OPINIÓN

Duque en la tormenta perfecta

Es como si los vendavales que azotaron su posesión el 7 de agosto de 2018 hubiesen sido el presagio de lo que sería su administración.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
18 de abril de 2020

Hoy la siguen llamando la gripe española; una designación que es falsa. La pandemia de 1918 no nació en España a pesar de todas las teorías. Culpan a la guerra: España era neutral y era un blanco fácil de la acusación. Los expertos de la historia han dividido el origen de la peste en tres posibles alternativas: Estados Unidos (Kansas), China y Francia.

Laura Spinney, en su libro Pale Rider (sobre la pandemia de 1918), lamenta el uso y que España haya sido el chivo expiatorio. Incluso ella también lo termina usando en el título. Hay crisis que quedan enmarcadas para la historia.

Pale Rider presenta cómo la pandemia cambió al mundo. Es curioso que pocas personas aceptan ese mensaje, en parte por su coincidencia con el fin de la Primera Guerra Mundial. Cien años después, en 2020, volvió a ser parte de la conversación a causa de la aparición del coronavirus.

Ha sorprendido el impacto de la covid-19, tanto en la facilidad para contagiar como para matar. Las otras tres epidemias de los últimos 20 años no llegaron a ser pandemia por unas particularidades.

El SARS nació a finales de 2002. Un patógeno desconocido y proveniente del mundo animal que empezó a hacer estragos en China. Llegó a 26 naciones, contagió a 8.098 personas y mató por lo menos a 774. Tenía una rata de infección alta –casi 10 por ciento–, pero no era fácil contagiarse. Era necesario un contacto muy cercano con el individuo enfermo y solo se podría transmitir si la persona ya presentaba síntomas de la enfermedad. No ocurre lo mismo con el coronavirus: lo pueden transmitir personas asintomáticas.

La llamada gripa porcina de 2009 y 2010 pudo infectar a 1.000 millones. Murieron 500.000 personas en un año. La letalidad fue mínima: menos de 0,1 por ciento. 

El ébola fue severo para la víctima, pero difícil de transmitir.

Es la combinación de fatalidad con la facilidad para transmitirse lo que ha hecho posible que el coronavirus tenga en vilo a la humanidad. En otras palabras, la covid-19 es la tormenta perfecta.

Es una enfermedad desconocida cuyo impacto también es un misterio. No hay experiencias recientes en el mundo, y tampoco en Colombia. No hay a quién se le pueda consultar. Las respuestas son insuficientes e incompletas.

La semana pasada se hizo pública una carta de 1918, de Laureano Gómez, el destacado líder conservador, en la que relata las penurias de los bogotanos frente a la gripe española: “Aquí hay de nuevo una epidemia de gripa que tiene alarmada a la ciudad. Por lo pronto tiene paralizada la vida”.

Es lo más cercano a lo que estamos viviendo hoy. Ni la matanza de las bananeras de 1928, ni la Gran Depresión de los años treinta, ni el 9 de abril de 1948, ni las guerras contra el narcoterrorismo de las décadas de los ochenta y los noventa, y mucho menos la crisis económica de 1999, se comparan con lo que acontece hoy.

El coronavirus trasciende la economía. Es una crisis sin precedentes para el país y el mundo.

No hay expertos, y en últimas el presidente Iván Duque, como todos los líderes del globo, está solo. Las lecciones de Álvaro Uribe no aplican. Era un líder para la guerra, no un estadista. Es importante que Duque lo entienda: que Uribe es el pasado, no el presente, y menos el futuro.

No debe dejarse atrapar por los temas del ayer como quiere el Centro Democrático. Sería un error fatal. Hace un mes Colombia cambió. Nada de lo anterior vale. Destacar el crecimiento de 2019 es insignificante a los ojos de hoy. Estamos en un nuevo mundo.

Tampoco, para ser franco, le sirve la experiencia de Juan Manuel Santos. Sus atributos como negociador del acuerdo de paz son insuficientes frente al nuevo panorama. Menos aún las habilidades políticas de Gaviria, Pastrana y Samper.

Duque se estrena con el episodio más inimaginable que podía ocurrir en la historia. 

Es como si los vendavales que azotaron su posesión el 7 de agosto de 2018 hubiesen sido el presagio de lo que sería su administración.

Le ha tocado aprender y hacer de todo, él solo. Y se ha notado: muchos del gabinete no parecen apropiados para este momento. Desde la ministra del Interior, que cada vez que habla mete la pata, hasta el ministro de Hacienda, que hace lo mismo. 

Una canciller ausente, que por ley debe quedarse en su casa hasta el 30 de mayo. Posiblemente, el peor nombramiento del gabinete y en un cargo muy importante para estos tiempos.

La crisis va para largo, y hacerle frente solo es posible con transformaciones y jugando con los mejores. Como cuando se escoge a la selección Colombia.

Si bien la gripe española cambió al mundo, como lo referencia el libro Pale Rider, el coronavirus hace una ruptura de un siglo de costumbres, desarrollos, modelos económicos, sociales y políticos. Y a muchos nos lleva a la pregunta: ¿cómo será el día después? Iván Duque no la tiene fácil; todavía no sabemos lo que se viene río arriba.

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