MÚSICA

Golpe de currulao: vuelve el Festival Petronio Álvarez

Hoy la música del Pacífico vive y florece, en gran parte, por lo que el Petronio ha significado para esta región del país, sus culturas y sus comunidades. A propósito de su edición XXIII, nuestro crítico musical le pasa una necesaria mirada crítica.

Jaime Andrés Monsalve B.*
24 de julio de 2019
En medio del disfrute que para todos representa asistir al Festival Petronio Álvarez, son muchas las consideraciones de cultura ancestral, memoria y reconstrucción de tejido social que deben seguirse fomentando y que le dan ese otro tono a la festividad. Fotos: Daniel Jaramillo.

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El miércoles 6 de agosto de 1997, se escuchó el primer golpe de tambor sobre el escenario del Teatro Municipal al Aire Libre Los Cristales, de Cali. En ese momento, treinta y seis agrupaciones compitieron por una serie de premios en los que aún no había distingo entre marimba y chirimía; entre el sonido de vientos del Pacífico Norte y el violín procedente del interior caucano. A tientos, pero por un camino que el futuro demostraría correcto, comenzaba así el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, un dechado de formación, fomento y alegría surgido en el seno de manifestaciones sonoras invisibles por décadas.

Hoy, condicionar el evento mayor de la música del Pacífico colombiano justamente a eso, a la música, sería dar una visión incompleta. Cada puente de celebración de la asunción de la Virgen hace de Cali, más que en cualquier momento del año, la capital afrocolombiana itinerante, pues a la población existente de casi un millón de afrodescendientes –algo así como la tercera parte de sus dos millones ochocientos habitantes– se suman las delegaciones representativas de al menos cuatro departamentos, una suerte de población flotante que espera no solo participar de la fiesta sonora, sino también ofrecer o degustar la rica gastronomía típica; asistir a las muestras de moda y peinados afro; y departir al calor de las bebidas espirituosas ancestrales, que antes se movían de mano en mano casi de manera clandestina, pero que ahora han sido amparadas por el festival como patrimonio y como una de sus diversas virtudes.

El aforo del Teatro Los Cristales, que acogió al Petronio hasta 2007, alcanza los quince mil asistentes. En adelante, cada escenario elegido se fue haciendo pequeño en comparación con el número cada vez mayor de personas interesadas en asistir, incluyendo una porción nada desdeñable de componente blanco y foráneo: en 2018, ese fin de semana de festivo, un 20 % de la ocupación hotelera de la ciudad corrió por cuenta de ciudadanos extranjeros, según la Alcaldía de Cali. En 2018, veintiún años después, la Unidad Deportiva Alberto Galindo albergó alrededor de cien mil personas, presentes en el lugar desde las primeras jornadas eliminatorias hasta la final del domingo en la noche, pasando por la llamada Noche Internacional del sábado.

Los presentes habrán disfrutado. Muchos no desaprovecharon la oferta de jornadas académicas, talleres y foros que le dan sentido al Petronio como semillero de formación y memoria, en el llamado Quilombo Pedagógico Germán Patiño Ossa. Y la mayoría de ellos se habrán quedado hasta las primeras horas de la madrugada del lunes, pendientes de quiénes fueron los ganadores de las cuatro categorías actuales: marimba, chirimía, versión libre y violín caucano.

Una vitrina exitosa

Sería una necedad no reconocer la importancia que el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez ha acusado desde varios frentes. La capacidad hotelera de Cali supera por estos días el 75 %, el evento genera dos mil quinientos empleos directos e indirectos, y en la Ciudadela se mueven alrededor de veinte mil millones de pesos en negocios. Pero el factor musical ha sido el mayor beneficiario. Desde Leonor González Mina (la Negra Grande de Colombia) y del Combo Vacaná, que dirige el músico bonaverense Enrique Urbano Tenorio (Peregoyo) –figuras que vivieron su mayor momento de fama hacia las décadas de los sesenta y los setenta–, los sonidos del Pacífico vivían una suerte de anquilosamiento, producto de años en que la industria discográfica, los medios masivos y los escenarios del mainstream les dieron la espalda. A ello se suma que muchas de las tradiciones sonoras del suroccidente colombiano se encuentran circunscritas a espacios rituales, que por dificultades en la transmisión intergeneracional estaban llamadas a desaparecer.

Hoy, la música del Pacífico vive y florece, en gran parte, por cuenta de la vitrina que constituye el Petronio. Los jóvenes aspirantes a músicos en los departamentos del Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño se han interesado por darle continuidad al sonido de sus ancestros; en muchos casos sin tener que dejar de lado la música que los interpela generacionalmente: el rock, la electrónica y el hip hop.

Gracias al Petronio, que en el año 2000 coronó como ganadores en la categoría versión libre al grupo chocoano Saboreo, a finales de ese mismo año la Feria de Cali se revolucionó con un tema de ese colectivo titulado “La vamo a tumbá”. “Más de tres décadas después del éxito de ‘Mi Buenaventura’, cantada por Peregoyo, una canción con sabor del Pacífico ponía a bailar al país”, recuerda la Guía (incompleta) al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, emitida por la organización en 2017. A esa historia se sumaron Herencia de Timbiquí, con su propuesta moderna a partir del formato tradicional de marimba de chonta mezclado con elementos de la chirimía; y, por supuesto, ChocQuibTown, la más exitosa propuesta de cuantas han aunado lo tradicional pacífico con el hip hop, una de las experimentaciones más comunes de la categoría versión libre, en la que Goyo, Tostao y Slow, integrantes del colectivo, fueron absolutos pioneros.

