EL CASO DE ADRIÁN CARDONA
La historia del preso que ganó una beca del ministerio de Cultura
En 2018, un hombre recluido en la cárcel La Modelo de Bogotá ganó una beca de teatro del ministerio de Cultura por una obra, presentada con un seudónimo, sobre el suicidio en el sistema penitenciario. Esta es su historia.
El cementerio de los vivos
El 18 de mayo de 2018, los jurados de la beca de Dramaturgia Teatral del ministerio de Cultura decidieron por unanimidad otorgarles estímulos a cinco participantes. Ese mismo día, la documentación de los ganadores fue enviada a la oficina jurídica del ministerio, y esa dependencia fue la primera en advertir que la dirección de uno de ellos, un tal Azul Doscientos, correspondía a la cárcel La Modelo de Bogotá. No era un error, como lo supieron al día siguiente. El ganador llevaba siete años preso y su nombre era Adrián Cardona.
Cardona había usado el seudónimo en honor a Azul, el hijo que su esposa había perdido en diciembre de 2017, y a los doscientos meses que podría pasar tras las rejas. Su esposa, Liliana Guarín, le ayudó a reunir y llenar la documentación que exigía la convocatoria del ministerio de Cultura.
La propuesta con que Cardona se ganó la beca se titula El cementerio de los vivos, y es una obra de teatro sobre los motivos que pueden llevar a una persona a suicidarse en La Modelo. Su esposa cuenta que, al conocer la decisión de los jurados, “él estaba muy emocionado y muy nervioso porque no es normal que alguien en su condición se gane algo de ese valor”. La suma de la beca, treinta millones de pesos para realizar un proyecto teatral, podía atraer la atención de otros presos de La Modelo.
Había, además, otra razón por la que, para Adrián Cardona, la alegría del triunfo se mezclaba con zozobra. Según su esposa, la entrega del premio tardó un tiempo, pues en el ministerio habían quedado sorprendidos por el caso. “Tenían que asegurarse de que no hubiera problema con su situación legal –me dijo Guarín–. Yo sabía que todo estaba bien porque había revisado”. Y así era. En el portafolio de estímulos de 2018, los antecedentes legales de los participantes no podían ser considerados motivo de rechazo o descalificación.
La obra que ganó la beca resultó de una labor conjunta con la Universidad de los Andes. Fotos: Juan Pablo Gaviria.
El triunfo de Cardona, en todo caso, fue inesperado. Juan Camilo Ahumada, uno de los jurados de la convocatoria, cuenta que se trata de la beca más codiciada entre los dramaturgos en Colombia, y quizás la única pensada para apoyar su trabajo.
Hasta hoy muy poco se sabía sobre esta historia. Pero es relevante no solo porque plantea la pregunta de quién es este inusual ganador que se llevó el reconocimiento del ministerio aun estando preso, sino también porque hace pensar en la tensión entre vida y obra, entre ética y estética, y en el hecho de que una persona acusada de un delito grave pueda recibir un estímulo de una entidad del gobierno. Además, El cementerio de los vivos será editada y publicada este año por el ministerio.
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Cardona, recluido en La Modelo bajo medida de aseguramiento preventivo, está acusado de un delito sexual y su proceso judicial espera un fallo en segunda instancia. Él pide no ahondar en los detalles de su caso, y su esposa insiste en lo mismo. Según ella, se trata de un tema personal. ¿Pero es realmente un tema personal? ¿Después de la lucha feminista que han dado las mujeres latinoamericanas y de movimientos como el #MeToo, aún se puede considerar personal un presunto delito sexual? ¿No es ya, más bien, un tema de interés social? En todo caso, según la ley colombiana, la presunción de inocencia de un acusado se mantiene hasta agotar todas las instancias judiciales.
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Cuando hablé por teléfono con Ahumada, le pregunté si el jurado había tenido dudas al enterarse de que Cardona estaba preso. Me contó que “algunos jurados llegaron a proponer replantear el veredicto”. “No les parecía ético porque el teatro tiene que ver con la vida, con la creación, con la esperanza, y pensaban que una persona que está en la cárcel seguramente podría haber ido en contra de esos principios”.
