ÓPERA
El 'Falstaff' colombiano: una belleza imaginaria y fugaz
Hace 25 años debutó Valeriano Lanchas con la Ópera de Colombia. Para celebrarlo, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y la misma Ópera realizan un montaje de la única comedia de Verdi, con una producción envidiable, que contradice a un director de Colcultura que alguna vez dijo que quien quisiera ver ópera bien podría irse a Nueva York.
Sir John Falstaff es descrito por Shakespeare en Las alegres comadres de Windsor como un fanfarrón al que le gusta enredarlo todo, un pícaro de tripas hechas con masa de pastel, un hombre que podría derretirse en su misma grasa con el perverso fuego de la lujuria, un gordo que no cabría en un tarro de pimienta.
En otras palabras, un ejemplo superlativo y obeso de los hombres que engañan a los demás y que se engañan a sí mismos. Alguien dudosamente virtuoso, que combate en vano con el paso de los años y trata de rescatar con mentiras el esplendor de una belleza imaginaria y fugaz. El dueño de un cuerpo agobiado por los kilos, tantos que la memoria de su juventud se pierde entre el racimo de carne que hace de Falstaff un bulto de vanidades.
Mientras la vejez reta su frivolidad y lo humilla por su ceguera ante el tiempo, en la biografía de Giuseppe Verdi sucedió al contrario: dudó en comprometerse con el poeta Arrigo Boito, que antes de Falstaff escribió para Verdi el libreto de Otello, pero decidió enfrentarse a los temores de la vejez y de la energía que podía escapar en términos creativos, concluyendo su ciclo operático con la risa que rejuvenece.
Aunque no era del todo extraña la palabra cómico para Verdi, sí fue rara en su obra cuando era un profesional de la tragedia. Se repiten con frecuencia en sus 28 óperas los rótulos de melodrama, drama o tragedia lírica. Pero al final de su vida, cuando se acercaba a los 80 años de edad, el buen Giuseppe celebró a Shakespeare, uno de sus autores queridos, con la figura hilarante de Falstaff.
Felizmente era un lobo curtido en los escenarios y en las adaptaciones de la literatura a la ópera –algunos de los autores a los que honró con su música, además de Shakespeare: Víctor Hugo, Byron, Schiller, Voltaire, Dumas–. ¿Cómo llevarlos al teatro lírico sin desvirtuarlos?
“En los parlamentos de una tragedia”, afirmó Verdi, “no importa si hay muchas palabras o muchas frases para completar la métrica o conseguir una rima. En música no es así… Demasiadas palabras o demasiadas frases arruinan el dramatismo… Creo que para una ópera en la música moderna hay que adoptar versos sin rima”.
Las palabras de Boito fueron otro reto para Verdi. El poeta le ofreció en Falstaff su versión de Las alegres comadres de Windsor, con matices de otra obra de Shakespeare en la que aparece el caballero, Enrique IV, sumándole al texto giros provenientes de Boccaccio en el Decamerón. Así que a las acrobacias que descubren los juegos de palabras de Shakespeare, Boito le agregó las invenciones que escribió Boccaccio en el siglo XIV con las peculiaridades idiomáticas de Florencia –y con la picardía de Boccaccio cuando las expresiones de doble sentido revelan la nostalgia de Falstaff por un erotismo perdido, evocado como el fantasma de su potencia viril–.
Falstaff fue entonces un viaje musical y literario que encontró su lugar en el repertorio de las compañías de ópera alrededor del mundo. Menos en Colombia, donde tendrá su estreno 124 años después de que se presentara por primera vez en Milán –que las ideas y sus ilusiones avanzan en la geografía doméstica como una rana nadando en una piscina de miel: llegan pero se demoran–.
Como sea, acá estarán Sir Falstaff, Shakespeare y Verdi gracias a una coproducción realizada por el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo y la Ópera de Colombia, dirigiendo Rodolfo Fischer la Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá y Luis Díaz Herodier el Coro de la Ópera de Colombia; encargándose de la dirección escénica Alejandro Chacón; Sergio Loro del diseño de la escenografía; Adán Martínez del vestuario y la caracterización, y Jheisson Castillo del diseño de iluminación.
¿Y Falstaff? Será el bajo Valeriano Lanchas, debutando en el papel del personaje al que la señora Page, una de las alegres comadres que intenta seducir en vano, le dice: “Vamos, Sir John, aun suponiendo que hubiéramos expulsado la virtud de nuestros corazones, echándole a patadas, y nos hubiéramos entregado sin escrúpulos al infierno, ¿cree que el diablo podría hacer de usted nuestro placer?”.
El sueño del pibe
Un chico, que a los 15 años de edad veía emocionado en el Teatro Colón de Buenos Aires el Siegfried de Wagner, una ópera monumental a la que fue porque le gustaban la mitología y los dragones, no sabía entonces que el asombro lo llevaría por el rumbo de los escenarios líricos hasta encontrarse en 2017 como director escénico de Falstaff en el Teatro Mayor.
Afortunadamente fue así y Alejandro Chacón, recompensado por los años que han transcurrido entre Siegfried y Falstaff, es quien moldea con los cantantes el humor de la ópera de Verdi.
Durante una conversación en la que gira alrededor de la mesa la historia de los siglos cantados con las proezas insólitas que honran la voz del ser humano, es notable su erudición hecha oficio al servicio de la Ópera de Colombia.
Con una mirada aguda y una sonrisa insinuada por el placer que le causa a Chacón hablar de su trabajo, recuerda los viajes que se han multiplicado a través de una carrera cercana a las cuatro décadas, partiendo desde el Colón de Buenos Aires a un largo itinerario por el mapa de Iberoamérica.
