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Byung-Chul Han es también experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín. Foto: Isabella Gresser/ Siglo del Hombre Editores.

Portada: tres miradas críticas internacionales

La crítica de Byung-Chul Han a las fuerzas del capitalismo (y un rescate de las que podrían contrarrestarlo)

En su obra, el filósofo surcoreano alemán contrapone la acumulación, la hipervisibilidad y la autoexplotación a la demora, la contemplación, el Eros, el silencio: todo necesario para crear. Un texto de Andrea Mejía.

Andrea Mejía*
29 de octubre de 2019

Este artículo forma parte de la edición 168 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista

"Demasiado muertos para vivir, demasiado vivos para morir”. Es el diagnóstico que Byung-Chul Han repite una vez y otra vez. Es el diagnóstico que hace de “nuestro tiempo” y de los “sujetos” que se supone que somos. En una tradición filosófica que puede rastrearse desde Kant y su texto “¿Qué es la ilustración?”, que pasa por Nietzsche, Leo Strauss y Foucault, este filósofo surcoreano-alemán convierte su pensamiento en una reflexión sobre el tiempo en que vive. Su diagnóstico no es precisamente una celebración.

Le gusta citar a Peter Handke en sus libros. Se sabe de memoria las primeras frases de El cielo sobre Berlín, la película escrita por Handke y Wim Wenders. Es muy poco mediático, una especie de anti-Žižek. Parece feliz. Hace más de treinta años dejó Corea del Sur. A sus padres les dijo que se iría a Alemania para seguir estudiando metalurgia; de otro modo, no lo hubieran dejado partir. Nevó mucho ese noviembre que llegó a Alemania y de esos meses del primer invierno él recuerda la iglesia de madera cubierta de nieve. En sus años de estudiante se alimentó solo con pan y mermelada. Ahora es profesor de filosofía en Berlín.

En su obra, traducida en gran parte al castellano, Byung-Chul Han hace una cartografía de las fuerzas simples que gobiernan el mundo del alto capitalismo: hedonismo, consumo, adicción, acumulación, hipervisibilidad, autoexplotación; y de fuerzas contrarias que podrían contrarrestarlas: la demora, la contemplación, el Eros como fuerza amorosa y terrible, el vaciamiento de sí, el silencio. Como algunos pensadores, Byung-Chul Han desata estas fuerzas en un espacio conceptual en que parecería poder producirse un enfrentamiento final y decisivo del que dependería la salvación de lo humano.

“El ser humano no es simple, y puede morir en más de un sentido”, escribió Karl Polanyi, un economista húngaro cuya lectura recomiendo. Las enfermedades estructurales que Byung-Chul Han le atribuye a nuestro tiempo son la depresión y el narcisismo, según él íntimamente ligadas. Ya no estamos en una sociedad disciplinaria que nos impone deberes, sino en una sociedad en la que todo se puede hacer. Para cumplir esta expectativa en la que todo se debe poder, llevando el principio de eficiencia a cumbres inimaginables, nos explotamos a nosotros mismos, nos cansamos, y no damos siquiera espacio al cansancio, que, en palabras de Handke, es inspirador. El individuo aislado “ya no puede poder más”. Se deprime.

“La sociedad del cansancio”, “el enjambre”, “el infierno de lo igual”. Estos son algunos de los nombres que Byung-Chul Han elige para este modo de vida global e imperante, real y al mismo tiempo proyectado, falsamente incluyente, terriblemente excluyente; este mundo y este tiempo del que estamos obligados a participar como en una fiesta horrible y un mal banquete al que no hemos sido siquiera invitados. Byung-Chul Han compara el mundo del alto capitalismo con el barco del holandés errante, un barco que según la leyenda navega sin rumbo y resplandece con su luz fantasmal. El ansia de exterminio, apocalíptica, sigue a la pérdida del sentido: “¿Cuándo sonará / el golpe exterminador, / con el que saltará en pedazos el mundo? / (…) ¡Oh, mundos, cesad vuestro curso!”, dice el holandés errante.

