Margaret Atwood es una de las invitadas centrales de la edición 2020 del Hay Festival Cartagena de Indias. Foto: Rodrigo Ruiz Ciancia

HAY FESTIVAL 2020

“Uno escribe esos libros esperando que no se vuelvan realidad”: Margaret Atwood

Dos libros escritos en contextos muy distintos, pero una misma distopía –que, según Atwood, ya no lo es tanto–: una mirada a 'El cuento de la criada' (1985), a 'Los testamentos' (2019) y a aquello que los une, de la mano de la autora.

Gloria Susana Esquivel*
20 de enero de 2020

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En una de las movilizaciones en contra de la penalización del aborto, que se llevó a cabo en el estado de Alabama en mayo de 2019, una mujer cargaba un cartel que decía: “Hagamos que El cuento de la criada vuelva a ser ficción”. La escritora canadiense Margaret Atwood publicó esta novela distópica en 1985, y treinta y cinco años después el libro se convirtió en un símbolo de resistencia para el movimiento de lucha por los derechos de las mujeres.

“Uno escribe ese tipo de libros esperando que no se vuelvan realidad –me dice–. Son libros que dicen no vayamos por ese camino. Jamás me hubiera imaginado que en un país como Estados Unidos, que ha sido visto durante tanto tiempo como un bastión de la democracia, las cosas se hubieran movido de manera tan retrógrada, tan rápidamente, en relación con los derechos de las mujeres”.

El cuento de la criada se sitúa en un futuro en el que Estados Unidos se ha convertido en la República de Gilead, un Estado autoritario y teocrático en el que las libertades individuales han sido suprimidas como medida para prevenir falsos ataques terroristas. En Gilead las mujeres se convierten en criadas, esto es, esclavas que deben tener relaciones sexuales con sus dueños con el propósito de concebir hijos para ellos y sus esposas. Es decir, que les son arrebatados.

Esta práctica perversa se conoce como ceremonia, y las criadas deben acceder a participar en ella o son llevadas a un campo de muerte. En esta versión del futuro, las mujeres no tienen derechos. Han sido reducidas únicamente a su función reproductiva y pierden hasta el nombre. La protagonista, Offred –en español, Defred, que significa literalmente “la propiedad de Fred”– es quien narra estos horrores.

Uno de los elementos que más impacta de la novela es la manera en que la creación de una semántica propia le permite a Atwood hilar la relación entre lenguaje y poder.

Le pregunto por eso, y me dice: “Nombrar es muy importante. Nombrar de manera errada también lo es y, así mismo, renombrar. Yo estoy a favor de la pluralidad de los lenguajes porque en algunos se pueden decir cosas que son muy difíciles de decir en otros. Todos los lenguajes de los humanos tienen palabras de peso (también pasa en los lenguajes de los perros: ‘Teme al cartero’; o en los lenguajes de los cuervos: ‘Hombre con rifle hirió de muerte al primo que volaba alto’). Tenemos muchos nombres para muchas cosas que creemos que son buenas, y para muchas cosas que creemos que son malas. Y las narrativas en sí mismas son interpretadas, por quienes las leen o las oyen, como un comentario moral o como una advertencia. En ese sentido, el lenguaje es político, pues habla sobre los poderosos y sobre quienes no tienen el poder; sobre personas y acciones admirables, y sobre personas y acciones deplorables, aun cuando describe una vida exenta de esos juegos de poder, tal vez remota, que ocurre en un lugar rural alejado: ‘Los mosquitos son malos, las plantas comestibles son buenas’”.

El cuento de la criada fue adaptada al formato de serie por la plataforma Hulu. Margaret Atwood participó como productora.

Un presente distópico

El cuento de la criada fue escrito durante los últimos coletazos de la segunda ola del feminismo. Para mediados de los años ochenta, la mayoría de las mujeres en las naciones desarrolladas formaban parte de la fuerza laboral y habían conquistado bastantes derechos reproductivos. En ese contexto, Atwood imaginó un futuro en que las mujeres daban por sentados esos derechos, para luego perderlos completamente. Se trató de un acto de invención salvaje a mediados de los ochenta que, al ser leído en el contexto político actual, toma un tinte macabro y profético.

