Cultura
Las silletas: testimonio de un humilde oficio que honra a una tierra
La Feria de las Flores, que se celebra cada año en Medellín, tiene como eje principal el desfile de silleteros, una explosión de colores que los campesinos componen con las mismas flores que cultivan. Esta es la historia de la silleta.
Veinte años después de la creación de la Biblioteca Pública Piloto, el 16 de noviembre de 1980, se inauguró un mural del maestro Pedro Nel Gómez que celebrara la inteligencia de los antioqueños para desarrollar trabajos, técnicas. En el mural hay oficios que exaltan la inteligencia en su forma más material: lo que en Medellín se conoce como la pujanza. Hay mineros, agricultores, escritores, pintores, ganaderos. Entre todos esos es personajes que representan los oficios hay uno particular: un hombre de sombrero lleva sobre sus lomos un pequeño cajón que sostiene con la fuerza de sus manos. Es un silletero, el silletero más famoso de Antioquia.
Pocos silleteros son famosos. En una labor humilde es difícil la perpetuidad. No quedan los nombres, queda la obra. En este caso, una obra hecha de flores que, se sabe, pronto se marchitan, se mueren. Sin embargo, Juan Luis Mejía, hoy rector de la Universidad Eafit y que por esos años era director de la Biblioteca, recogió la historia en un texto. El silletero pintado por Gómez existió en la década de los años sesenta, se llamaba Miguel Hincapié y se hizo famoso porque bajaba de Santa Elena con su silleta llena de flores y volvía a su finca cargado de libros que prestaba en la biblioteca. Hincapié era un silletero y también era un prestador de libros, un maestro ladino.
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En el siglo XVIII las silletas eran la única manera que tenían los campesinos de Santa Elena de llevar a la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín el carbón que extraían de las montañas. Por esos años eran sólo canastos repletos del mineral y con el pasar de los años los transformaron en sillas donde transportaban enfermos y mujeres en embarazo. El camino, una pendiente húmeda y boscosa, les demoraba hasta cuatro horas, pero ellos decían que eran cuatro tabacos de caminata. Las montañas de Antioquia se han recorrido con esfuerzo, cuando se podía a lomo de mula, cuando no, a lomo de hombre. Es la misma imagen de tantos libros escolares: un indígena que lleva sobre su espalda un amo sentado en una silla fumando tabaco, leyendo algún. Es extraño que esa tradición se evoque esta vez con arreglos florales que pesan lo que un muchacho: cincuenta, sesenta kilos.
En 1905 nació una primera feria de las flores, se celebraba en mayo y premiaba el mejor fruto de la tierra. El libro Desfile de silleteros 60 años, presentado este año por la Corporación de Silleteros Santa Elena, recoge la propuesta que presentó en 1905 el arquitecto Enrique Olarte: “Ábrase una serie de exposiciones anuales agrícolas, la primea de las cuales se dará en mayo de 1906, con el objeto de premiar todo producto de la tierra que a juicio del jurado respectivo sea merecedor de recompensa. En estas exposiciones iniciadas por la SMP (Sociedad de Mejoras Públicas) se incorporará mediante arreglo que se celebrará a efecto la que el centro artístico se propone a efectuar relativo al cultivo de las plantas de adorno y su arreglo artístico. Destínese la suma de $10.000 para los premios”.
Siete años después, en 1912 se creó la Fiesta de Juegos Florales en la que participaban poetas de todo el país en un tipo de competencia de versos, se coronaba un campeón y se seleccionaba a una reina. En 1917 se llamó la Fiesta de las Flores y una mujer de la ciudad era elegida como la Flor del Trabajo. En 1925 esa flor fue María Cano, “quien dio vuelco a la tradición y se convirtió en adalid de las causas del proletariado. Al año siguiente, el Partido Socialista Revolucionario designó a María Flor revolucionaria del trabajo”. La fiesta se volvió nacional y en 1939 se hizo una exposición con floricultores de todo el país. En 1950, por la avenida La Playa, por la que bajaba caudalosa la quebrada Santa Elena, se realizó el primer desfile de silleteros. Ese fue el embrión de una tradición, un origen taimado, porque la celebración se institucionalizó en mayo1957, semanas antes de que cayera el régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla. Hubo tablados en los barrios, bailes para las señoritas y lo señoritos ricos, fiestas en clubes y tremendos ramos de flores en las principales iglesias de la ciudad. Las fiestas terminaron con el desfile de cuarenta silleteros de Santa Elena que recorrieron la carrera Junín.
