La escritora argentina Alejandra Pizarnik.

Lista Arcadia 2019

‘Poesía completa’ de Alejandra Pizarnik: uno de los trece libros más votados de la Lista Arcadia 2019

Una reseña de Yenny León.

Yenny León*
4 de diciembre de 2019

Después del grito, una sombra

Detrás de un mundo emocional tan frágil como tenso y desordenado hay en la poeta argentina Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972) una lucidez despiadada con un candor subversivo y feroz. Más allá de un retrato parcial del imaginario que la rodea, asociado a la locura, la oscuridad y la nostalgia desenfrenada, yace una personalidad enigmática e irreverente que se vigoriza en su propia tragedia.

Y así hay que develar a la Pizarnik, como una escritora potente que con sus “palabras como piedras preciosas/ en la garganta viva de un pájaro petrificado” no temió horadar, una y otra vez, en sus propios abismos para crear paraísos de la memoria y lluvias oscuras en quien la lee con desnudez.

Hay que alejarse de la idea de que su obra es un refugio lacrimógeno para adolescentes o el resultado único de un nerviosismo exacerbado y depresivo. No. Los anhelos y búsquedas pizarknianos son múltiples y multiformes. Evidencian una miríada vastísima de conocimientos e intereses. Porque, antes que nada, Pizarnik fue una lectora infatigable, crítica y apasionada.

Ahora bien, en su poesía fulgen obviedades nunca vistas, secretos que interiormente siempre estuvieron develados, una conspiración invisible de sentidos que crean la luz en la boca del mundo más lóbrego: “La luz es solo luz en la memoria de la noche”. ¡Cuánta intensidad y hondura en versos creados en medio del abismo y la incertidumbre! Y es que Pizarnik, según sus propias palabras, escribe para “reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.

Basta leer Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971) –dos de sus últimos libros– para darse cuenta de que su literatura no es solo producto de un descuartizamiento psíquico intolerable, sino que va más allá del vértigo y las náuseas y se instaura cabalmente en un nivel de luminosidad fantasmal: “Y cuando estuve en lo alto de la ola supe que eso era lo mío”.

La música central de sus poemas y de su prosa se nutre de un permanente recurso melancólico a la vez que oscila entre la ironía y la gracia. Así, en “El espejo de la melancolía”, contenido en La condesa sangrienta (1966), ella da luces sobre cómo concibe este estado: “Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto”.

Esta entonces es poesía para inadecuados con el lenguaje, porque en Pizarnik hay un sentimiento de fracaso con las palabras por los límites que, incluso su disposición en imágenes poéticas, imponen para nombrar al mundo. Leer a esta autora es vivir toda una experiencia poliforme que oscila entre la caída detenida y agónica, y la escalada por las cumbres más altas de una luna insensible que irradia calor, ímpetu y fuerza.

*Poeta y profesora universitaria colombiana. Ha recibido diferentes premios por su obra. Sus libros más recientes son Campanario de cenizas y La hierba abre su latido.