DEPORTES
La maldición pos olímpica ¿Mito o realidad?
Hay dos visiones contradictorias sobre los juegos olímpicos: Dejan un legado de crecimiento económico o traen la ruina para los anfitriones.
Solo después de gastar miles de millones de dólares en escenarios deportivos, ceremonias y preparativos para una fiesta deportiva de tres semanas los países anfitriones empiezan a preguntarse si, económicamente, la apuesta valió la pena.
Las respuestas se dividen en dos bandos: los que creen que el espíritu olímpico dejará un legado de turismo y crecimiento en la ciudad y quienes ven el futuro como una maldición llena de elefantes blancos y deudas por pagar.
Las últimas cuatro olimpiadas tienen historias diferentes para contar.
Los griegos culpan a los juegos de Atenas (2004) de ser parte esencial de la quiebra en la que cayeron pocos años después. Los chinos que organizaron las olimpiadas de Pekín (2008) se quedaron con muchas construcciones sin uso y, aunque no culpan al deporte de la crisis financiera mundial, nadie puede negar que la economía de ese país crece mucho menos hoy que en esa época. En Londres (2012) hay estudios oficiales que muestran efectos positivos para la economía de la ciudad con mayor empleo y crecimiento, buena parte del parque olímpico fue remodelado y ya se urbanizó. Sin embargo, después del Brexit, puede que ese impulso no dure mucho.
Finalmente está Río que ofreció los juegos de este año en medio de la peor crisis económica de su país en casi un siglo. Los organizadores se quejaron de los juegos ‘más difíciles’ de organizar en la historia por cuenta de los recortes al presupuesto. Lo bueno es que al final del día serán los más baratos desde Atenas, según un análisis de Moody’s.
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De acuerdo con la revista Fortune solo una ciudad, Los Ángeles, ha logrado cerrar unas olimpiadas con ganancias y eso sucedió en 1.984. La ciudad logró un acuerdo beneficioso con el Comité Olímpico Internacional porque nadie quería hacerse cargo de las olimpiadas después del desastre financiero de los juegos de Montreal (1.976). Las olimpiadas fueron convertidas en una empresa privada, el gobierno no puso prácticamente nada del presupuesto y las corporaciones pagaron los dos únicos escenarios que se construyeron.
Desde entonces todas las olimpiadas han sido pagadas por las ciudades y gobiernos locales generando déficit fiscal. El caso de Montreal está entre los peores: sus ciudadanos pagaron un impuesto especial por 30 años para terminar de pagar unos estadios que terminaron abandonados. Entre ellos el estadio olímpico que fue originalmente bautizado como The Big O y rebautizado por los ciudadanos como "The Big Owe" (La gran deuda).
Aún así los defensores de las olimpiadas insisten en que hay beneficios que compensan el tema fiscal como la mayor inversión en infraestructura y la oportunidad de ‘lucirse’ ante el mundo y atraer visitantes.
Un estudio de Markus Brückner y Evi Pappa de la Universidad de Singapur y la de Barcelona concluyó que la mayor parte de los efectos macroeconómicos de las olimpiadas sobre las ciudades se ven antes de los juegos y no después. En efecto, el PIB de las ciudades crece de forma muy rápida durante los preparativos y alcanza su pico cuatro años antes del evento, pues se impulsa el consumo público y la inversión privada. De hecho las inversiones comienzan a crecer desde que comienza la campaña por ganar la sede. Los investigadores también encontraron efectos positivos hasta seis años después de que se apaga la antorcha, aunque año tras año la magnitud de estos efectos se reduce.
El ‘Libro de la economía de los megaeventos deportivos‘, una recopilación de datos sobre las olimpiadas y los mundiales de futbol editado por profesores de las universidades de Hamburgo (Alemania) y Smith (Estados Unidos) sostiene que las olimpiadas son un negocio rentable pero no precisamente para las ciudades. Las ganancias se quedan entre la economía global, que recibe un impulso temporal al consumo, el Comité Olímpico Internacional, y los trabajadores que son contratados durante el evento. En contraste, las pérdidas se las queda el fisco y quienes pagan los platos rotos son los contribuyentes.
Con una economía global que no se ha recuperado del todo de la crisis de 2008 muchos países terminarán pensándolo dos veces antes de postularse como sede. Algunos analistas apuntan a que tendrá que cambiar la forma en que se organizan y se financian los juegos. Por ejemplo, los países que participan y no son sede podrían aportar parte de los gastos, también podría repartirse el peso de albergar las olimpiadas entre varias ciudades o impulsar el uso de la infraestructura existente e incluso que las ciudades puedan recibir algo de las ganancias que dejan las olimpiadas.