Entrevista a Javier Cercas

“Los maestros se comen en salsa picante”

Es quizás el escritor contemporáneo más leído de España. Sus libros se hunden en la Historia, como él mismo dice, pero para entenderla desde la literatura. Desde 'Soldados de Salamina' hasta 'Anatomía de un instante' ha rastreado la vida de un país que parece darle la espalda al pasado.

Felipe Cammaert * Barcelona
22 de abril de 2014
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962.

Javier Cercas me cita en un bar en Barcelona, un sábado a las 10:30 de la mañana. Viene de participar, en Lima, en la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Acaba de bajarse del avión. Le pregunto si no tiene jet lag, y me responde con humor que se siente un poco atontado, pero que apenas nota el cansancio pues está siempre un poco atontado. Comento que tal vez estemos inaugurando un género de entrevistas, el de los escritores con jet lag. “Entrevistas sonámbulas. No estaría mal como título”, responde.

Escritor, periodista y profesor universitario, Cercas nació en la provincia de Cáceres en 1962, pero ha pasado la mayor parte de su vida en Cataluña. En 2001 publica Soldados de Salamina, novela que lo lanzó a la fama. La historia del fusilamiento fallido de Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la falange española en tiempos de la Guerra Civil, ha sido traducida a más de veinte idiomas, adaptada al cine y vendido centenas de miles de ejemplares. Anatomía de un instante (2009) es una minuciosa reconstitución del golpe de Estado fallido que, en 1981, algunos militares perpetraron en el Congreso de los Diputados, durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo. En Las leyes de la frontera (2012), Cercas deja de lado la gran Historia, para interesarse en las pequeñas existencias de delincuentes de Gerona en los primeros años de la democracia posfranquista. La novela acaba siendo una potente historia de amor con un fondo de pobreza en los arrabales de la sociedad española.

La obra de Cercas oscila constantemente entre la ficción y su contrario, la no-ficción. Una parte de sus escritos ha desarrollado la categoría de relato real, “una historia empeñada en ser verdadera”, que el escritor ha acuñado para describir “una especie de crónica o reportaje escrito por alguien que, pese a perseguir encarnizadamente la verdad de los hechos, posee la suficiente consciencia de su oficio como para conocer las limitaciones de su instrumental” (La verdad de Agamenón).

Javier Cercas pide agua con gas y café descafeinado, se pierde en anécdotas felices de su estadía en Lima, limpia sus anteojos de sonámbulo, confiesa la ilusión que le produce volver a Colombia, un país en el que siente que el entusiasmo por la literatura es aún mayor que en el resto de países de Latinoamérica. Y comienza a hablar con la fluidez, precisión y naturalidad de sus personajes, repitiendo intencionalmente una misma palabra muchas veces, como para dejarla bien impresa; un trazo estilístico distintivo de su escritura.

Antonio Lobo Antunes dijo alguna vez que todos los libros son autobiográficos. En su caso concreto, ¿cuál es la parte que le cabe a la imaginación en el proceso de escritura? ¿Por qué tantas similitudes entre sus narradores y la persona llamada Javier Cercas?

Lo que no vives también forma parte de tu vida; tus obsesiones, tus sueños, tus frustraciones, tus lecturas. La ficción pura no existe, y si existiese no tendría ningún interés, es una ilusión de quien no escribe ficciones. No inventas de la nada; las ficciones son casi siempre vidas hipotéticas. Todos mis libros son así.

Una cosa es la invención, y otra diferente la imaginación. El personaje de Roberto Bolaño de Soldados de Salamina (que no es Bolaño, como él mismo lo precisó en un artículo, y que en la realidad nunca dijo esto), afirma que la imaginación es el arte de combinar los recuerdos. Es parecido a lo que dice Lobo Antunes. El Javier Cercas de Soldados de Salamina no soy yo, es un tipo que yo me he inventado para poder contar la historia. Se parece a mí, pero también se diferencia de mí.

Usted ha dicho que en Anatomía de un instante no hay ficción, mas sí imaginación. El libro retoma la imagen del presidente saliente, Adolfo Suárez, estático en su sillón del Congreso mientras los militares golpistas lanzan ráfagas de metralleta, y va tejiendo toda una historia alrededor de este evento preciso, añadiéndole espesor y contexto, dotándola así de un nuevo movimiento. ¿No cree usted que este procedimiento se asemeja bastante a lo que es la creación de ficción?

