Desde pequeños, los Hernández aprendieron a querer la música en su natal Aguadas: Gonzalo tomó la bandola; Pacho, el tiple, y Héctor –el ejecutante más virtuoso y llamativo en la escena–, la guitarra.

MÚSICA

Los Hernández, los 'rockstars' colombianos de los años treinta

Hace cien años los ovacionaban en cuatro continentes, pero cayeron en el olvido. Ahora, un nuevo CD/DVD, el rescate de viejas imágenes hollywoodenses, un libro y un documental buscan sacarlos del olvido.

Jaime Andrés Monsalve B.*
1 de octubre de 2019

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A mi padre

La primera vez que Héctor, Gonzalo y Francisco ‘Pacho’ Hernández se presentaron en público en su pueblo natal lo hicieron como integrantes del coro de la iglesia central. El padre Domingo Mejía los convocó luego para participar con sus canciones en los actos protocolarios por la llegada de la luz eléctrica al lugar. Algunos textos recuerdan cómo esa noche se encendió un bombillo en el centro de la plaza principal, para beneplácito de los presentes.

José Ignacio Villegas, gobernador de Caldas, se había disculpado por no asistir. Sottovoce se le escuchó decir que no iba porque “ese pueblo queda en la porra…”.

Aún hoy, pasados más de cien años, llegar hasta el escarpado municipio de Aguadas supone un viaje tortuoso de cuatro horas por tierra desde Manizales, surcando una orografía de altibajos ora pavimentados, ora sin pavimentar. Hace un siglo llegar suponía una odisea: había que estar provisto de un espíritu visionario para pretender salir de Aguadas a conquistar terrenos, acaso más inexpugnables, de al menos cuatro de los cinco continentes.

Corre agosto de 2017. En el marco del ya tradicional Festival Nacional del Pasillo de Aguadas hay revuelo en la Biblioteca Pública porque por primera vez luego de ochenta años va a poder verse un documento que registra a Héctor, Gonzalo y Pacho actuar y cantar. Gracias a la tozudez de Gustavo Jaramillo, vinculado como melómano a la Fundación Musical Hermanos Hernández/Colombia Canta, y de su hija Ana, hábil exploradora de los recovecos de internet, salió de los archivos de Universal

Pictures un corto de variedades de Hollywood, Teddy Bergman’s International Broadcast, grabación de 1936 en que, efectivamente, en un emocionante fragmento de poco más de dos minutos, los Hermanos Hernández aparecen cantando el pasillo “Tenue silfo” en su tradicional atuendo de corbatín y chaquetilla. Al público le es imposible no soltar una ovación como si los tuvieran en frente; una salva de aplausos tan cerrada y resuelta como la del día en que se iluminó la bombilla central del pueblo.

En 2019, gracias a la labor de los herederos familiares y musicales de los Hernández, en conjunto con la fundación que lleva su apellido, el recuerdo de estos músicos espera volver a salir del cofre en que se encuentra desde hace tanto tiempo, para que Colombia conozca su cinematográfica aventura por el mundo; para que se les dé su lugar como pioneros en la ejecución de nuestros aires en el ámbito internacional. Se está trabajando en ello con una serie de entregas, de las cuales ya está disponible un disco con video en DVD en que varios músicos de nueva generación reinterpretan temas hechos clásicos por la familia Hernández.

“Una cuchillada dulce…”

El olvido general en que ha caído todo lo referente a los Hermanos Hernández habla con elocuencia de nuestra propia desmemoria. Su periplo por países de América, Europa, África y Asia a comienzos del siglo pasado los hace tan pioneros de los escenarios internacionales como lo han sido en su momento el dueto Wills y Escobar, la Lira Colombiana de Pedro Morales Pino, el barítono Carlos Julio Ramírez y, por supuesto, J Balvin, Shakira, Carlos Vives, Juanes et al.

El secreto, según explica Gustavo Jaramillo, es que “fueron excelsos no solo en la interpretación de la música andina colombiana, sino también como ejecutantes de los grandes maestros clásicos y de la música folclórica de los países que visitaban”.

