SOPOR I PIROPOS
Tedio y babas en la Arena: una columna de Nicolás Morales
Nuestro columnista Nicolás Morales reflexiona sobre el nuevo Movistar Arena Bogotá.
Digna muestra de la arquitectura nacional de los setenta, fiel compañero del Estadio El Campín, el Coliseo Cubierto de Bogotá –me perdonarán– luce ahora vilipendiado, desairado, convertido recientemente en un gigantesco masmelo como representación de la peor política patrimonial distrital de la historia. Recorderis: el Coliseo inició su recorrido en 1959 cuando se ordenó su construcción en los terrenos del Campín; sin embargo, la colosal obra se inauguró finalmente el primero de mayo de 1973. Tras esta estuvieron los arquitectos Julio Casas y Ramiro Panesso, y el ingeniero Guillermo González Zuleta, por lo que le mereció a este último el Premio Nacional de Ingeniería en el año 74.
En 2010, cuando la administración del Coliseo le fue devuelta a la ciudad tras 16 años, el Concejo dejó caer la bomba: había discusiones muy serias sobre demoler el escenario por su avanzado deterioro y porque con toda razón este ya se había quedado chico para grandes eventos en Bogotá. Entonces, mientras varios privados propusieron al Distrito levantar en el mismo lugar una arena con una capacidad mínima de 20.000 espectadores, un grupo de académicos y expertos reclamaba por cómo la ciudad iba a botar un edificio con notables valores arquitectónicos y patrimoniales para los capitalinos, una formidable obra de ingeniería que había podido aguantar la desidia y la falta de mantenimiento de todas las administraciones. La decisión “salomónica” adoptada por el Distrito en 2015 fue la de conservar sí el edificio, pero remodelándolo para convertirlo en la arena que Bogotá necesitaba, y todo sonaba muy bien salvo porque hoy, en 2018, nos encontramos con que no se logró ni esto ni aquello: ni se amplió de manera significativa la capacidad del Coliseo, una de las principales razones aducidas para hacer la nueva arena, ni se conservaron los valores arquitectónicos originales del edificio.
Como mérito, el nuevo Movistar Arena Bogotá, además de mejorar las condiciones de sonido, iluminación y acústica, incluye ahora gimnasio, zonas de gastronomía, áreas comerciales… Y para lograr esto la gran obra arquitectónica consistió en la construcción de un edificio de tres pisos alrededor de todo el Coliseo, y el resto –porque el Coliseo tiene más de tres pisos– fue escondido detrás de una nueva fachada blanca. Las tomas con dron que tanto gustan a la alcaldía nos muestran como una escena triste la cubierta del Coliseo merecedora de un premio nacional de ingeniería apenas asomándose por encima del envoltorio, y con esto no se puede pensar más que en la Biblioteca de Los Reyes Católicos en Medellín, que es exactamente lo mismo pero a la inversa: mientras esta era un sugestivo edificio que accidentalmente deja caer su fachada para mostrarnos cuán anodino y básico es en realidad, en el Coliseo a una notable estructura se le sepulta tras una envoltura plástica. Pero ojo, que sigue más: no es cualquier envoltura. El gesto culmen de la ingeniería mundial que hace de esta una edificación “ultramoderna”, “futurista” y “a la altura de las mejores del mundo” es que de noche la fachada se prende y cambia de colores.
A los que nos preguntamos si era necesario destruir un símbolo capitalino, se nos refiere como ejemplo el Allianz Arena de Múnich y con esto como que se nos quisiera decir “miren, provincianos, esto es una obra del primer mundo”. Pero la comparación es poco menos que cómica porque más allá de una envoltura que alumbra, el Allianz Arena de Múnich es un estadio con capacidad para 75.000 personas, que no implicó el detrimento del patrimonio inmueble de la ciudad y cuya construcción fue además consultada a los ciudadanos por medio de un referendo. El resultado es que la obra cosmética del Arena Movistar tiene más bien poco del Allianz Arena de Múnich y sí mucho del Centro Comercial Vida Nova en la séptima con diecinueve de Bogotá, ese edificio envuelto en un feo cascarón plástico tan anodino que por supuesto nadie tiene presente.
Pero no todos son comentarios negativos: hay que decir que fue acertadísima la inauguración del Arena con Fonseca, pues no se me ocurre un acto que simbolice de mejor manera la “tropipopización” arquitectónica de la que fue objeto el antiguo Coliseo, si los amigos y amigas arquitectos me permiten con este neologismo hablar de esa técnica tan nuestra de recubrir, figurada y literalmente, un objeto “desgastado” en una envoltura brillante.
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