Estoy de acuerdo; el procedimiento de este libro es propio de las ficciones. Asociamos novela a ficción porque tal vez tenemos un concepto estrecho de la novela. Yo prohibí, cuando se publicó Anatomía de un instante, el uso de la palabra “novela”, porque la gente asocia novela a ficción, y esto no era una ficción. Ahora, ¿es una novela? Para mí, la estructura del libro hace de este una novela. Y algo más importante: yo creo que los géneros literarios se definen por las preguntas que formulan y por las respuestas que dan a esas preguntas. La pregunta de Anatomía de un instante no es la pregunta que se haría un ensayista o un historiador. La pregunta de este libro es una pregunta esencialmente moral: ¿Por qué un tipo se queda sentado en su sitio el 23 de febrero cuando hay balas, etc.? Esta es una pregunta novelesca. En Soldados de Salamina la pregunta es por qué un soldado republicano salva la vida de un jerarca fascista. En ese sentido, son dos libros muy cercanos. ¿Y cuál es la respuesta a la pregunta de Anatomía de un instante? La respuesta es que no hay respuesta, es decir, la propia búsqueda de una respuesta. Hace poco le preguntaron a Umberto Eco por qué había comenzado a escribir novelas, y él respondió: “Para no concluir”. Las respuestas de la novela son respuestas ambiguas, contradictorias, equívocas, esencialmente irónicas. La novela busca una verdad a través de la forma. En el libro hay una fe de que a través de la forma se puede llegar a una verdad, a la cual no se puede llegar de ninguna otra manera.

¿Entonces, en la ficción “verdad” no es sinónimo de “respuesta”? Una novela puede no tener una respuesta pero sí tener verdad o, como usted lo dice en el prólogo de La verdad de Agamenón, la responsabilidad del escritor reside en “un apasionado compromiso con el lenguaje”. ¿Estaría usted de acuerdo?

Absolutamente. Porque la verdad de la Historia no es la verdad de la literatura; son verdades distintas. La verdad de la literatura es una verdad que siempre está contra la verdad oficial, contra la verdad del rey Agamenón. La literatura siempre dice “habrá que verlo”. Es una verdad en rebeldía. Una verdad que cuestiona permanentemente la verdad del poder. No puede ser de otra manera.

Sin que ello signifique que el escritor se desentienda de su compromiso con el lenguaje, como usted dice.

Es gracias a su compromiso con el lenguaje. Si abandonas tu compromiso con el lenguaje, ya no hay palabra en rebeldía.

Tal vez sobre este punto resida una de las diferencias entre los buenos y los malos escritores…

Totalmente. Porque la verdad de la literatura se consigue a través del lenguaje, no de otra manera. A la verdad de la Historia se puede llegar sin ese compromiso con el lenguaje, porque son hechos. En cambio, la verdad de la literatura solo se consigue a través del lenguaje, de la construcción lingüística.

Esto que menciona me hace pensar en la obra de Borges. En sus libros encuentro un aspecto borgiano que me llama mucho la atención. El panteísmo, que Borges llevó hasta el paroxismo, conlleva también implícita la intención de aportar otra mirada a la realidad histórica y a sus dilemas morales más profundos a través de la literatura, y justamente gracias a la idea de verdad de la que hablábamos. A mí me parece que, en cierto modo, su obra retoma esa perspectiva borgiana. ¿Qué opina?

Para mí Borges es el escritor más importante en español desde Cervantes. Es curioso; no había pensado que eso viniese de Borges. Durante mucho tiempo leíamos a Borges como un escritor ajeno a la Historia, lo cual es completamente contrario a la verdad. Ficciones es un libro extremadamente político. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, que parece que nos habla de otro mundo, habla del nuestro, y no solo del nuestro, sino de las circunstancias históricas concretas de la época en la que fue escrito, con el ascenso de los totalitarismos y todo eso. Aunque fuesen relatos fantásticos, la escritura de Borges era completamente comprometida, no en el sentido de la de Sartre, pero sí en su escritura; son relatos extremadamente belicosos en su realidad, por así decir.

