La conectividad en tres pueblos
Colombia, ¿estamos conectados?
Arcadia visitó tres pueblos para conocer en qué estado se encuentra la conexión a internet y de qué manera están interactuando sus habitantes con las nuevas tecnologías.
Carmen de Viboral, Antioquia
Paola Hincapie, periodista
La Institución Educativa El Progreso tiene estudiantes a los que hay que recordarles que deben salir a recreo, retos de lógica que se hacen en 15 minutos, computadores que rezan en sus tapas XO y son la extensión creativa de los niños desde preescolar hasta quinto de primaria. En segundo grado los alumnos programan la cacería de un león para la clase de animales carnívoros. Los adolescentes de décimo piden más preguntas para un quiz sobre la Segunda Guerra Mundial.
No se trata de una exageración. Todo esto pasa en el El Carmen de Viboral, en el oriente antioqueño, mientras la carretera les escupe polvo a los estudiantes cada vez que salen del colegio, recordándoles que el alcalde tiene un trabajo pendiente y que allá afuera el pueblo sigue con los muros tapizados en tazas de cerámica, las mismas que en algún momento el presidente decidió regalarle al Papa y a la Reina Isabel en una de sus visitas diplomáticas.
A este colegio rural llegan extranjeros, ayudantes de intercambio, que les hablan a los niños en un inglés nativo sobre otras partes del mundo acercándolos a las culturas de países como Australia o Estados Unidos. El club de robótica hace que la rectora Beatriz Jaramillo adopte la postura de mamá contenta: “En el campamento a nivel departamental no quedaron entre los 10 mejores porque aleatoriamente deben presentar retos de comunicación digital y animación, y ese no es su campo específico, pero de 600 puntos consiguieron 512. Donde les pongan los retos de robótica hubieran arrasado”. Sin embargo El Progreso sigue acumulando reconocimientos en otras pruebas que se hacen durante el año, ubicándolo entre los 10 primeros colegios del oriente antioqueño.
“¡Manos arriba!” es la orden contundente del profesor Sergio Alberto Hernández. Todos obedecen y clavan los ojos en la pantalla del compañero del lado. El reto en lógica ya arrojó resultados. El maestro pasa y grita el puntaje. Isabella tiene 27 puntos, y sonríe con un gesto ganador frente a las cifras que obtuvieron los otros, hasta que Juan Diego aguarda la lectura en voz alta por parte del profesor de sus 28 puntos. La competencia termina y el docente lesrecuerda con apuro que están en recreo desde hace rato, que salgan.
El aula queda en silencio. Coronado por un cartel en papel craft que reza “Girls who code”, allí también se reúne el club de niñas programadoras. Las mismas que usan sus smartphones para tomarse selfies, se juntan para monitorear los juegos que hacen para pasar el tiempo y para crear diseños de moda. “Todos los miércoles van al Columbus School, un colegio de primera categoría, el transporte lo costea la Fundación Marina Orth. Van 10 niños seleccionados, hay dos estudiantes de once, y les dan programación en Java. Los papás los mandan en Semana Santa a hacer cursos de verano sobre Inteligencia Artificial”, asegura Luis Fernando Sánchez, director de la Fundación.
El Progreso se convirtió en un reto para la Fundación Marina Orth: era el colegio que se miraba con recelo en el pueblo, el que quedaba en la peor parte, el que se rodeaba de vicios. Ahora, después de esta apropiación con la tecnología desde 2008, y del evidente cambio de conducta de sus estudiantes, hace que más del 50% de los grupos estén reservados para el próximo año.
Varias empresas han trabajado en conjunto para lograr esta apropiación. Nutresa ha capacitado a los docentes a través del Programa Educa TICs, y por eso en el colegio no se ven profesores autómatas que repiten la lección sabida desde hace décadas, sino que su energía y dominio de temáticas hacen que los niños se contagien de cierta euforia durante la clase; Auteco, por su parte, facilita los materiales, muchos de ellos costosos, para el Club de Robótica; la Fundación Fraternidad Medellín ayuda para lograr una infraestructura digna y tener un colegio adecuado y bonito; Antioquia Digital cada vez ofrece más apoyo tecnológico tras los buenos resultados en cuanto a apropiación de TICs: “Antes había un tablero electrónico y apenas se inició el proceso se fueron dando las dotaciones. Tenemos 3 Smart Tv y uno está pendiente de entrega”, asegura la rectora. Y está la Fundación Marina Orth, la encargada de articular el proyecto Step by step que tiene tres líneas: tecnología, inglés y liderazgo.