Desde pequeños, los seis hijos y las cuatro hijas del matrimonio Hernández Sánchez aprendieron a querer la música y a tocar los instrumentos de cuerda. No por nada el clan fue conocido cariñosamente en su Aguadas natal como Los Grillos. Del nutrido grupo familiar se desprendió el trío. Héctor tomó la guitarra; Gonzalo, la bandola, y Pacho, el tiple, así como la mayor parte de las composiciones. “Desde un principio, cada uno había asumido un rol que garantizaba el éxito del grupo en tanto empresa artística: Héctor era el ejecutante más virtuoso y llamativo en la escena; Gonzalo fungía como albacea y cuidaba celosamente cada peso adquirido; y Pacho, el más locuaz y ocurrente, conseguía fácilmente contratos y fechas”, cuenta Sofía Elena Sánchez, guitarrista y productora samaria, miembro de la cuarta generación de la familia.

No contento con la ejecución de bambucos y pasillos en su formato tradicional, a Héctor se le ocurrió, entre otras cosas, hacer un xilófono con botellas de coñac –lo llamaron botellófono– y extraerle música a un serrucho, frotándolo con un arco de violín. El fantasmagórico sonido de ese “instrumento” quedó registrado para la posteridad en algunas de las casi doscientas veinte grabaciones que los Hermanos Hernández realizaron para RCA Victor en Estados Unidos.

Las correrías de Los Grillos empezaron en Manizales hacia 1921, cuando se vincularon al llamado Circo Riego, presentándose como el Trío Arpa del Ruiz. Giraron por la costa Caribe y llegaron a Venezuela de manera irregular, pues no habían prestado servicio militar; al menos uno de ellos era menor de edad y no tenían pasaporte. El embajador colombiano en Caracas los dotó del documento poco antes de que decidieran retirarse del circo y de salir hacia Cúcuta, expulsados de Venezuela: al abandonar la carpa, celoso, el director de la troupé los había acusado de ser espías.

Un año después, luego de haber recorrido el interior del país con sedes en Manizales, empieza la verdadera historia de éxitos del trío, llamado entonces Hermanos Hernández o, como los denominaron en otros países, Trío Colombiano. Tras salir hacia Centroamérica por Panamá, llegaron a las Antillas y luego a México, donde su espectáculo fue objeto de amplio predicamento, en especial por la curiosidad del llamado serrucho melódico. “¡Supera al violoncello!”, declaró el entusiasta cronista del periódico mexicano Universal Gráfico. “Parece que sale al roce del arco una lamentación que se va agudizando al capricho del ejecutante para penetrar en nuestro temperamento artístico como una cuchillada dulce que nos escalofría”, dice la cita completa del periodista, conservada por Juan Ramón Grisales en su semblanza Hermanos Hernández, primeros embajadores de música colombiana (1993).

Tras una exitosa temporada mexicana y luego de pasar dos meses más de gira por Australia en 1927, los Hernández pisaron Estados Unidos. Allí Gibson, el fabricante de guitarras, dotó a Héctor de un extravagante híbrido llamado guitarra-arpa, que asombró al público y a la vez lo convirtió en el primer artista colombiano en recibir el patrocinio de una marca multinacional de instrumentos.

En Estados Unidos conocieron la gloria y la miseria. De la misma manera que alternaron en los mejores teatros de Broadway, donde se codearon con Rodolfo Valentino, Charles Chaplin y la pléyade de Hollywood en pleno, y así como cantaron para el presidente Herbert Hoover y después para el mismísimo Al Capone, tuvieron también que pasar las duras y las maduras durante la Gran Depresión, en 1929, y compartieron sótano neoyorkino con un grupo de colegas mexicanos, incluido el director de orquesta Luis Alcaraz. Como en la mismísima La bohème, de Puccini, entre todos enviaban a la calle bien arregladito al muy locuaz de Pacho –elegido por unanimidad como el más guapo de los cohabitantes– para encargarlo de conseguir dinero entre el grupo de prestantes viudas y damas solitarias de Manhattan, ofreciéndoles los “servicios” a que hubiera lugar. Esta situación le sigue divirtiendo, en pleno uso de sus facultades, a doña Blanca Gutiérrez de Hernández, viuda de Pacho, que hoy, a sus 96 años, vive en La Estrella, cerca de Medellín.

Estando en Nueva York, donde vivieron una década, en 1937 fueron contratados para una gira europea que los llevó a Portugal, España y Francia. De ahí fueron a recorrer el norte de África con sus canciones y se embarcaron rápidamente, impelidos por la Segunda Guerra Mundial, rumbo al Cono Sur con destino a Brasil, Argentina y Chile. Luego de visitar Lima y Quito fueron objeto del entusiasta recibimiento de sus paisanos aguadeños.

