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St. Vincent (Annie Clark) ha colaborado con artistas como David Byrne (Talking Heads) y Beck.

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St. Vincent, una 'rockstar' para tiempos modernos

La artista, ícono de la música alternativa y del movimiento 'queer' en el mundo, debutará en Colombia el 7 de abril en el Festival Estéreo Picnic.

Eduardo Santos*
27 de marzo de 2019

Este artículo forma parte de la edición 161 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.

St. Vincent no es el nombre de una banda, sino de una mujer banda. Es el alias artístico de Annie Clark, música, cantautora y productora de 36 años nacida en Oklahoma, que ha tenido en Nueva York su base de operaciones desde sus primeros veintes. Ahí tomó el nombre de uno de los hospitales más célebres de la ciudad, St. Vincent, inspirada también por una línea de “There She Goes, My Beautiful World”, de Nick Cave, para darle nombre a un proyecto que ha experimentando con el art pop y el rock, y de ese modo se ha convertido en uno de los últimos estandartes de la música alternativa en el mundo.

A Clark, que ha hecho discos desde hace más de una década, le gusta mutar estéticamente con sus producciones: de la muchacha inocente de Marry Me (2007) y Actor (2009), pasando por la figura más oscura y victoriana en Strange Mercy (2011) y Love This Giant (2012), al personaje sacado de un culto alienígena en su disco homónimo de 2015 y la dominatrix de institución mental de su más reciente producción. St. Vincent comprende todo un universo artístico cambiante.

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En su infancia, Annie Clark admiraba a los grandes del rock. Jimi Hendrix, Led Zeppelin y Jethro Tull estaban entre sus favoritos. Ponía sus discos una y otra vez cuando regresaba de estudiar a su casa, en los suburbios de Dallas. También repetía en el televisor la imagen de Lou Diamond Phillips, el actor que representó a Ritchie Valens en su biopic de 1987, musicalizando alguna fiesta con su resplandeciente guitarra eléctrica blanca al ritmo de “La bamba”, una de las canciones clave en los inicios del rock and roll en Estados Unidos.

Comenzaban los años noventa y el grunge, movimiento musical de Seattle encabezado por bandas como Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden, redefinía los cánones del rock en el ámbito global con una mezcla distorsionada entre punk rock y heavy metal, inspirando a toda una nueva generación de artistas a decantarse por esta nueva subcultura del rock. Cuando tenía apenas nueve años, Clark presenció el lanzamiento de Nevermind, de Nirvana, uno de los trabajos más importantes en la historia del género, que para ella fue el antes y el después en su relación con la guitarra y con la idea de dedicarse a la música seriamente. “Era tan fanática de Pearl Jam y Nirvana que me hubiera peleado a puños por defenderlos. El arte importaba”, aseguró en una entrevista con The Guardian.

Además del gusto por su música, la banda de Kurt Cobain se convirtió en un espacio seguro para Clark en el contexto de la conservadora sociedad texana en la que se crio. Cuando se graduó del colegio, y para escapar de ese ambiente rígido y religioso, se fue de gira con su tío Tuck Andress, un reconocido guitarrista de jazz que desde finales de los años setenta tuvo un dúo con su esposa: Tuck & Patti. St. Vincent tuvo así un primer acercamiento a la vida de las estrellas de la música comercial.

Tras dos años y medio de estudio en Berklee College of Music, en Boston, y la decisión de abandonar la carrera, un intento fallido de llegar al estrellato en Nueva York la puso de nuevo en Texas, el hogar del que tanto quiso irse, pero también aquel en donde su carrera despegó. Primero como cantante y guitarrista de la banda de rock The Polyphonic Spree y después al irse de gira con el músico de folk Sufjan Stevens, quien la contrató fascinado por su manera de usar las pedaleras de efectos en sus solos en vivo. La hizo entonces telonera de sus presentaciones. “Es increíble el hecho de que, siendo mujer, tuviera la atención de todos en un contexto tan heteronormativo que destacaba nada más que su destreza, ingenuidad y ética de trabajo”, le dijo Sufjan Stevens a la revista The New Yorker en 2017.

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Desde que saltó a escena como St. Vincent con su disco debut Marry Me (2007), Clark demostró sus dotes de multiinstrumentista al tocar y dirigir las guitarras, las percusiones y los sintetizadores. Ese trabajo, excéntrico en la instrumentación, sería el punto de partida de la construcción de su propio sonido, en el que distintas estructuras musicales conviven naturalmente gracias a un impecable trabajo de producción.