Ahumada, sin embargo, no estaba de acuerdo. Para él, la reflexión debía darse en términos de la calidad del proyecto y en consideración de que el teatro ofrece una posibilidad para expresarse, para “democratizar la palabra”. “En el proyecto era evidente que había una persona que se moría de ganas de hablar, de decir cosas –me dijo–. Las convocatorias públicas tienen que ser también un mecanismo de participación para todos y una posibilidad de libertad para los creadores. Creo que ser creador y estar preso son dos cosas completamente distintas”. Ahumada dice que, de haberse conocido la historia de Cardona antes de seleccionar al ganador, una discusión habría sido válida. Pero la decisión se dio pensando solo en el proyecto que postuló.
“Nos llamó poderosamente la atención, sobre todo, la madurez en la forma en que planteaba la desesperanza. Usted sabe que la tristeza y la melancolía en lo creativo pueden ser fácilmente representadas como algo muy juvenil. En general, era un proyecto muy sólido en lo creativo y en lo conceptual”.
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Adrián Cardona tiene cuarenta y seis años. Nació en Bogotá y se crio en el barrio La Candelaria, donde descubrió su pasión por el teatro. En la década de los ochenta, se interesó por los cuenteros y los grupos que se presentaban en la calle y los teatros locales. “Ese fue mi primer enamoramiento –me contó en La Modelo–. Mis vecinos eran los directores de un grupo o los actores de otro, y me empezaron a invitar desde muy joven”. A los dieciséis años ingresó a Cábala, un grupo en que ensayaba un amigo suyo. También se inscribió a los talleres de Teatrova, una compañía especializada en títeres. Se metió a cuanto taller hubo, y hoy recuerda en especial el Taller Permanente de Investigación Teatral que dirigía el maestro Santiago García, en el que los profesores eran actores de La Candelaria y directores de grupos reconocidos.
Cardona dice que su educación sentimental estuvo atravesada por los personajes que entonces interpretó y que su formación dramatúrgica se dio por una combinación de práctica empírica y aprendizaje teórico. Sin que se lo propusiera, así comenzó una carrera actoral que lo llevó, cuenta él, a prepararse en la Corporación Colombiana de Teatro y a escenarios como el Teatro Colón y el Teatro La Candelaria.
Cardona, que tiene cinco hijos, ha sido profesor de teatro en colegios y fundaciones, pero también ha tenido trabajos más informales, por ejemplo, vender sánduches. “Como todo teatrero, siempre me ha tocado rebuscármela”.
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Cuando lo encarcelaron en 2011, volvió de lleno al teatro. “Digamos que cuando yo llego acá a la cárcel, mi único instrumento de trabajo fuerte era el teatro. Y, como le digo, yo había tenido la posibilidad de trabajar afuera con algunas organizaciones y fundaciones que atendían poblaciones vulnerables. Entonces dije: ‘Bueno, yo tengo que saber explotar esto acá’. Lo diferente era que ahora yo hacía parte del conflicto, de la población. Entonces fundé Abrakadabra, que, como las doce obras que he escrito acá, es un ejercicio de emancipación y protesta contra lo que para uno, como persona privada de la libertad, es injusto; sobre cómo vulneran mis derechos al interior, y cómo la sociedad te estigmatiza y te critica”.
Eso que él llama “ejercicio de emancipación” ha marcado su estancia en la cárcel. A las 6:45 de la mañana suele formarse un remolino de gente en los diferentes patios de La Modelo. Cardona está en el patio 1A. Casi desde el inicio de su detención ha tenido la costumbre de caminar en contravía del remolino. Así, en vez de verles la nuca o la espalda a sus compañeros, registra las caras. “Toca aprender a diferenciar qué se quiere oír para no volverse loco –me dijo–, que la atención se vaya para un lado determinado y no se deje manejar o contaminar”. De lo contrario, dice, corre el riesgo de que la realidad lo aplaste.
Para protegerse, Cardona dice haber asumido dos roles: el de preso y el de creador. Este último le ha permitido tomar distancia de la situación y verla con un fin teatral: calcar personas e historias. “Hay personajes que son muy pintorescos en los patios. Todos adquieren una máscara de un personaje, lo que se muestra en la cárcel. Está el que es medio payaso, el que es muy malo, el que maneja un lenguaje carcelero muy original. Ese que uno ve y dice: ‘Wow, este man está para montarlo en el grupo, pero así como está. Que no haga un ejercicio de creación, sino que sea él’”.