Estando allí, se les informó de la muerte de su madre en Manizales. En varias oportunidades los viajes de los Hermanos Hernández se vieron condicionados por lo que más les importaba en el mundo: la familia. Volvían a Manizales casi siempre para visitar a su señora madre, y cuando murió el padre, mandaron por ella para que conociera Nueva York. Tras la partida de la matrona, en lo sucesivo, los Hernández limitaron sus correrías al ámbito local y establecieron su sede en Bogotá.

Una temporada en el Teatro Colón, su debut en Medellín y el recorrido en tren por diferentes localidades colombianas como parte de una compañía de varieté llamada Colombia Canta fueron algunas de las últimas labores que los Hernández cumplieron como trío. En mayo de 1948 falleció Héctor, el mayor, y eso determinó la disolución, pese a que muchos colegas guitarristas se ofrecieron a ocupar su lugar.

Desde pequeños, los Hernández aprendieron a querer la música en su natal Aguadas: Gonzalo tomó la bandola; Pacho, el tiple, y Héctor –el ejecutante más virtuoso y llamativo en la escena–, la guitarra. Foto: Cortesía de Sofía Elena Sánchez.

Cadenita de eventos

Tras la forzosa desintegración, Gonzalo siguió dedicado a la docencia y, poco antes de morir en 1958, dejó grabado el primer disco de tiple solista en la historia, que no alcanzó a ver impreso. Pacho, por su parte, promovió entre amigos músicos y políticos las primeras leyes de propiedad intelectual para la música, esfuerzos de los que se desprendió la creación de Sayco. Ya en el ocaso, un viaje a la Costa fue parte del detonante del CD/DVD que acaba de ver la luz bajo el nombre La travesía de Los Grillos.

En marzo de 1968, dos años antes de su muerte en Bogotá, Pacho Hernández viajó a visitar a sus primos Graciela y Alfredo y a paliar sus dolencias frente al mar, en el clima benévolo de Santa Marta. Estando allí, les enseñó algunas composiciones inéditas entre bambucos, pasillos y boleros, más un par de instrumentales del tío Marcos Sánchez, el Grillo Viejo. Ahí estaba, entre ese puñado de piezas, la canción criolla “Cadenita de oro”, otra prueba fehaciente de amor filial; en ella, el autor recordaba cómo su madre los había despedido, decididos a dar su primera correría por el mundo hacia 1920, dándoles una cadena de oro, con su medallita.

Quiso el dios del rigor que durante sus extensos periplos internacionales los propios Hernández fueran los más juiciosos compiladores de cuanto aviso, mención, pieza gráfica o artículo de prensa apareciera sobre ellos. Hoy, ese acervo se encuentra en manos de la Fundación Hermanos Hernández, en un par de grandes álbumes con anotaciones al margen hechas por los propios Héctor, Gonzalo y Pacho. Ha sido la fuente más consultada para la elaboración de monografías, semblanzas y, próximamente, para el resto del proyecto que encabezan Sofía Elena Sánchez y la Fundación, y que contempla además un documental y un libro que podría llegar a considerarse una biografía definitiva.

De igual manera sobrevivieron las cintas de carrete abierto con las voces de Pacho y los primos samarios, materia prima que permitió la grabación del disco que hoy ve la luz, con recursos del Programa de Estímulos del Ministerio de Cultura, compuesto por versiones instrumentales hechas por miembros de la familia en cuarta y quinta generación y por el virtuoso trío boyacense Palos y Cuerdas, que acompañan a cantantes de la talla de Victoria Sur, Niyireth Alarcón, Fabián Hernández, Luz Ángela Jiménez, Paula Ríos, Ana María Ulloa y Aníbal de los Reyes. Se trata del único documento sonoro de los Hernández al alcance, aparte de aquella única compilación hecha para el mercado nacional hace ya más de cincuenta años por el sello RCA Victor, en su serie Aquellas canciones, un LP que tomó carácter de incunable, con curaduría de Hernán Restrepo Duque.

Hoy, cuando todo tiene la fugacidad de un clic, La travesía de Los Grillos supone un verdadero emprendimiento de justicia no solo respecto a la agrupación en particular, sino también frente a un espíritu de época, un amor por la música que, al decir de Francisco Javier Hernández Giraldo, director de la Fundación Musical Hermanos Hernández, les permitió a estos virtuosos aventureros salir de Aguadas hacia el mundo “sin más recursos que su genialidad y dotes musicales, interpretativas y creativas”.

*Monsalve es periodista musical, jefe musical de Radio Nacional de Colombia y crítico musical de ARCADIA.