La matanza impune
El escritor mexicano recuerda la masacre de Tlatelolco y analiza el impacto de los hechos del 2 de octubre de ese año. Por Carlos Monsiváis*
Es difícil, a los 40 años de ocurrido el movimiento estudiantil de México en 1968, dar una idea mínima de su trascendencia. Desde entonces, aunque no corresponda exactamente a la fuerza de estas movilizaciones, tiende a identificársele por la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Esto es justo pero parcial; pone de lado el surgimiento de esta hazaña de masas, la decisión de no permitir represiones a cargo de la Policía, la defensa de la autonomía universitaria, e ignora el modo en que ese año marcó la voluntad democrática hasta entonces arrinconada. Sin embargo, centrar el 68 en la matanza de Tlatelolco no es de modo alguno inexacto.
El mitin en la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco ocurre al cabo de una etapa de reiteraciones y desgaste del Movimiento. Parece un acto más en el que hay 5.000 ó 6.000 asistentes con el ánimo suficiente para que no se note el desánimo.
En el tercer piso del edificio Chihuahua, el tema recurrente es el reclamo del diálogo, menospreciado por el gobierno que nada más admite la rendición. Llegan personas no identificadas con un pañuelo o un guante blanco en la mano izquierda. Se concentran en escaleras, pasillos y entradas. A las 6:10 de la tarde, se disparan desde un helicóptero dos bengalas verdes. Sin otro aviso que el ruido de las botas, entran miles de soldados.
El propósito de la incursión militar es arrestar a los integrantes del Consejo Nacional de Huelga y acabar con un "foco subversivo" 10 días antes del inicio de los Juegos Olímpicos. Pero un elemento inesperado radicaliza la operación. Desde el Chihuahua y otros edificios intervienen los francotiradores. Se vuelve incontenible el fuego y en el tercer piso, se oye una voz desconcertada: "¡No corran compañeros. Es una provocación!". Luego, el Batallón Olimpia detiene a quienes están en el Chihuahua.
Los participantes están desarmados, salvo cinco o seis aventureros. Jamás se sabrá el número de muertos. Tal vez 250, quizá 350. Dos mil personas trasladadas de la Plaza de las Tres Culturas a las cárceles. El fuego cesa tras unos 30 minutos y los soldados registran a los detenidos junto a la iglesia. Los periodistas notifican de los cadáveres en los anfiteatros. El secretario de la Defensa del gobierno de Díaz Ordaz, general Marcelino García Barragán, explica escuetamente: "Como era sabido, durante la tarde (los estudiantes) realizarían un mitin y una manifestación a Santo Tomás en donde se pediría a las fuerzas del Ejército desalojaran el Casco, por lo que se ordenó un dispositivo para evitar que del mitin fueran a este lugar... El Ejército intervino en Tlatelolco, a petición de la Policía para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes".
La historia, madrastra desmemoriada
¿En qué medida deben agradecérsele al 68 los cambios positivos de estos 40 años? Cierto, la lucha por los derechos humanos es una conquista irreversible, y el proyecto del Consejo Nacional de Huelga, que apenas se esbozó en 1968, tiene que ver con los avances de la pluralidad. Es innegable la deuda con el Movimiento Estudiantil.
A las evidencias cuantiosas se opuso la mentira coaligada del aparato judicial, de muchos medios, del PRI y el temor. Desde hace 30 años, especialmente a partir de La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, la verdad social y testimonial se ha enfrentado, victoriosamente, a la versión oficial. Pero el testimonio del general García Barragán y los documentos de su archivo forman por fin un panorama coherente en el sentido de la integración de las versiones. Por fin, así sea de modo ceñido, disponemos de las dos perspectivas, y corroboramos la visión estudiantil.
A la falsa alarma sucede la verdadera represión; al atropello feroz responde la organización cívica; para someter a la causa estudiantil se reprime y se calumnia, sembrando falsas alarmas. Al final del proceso, está la matanza de Tlatelolco.