Los años pasaron y los conciertos, los bailes, las fiestas estuvieron a veces sí, a veces no, pero el desfile siempre estuvo y fue una manera de recordar algo: ¿la belleza, las montañas, el peso del amo en la silla, de la mujer en embarazo, del enfermo, del herido, el fruto de la tierra, la necesidad de transporte a lomo de bestia o a lomo de hombre, el sacrificio de otros por abrir las montañas? Cuando habla, Óscar Atehortúa piensa en una sola respuesta a esta pregunta, que se carga la silleta —que él la carga— por llevar la tradición. Viste pantalón de dril, camisa impecable y sobre el pecho lleva el carné de la Universidad donde trabaja como profesor. Mide más de un metro con ochenta centímetros y seguro carga en sus espaldas, y jala con la fuerza de su cabeza, las silletas más pesadas. “Mi familia es de tradición silletera, mi abuela fue silletera, mi madre fue silletera”. Sabe que sus abuelos corrieron por las montañas con sus verduras, con sus frutas, con sus flores, con sus enfermos, todo eso dispuesto en la misma silleta.
El desfile continúa porque esos campesinos no quieren olvidar y también porque la Feria de las Flores es un éxito cada vez mejor de la Medellín de los últimos tiempos, la visitada, la que sorprende a los extranjeros. Sólo en 2016, la Feria dejó 42 millones de dólares en ganancias. A la ciudad llegaron casi 24.000 turistas, 11.139 extranjeros y 12.743 colombianos. La ocupación hotelera fue del 75 por ciento y al desfile de silleteros asistieron 20.655 personas. Sin embargo, tradicionalmente esa ganancia no era tan alta para los silleteros y esa era una de las preocupaciones de Atehortúa, razón por la que decidió dirigir la Corporación de Silleteros Santa Elena: “Tenemos varios eventos en el año, aunque la gran ganancia es en Feria de Flores. Hay 17 fincas silleteras que cada año tratan de atraer público. Muchos campesinos se dedican al cultivo de flores, al comercio masivo en la Placita de Flores de Medellín. Muchas veces las personas que en Medellín venden flores en el cementerio o en la calle, son de Santa Elena”.
En el desfile las silletas son varias, la comercial, la emblemática, la monumental, la tradicional, y cada categoría tiene premiación, teniendo el primer puesto un premio de siete millones de pesos y los que desfilan —este año serán más de 500— reciben cerca de 1.300.000 pesos por su trabajo, pero después de que pasaba la feria se acababa el dinero, se acaba la fiesta. “La Feria es una tradición que nos recuerda el trabajo de los campesinos y los estábamos dejando botados, este año acordamos un aumento del 30 por ciento en pago a los silleteros y un punto por encima del IPC en aumento cada año. Estos son campesinos que se dedican al cultivo que están vendiendo sus tierras a gente de aquí de Medellín porque no les da para vivir”, dijo el concejal Carlos Alberto Zuluaga, también silletero y uno de los creadores del proyecto, que terminó en ley, y declaró a los silleteros como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación.
La noche del domingo, antes del desfile de silleteros, cualquiera puede ir a Santa Elena y verlo: los campesinos se pasan la noche armando las silletas, disponen las flores con la delicadeza de un cirujano, con el gusto de un buen diseñador, los guía la observación de la naturaleza, la practicidad que se hereda por darle golpes a la tierra. Entonces los turistas van —y los turistas también son los propios ciudadanos, los paisas— y celebran con ellos, se toman unos aguardientes, pasan el frío con algún ron. Las tradiciones son, sobre todo, lo que cada generación hace con ellas.