MEMORIA

Debates durante una epidemia… en 1802

Santiago Robledo Páez
29 de julio de 2020
Dibujos a acuarela que muestran la inoculación de viruela.
Dibujos a acuarela que muestran la inoculación de viruela.

Desde hace unos meses, la humanidad experimenta la pandemia del coronavirus. Tanto en el ámbito internacional como en los diferentes estados se han producido debates sobre las maneras más efectivas de afrontar esta debacle. Ello sin contar con el absurdo de quienes lo niegan o prefieren adherirse a teorías conspirativas sin fundamento. Esta divergencia de posiciones también caracteriza la situación colombiana, en la que las diferencias entre las autoridades estatales y algunas de las regionales han llenado los titulares. Esta aplicación de diferentes métodos para proteger la salud de la población también pudo constatarse en la primera epidemia afrontada localmente: las viruelas de 1802.

Por entonces, el territorio de la actual Colombia hacía parte del Virreinato de la Nueva Granada. En 1802 la principal autoridad colonial era el virrey Pedro de Mendinueta (1736-1825), quien se enfrentó con el Cabildo de Santafé respecto al manejo de la epidemia. Virrey y Cabildo tenían opiniones diferentes sobre quién debía aportar los fondos para enfrentar la peste y, asimismo, diferían en lo concerniente a la proximidad del contagio. Mientras que el Cabildo asumía que este era inminente, el virrey consideraba que podría evitarse aislando la ciudad, debido a esto se oponía vehementemente a la inoculación de la población. Esta era una práctica que buscaba aumentar la inmunidad de los habitantes al contagiarlos voluntariamente con viruela, sin embargo, su aplicación podía conducir a la proliferación descontrolada de la enfermedad. La vacunación solo llegaría al Virreinato de la Nueva Granada en 1804, enviada desde España mediante la Expedición Filantrópica de la Vacuna. En esa época la vacunación implicaba infectar con viruela bovina a los pacientes, quienes, después de recuperarse de esta enfermedad mucho menos virulenta para los humanos, generaban inmunidad contra la viruela. Si bien Mendinueta autoritariamente asumió el poder del Cabildo y en principio impuso su opinión, los hechos terminaron dándoles la razón a los regidores. El 9 julio de 1802, cuando el virrey ya había abandonado Santafé para protegerse, el oidor de la Real Audiencia Juan Hernández de Alba emitió un bando que reconocía la insuficiencia de las medidas y ordenaba proceder con la inoculación.

A pesar del disenso, la epidemia de 1802 fue la primera para la cual una ciudad del Virreinato pudo prepararse de modo relativamente efectivo. Entonces, se establecieron tres hospitales temporales; se trató de controlar el precio de los alimentos; se determinó enterrar a los muertos fuera de las iglesias para evitar el contagio, y se buscó realizar un censo de los santafereños que ya hubiesen contraído la enfermedad para calcular la posible difusión de la plaga. Estas medidas tuvieron un éxito relativo. En 1802, cuando la ciudad tenía unos veintiún mil habitantes, murieron de viruela unas trescientas treinta personas. En cambio, durante la epidemia de 1782, momento en que tenía alrededor de dieciséis mil habitantes, habían fallecido unos tres mil. Esta disminución de la mortalidad fue producto, en parte, de un cambio en la percepción sobre las enfermedades. Estas dejaban de considerarse una expresión de la cólera divina y comenzaban a asumirse cada vez más como un problema de salud e higiene públicas. La experiencia de 1802 nos enseña que, para enfrentar ya sea la viruela o el coronavirus, se requieren sacrificios de toda la sociedad, e, idealmente, el trabajo en conjunto de las diferentes autoridades.