LA CULTURA DE LA PROGRAMACIÓN EN COLOMBIA
Los programadores se rebelan
Durante el último lustro, han aparecido en Bogotá y otras ciudades del país centros de emprendimiento digital y comunidades que le están apostando, como nunca antes, al enorme potencial del sector de la programación. Sin embargo, si la situación no cambia, para 2020 habrá un déficit de al menos 100.000 ingenieros de sistemas. ¿En qué consiste este mundo?
Vea aquí el especial completo Mutantes Digitales II
Rojas, hombre de estatura media y calvicie incipiente, no la ha tenido fácil. Después de trabajar durante siete años como banquero comercial, pasó una década en busca de un proyecto propio. Montó una consultora de productos digitales. Quebró. Lanzó una proveedora de servicios por internet. Quebró. Pero también, me enfatiza, aprendió. Entendió, no sin tropiezos, que en el mundo digital las ideas vienen de abajo, de los garajes, de los cuartos oscuros de programadores. También que hoy, en una época caracterizada por la hiperconectividad, la manera de hacer negocios ha cambiado: “Los startups, los emprendimientos con base en internet, crecen a la velocidad de la luz mientras que los tradicionales, a la velocidad del átomo. A través de la fibra óptica, en ceros y unos, bits y bites, la información, convertida en haces de luz, permite que un producto recorra el mundo en un instante”.
Así que, en 2008, Rojas creó, junto con varios colegas, el primer foro para nuevas tecnologías en Bogotá, BogoTech, con la intención de aglomerar en un punto ideas y personas hasta entonces desconectadas. “Empezamos en una casa a dos cuadras de aquí. Esperábamos 30 personas y llegaron 80. Hacía un calor tremendo, pero entendimos: hay mucha gente que quiere hacer negocios por internet”, afirma. Dos años más tarde, impulsado por el éxito de BogoTech, abrió HubBOG, una academia especializada en tecnologías de información dentro de un espacio de coworking. En un lustro, mediante un proceso de acompañamiento a emprendedores, la compañía ha graduado 77 startups, incluidas Tappsi, un servicio de taxis para celulares que tiene más de dos millones de descargas, y Laspartes.com, un portal que se encarga del mantenimiento y reparación de carros.
Desde que abrió sus puertas, HubBOG ha desatado un boom de centros de emprendimiento digital tanto en la capital como en varias ciudades del país. Espacios como Wikideas, Wayra y Urban Station, en Bogotá, o Ruta N, en Medellín, no solo han propiciado un medio para que emprendedores y programadores se conecten, sino que ha permitido que el país, según un estudio del Banco Mundial, se posicione detrás de Brasil, México y Chile como la cuarta potencia de América Latina en proyectos digitales. Además, hoy solo Chile y Ecuador superan a Colombia en el porcentaje de personas económicamente activas iniciando una actividad en el mundo del emprendimiento (23,7 %), según cifras del Global Entrepreneurship Monitor.
Otro de los principales propulsores de esta eclosión digital ha sido el bogotano Andrés Barreto. Además de fundar el espacio de emprendimiento digital Atom House, hoy presente en Bogotá y Medellín, ha desarrollado un puñado de iniciativas como Coderise, que enseña a programar a jóvenes entre 14 y 18 años, o Pulso Social, un medio que promueve la creación de startups en todo el continente. Barreto, con quien me comunico por Skype desde la sede bogotana de Atom House, entiende, al igual que Rojas, la forma en que la tecnología ha reconfigurado el mundo, los negocios y las oportunidades: “Ahora estamos viviendo una revolución de igual importancia que la industrial o la agrícola. Se trata de la más interesante de todas porque es la única accesible a cualquier persona. Lo único que se requiere es ambición y curiosidad. Y una conexión a internet”.
Pero el bogotano además entiende que, más allá de las aplicaciones y los espacios de convergencia, esta transformación gira en torno a un componente: los programadores. “Todo lo que vemos a nuestro alrededor ha sido creado por ellos. Las empresas más grandes del mundo son de tecnología. Apple es la más valiosa del mundo, Google está ahí detrás, y hay compañías que no existían hace cinco años que hoy están desbancando a unas que han existido por décadas. Un caso famoso es Uber, que ya tiene una evaluación superior a FedEx, y que no es dueña de un solo vehículo. O Airbnb, que está avaluada en más de 30.000 millones de dólares. Todas fueron creadas por ingenieros, programadores y hackers. El futuro es de ellos”.
El lenguaje de las máquinas
Acercarse al universo de la programación desde afuera puede resultar abrumador. No solo existe una pluralidad de lenguajes, como JavaScript, C, Python, Ruby o php, sino que además cada uno cumple distintas funciones, como construir interfaces, browsers, programas, aplicaciones o videojuegos. A eso se suma, como explica Elkin Garavito, organizador de BogoDev, un meetup similar a BogoTech, pero enfocado en desarrollo de software, que cada sistema operativo (iOS, Android, etc.) “es un sancocho de lenguajes de programación”. Pero Garavito, quien trabaja en una empresa de innovación digital, también enfatiza que ‘echar código’ no se diferencia tanto de otras actividades humanas.