El Progreso es una de las 4.037 instituciones educativas del departamento, número retador para la dirección de Antioquia Digital, programa de la Gobernación que busca que en los colegios se use la tecnología de forma cotidiana para facilitar el aprendizaje: “Con esta dotación buscamos acompañar al profe, capacitarlo, pero allá, en su aula. Cada colegio tiene un maestro dinamizador, y este va semanal o quincenalmente, y acompaña al grupo de docentes usando el metaportal, el mejor portal educativo del país, ganó los premios Colombia en Línea”, afirma Andrés Ochoa, director de TIC para la Educación de Antioquia Digital.
El reto parecen ser las montañas, las mismas que exigieron una inversión de más de $80.000 millones para instalar redes wifi de alta capacidad. Pero los jóvenes siguen conectados desde sus municipios con lo más importante, las ganas de crear, retar y ser tal vez los pioneros de una nueva generación, esa que trasciende el aula de clase y que se cuestiona todo el tiempo sobre lo que es capaz de hacer, los que muchos gustan llamar por estos días Millennials.
Campeche, Atlántico
Daniella Sánchez Russo, periodista
A pesar de la limitación de los equipos, hasta los adultos mayores se benefician de esta especie de aula. En febrero, 300 de ellos pudieron inscribirse a un curso en el que les enseñaron a usar computadores, tabletas y luego internet. La tarea final fue crear una cuenta de correo electrónico para que pudieran comunicarse con hijos y parientes que hoy residen fuera de Baranoa. “Los viejos me envidian –dice Estela Marina Ucrós, una anciana de 80 años que fue beneficiara del programa–. Antes de hacer el curso, yo ni siquiera sabía qué era un computador. Ahora tengo redes sociales y puedo hablar con mis hijos. Ellos me envían fotos de mis nietos, veo cómo crecen, es maravilloso”. Por su parte, y según la bibliotecaria Enith Ortega, jóvenes y adultos también usan internet para hacer cursos técnicos a través del Sena y envia hojas de vida a trabajos fuera del corregimiento. También existen casos excepcionales, como el de Nadín Torres, un joven de 24 años que llegó en julio de Venezuela a pasar vacaciones en su natal Campeche, y que no se ha podido devolver por el cierre de la frontera. “Por lo menos –dice–, internet me ha permitido comunicarme con mis profesores de la Universidad Católica de Venezuela, que poco a poco me han ido enviando las lecturas que debo hacer para no atrasarme”.
A diferencia del poste que se encuentra en la plaza principal, Ortega dice que funcionarios del Ministerio de Cultura y del Ministerio de Tecnologías sí están al tanto del progreso de la Biblioteca Ramiro Moreno. Y no es para menos: esta fue una de las 26 bibliotecas piloto escogidas hace dos años por la Fundación Bill y Melinda Gates para ver cómo funcionaba una dotación de tabletas destinadas al uso público. Además, se ha convertido en el centro cultural del pueblo, en ese lugar donde vienen jóvenes y adultos, a veces solo para consultar, a través de la página virtual de la Real Academia, el significado de palabras que suenan extrañas o fotos de las supuestas maravillas del mundo. “Recuerdo –dice Ortega, sonriendo– la vez que busqué junto con una niña el significado de las palabras ‘derogado’ y ‘antaño’. Y frecuentemente me encuentro revisando imágenes de fotógrafos paisajistas, tan solo para saber cómo se ve el mundo”.
San Antonio del Tequendama, Cundinamarca
César Rojas Ángel, periodista
Desde el parque central Francisco Antonio Zea se oye el ensayo. Un grupo de unos 40 niños y jóvenes preparan el Entreverao, una especie de joropo, para la presentación del día siguiente, el sábado 3 de octubre. El maestro Diego Castro, director de la Orquesta de San Antonio del Tequendama, les dice que deben reforzar esa pieza de música llanera, cuya dificultad radica en que su entradilla lenta pasa a un compás más rápido. Los músicos deben tener la capacidad de seguir las partituras y, al tiempo, estar atentos a las instrucciones del director. El ensayo termina cerca del mediodía y Castro escribe en Whatsapp:
—Banda sinfónica, hay que pensar bien, hoy no fue un buen día.
Paula, mamá de Salomé:
—¿Qué pasó?
Sandra Moreno(con cuatro emoticones de gaticos gritando cogiéndose la cara):
—Maestro, ¿qué pasó?, oh Dios…
El maestro contesta:
—No hay concentración ni estudio.
Diego Castro me explica que tiene un grupo de Whatsapp para comunicarse con los padres de los jóvenes. Por ahí hace comentarios como este, pregunta por las ausencias, les avisa que ya terminó el ensayo o anuncia que el sábado, para el bingo pro fondos de la Orquesta, todos usarán una camisa roja.