Justamente en calidad de pionero y como resultado de su vocación de modelo exitoso y único, el Petronio puede ser –como lo ha sido en veintidós años– objeto de revisión y análisis, en aras del perfeccionamiento. A unos pocos días de la edición número veintitrés, este año, en homenaje a Aura María González Lucumí, matrona cantora del corregimiento caucano de La Toma, Suárez, también hay algunos goznes por aceitar.

Crear, interpretar, difundir, proyectar

El objetivo general del proyecto que en 1997 le dio apertura al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez era “estimular la creación, la interpretación, la difusión y la proyección de la música del Pacífico colombiano y ecuatoriano a nivel nacional e internacional”. Quienes le han hecho un seguimiento histórico al evento coinciden en que esas cuatro líneas han tenido desarrollos particulares que, en todos los casos, han llevado a la reflexión, en busca de acciones específicas para preservar, mejorar o darle un vuelco a lo implementado.

Un primer asombro, evidente al leer esa línea básica de trabajo, tiene que ver con la exploración, más bien escasa, de los sonidos del Pacífico ecuatoriano, tal como se había establecido, a la manera de una panregión. En ese sentido, valdría la pena recordar que el significado que desde lo musical y lo ancestral han tenido aquí figuras como José Antonio Torres (Gualajo), Alfonso Córdoba (el Brujo), o Zully Murillo en el hermano país lo tienen Guillermo Ayoví (Papá Roncón), Segundo Nazareno (Don Naza), o las Tres Marías, músicos a quienes valdría la pena conocer mucho mejor por estas tierras.

No es un secreto que la iniciativa ha sido exitosa en términos de la interpretación musical. El profesor Manuel Sevilla, vinculado desde 2008 al Petronio Álvarez desde varios frentes, dice “que el evento es, como siempre se buscó, un punto de referencia para intérpretes en distintos territorios del Pacífico”; de la misma manera que lo es para músicos de otras latitudes, interesados en la apropiación de los sonidos del currulao, el torbellino, la rumba, el berejú y el bambuco viejo.

Con respecto a la creación, vale la pena revisar la generación de nuevos repertorios para verificar si hay un estímulo importante en la actualidad. Si bien desde la primera edición del Petronio existe una categoría de canción inédita, rubro cuyo objetivo en cualquier festival es alimentar la tradición con nuevas canciones, es poco lo que se hace a posteriori por difundirlas. Y mientras esto ocurre, muchas agrupaciones participantes siguen llegando hasta los eventos clasificatorios zonales, o directamente al escenario del Alberto Galindo, sin salirse de cinco o seis grandes clásicos estilo “Mi Buenaventura”, “Teresa”, “El porteñito”, “Mi peregoyo” y, por supuesto, “La vamo a tumbá”.

El mismo problema acusa el repertorio instrumental de la chirimía chocoana que, pese a ser vastísimo, no ha sido explorado a conveniencia. En ese sentido, aparte de las medidas reglamentarias que empezarán a tomarse en los zonales, es muy positiva la puesta en escena que este año llevará a cabo la Pontificia Universidad Javeriana sede Cali, que por medio de una beca de creación del Ministerio de Cultura creó un monólogo musicalizado con repertorio instrumental del Chocó poco conocido, que será visto en la edición veintitrés del festival.

De igual manera, hay una preocupación, de cierto tiempo hacia acá, en lo concerniente a la categoría versión libre, aquella de la que se esperaría la mayor dinámica, ya que es desde la que aparecen nuevos formatos revolucionarios para la interpretación. Y si bien este rubro ha visto coronar propuestas en su momento completamente originales como Grupo Bahía, Saboreo, Tamborimba y Herencia de Timbiquí, de un tiempo para acá la propuesta ha sido más bien homogénea, acaso por una repetición de formatos y sonidos que siguen apelando a lo que en algún momento fue exitoso.

“Creo que la categoría se está limitando a un patrón, y no han logrado salirse del formato de guitarra eléctrica, bajo y batería”, asegura Luisa Piñeros, periodista del equipo de Radio Nacional de Colombia que ha asistido al Petronio por diez años consecutivos. “Si no se renueva, es tanto como tener un cartucho desperdiciado. Es más un tema de arriesgarse por parte de los músicos, pero hay que ver también hasta qué punto la organización del festival permite esos riesgos”.

Si hay algo más que celebrarle al Petronio a lo largo de su historia seguramente es su acierto a la hora de fomentar la difusión y proyección (los otros dos componentes del objetivo principal) de los sonidos que se deben resaltar. En 2008, sin ir más lejos, el evento abrió una categoría específica para las manifestaciones de violín caucano (hasta ese entonces partícipes en la categoría versión libre) y los cantos de los valles interandinos del norte del Cauca, el sur del Valle y el valle del río Patía.

Este año, en consonancia con ese espíritu consecuente, se abre una nueva categoría dedicada a la chirimía de flautas caucanas, música de fuerte influencia indígena con incidencia popular durante décadas. “El Pacífico es étnicamente diverso y el objetivo principal del festival no habla de música exclusivamente afrocolombiana o afropacífica –explica Manuel Sevilla–. Un pendiente del evento es visibilizar las músicas indígenas de la región, así eso parezca ir en contravía de lo que la gente imagina que es el Petronio. El Chocó tiene un componente caribe que es muy importante y no lo conocemos. Y el Pacífico no es solo litoral”.

En medio del disfrute que para todos representa asistir al Festival Petronio Álvarez, son muchas las consideraciones de cultura ancestral, memoria y reconstrucción de tejido social que deben seguirse fomentando y que le dan ese otro tono a la festividad; esa importancia capital extramusical que no va en contravía del espíritu alegre de una marimba junto con un cununo y un guasá.

*Monsalve es periodista y crítico musical de ARCADIA. Trabaja como jefe musical de Radio Nacional de Colombia.