¿Pero es una fiesta horrible, el mundo? ¿Quién puede hablar desde lo más general y arrojar así sentencias desde lo alto? Los filósofos lo han hecho, no sé cómo. La tradición filosófica, al describir el mundo y la experiencia humana, al vislumbrar otras formas posibles de existencia, ha producido textos tan intensos, tan bellos, tan pregnantes, que nos quedamos ahí, pasmados, fascinados con una cierta forma de ver. “Así es la realidad”, nos dicen, “esto es la belleza”, o “¡debes cambiar tu vida!”.

Las teorías filosóficas no son inventarios descerebrados de todo lo que hay, sino que suponen siempre un criterio y una apuesta por lo que es importante. Byung-Chul Han lo dice muy bien: “Teorías fuertes, como, por ejemplo, la teoría platónica de las ideas o la Fenomenología del espíritu de Hegel, no son modelos que puedan sustituirse por el análisis de datos. Allí está, como fondo, un pensar en un sentido enfático. La teoría constituye una decisión esencial, que hace aparecer el mundo de modo completamente distinto, bajo una luz del todo diferente. (…) La ciencia positiva, basada en los datos, que se agota con la igualación y comparación de datos, pone fin a la teoría en sentido amplio. (…) Ante la proliferante masa de información y datos, hoy las teorías son más necesarias que nunca”.

La filosofía realmente importante es entonces profundamente creativa. Es injusta y poco humilde. La filosofía es una fuerza expresiva humana, radical, dichosa, apasionada y soberbia. Por eso, en El banquete de Platón, Alcibíades, el pobre hombre que está perdidamente enamorado de Sócrates, dice que los “discursos de la sabiduría” lo hieren como una mordedura de serpiente y le arrancan lágrimas. La filosofía es fuerte, inquietante, y aunque tenga sus momentos de escepticismo, en el fondo la duda trabaja para ella.

¿Pero quién puede tomar la medida real de nuestras frustraciones y de nuestras posibilidades? Entre la euforia y la celebración ciega de lo que es aparentemente nuestro, del mundo que nos “tocó” vivir y de lo que nos rodea, y la oscura amargura abatida y nostálgica que dice que todo está mal, que solo es bueno lo que debe ser, o lo que ya fue, lo otro, lo otro del mundo, la vida que no llevamos, la existencia auténtica que está por conquistar, etc., tendríamos que poder encontrar algunos caminos para dar vueltas sin tanta ansiedad y sin tanto patetismo. ¿Es posible, por ejemplo, hacer un elogio del amor y criticar, en el sentido fuerte de criticar (es decir, destruir), el mundo que hace imposible el amor y que es “nuestro” mundo? Es posible. Pero esa posibilidad no nos llevará muy lejos. Esa posibilidad es la que explora Byung-Chul Han en La agonía del Eros. ¿Es posible decir: el silencio es el cielo y el mundo con ruido es el infierno? Es posible. Ese antagonismo entre una interioridad bella y silenciosa y una exterioridad ruidosa e infernal atraviesa buena parte de la reflexión de Byung-Chul Han. Pero en algún momento tendremos que caminar de vuelta o seguir de largo, porque el silencio absoluto puede volverse también algo ominoso, parte de la tortura ascética que nos imponemos a nosotros mismos en un estricto programa de salvación. Los ejercicios espirituales van en un sentido y en otro. Son solo ensayos que hacemos mientras descubrimos quiénes somos y cómo debemos vivir. Y nunca lo descubrimos del todo. Después de largos periodos de silencio, puede venir la alegría de comunicar. A la búsqueda ansiosa del sentido y de lo que tiene significado, a la persecución obsesiva de la seriedad, puede seguir la alegre contemplación del sinsentido, la ligereza, el “la, la, la, la”, la carcajada que sigue a la iluminación budista. En vez de la consigna hegeliana: niega para conservar y para llegar al absoluto, podemos por ratos decir sí, dejar las cosas tal y como están y perderlas después, entregarlas. El vacío es lo opuesto al absoluto. En el vacío la oposición vacío/absoluto también desaparece. Entonces descansamos.

Esa podría ser en parte la sugerencia de Buen entretenimiento, el último libro de Byung-Chul Han, cuyo ambicioso subtítulo es una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión. El ensayo concluye con la necesidad de la alternancia entre entretenimiento y Pasión, pero es muy extraño: como si el entretenimiento fuera la única fuerza disponible para contrarrestar y aliviar el desgarramiento violento de la pasión.

