“Al silencio le encanta desplegarse en la soledad. Por ‘soledad’ se entiende esa sensación de estar ligado a uno mismo. De tener la latitud, el espacio y el tiempo suficientes para estar conectado a la intimidad más dulce”: Kankyo Tannier.

UNA NUEVA VOZ DEL BUDISMO

Kankyo Tannier: la claridad del silencio

En un mundo cimentado sobre el ruido, esta monja de tradición zen busca sosiego en la soledad: medita, escribe y alimenta a una manada de caballos semisalvajes. ¿Cómo podemos aprender a vivir antes de que llegue la muerte? ¿Por qué la cercanía de los seres más queridos a veces nos daña, mientras que la de los desconocidos nos hace tanto bien?

Andrea Mejía*
27 de noviembre de 2018

Este artículo hace parte de nuestro especial sobre el Hay Festival 2019. Para leer todos los contenidos haga clic aquí

Una vida humana bien vivida es una de las más altas expresiones de belleza. Por eso el encuentro con esta mujer ha sido para mí una fuente de alegría y asombro. Sus palabras, su presencia, su sonrisa, su forma de hablar irradian esta belleza. Su más reciente libro, Ma cure de silence, traducido al español como La magia del silencio (Planeta, 2017), está lleno de imágenes que comunican la gracia simple y profunda de su vida.

Kankyo Tannier (Alsacia, Francia) es una monja zen; pero quizá la palabra monja sea un poco seca para lo que hace y para la forma en que vive su vida. Como ella dice: “Cuando me preguntan a qué me dedico, siempre me apetece contestar: ‘Pues a muchas cosas. Camino, como, duermo, miro el cielo, respiro, acaricio a mis gatos, medito, canto… ¿Y tú?’”. Vive en una cabaña en medio del bosque a unos kilómetros de un monasterio en el que pasó más de 16 años y al que vuelve con frecuencia, sobre todo en invierno, cuando su cabaña se vuelve demasiado fría. Todos los días se levanta muy temprano, antes de la salida del sol, alimenta a sus animales, se toma un té y se sienta un rato largo en zazen. El zazen es la meditación sentada, un método muy claro y preciso para alcanzar una cierta serenidad, para vivir en la dicha de la impermanencia de un mundo que transita de las formas al vacío, que se disuelve en la quietud cuando se está sentado y vuelve a surgir cada vez, con nitidez y brillo, cuando acaba la meditación y hay que ponerse de pie para iniciar el día y realizar las tareas cotidianas.

Después del zazen, Kankyo se dedica unas horas a responder mensajes y correos, a sus redes sociales, que son para ella un medio para comunicar las enseñanzas del budismo de manera directa, sencilla, sin formalidades. Pasa muchas horas cuidando de una manada de viejos caballos semisalvajes; los alimenta, los peina, les revisa los dientes, o simplemente se sienta en silencio a observarlos, a estar ahí, con ellos. En especial con Efstur, el caballo más viejo de la manada, ha establecido una relación íntima, de atención y presencia.

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Kankyo pertenece a la escuela Soto Zen, que de cierta forma ha dulcificado el rigor del zen al creer que la iluminación es algo que viene de repente, como un rayo, como un don, y no tras un camino largo de autodisciplina y sacrificio. Para el soto, “la mente cotidiana es el camino”. Comprender la naturaleza de Buda, practicarla, exhibirla, realizarla, es ahora, es ya, en cualquier momento. “Cuando el tiempo haya llegado” quiere decir ahora, porque el tiempo ya ha llegado. Estas son, entre muchas otras, las joyas de sabiduría que alberga el Shobogenzo, a veces traducido como El tesoro del verdadero ojo del Dharma, un texto del siglo XIII que recoge los escritos de Dogen Zenji (1200-1253), maestro fundador del soto, filósofo asombroso, escritor deslumbrante.

Pero Kankyo evita hablar con gravedad de estos grandes textos y enseñanzas. Con una mezcla de humor y delicadeza, da consejos para cambiar nuestras vidas a partir de ejercicios concretos, aparentemente muy sencillos.

El nombre de Kankyo evoca la palabra “espejo”. En su libro cuenta cómo un día cualquiera estaba en un café en Estrasburgo escribiendo. Cerca de su mesa había una familia. “El abuelo, la madre y el hijo, que debe tener diez años. El abuelo coge el móvil de la madre y llama a otro nieto: ‘Pensamos en ti. Estamos comiendo una tarta flambeada y no dejamos de pensar en ti. Nieva. ¿Tienes neumáticos para la nieve?’. La conversación me transporta y me maravilla a la vez: la capacidad del ser humano de conmoverse es inagotable”. Esta escena, esta imagen, la ternura que se anida en ella, nos llega a través de ese espejo que es Kankyo, un espejo tranquilo y limpio, como podría ser cada mente humana, que refleja todo lo que aparece sin añadir nada, dejando a las cosas ser lo que son.

En un mundo en que nos movemos entre el ruido, Kankyo sugiere que el ser humano no es necesariamente un ser ruidoso, que la mente puede ser una fuente inagotable de silencio y de sosiego y que en el corazón del momento presente siempre podemos encontrar la calma. Llama a hacer curas de silencio que van desde un minuto de atención y concentración en medio de un día agitado a retiros de varios días. Pero sobre todo hace un llamado a una vida alimentada por el silencio que crece en la soledad: “Al silencio le encanta desplegarse en la soledad. Por ‘soledad’ se entiende esa sensación de estar ligado a uno mismo. De tener la latitud, el espacio y el tiempo suficientes para estar conectado con la intimidad más dulce. Una soledad consentida, capaz de nutrirte antes de regresar al mundo. Una soledad voluntaria, buscada, en la que aprendes más deprisa”.