No era yo consciente de que esa misión de la escritura como alternativa a la Historia estuviese tan presente en Borges; no sé si yo lo he sacado de ahí, no estoy seguro, no estoy consciente de ello. Porque, si lo piensa bien, esa verdad literaria en combate con la verdad histórica me parece que es consubstancial a la literatura. Esta pregunta ya está presente en Tolstoi, García Márquez, o en cualquier gran escritor que opere con la Historia. Umberto Eco (que ya ha aparecido dos veces aquí), decía que él no ha escrito una sola palabra sin pensar en Borges. Yo creo que todos los escritores en español deberíamos hacer lo mismo [se ríe]. Yo creo que hay una prosa antes de Borges y una prosa después de Borges. Ahora bien, no hay nada peor que un “borgesito”. Bueno, en Colombia estáis hartos de “garciamarquitos”.

En Soldados de Salamina, que recrea la historia de un alto funcionario falangista, esa visión borgiana de la Historia de la que venimos hablando está muy presente, ¿no cree usted?

La primera vez que yo abordo la Historia de manera frontal es en Soldados de Salamina. Esa novela me dio a conocer en el mundo, hizo de mí un escritor profesional y en España tuvo un impacto brutal. Se convirtió en un best seller. Es evidente que el éxito del libro se debe a que había en él una versión distinta del tema fundamental de la Historia española, que es la Guerra Civil.

¿De dónde viene esa visión distinta? Como lo decíamos antes, de la forma, porque la literatura es forma. Había una visión, incluso un lenguaje, completamente distintos, un retorno de la épica, como reclamaba Borges, una visión metaliteraria. Y eso a mucha gente –unida al éxito del libro– la puso muy nerviosa, y hablaron de mí como un tipo complaciente con el fascismo… no podían entender que se hablase de la Guerra Civil de esa manera, con ironía, con un lenguaje distinto. Probablemente, sí, tiene razón en que mi visión de la Historia por otros caminos viene de Borges.

Usted afirmó hace algún tiempo que existe una literatura europea, mas no un sistema literario europeo. También he leído que se define no como un escritor español, sino como un escritor en español. ¿Cree usted que, en el contexto actual, se podría hablar en un futuro cercano de un sistema literario hispanoamericano?

Buena pregunta. Estamos más cerca de un sistema literario hispanoamericano que de uno europeo. Un escritor tiene dos tradiciones: la universal y la de su propia lengua. Son como dos riendas de un coche; las dos tienen que estar sujetas, porque si no el coche se cae. Para hacer propia la tradición universal, las lenguas son fundamentales. A mí me hace mucha gracia que algunos escritores dicen ser cosmopolitas pero no conocen ninguna otra lengua. El que solamente lee traducciones no es cosmopolita. Con los escritores en español ocurre una cosa que no podemos olvidar: nuestra tradición se ha enriquecido como nunca gracias a la literatura latinoamericana, y en particular a la narrativa.

Al lado del epigonismo (los borgesitos de los que hablábamos), está el parricidio, que es despreciar a los modelos, y que crea un canon alternativo. El resultado de esto último es una literatura esnob, menor, ornamental. En mi opinión, lo adecuado es partir del parricidio, pero hay que hacer lo que dijo un personaje de Pasolini: “los maestros se comen en salsa picante”. Hay que matarlos, arrancarles las tripas, tirar lo malo, echarlos encima del fuego, asarlos, coger salsa picante y comérserlos enteros. Convertirlos en carne de tu carne y sangre de tu sangre. Es decir, hacer una literatura completamente distinta de la suya, pero que sin la suya hubiese sido imposible. Así ha funcionado la literatura desde Homero.

Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Rulfo, todos estos grandes escritores son mi tradición. También me los tengo que comer con salsa picante. Lo que escriben Héctor Abad, Juan Gabriel Vásquez, o Evelio Rosero, no es visto aquí en España como algo propio. Es un drama. Creo que estos escritores que menciono ya han canibalizado, sin la menor duda, a García Márquez, pero sin renunciar a él.

 

* Periodista y profesor


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