En todo caso, hay un desplazamiento notable en el pensamiento de Byung-Chul Han. Uno de sus puntos de partida era una especie de sacralización de lo negativo. “Lo negativo” no en el sentido de lo que es malo para nosotros, sino como parte esencial del movimiento de la realidad. La negatividad es lo que borra o limpia, o destruye, como la muerte o el dolor. Es la negación (no solo lógica) de algo dado, de algo que se afirma, de algo que es. La negatividad le da movimiento a la realidad. Ese es quizá el aprendizaje más importante que podemos hacer de Hegel. Byung-Chul Han, en sus primeras obras, le da a la negatividad un papel un tanto dramático. Y peligroso. En Buen entretenimiento, en cambio, parece sugerir que el pensamiento y la buena vida, la sabiduría y el arte, no nos llegan solo de la negatividad y de la Pasión (en sentido cristiano), no son solo frutos del trabajo. La vida que vale la pena vivir no es solo una relación consciente con la muerte, no es solo dolor y soledad. La sabiduría podría ser también un fruto raro, esquivo, no programable; un fruto que cae solo, quizá incluso mientras dormimos o estamos contentos, mientras el tiempo simplemente pasa en nosotros. Esta suspensión de la negatividad como valor absoluto estaría, creo, más de acuerdo con sus premisas en La sociedad del cansancio y con su rechazo a una vida humana labrada solo por el trabajo.

En ensayos como La salvación de lo bello o La agonía del Eros, Byung-Chul Han había construido oposiciones muy simples y absolutas, en cierto sentido conservadoras. En esas oposiciones se respira a veces un ansia restauradora. Y el ansia restauradora es siempre eso: un ansia. Es la intervención de una voluntad demasiado consciente que cree saber cuál es el camino. Puede quedar atrapada en el lamento o en el mal humor, en la queja. Me da la impresión de que Byung-Chul Han se retracta de ese camino unilateral que había tomado. Retractarse quiere decir ir y volver. Y puede ser más valioso que nunca ir. Quizá una lectura amplia de la obra de este filósofo no debería quedar atada a ninguno de sus motivos, sino transitar por ellos. Podemos aprender algo bien difícil de aprender: la flexibilidad del pensamiento real no nos hace perder el impulso crítico, la claridad y la valentía.

Hace poco pensé que las cosas no existen para recibir nuestro juicio. Actuamos y hablamos como si todo lo existente, lo visible, todo lo que pasa estuviera ahí solo para que nosotros lo juzgáramos y opináramos sobre eso. Al leer a Byung-Chul Han y sabiendo que tenía que escribir este texto, estaba al principio apurada por dar mi juicio. Tenía además mis prejuicios, que siempre entorpecen la lectura. Al final pensé que esta obra tampoco está esperando por mi juicio, o mi opinión (que es algo menos que un juicio). Pensé que se trata de un pensamiento que ha hecho su camino y se ha abierto paso en medio de fuentes literarias que no puedo sino admirar.

De su lectura me quedan enseñanzas que creo que son valiosas y se conectan con las enseñanzas de textos muy antiguos. Tomé nota para mí y para ustedes, por si alguien las encuentra también valiosas.

En primer lugar, el valor de abstenerse, la potencia de no hacer; la idea de que reaccionar a todos los impulsos y a todos los estímulos es ya una señal de agotamiento. En segundo lugar, la importancia de lo que toma tiempo, de lo que no puede forzarse con el hacer positivo; la creatividad que escapa a nuestra voluntad y, por tanto, a nuestro trabajo. En tercer lugar, y conectada con las dos primeras, el espacio que debemos dar siempre a la pasividad, a la espera. Finalmente, en cuanto a lo político, solo puede agradecerse que en muchos aspectos la obra de Byung-Chul Han sea una crítica al neoliberalismo. Es de agradecerse, porque el neoliberalismo no es ningún pacto de convivencia pacífica y agradable, sino la destrucción radical de las posibilidades de la experiencia humana.

*Andrea Mejía se doctoró en Filosofía en la Universidad Nacional de Colombia y ha sido profesora en la Universidad de los Andes y profesora invitada en la Universidad Autónoma de México. Es columnista de ARCADIA y autora de La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad, un libro de cuentos.