Kankyo enseña que la concentración significa libertad, intensidad en la presencia. Que la distracción es la pérdida de sí y del mundo.

Le hice unas preguntas a Kankyo. Ella, con gentileza, respondió a todos mis correos que estaban llenos de signos de exclamación y de emoticones de flores y corazones. ¡Nunca pensé que un día llegaría a hablarle de forma tan cercana a una maestra zen! Porque, de manera muy entrañable y natural, eso es lo que Kankyo es.

¿De dónde viene su nombre o quién se lo dio? ¿Qué quiere decir?

Mi nombre está compuesto por dos kanjis (ideogramas sino-japoneses) que significan Kan, la observación, y Kyo, el espejo. Kan es esa capacidad de entrar en una forma particular de conciencia que permite observar el movimiento natural de los pensamientos sin involucrarse. Se habla también de “pensamiento sin sujeto que piense”. La palabra Kyo es una metáfora de la transparencia del universo, de esa forma que tienen todas las cosas de entrelazarse entre sí, y del poder para aparecer y desaparecer como en un espejo inmenso, sin quedarse por eso en la superficie. ¡En pocas palabras, es un nombre metafísico, incluso místico, que cada día me encanta!

Escribe todos los días. Hace zazen todos los días. ¿Qué relación se ha establecido en su vida entre estas dos prácticas?

Hago zazen todos los días, casi siempre dos veces al día, pero no escribo todos los días. Dejo que la inspiración teja su tela. La no acción, el no hacer, es parte constitutiva de la escritura y este es sin duda uno de sus puntos en común con el zazen. Dejar las cosas tal y como están, tal y como son. Y la escritura aparece a veces en el rincón de los días; a veces no. Es perfecto tal y como es. Tathata.

El otro puede ser una pregunta dolorosa o feliz. Usted ha establecido con los otros una relación muy abierta y generosa. Pasa una parte considerable de su tiempo respondiendo inquietudes de los demás, enseñando a respirar mejor, a vivir mejor. Esta relación que usted tiene con los otros (con otros que muchas veces ni siquiera conoce), o con los animales (esos grandes silenciosos) me parece una práctica real del budismo: es consagrar la propia vida al bien de todos los seres. Los otros pueden llenarnos de alegría. Pero a veces el lazo con los que están cerca, demasiado cerca tal vez, puede ser difícil. ¿Por qué a veces la cercanía con el otro puede ser dolorosa y hacer daño, mientras que la de los extraños que aparecen libremente nos hace tanto bien?

Usted tiene razón, es mucho más fácil, pienso, tener relaciones humanas sinceras con desconocidos que con personas que están a nuestro lado en la vida cotidiana. Es uno de mis grandes kanes. A veces lo resuelvo cuidando de disponer para mí misma de muchos -y largos- momentos de soledad. Y explorando, valga lo que valga, mis fallas y mis limitaciones emocionales. Porque son ellas las que pueden o no hacer más apacibles mis relaciones con los demás. Un camino largo que pide también que seamos pacientes y benevolentes con las propias emociones.

Usted dice: “¡Vivo una vida maravillosa!”. Es algo muy bello de oír, de leer. Es algo que emociona, y al oírla a usted hablar, quisiéramos vivir como usted vive y cambiar nuestras vidas. Estas palabras: “¡Debes cambiar tu vida!” están en el corazón de todo despertar espiritual. ¡Es tan simple y tan difícil al mismo tiempo! ¿Cómo aprender a vivir antes de que se acerque la muerte?

Es crucial hacerse regularmente esta pregunta: “¿Qué es lo más importante para mí ahora, inmediatamente, si debo morir en dos años?”. Si nos tomamos el tiempo de sumergirnos realmente en esto, durante una hora, y de escribir lo que nos llega, este interrogante tiene el poder de volvernos a conectar con nuestros sueños. Los sueños nos permiten realizar grandes cosas en armonía con la naturaleza, con el tiempo que pasa, con quienes nos rodean. Pero todo eso requiere tenacidad y esfuerzo. La vida maravillosa también está hecha de pruebas, de elecciones difíciles, de conflictos. ¡Lo que es maravilloso son todas esas ocasiones que tenemos para aprender y evolucionar!

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En su blog, usted habla de nuestros “fracasos amados”. Eso muy bonito. Siento que ahí hay una compasión difícil de expresar con palabras.

¡Ah, sí! Aprender a perdonarnos, a aceptar que tenemos fallas, defectos, que cometemos errores. Y aún así, amarnos a nosotros mismos. Es la única manera de desarrollar una compasión real hacia los defectos de los demás. Así puede establecerse una conexión verdadera entre los seres. “Haces cosas tontas, no hay problema, ¡yo también!”. Somos hermanos y hermanas, estamos en el mismo trecho del camino. ¿Lo ve?

El budismo tibetano y el budismo zen son diferentes en la superficie y a veces parecen guardar diferencias profundas. Los colores tienen poderes realmente místicos en el budismo tibetano; el negro es profundo en el zen. La compasión, me parece, se expresa también de manera diferente. Pero hay un lazo esencial: esa paz en el fondo, ese silencio, esa dicha. ¿Qué piensa usted?

Hay muchos más lazos de los que se cree entre estas dos tradiciones, pero me extendería si lo desarrollo aquí. He notado sin embargo una gran similitud entre los practicantes budistas de todas las escuelas. Una especie de ganas de alegría, de silencio y de profundidad. La necesidad real de comprender mejor lo que es un ser humano y de liberarse de lo que nos condiciona. Aunque son personas que provienen de todas las tradiciones, son… ¡buscadores de lo absoluto!

*Filósofa, columnista de ARCADIA y autora del libro de cuentos La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad (2018)

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