Su estilo, que se hizo conocido por los arreglos, se suma a la manera en que en sus letras St. Vincent propone una narrativa femenina desde distintas perspectivas, sin ser necesariamente personal. Así quedó plasmado en Actor (2009), un álbum escrito desde las historias de mujeres imaginarias cansadas de sus rutinarias vidas. “And I can’t see the future but I know it got big plans for me”, canta en “Laughing With a Mouth of Blood”. Otros temas tratan sobre sentirse juzgado por los vecinos o la fantasía que hemos tenido todos de amanecer siendo alguien nuevo.

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En una fiesta en 2009 en que interpretó canciones de su segundo disco, Annie Clark conoció a David Byrne, el mítico exvocalista de Talking Heads. Esa noche hablaron por primera vez y se dieron cuenta de que la admiración era mutua. A los pocos días decidieron grabar juntos, sin saber muy bien qué. “Había belleza y esta idea bestial, pero con los roles inversos: yo era la belleza plástica y Annie, la bestia feroz”, dijo Byrne sobre los inicios de la colaboración. En los tres años siguientes, ambos artistas intercambiaron melodías y arreglos por correo electrónico y como resultado surgió Love This Giant. Con este St. Vincent exploró con composiciones pensadas desde los instrumentos de viento, propuestas por el propio Byrne, y en las que demostró que como música y productora no tenía ningún temor de crear con uno de los grandes.

Aunque el rostro de porcelana de Clark protagonizó sus dos primeras portadas, en Strange Mercy (2011) lo hizo una boca gritando, tapada con una especie de plástico blanco. Es un álbum potente y catártico en que quiso innovar, inspirado en grandes referentes como Talking Heads y los diarios de Marilyn Monroe, y de donde salieron clásicos de su repertorio como “Cruel”, “Cheerleader” y “Surgeon”.

En el mundo de St. Vincent no existe una sola manera de componer: a veces comienza con una idea, un referente, una obra de arte otra. A veces, experimentando con una máquina MPC haciendo beats.

En 2017, lanzó Masseduction, su quinto trabajo como solista, en que, como lo ha dicho ella misma, dejó expuesto su lado más íntimo con canciones que permiten lecturas distintas del amor y el desamor; la nostalgia que produce la lejanía o el miedo al futuro. Con ese disco se presentará en el Festival Estéreo Picnic de 2019.

Como ha sido costumbre a lo largo de su carrera, entre los ritmos electrónicos explosivos, las cuerdas estruendosas y distorsionadas y las baladas tristes en piano se impone un personaje que viste con trajes de cuero ceñidos al cuerpo delgado y blanquísimo, pelo corto, oscuro y brillante y la guitarra eléctrica con que posa, herramienta base de su obra.

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Con su música, pero también con su imagen, Annie Clark se ha convertido en un ícono feminista moderno. Diseñó su propia guitarra, pensada para el cuerpo femenino, para la compañía Ernie Ball y llenó los zapatos de su ídolo Kurt Cobain para presentarse con Nirvana en una noche en la que también participó Kim Gordon, la consagrada exbajista de Sonic Youth. Suele contratar ingenieras de sonido para sus discos e intérpretes mujeres para sus giras, y en este momento lidera una campaña con Alicia Keys para animar a más de ellas a entrar a la industria. “Se trata de tener más mujeres en posiciones de poder para que el sexismo sistemático deje de quitarles oportunidades a personas que las merecen”, dijo después de los Grammy de este año.

Cuando la revista Rolling Stone le preguntó en 2014 sobre su sexualidad, Clark fue directo al punto: “Creo en la fluidez de género y la fluidez sexual. No me identifico como nada y creo que es posible enamorarse de cualquiera”. Un año después de esa declaración, hizo pública su relación con la supermodelo británica Cara Delevingne, que surgió paralelamente a la promoción del disco homónimo de St.Vincent, el cuarto de su carrera.

En medio de un noviazgo mediático, y con el álbum estéticamente más disruptivo de su carrera entre manos, St. Vincent saltó al estrellato global. Los espectáculos en que apareció con el pelo blanco y una túnica negra, como si fuera la líder de un culto alienígena, elevaron el estatus de su acto. Pero en el camino le llovieron críticas por, supuestamente, llevar la guitarra como un simple accesorio. Clark respondió de la única manera que sabe: ganó el Grammy a Mejor álbum alternativo.

*Periodista freelance