contexto histórico
Nuestras epidemias
Las tragedias causadas por las enfermedades infectocontagiosas jugaron un papel importante en el proceso de configuración de las sociedades latinoamericanas.
Suele atribuírsele a George Bernard Shaw la frase “las epidemias han tenido más influencia que los Gobiernos en el devenir de nuestra historia”. Esa afirmación cobra aún más sentido en América Latina. Dejando de lado los debates en torno a las leyendas negras y blancas sobre el encuentro de los españoles y amerindios (al que unos llaman descubrimiento y otros, exterminio), nuestra sociedad nació a partir de múltiples dolores.
Primero vino el genocidio de centenares de culturas que habitaban el continente (un hecho que ocurrió, así muchos escritores hispanófilos traten de negarlo, como el actual director del Archivo General de la Nación, Enrique Serrano). Después, la llegada de esclavizados negros arrancados a la fuerza de las entrañas de África. Luego, la imposición por la cruz y por la espada de una religión y de un idioma. Y así, sucesivamente, vinieron la expropiación, la mita, la encomienda y otros dolores que forman parte del adn de la sociedad latinoamericana.
Entre los tantos dolores que hubo en el nacimiento de la sociedad latinoamericana se encuentra el de las epidemias. Todos en algún momento de su vida han escuchado que una de las causas de la estrepitosa disminución de la población amerindia fueron las enfermedades traídas por los españoles a América. Esa afirmación ha quedado como un hecho más que aparece en los libros escolares de historia o como un argumento a usar cuando se quiere hablar del desastre que significó para los pueblos indígenas la llegada de los españoles. Sin embargo, pocos han reflexionado sobre el papel de las epidemias en la formación de las sociedades latinoamericanas. Desde 1493, año de la primera epidemia documentada en América tras la llegada de Colón, hasta la actualidad hemos estado acompañados de enfermedades causadas por virus y bacterias que pusieron en jaque a una frágil sociedad y produjeron importantes cambios culturales, políticos, económicos y sociales. De hecho, podría decirse que sin las epidemias es imposible entender el curso de las sociedades latinoamericanas.
Y no es una exageración. Desde la conquista hasta inicios del siglo XX no hubo década en la que se reportara un brote de alguna enfermedad viral o bacteriana a lo largo y ancho de la región. En tan solo la primera mitad del siglo xvi, el virreinato de la Nueva España sufrió seis epidemias: tres de viruela (1520, 1532 y 1538), una de sarampión (1531), al parecer una causada por el tifus (1545-1548) y una de paperas (1550). En los Andes la situación fue similar. Según la profesora de la Universidad de Londres, Linda Newson, especialista en historia colonial latinoamericana, en esta región ocurrieron “grandes epidemias entre 1524 y 1527, de 1531 a 1533, en 1546, de 1558 a 1560, y de 1585 a 1591” (información tomada del artículo ‘Epidemias del Viejo Mundo en Ecuador, 1524-1618’).
En el caso del actual territorio colombiano, se tiene conocimiento de que la oleada de epidemias comenzó en 1558, cuando la viruela, procedente de La Española, dejó un saldo de entre quince mil y cuarenta mil indígenas muertos. En adelante, las epidemias formarían parte de la vida cotidiana de los neogranadinos, y luego de los colombianos. El historiador Renán Silva, en su clásico libro Las epidemias de viruela de 1782 y 1802 en el virreinato de la Nueva Granada, hace un recuento de las enfermedades que asolaron la Nueva Granada en los siglos XVII y XVIII, entre las que se encuentran las epidemias de tabardillo (tifus exantemático) de 1646 y la de viruela y sarampión, que en la década de los treinta del siglo XVIII “atacó toda la región centrooriental del territorio de la Nueva Granada, en donde el brote duró cerca de dos años”. De la persistencia de las epidemias en la colonia también da cuenta el historiador y escritor Ernesto Porras Collantes. En su escrito ‘Crónica colonial de Tunja y su provincia’ documenta veinte epidemias de viruela en esta región durante el siglo XVII, un promedio de dos por década.
Además de causar la reducción de la población indígena en América y contribuir de manera importante a la desaparición de culturas entre finales del siglo XVI y XVIII, las epidemias configuraron a las sociedades latinoamericanas. Tan solo hay que recurrir a dos ejemplos de una larga de brotes infectocontagiosos para entender esa influencia.