“El trabajo de un programador se asemeja mucho al de un buen escritor. Necesita ritmo, frecuencia, la gente se tiene que poder enganchar”, afirma el bogotano, para quien programar, palabras más, palabras menos, se reduce a dar instrucciones a una máquina. Una acción que se parece, en cierta medida, a lo que las personas ya hacen a diario: “Todo el mundo tiene habilidades de programador porque existir implica que cada día uno programe secuencias de pasos, algoritmos para cumplir objetivos. En últimas, lo que un programador hace es solucionar problemas concretos”.
Néstor Marín Cruz, un ingeniero de sistemas que trabaja desde Atom House desarrollando aplicaciones para comerciar en la bolsa de valores, concuerda con el veredicto de Garavito. Y agrega que antes de la variedad de lenguajes viene la lógica. “Aprender php o JavaScript no es lo más importante. La clave es desarrollar la lógica de programación, que uno entienda las estructuras básicas, pues de un lenguaje a otro estas son muy parecidas”. Y hoy, gracias a la creciente injerencia de la tecnología en la cotidianidad, aprender a programar nunca ha sido tan fácil. Páginas web como Code.org o codeacademy.com, aplicaciones y cursos presenciales al estilo del bootcamp bogotano Living Code proveen las herramientas para que cualquiera pueda educarse.
El gobierno colombiano tampoco se ha quedado atrás. Desde el primer cuatrienio de la administración Santos, y bajo la tutela de Diego Molano, el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC) ha impulsado iniciativas para combatir la falta de programadores en el país. Según cifras del MinTIC, si la situación no cambia, para 2020 habrá un déficit de entre 100.000 y 160.000 ingenieros de sistemas. La principal arma de la cartera hoy en cabeza de David Luna ha sido Apps.co, un proyecto que nació en 2012 dentro del plan Vive Digital. “Como parte de esta iniciativa, tenemos bootcamps de programación en línea gratuitos y una red de nueve aliados, incluido HubBOG, con los que cubrimos 17 ciudades del país –explica su gerente, Juan Sebastián Sandino–: en este momento tenemos 53.000 personas trabajando temas relacionados con el emprendimiento y 158 empresas apoyadas, de las cuales entre el 5 y el 10 % ya se han internacionalizado”.
Un nuevo hombre
El boom de espacios de coworking y métodos de aprendizaje también ha impulsado a un nuevo programador. En un segundo plano ha quedado el lugar común que sitúa a los ingenieros de sistemas en las áreas de sistemas de las compañías, así como las empresas de software a la medida, donde a los programadores les pagan por hora y en las que prima el interés de la sociedad sobre la del empleado. Ya sea en Atom House o en Ruta N, en los meetups de los distintos lenguajes, como JSBogotá (especializado en JavaScript), o en ‘hackatones’ (intensas sesiones de ‘echar código’ que pueden durar hasta tres días), los programadores se han emancipado y han empezado a entender el papel crucial que hoy juegan en la construcción de sociedades.
En esta línea han surgido figuras como Julián David Duque, un antioqueño que recorre toda América Latina divulgando en conferencias el Passion Driven Development: “El paradigma del programador es esa persona que estudia Ingeniería de Sistemas en la universidad y se emplea en corporaciones grandes. Pero hay otros que hacemos esto porque nos apasiona. Muchos programadores, que se caracterizan por ser muy buenos, son autodidactas, aprenden en línea, están al tanto de las nuevos desarrollos y pueden terminar ganando mucho más dinero que los trabajadores de empresas”. En un trabajo de cubículo en Colombia, un programador gana en promedio unos tres millones de pesos. Mientras que, según estima Duque, los que deciden tomar su propio rumbo, sea con empresas extranjeras o startups exitosos, pueden embolsillarse hasta 100.000 dólares al año.
Daniel Palacio, quien aprendió a programar a los 12 años con un libro del lenguaje C, quizá ejemplifica mejor que cualquier otro las nuevas posibilidades para los ingenieros de sistemas colombianos. “Cuando terminé de estudiar en Estados Unidos, no sabía cómo programar web, pero había cursos en internet y mucho de lo que sé fue a través de una serie de charlas que publicó en su portal la Universidad de Stanford, lo que me permitía estudiar en mi casa el mismo contenido que sus estudiantes”, dice. A finales de 2014, después de recibir casi cuatro millones de dólares de inversionistas, vendió su aplicación Authy a Twilio, una empresa de Silicon Valley. El app, que el colombiano aún dirige y cuyo centro de operaciones se encuentra en Bogotá, es una herramienta que permite a otros construir sistemas de seguridad para páginas web.
Tanto en Estados Unidos como en Colombia, así como en India o Tailandia, los programadores tienen en su haber la posibilidad de trazar un nuevo mapa, desentendido de fronteras o mercados locales. Se trata, en últimas, de que la ingeniería de sistemas ha pasado de ser una profesión de nicho a una práctica transversal, que atraviesa todo: finanzas, cultura, ciencias, política, aeronáutica. Y muchos de sus arquitectos, como Jorge Zacarro, de 26 años, son personas que trabajan desde su casa, sin horario, sin jefes directos, sin estructuras jerárquicas. “Estoy frente a un computador todo el día programando. A veces para un proyecto local, a veces para uno internacional. No me aguanto los horarios y no soporto que me den órdenes. Acá tengo flexibilidad y eso me gusta –dice Zacarro–. Además, uno no tiene que preocuparse de que en cinco años esto no va a existir, como en el caso del petróleo”.
*Editor de Arcadia