“He trabajado en todas partes, menos en Bolivia y Paraguay. Empecé en el Colón y pasé a Caracas, donde viví desde 1982 hasta 1995, cuando se disfrutaban los tiempos de la prosperidad económica en la ‘Venezuela Saudita’. Tenían tanto dinero que inauguraron en 1983 el teatro Teresa Carreño y, como no tenían qué ponerle adentro, se llevaron a medio Colón. Poco después, en Colombia, un célebre director de Colcultura canceló la Ópera de Colombia en 1986 con el argumento de que hacer ópera era muy caro y que los que quisieran verla podían viajar a Estados Unidos como él. Pero Gloria Zea la revivió en 1991 e hizó un Don Giovanni en el Camarín del Carmen, donde cantaba una cubana que también vivía en Venezuela, a la que Gloria le preguntó si sabía de alguien que le pudiera ayudar. Entonces Gloria fue a la embajada de Colombia en Caracas, me contactó y me propuso que montáramos El barbero de Sevilla, y me quedé en el país desde 1995”.
Se encajaban lentamente las piezas del rompecabezas para que Sir Falstaff llegara a Colombia; para que el propósito de Chacón de emocionar en un trance operático al público fuera un reto que se cumpliera en la escena.
“La ópera tiene que emocionar al público. Si no sale llorando del teatro es porque algo falló. Y eso, en esencia, es lo que pretende la ópera: la emoción. Con Puccini, por ejemplo, es algo inevitable cuando es un terrorista musical que tiene acordes que te hacen llorar a pesar tuyo. Por eso es un género que se concibió desde siempre como algo popular. Aquella vez, cuando vi el Siegfrid en Buenos Aires, me impresionó que la gente gritara y lanzara coronas de laurel al escenario. Fue una experiencia tan singular que ahora me parece más al fútbol o a los toros que a un concierto, además porque la gente es fanática de la ópera o la odia, no hay términos medios”.
Una pasión que incluso podría considerarse como un conjuro terapéutico cuando la comedia es capaz de aliviar el cinismo de una época doblegada a la tragedia.
“Hay una carta en la que Verdi se queja con Boito diciéndole que después de la gran escena del segundo acto la acción decae en Falstaff porque solo sigue una boda. Boito le contestó a Verdi que ese problema lo tenían Shakespeare y, en general, las comedias, porque una vez que se descubría el meollo del asunto, todo terminaba en un final feliz y, casi siempre, en una boda”.
Shakespeare y Verdi en Los Andes
Para Alejandro Chacón es una coincidencia que este año se presenten en Bogotá dos adaptaciones de Shakespeare por Verdi y Boito: Otello, a finales de junio y principios de julio por la Sinfónica Nacional de Colombia en el Teatro Colón, y Falstaff, a finales de septiembre por la Filarmónica de Bogotá en el Teatro Mayor. Una coincidencia generosa para el público que puede ver lo que Chacón considera otra virtud del género: aparte de que nació como una expresión popular, “la ópera es cine en vivo, el verdadero cine en 3D”.
De la tragedia a la comedia, el talento de Verdi solo cambia en su registro dramático.
“Falstaff es divertida y musicalmente perfecta. También la escogimos por otras razones. La primera, porque Valeriano Lanchas quería debutar en el papel y es una política de la Ópera de Colombia que sirva para que los cantantes colombianos estrenen personajes. La otra razón es porque Falstaff nunca se había presentado en Colombia, así que también es otro estreno como la mayoría de las óperas que hemos realizado en el país, por ejemplo, La flauta mágica, que se presentó por primera vez en 2003. Por eso estuvimos condenados durante mucho tiempo a la Traviata perpetua. El repertorio local era Traviata o Carmen o La bohème o El barbero de Sevilla. Y como en Colombia hay tan poco público para la ópera, se tenía miedo de que no se quisiera ver algo distinto. Lo que no es así porque hemos presentado otras obras –Romeo y Julieta, Don Carlo, Tannhäuser–, que demuestran lo contrario”.
El Falstaff del Teatro Mayor tendrá los tonos del color alegre que define, en términos generales, emocionales y formales, a las comedias. Reunirá a un equipo de producción proveniente de tantos lugares como el mapa recorrido por Chacón, aprovechando una ventaja más de la ópera.
“La teoría de que todos los seres humanos tenemos seis grados de separación cuando cada persona puede conocer a otra y esta a otra hasta que, al final de la cadena, la quinta persona puede conocer a un chino, en la ópera se limita a un grado de separación porque todos nos conocemos y eso facilita el trabajo en el sentido en el que podemos enterarnos por alguien del factor humano del reparto con el que podemos trabajar”.
El factor humano que reunirá tres mundos alrededor de Falstaff: los dos mundos en los que Chacón divide la ópera –“el inframundo, que es la orquesta en el foso, y nosotros, que estamos arriba, en el escenario, vinculándose los dos mundos por el director de orquesta”–, y el mundo de una organización sin ánimo de lucro llamada ola (Ópera Latinoamericana), conformada por los directivos artísticos y generales de todas las compañías de ópera de Latinoamérica y España, que tendrán su encuentro anual este año en Bogotá y harán parte del público que estará en el Teatro Mayor celebrando las invenciones del caballero castigado sin piedad por la suerte encarnada en los personajes que lo humillan.
*Director de Laboratorios Frankenstein. Escritor y crítico de cine. Su más reciente libro es Tratado de simiología.