En 2017, la plataforma Hulu comenzó a transmitir la serie de televisión que adapta el libro: “Comenzamos a filmar en septiembre de 2016 y estábamos en medio del rodaje cuando llegó el 8 de noviembre –dice Atwood–. El 9 de noviembre nos despertamos con la noticia de que, a pesar de haber perdido el voto popular, Trump había ganado las elecciones. En ese momento supimos que estábamos haciendo otro tipo de serie. Ya no se trataba de una serie en la que tal vez estas cosas pasen pero muy probablemente no pasarán. Estábamos grabando una serie en la que ahora todo esto es posible”.

La serie, que ha ganado numerosos premios Emmy y Globos de Oro, y va por su tercera temporada, ha ido más allá del libro y ha sabido poner en escena muchas de las ansiedades políticas que genera el Gobierno actual de Estados Unidos (que además podría extenderse otros cuatro años).

Sin embargo, la adaptación ha sabido mantener las premisas que la escritora usó para crear el universo de Gilead, y esto hace que esa ficción especulativa resuene profundamente en espectadores y lectores: “El lenguaje de El cuento de la criada está intervenido por dos elementos profundamente arraigados en la cultura y la historia norteamericana: la Biblia y la publicidad. No soy la primera que ha puesto esas dos cosas juntas”.

Algo muy estremecedor de leer El cuento de la criada es reconocer la manera en que el régimen teocrático aparece en medio de una sociedad aparentemente democrática y plural. Gilead no es un lugar aislado, ni generado espontáneamente después de un cataclismo nuclear. Para Atwood, que es una lectora apasionada de historia, era muy importante crear una ficción especulativa que mostrara la latencia del fascismo en lo cotidiano: “Ninguna dictadura o Gobierno autoritario aparece en la escena diciendo vamos a hacer que la vida de todos se vuelva aterradora. Prometen mejorar las cosas, marcar el inicio de una edad dorada, pero con la condición de deshacernos de ESA gente. Porque hay que controlar a esa gente (y como regla histórica, esa gente son en su mayoría mujeres). Ellas no pueden tener poder significativo de ninguna manera”.

El lugar de los migrantes

En 2019, Margaret Atwood publicó Los testamentos, una secuela de El cuento de la criada que ocurre quince años después de lo contado por Offred. En ese libro, los narradores son tres: la tía Lydia, encargada de preparar a las criadas y entregarlas a sus dueños; Agnes, una mujer joven que vive en Gilead; y Daisy, la hija menor de Offred, que vive con padres adoptivos en Canadá. La novela, merecedora del premio Man Booker el año pasado, no solo explora las complejidades de aquellos que sirven al régimen con lealtad y oportunismo, sino que también examina las formas en que, en escenarios tan adversos, aparecen la esperanza y la valentía.

Además, el libro pone de manifiesto una problemática geopolítica actual: la precaria situación de los migrantes, que deben experimentar en carne propia las arbitrariedades de las fronteras.

Le pregunto por eso, y Atwood dice: “Las fronteras son líneas imaginarias dibujadas, por seres humanos, sobre imágenes inexactas del mundo –mapas–, con propósitos de control. Aunque son imaginarias, tienen consecuencias reales, como cualquier persona que está huyendo del lugar A al lugar B, y tiene que pasar por una frontera, puede atestiguar. A la naturaleza no le importan las fronteras. La naturaleza no responde a las fronteras, sino a las condiciones de crecimiento, cauces de agua, temperatura, calidad de la tierra, volcanes y un largo etcétera. Las fronteras no pueden controlar las mareas, ni la temperatura del océano, ni lo que cae del aire de un lugar a otro. Las fronteras son un gesto de la soberbia humana. Los microbios se ríen de ellas. Están más interesados en los piojos y en los moscos. ¿Tienen algo de positivo las fronteras? Pueden generar paraísos temporales. Como los muros. Pero es importante notar que dije temporales. En El cuento de la criada y en Los testamentos, sin embargo, actúan como lo hicieron en la Segunda Guerra Mundial: si logras llegar a un país neutral, no te dispararán. Demasiado”.

*Esquivel es escritora y poeta. Autora de El lado salvaje (Cardumen, 2016) y Animales del fin del mundo (Alfaguara, 2017). Ha publicado en antologías de poesía como Pájaros de sombra (2019). Es la creadora de Womansplaining, un pódcast feminista del portal periodístico Cerosetenta.