Pero el rol de creador también ha definido el de preso. Gracias al teatro, a Cardona lo respetan sus compañeros de patio e incluso las directivas del penal. Esto lo ha hecho merecedor de un mejor trato en la cárcel.
Lo entrevisté un martes, día en que normalmente ensaya con su grupo. Después de superar el protocolo de seguridad, lo encontré en un cuarto cerca de la capilla. Se excusó con los integrantes de su grupo, y fuimos a un cuartico que en algún momento habrá sido un baño, donde hoy guardan el vestuario y la escenografía de Abrakadabra. Avanzar por La Modelo es como adentrarse en un túnel que se hace cada vez más estrecho; por ese túnel había llegado a ese cuartico: un privilegio en una cárcel, un lugar para estar solo, tranquilo, en libertad.
Hablamos por poco más de una hora, alumbrados por un bombillo que colgaba del techo. Él se sentó en el fondo, en una butaca; yo, diagonal a él, más cerca de la puerta blanca, del aire, en una pila de papeles. En ese lugar, como en una de sus obras, entraron en escena distintas versiones de sí mismo: el padre, el hijo, el esposo. Pero prefirió mantener en reserva los detalles de la acusación que lo tiene en la cárcel, tal vez, como él dice, para no entorpecer la apelación en segunda instancia que su abogado prepara; aunque, tal vez, también para evitar que esos detalles pongan en riesgo su vida en La Modelo.
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Nuestra entrevista terminó cerca del mediodía. Salimos del cuartico y caminamos hasta la capilla. De pronto se emocionó y me dijo: “Vas a ver cómo sirven el ‘wimpy’”. Sabía que se refería al almuerzo, pues en El cementerio de los vivos hay un glosario de palabras y expresiones de la cárcel. Cardona estaba emocionado porque yo iba a ser capaz de entender, de ver una parte de la realidad que inspira su obra. Lo dejé haciendo una fila que llevaba a unos hombres con trajes antisépticos y tapabocas, que servían la comida con guantes de aseo.
Adrián Cardona fundó el grupo teatral Abrakadabra y lo dirige desde hace ocho años en La Modelo. Foto: Juan Pablo Gaviria.
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Para presentar El cementerio de los vivos a la beca de Dramaturgia del ministerio de Cultura, Cardona debió trabajar durante el proceso de escritura con un tutor. Esa figura la asumió Lucas Ospina, un profesor de la Universidad de los Andes, que, junto con los alumnos de su clase de Arte y Cárceles, visita semanalmente La Modelo.
Además, Ospina forma parte de La 40, un proyecto que crearon hace cinco años el Departamento de Arte y el Grupo de Prisiones de la Facultad de Derecho de esa universidad. Profesores y estudiantes realizan actividades en centros penitenciarios como La Modelo. “Con ellos –me dijo Ospina–, más que un proceso de resocialización, se ha hecho un trabajo de acompañamiento y registro”. Las fotografías, los audios y los videos que tiene el grupo de los Andes son el detrás de bambalinas de la propuesta estética y conceptual que Adrián Cardona ha venido construyendo en la penitenciaría. “Abrakadabra es suyo y de los compañeros que se han ganado un rol en el grupo. A diferencia de otros proyectos en cárceles, el experto no vino de afuera a mejorar personas. Esa es una diferencia fundamental”.
Un video que La 40 subió a YouTube el 17 de noviembre de 2017 muestra una presentación de Abrakadabra en el Colegio Distrital Japón, en Kennedy. Los estudiantes rodean al grupo de teatro que prepara el escenario con ayuda de algunos policías, y les piden fotos a sus integrantes como si se tratara de estrellas de televisión. Cardona aparece rodeado de varias chicas. Tiene una peluca rosada fluorescente, una camisa blanca y una falda a cuadros parecida a la de las estudiantes. Las manos, libres de esposas, no tocan a las jóvenes; hacen el gesto hippie de la paz.
Después de la obra, todavía con el disfraz puesto, Cardona da un corto discurso. “Muchísimas gracias por sus aplausos, por su atención –dice y da unos pasos hacia el público–. Yo les quería dar un mensaje, y es que no necesariamente se llega a una cárcel por el consumo de droga, pero el que lo hace tiene un 99 % más de posibilidades, y fuera de que destruyen sus vidas, destruyen la de sus familiares”. De eso se trata su obra de teatro: de dar un mensaje.
