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Vásquez: ¿era la ministra del momento?

RevistaArcadia.com
30 de julio de 2020

Por fuera de las críticas de salón y de corredor, potenciadas dramáticamente por la pandemia, nada más claro que la tensión entre arte y política o entre cultura y poder que se dan en estos tiempos. ¿Quién iba a imaginar, por ejemplo, que los organismos públicos, más que política cultural, tendrían que construir pura política asistencial? ¿Son hoy los problemas de concertación cultural simplemente los asuntos de manutención de las personas? Tropas de teatro en la más pura incertidumbre, editoriales con descensos dramáticos de ventas, novelistas con óperas primas desatendidas y decenas de marionetistas mendigando en los parques virtuales de la desazón. No es un imposible pensar que podríamos retroceder al sin remedio de los años ochenta. Hablo de esta sensación de volver a las sociedades del espectáculo muy simples, casi del tamaño de las centroamericanas.

En todo este panorama de caída épica, casi operática, me surge una pregunta con la que podemos jugar inoficiosamente: nuestra ministra de Cultura, Carmen Vásquez, ¿era la ministra indicada para este momento? La pregunta es tonta, pues es la ministra y punto. Pero es curioso lo que vemos: un Gobierno de derecha estrena una filosofía cultural, más o menos sustentable, más o menos frágil, basada en la importancia del emprendimiento cultural modernizador y digital. ¡Y zas!, se estrella con la covid, que reduce a cenizas mucho de lo que antes no requería emprendimiento, pero que ahora necesitará lo que prosaicamente llamaremos puro asistencialismo criollo. La naranja debe ahora rescatarnos del naufragio. Creo que hay cosas que se están haciendo bien en este contexto en cinematografía, artes y en la Biblioteca Nacional especialmente, y seguramente algunas mal, pero es en este entreacto que nuestra ministra deberá gerenciar este severo rescate

Carmen Vásquez acentúa esa tradición de ministros que no vienen del sector cultural. Repasando la cosa, no ha habido tantos ministros con esa característica. Sí los primeros, que son los ministros fundantes, muy orgánicos y potentes: Ramiro Osorio y Juan Luis Mejía. Tuvimos ministros cultos, pero a la vieja usanza, como Alberto Casas y Elvira Cuervo. El año corto de la Cacica, excepción, aunque no tanto. Pero fue el uribismo el que inauguró esa tradición de incorporar unas ministras tecnócratas; tradición que, curiosamente, no rompió el Gobierno Santos con Mariana Garcés. Es decir, nunca fueron ministras intelectuales. La prueba más notable es que María Consuelo Araújo —después de ser ministra muchos años de Cultura— fue gerente de TransMilenio. ¿Puede entender uno ese cambio tan radical de sector? Y bueno, nada más ilustrativo que el hecho de que nuestra actual ministra suene para ser la defensora del Pueblo. Para mí son cosas algo distintas, pero el punto es que se cuenta con ellas para administrar gerencialmente. Y en sentido estricto, no son mujeres con trayectorias culturales o posicionamiento literario o artístico; son gestoras técnicas. Saben de política, buses e incluso derechos humanos, qué sé yo, con la potente excepción de Paula Moreno, que incorporó una lógica de pensamiento cultural con ideas nodales fuertes, incluso políticas de ruptura potentes sobre la cultura en Colombia, basadas en un país más regional y diverso.

Las cortinas caen. ¿Qué ha sido del Ministerio de Cultura en los últimos dieciocho años? Me temo que por momentos —y sobre todo hoy— se ha parecido un poco a un fondo rotatorio de financiamiento cultural. Y muy poco de ministerios con propuestas intelectuales fuertes y con líneas desde lo estético profundas, o que en su configuración de lo cultural, construidas desde lo que es el motor de la cultura: el malestar y la crítica cultural. Por el contrario, el ministerio ha sido un regulador “neutro” económico de las fuerzas artísticas del momento, salvo un par de programas. Entrado en gastos, esa visión tan metodológica de la cultura siempre será mejor que lo que hace Bolsonaro con su ministerio de ultraderecha en Brasil. Es decir, los recursos repartidos son vitales y sirven. Pero no estoy seguro de que esto coincida con la idea más robusta que tenía Ramiro Osorio al fundar el ministerio en los noventa. Y que estos ministerios recientes trasciendan. Pero claro, Osorio era más que un gestor. Era también un intelectual y lo es aún hoy. Y claro, el Gobierno de aquel entonces era liberal y creía en el pensamiento. Y esas cosas —lo sabemos— pueden hacer la diferencia.

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