La primera epidemia
Como explica el historiador estadounidense Noble David Cook, es imposible saber cuál era la población que habitaba la isla La Española antes de la llegada de los españoles. Los cálculos oscilan entre los sesenta mil y cerca de ocho millones de indígenas. La disparidad de estas cifras ha ocasionado enconados debates académicos sobre la relación del encuentro de los españoles y la acelerada disminución de la población nativa en las primeras décadas de la conquista. Pero a medida del tiempo aparecen nuevos estudios sobre este periodo; cada vez queda más claro que las enfermedades virales y bacteriales causaron una dramática catástrofe demográfica en La Española, y que en menos de cincuenta años se expandió por todo el continente americano. Incluso, el médico e historiador Francisco Guerra, quien postuló que la primera epidemia de origen español en América fue la gripe porcina, insinuó que Colón podría haber sido uno de los primeros agentes que inició el Armagedón epidemiológico en América.
En el artículo ‘Origen de las epidemias en la conquista de América’ (1988), escribió: “Pero lo que tiene especial significación en la epidemiología americana son dos enfermedades infectocontagiosas que sufrió Colón en América. Cayó enfermo de gripe o influenza junto con sus compañeros al día siguiente de desembarcar en La Isabela, la primera ciudad del Nuevo Mundo, el 10 de diciembre de 1493, cuando arribó a la Hispaniola en el segundo viaje y su convalecencia se prolongó durante dos meses. Fue igualmente importante el tifus exantemático que padeció a partir del 27 de septiembre de 1494, cuando navegaba camino de Santo Domingo por el canal de Mona, pues de este tabardete tardó en convalecer cinco meses”.
Más allá de si el primer paciente cero en América fue Colón, lo cierto es que la tragedia epidemiológica comenzó en diciembre de 1493 con su segunda expedición. En un principio, investigadores como Guerra creyeron que la primera gran pandemia que azotó tierras americanas la causó la influenza porcina, pero ahora hay serios indicios de que fue la viruela.
De acuerdo con los cronistas de la época, a su regreso de la primera expedición, Colón trajo consigo al menos diez indígenas para presentárselos al rey y certificar su descubrimiento. El navegante también quería que ellos aprendieran el idioma español y la religión católica para que a su regreso facilitaran la conquista y la reducción de los pueblos de las islas del Caribe. En el viaje a Cádiz murió uno y otros tres fueron abandonados en el puerto de Palos. Solo seis se salvaron momentáneamente del negro destino de sus compañeros, y alcanzaron a embarcarse el 25 de septiembre 1493 en la segunda expedición de Colón rumbo a La Española, pero en el camino al menos murieron tres. De los sobrevivientes, dos huyeron a finales de noviembre, cuando la flota se acercó a las playas de la actual provincia de Samaná (República Dominicana) y al otro se le permitió irse para que evangelizara a su pueblo. La razón de la muerte de los tres indígenas la da el mismo Colón en su ‘Carta de relación del segundo viaje’. Al referirse al indígena liberado, él escribió: “El qual no se avía muerto como los otros de viruelas a la partida de Cáliz”.
No se tiene certeza si esos tres indígenas sobrevivientes o si los marineros que acompañaron a Colón fueron los que causaron la primera epidemia de los miles que azotarían en adelante al continente americano. Tampoco se sabe, como afirma el historiador Cook, cuántos murieron, porque para 1508 había en La Española y sus alrededores tan solo sesenta mil, una cifra muy baja de acuerdo con los estimativos de distintos investigadores que sugieren que antes del contacto con los españoles, esa región la habitaban entre cien mil y ocho millones de nativos. De lo que sí hay certeza es de que la población de la región se redujo rápidamente en cuarenta años, al pasar de sesenta mil a inicios del siglo XVI a dos mil almas, según los datos recopilados por Cook. Disminución que se debió, entre otras razones, a una oleada de epidemias como la del sarampión (1495) y el tifus (1496), que aparecían cada tanto con la llegada de nuevos españoles sedientos de riqueza, gloria y aventura.