Al Colegio Japón llegó en el marco de una campaña de la Policía Nacional contra el consumo de drogas. Abrakadabra también ha sido invitado para trabajar con el Gaula y el ministerio de Justicia. Por encargo del Gaula, el grupo de internos fue llevado a un centro comercial para explicarles a los espectadores, mediante una obra de teatro, cómo podían convertirse en víctimas de una extorsión. Para el ministerio de Justicia, el grupo montó una dramatización con el fin de enseñar a usar una página web que explica los pasos para poner una denuncia.
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A pesar de que sean encargos, Cardona siempre trata de meterles “algo de veneno” a estas obras. Para eso utiliza el humor, incluso en las que critican el funcionamiento de La Modelo, sin que le importe exponerse a que alguien se moleste y a que Abrakadabra, de repente, deje de existir. Perder la libertad creativa es innegociable. El teatro, dice Cardona, es un espacio de denuncia en el que el espectador debe aprender algo.
Precisamente, eso busca El cementerio de los vivos, hablar del suicidio en el encierro, denunciar por qué ciertas condiciones de la vida en La Modelo podrían llevar a una persona a quitarse la vida: el abuso al que unos internos someten a otros, la depresión, la drogadicción, la soledad. Para el proyecto, Cardona recogió testimonios de presos que habían tratado de matarse o que lo habían considerado. Según el jurado, el tratamiento dramático que le dio a esa denuncia es la fortaleza de la obra.
“¿Y vos? –le pregunté el día que lo visité–. ¿Has considerado el suicidio?”. “Me ha dado vueltas –dijo, arrastrando la mirada, ojos azules de reptil, por el piso–. Sobre todo los primeros días, que son los más difíciles”.
El cementerio de los vivos todavía no ha sido presentada, pero en septiembre de 2018 Cardona hizo tres lecturas dramáticas en La Modelo. Después de cada presentación –con excepción de la tercera, que tuvo lugar en el psiquiátrico de la penitenciaría–, hubo un conversatorio sobre las condiciones en que viven los presos. Durante una de las charlas, un compañero le preguntó si no le daba miedo hacer ese tipo de denuncias, pues el “duro” de algún patio podría molestarse. Para calmarlo, Cardona le dijo que la obra era un producto de su imaginación.
A Lucas Ospina le pregunté por el rol de creador que Cardona ha asumido durante los ocho años que lleva encarcelado. “La cárcel como está planteada, y sobre todo La Modelo, es una realidad extrema –me contestó–. Lo que veo es que en el teatro Adrián ha encontrado una opción digna para poder construirse a sí mismo y para poder defenderse en un espacio que no dependa de otros en esa realidad, y en donde además pueda, gracias al respeto que se ha ganado, tener un lugar digno para ser creativo. Nosotros lo que hacemos con La 40 es darle apoyo con lo que necesite. Por ejemplo, con las salidas”.
Precisamente, la más reciente salida de Abrakadabra fue a la Universidad de los Andes. El pasado martes 26 de febrero, el grupo presentó ahí El libro mágico, una obra sobre un estudiante de esa universidad que el diablo tienta para dejar los estudios. Cardona, que a última hora decidió hacer el papel del bibliotecario, apuesta con el demonio que será capaz de salvar al alumno de la “vagancia”, y para lograrlo le muestra al joven un libro en que personajes clásicos de la literatura universal cobran vida.
Tras la función hubo un espacio para preguntas. Los integrantes de Abrakadabra contestaron qué es lo más difícil de la cárcel, cuánto tiempo llevan encerrados, qué extrañan de la libertad. Pero ninguno quiso contar por qué está en la prisión. Si lo hubieran hecho, probablemente se habría cortado la comunicación con los espectadores y no se habrían dado el entendimiento, previamente facilitado por la obra, ni la relación directa, incluso física, con el público. Cardona y su grupo habrían dejado de ser los actores, los artistas, y habrían sido los “delincuentes”. El teatro los humaniza; otra razón para seguir actuando.
No en vano, cuando a Cardona le llegó el turno de contar qué es lo más difícil de estar en La Modelo, dijo: “La indiferencia de ustedes, que nos juzguen”.
*Escritor. Autor de Nadie grita tu nombre, novela nominada al Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana en 2019