Estamos en un salón oscuro. Las paredes cubiertas con cartones de huevos para encerrar el sonido y una ventana por donde entra la luz desde la parte alta de una escalera que va a dar a una puerta cerrada. Detrás de ella, una sala de cómputo que debería estar abierta a la comunidad. “Deben estar arreglando algo –me explica Castro–, pero normalmente ahí llega la gente a conectarse a internet”. Por ahora, el Punto Vive Digital del parque central de San Antonio del Tequendama, a un par de horas de Bogotá saliendo por Soacha, es el sitio de ensayo de la orquesta municipal. Me despido del maestro, que debe cerrar el salón, y veo que afuera, cruzando la calle, un anuncio de cartón pegado a una ventana ofrece servicio de internet. El maestro no le presta atención, se va a almorzar, ha sido un día largo.
En la mañana, él y su orquesta ya habían tenido una presentación en público, a diez minutos de San Antonio, en Santandercito, corregimiento del municipio. Pero los protagonistas no eran ellos.
La protagonista era la viceministra general del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC), María Carolina Hoyos Turbay. Esa mañana, en la Institución Educativa Departamental (ied) Mariano Santamaría, Hoyos hizo la entrega simbólica de 280 tabletas para los estudiantes de séptimo grado de la institución. Además, inauguró lo que en la cartera llaman un Punto Vive Digital Plus. A diferencia del resto de Puntos Vive Digital del municipio, que no son más que una sala de cómputo, el Plus tiene una cabina de audio, un espacio para trabajar con computadores y una sección de entretenimiento con un par de Xbox.
“Nos costó, a veces malos genios, pero hoy estamos en los gloriosos”, comentó en la tarima del evento la rectora Carmen Eulalia Martín. El alcalde, Jorge Eliécer Olaya, hizo una confesión similar cuando dijo que el proyecto les iba “sacando canas”. Antes de esta inauguración, tuvieron que ponerse de acuerdo el colegio, la Alcaldía, la Gobernación y el MinTIC. “La obra se inició en marzo del año pasado –cuenta la rectora–, y para nosotros fue difícil porque uno inicia un proceso y no cuenta con que se suspendan las actividades”.
Olaya explica que la Alcaldía encargó readecuar los espacios del colegio: “Tumbamos muros y ampliamos un par de salones para dar con las áreas que pedían en el Ministerio. Tuvimos que instalar una luz trifásica especial y poner cables y, cuando ya teníamos eso hecho, nos dijeron que los cables eran de otro voltaje. Después pusimos internet. Y necesitamos un ancho de banda que no teníamos en el municipio”.
Desde hace unos cinco años, San Antonio del Tequendama cuenta con internet público. Unos dicen que la iniciativa fue del anterior alcalde, Fidel Hernando Martínez; otros, que fue el actual, Jorge Eliécer Olaya. El crédito se lo dan a uno u otro dependiendo de la corriente política. Pero lo cierto es que cuando desactivo los datos de mi celular y entro a la sección de redes, ahí está el wi-fi de San Antonio en el primer renglón. No es la red más rápida, no es estable, pero es la que reúne a los jóvenes y no tan jóvenes en los parques de San Antonio o de Santandercito. Ahí, después de clases o en las noches, se puede ver a la gente debajo de los árboles con la cabeza inclinada hacia su celular.
¿Qué están mirando?
En el parque de Santandercito hay una pareja. Pero a simple vista son dos individuos sentados en los extremos de una banca. Ella espera mientras él mira su celular. La distancia entre uno y otro es intencional. El joven está revisando su Facebook y no quiere que los ojos de su novia vulneren su privacidad. Es un pacto tácito. Ni él mira el perfil de ella, ni ella el suyo. “¿Hace algo más en internet? –le pregunto–, ¿noticias, música, YouTube, páginas con cosas que le gusten?”. No. Solo Facebook.
Para las noticias está la televisión, para la música está la radio y para el resto están todas las anteriores, sobre todo la red social. Salvo quienes deben hacer tareas o ayudar a sus hijos con estas, la mayoría de las personas usan internet para acceder a Facebook, un hábito que va de la mano con varios estudios internacionales según los cuales para muchas personas esa red social es internet.
Luis Eduardo Azula, rector de la escuela rural San Antonio, la otra IED del municipio, sabe que es difícil cambiar esta tendencia. En los descansos, los estudiantes colapsan la red de 5 GB del colegio con chats y fotos en Facebook. Esa red social donde hay una página dedicada a los temas del municipio y se encuentran, entre otros, los videos de las presentaciones de la Orquesta de San Antonio del Tequendama.