Más allá de la debacle poblacional y de la desaparición de culturas completas, ¿qué consecuencias trajo estas primeras epidemias (sin olvidar el efecto de la guerra y del genocidio llevado a cabo por los españoles)? Una respuesta es que las constantes oleadas de enfermedades infectocontagiosas, al reducir la mano de obra indígena, contribuyeron al auge de la esclavitud de la población africana en el Caribe. Un elemento de vital importancia en la configuración de las culturas latinoamericanas que nacieron en el siglo XII.
La caída de un imperio
A medida que los españoles se abrían camino por la América continental, las enfermedades que los acompañaban a ellos y a los esclavizados africanos dejaron una estela de muerte y desolación. Aunque todavía hay un debate respecto al grado, la mayoría de los historiadores afirma que la caída de los grandes imperios Azteca e Inca no solo fue posible por la guerra desatada por los conquistadores, encabezados por Hernán Cortés y Francisco Pizarro, sino por las sucesivas oleadas de epidemias acaecidas entre las décadas de los veinte y los cincuenta del siglo XVIII.
La expansión de las enfermedades infectocontagiosas de origen europeo por la América continental comenzó en 1518, cuando en islas del Caribe hubo un brote de viruela que, según los cronistas de la época, fue traída por un barco portugués negrero (cabe anotar que sobre el papel de los negros en la transmisión de este tipo de enfermedades existe un debate entre los historiadores, ya que algunos consideran que los cronistas, consciente o inconscientemente, minimizaron los casos en los que los españoles contagiaron a los indígenas y dieron mayor relevancia a los de los esclavizados).
Por esa misma época Hernán Cortés inició la conquista del Imperio azteca. Una vez en tierras mexicanas, se rebeló contra el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, quien a inicios de 1520 ordenó a Pánfilo de Narváez encabezar una expedición para capturarlo vivo o muerto. Unas fuentes dicen que, al desembarcar la flota de novecientos soldados y esclavizados, uno de ellos, el negro Francisco de Eguía, enfermó de viruela y contagió a los indígenas que habitaban la región de la actual Veracruz; otras afirman que el virus lo traían algunos indígenas embarcados en Cuba. Al tiempo que Cortés, que había derrotado a Narváez, emprendía la conquista del Imperio azteca, el virus, que en náhuatl se denominó huey zahuatl (granos grandes), también dejaba una estela de muertos.
Aunque los historiadores concuerdan en que la derrota de los aztecas se debió a las alianzas hechas por Cortés con los pueblos tributarios al imperio, esta primera epidemia de viruela ayudó a aplacar la resistencia. Luego de la muerte de Moctezuma, en junio de 1520, su hermano Cuitláhuac asumió el poder y dirigió con éxito la resistencia azteca contra los españoles hasta que en noviembre murió, a los cuarenta y cuatro años, de viruela. La enfermedad se ensañó con los más de quinientos mil indígenas que combatían las huestes de Cortés y dio tiempo para que él se replegara y encabezara una ofensiva con más de cien mil soldados españoles e indígenas enemigos de los aztecas y lograra su derrota definitiva en agosto de 1531. Los relatos sobre la epidemia son estremecedores y dan cuenta de centenares de cadáveres dejados a la intemperie en Tenochtitlan.
A manera de conclusión
El argumento de la disminución de la población indígena durante la conquista por causa de las enfermedades infectocontagiosas ha sido utilizado por los defensores de la leyenda blanca para argumentar que los españoles no causaron ningún genocidio, sino que la desaparición de culturas fue un efecto colateral del encuentro entre los dos mundos. Por su parte, los seguidores de la leyenda negra afirman que las epidemias formaron parte de una guerra bacteriológica. Pero más allá de estas posiciones ideológicas, lo importante de este trágico hecho es comprender que las epidemias jugaron, para bien o para mal, un papel fundamental en la configuración de las sociedades latinoamericanas. Sin ellas no es posible entender la consolidación de la esclavitud en el Caribe y la dislocación de los grandes imperios. Y en los posteriores siglos van a ser importantes no solo para explicar la continua disminución de la población indígena, sino para comprender la religiosidad en América Latina, el desarrollo de la salubridad pública, entre otros temas. Nuestra historia es, también, la historia de las epidemias vividas. Las epidemias han sido, también, parteras de la sociedad latinoamericana.