañas a la iglesia. Una de las cuatro pipetas que las Farc lanzaron contra los paramilitares del bloque Elmer Cárdenas impactó la iglesia, atravesó el techo y explotó contra el altar. Murieron 79 personas, entre ellas 48 niños.

  “Pero la nuestra es una cultura alegre”, dice Leyner Palacios, quien estuvo ese día en la iglesia y ha estado acompañando los diversos proyectos de memoria y resistencia que se llevan haciendo desde hace doce años. Y sí, es una cultura alegre que ha tenido, y tiene todavía, que lidiar con más tristezas que la  mayoría y muchas más de las que es justo. Cada año, para conmemorar la masacre, el pueblo regresa a la iglesia y al resto del pueblo que tuvo que ser abandonado. Ahí se bailan chirimías, se canta rap y se hacen obras de teatro para que los jóvenes del pueblo, muchos de ellos sobrevivientes, no olviden lo que pasó ahí.

 Durante once años el pueblo se reunió en lo que queda de la iglesia para su celebración, su mezcla de tristeza y baile, pero este año no se pudo. El techo está demasiado abierto y los muros demasiado débiles como para tentar las torrenciales lluvias chocoanas u otra tragedia. Así, el lugar en el que el pueblo recuerda se está olvidando. Y no hay plata para arreglar la iglesia.

 Pero no solo de pan vive el hombre y Bojayá necesita un espacio para reunir sus recuerdos, las fotos de sus víctimas y, sobre todo, para poder ir a visitar a sus muertos. Porque para Leyner Palacios y los demás habitantes del pueblo, los muertos no están en los cementerios ni en las fosas comunes, están en la iglesia. Ese es el sitio, donde la sangre manchó el piso, que la población quiere poder visitar como se visita un campo santo, para hablar con sus muertos, hablar de ellos y reunir sus reliquias. Necesita un espacio para reunirse cada año a hablar del pasado y del futuro, para hacer sus bailes y sus cantos. Necesita que la iglesia se remodele. Se puede remodelar todo menos el piso.

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Gonzalo Sánchez G.*Director del Centro Nacional de Memoria Histórica