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La nueva guerra de Irak

Las tropas de ocupación enfrentan ataques guerrilleros mientras la situación política se complica cada vez más.

29 de junio de 2003

cesan y el acuerdo político entre la administración norteamericana y los diferentes grupos iraquíes no consigue superar los múltiples obstáculos.

Sin ir más lejos, la semana pasada se presentó uno de los peores incidentes desde el fin de la guerra cuando seis soldados británicos fueron muertos por una multitud al noroeste de Basora, en el sur de Irak. Aunque los ataques contra las fuerzas de ocupación no son novedad -entre el 8 y el 22 de junio hubo 93 tiroteos contra el ejército norteamericano con un saldo de 18 soldados muertos- lo que sí sorprende es el sitio donde éste ocurrió. Al contrario de la mayoría de los incidentes, que se atribuyen a miembros del partido Baath, de Saddam Hussein, la muerte de los británicos se produjo en una región donde la presencia extranjera era más tolerada y donde los chiítas, ferozmente perseguidos por el régimen de Hussein, son mayoría.

Como si eso fuera poco, en Bagdad unos 2.000 manifestantes, también de origen chiíta, marcharon el sábado para exigir a la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA) realizar elecciones para la formación de un gobierno nacional bajo supervisión islámica. "No norteamericanos, no Saddam, toda la gente es para el Islam", fue el grito de batalla.

En ese contexto, la CPA cambió los planes iniciales para una autoridad interina y ahora trata de conseguir un acuerdo político con los diferentes grupos sin resultados prometedores. Hace un par de semanas uno de los principales grupos políticos, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak (Csri), se negó a participar en el consejo asesor para gobernar a Irak propuesto por el administrador norteamericano, Paul Bremer, e incluso el Congreso Nacional Iraquí de Ahmed Chalabi, el grupo más cercano a Washington, ha mostrado reservas frente a los nuevos planes.

La negativa del Csri, un grupo de inspiración religiosa ligado a Irán y liderado por el ayatola Sayed Mohamed Baqer al-Hakim, sumada a los incidentes de la semana pasada, evidenció uno de los principales retos para Bremer y compañía.

Entre los obstáculos que la autoridad de ocupación ha tenido que enfrentar, probablemente el mayor lo constituye la resistencia de los chiítas, liderados por sus clérigos, a la presencia de las tropas extranjeras y a sus planes de gobierno, así como la sombra de un gobierno islámico radical similar al de Irán.

Cuando se lanzó la ofensiva contra Irak era un hecho conocido que, una vez caído Saddam, se iba a generar un gran vacío de poder. Lo que nadie anticipó era la rapidez con la que los clérigos chiítas iban a llenar ese vacío ni el resurgimiento religioso entre los musulmanes en general y los chiítas en particular.

No se trata de un asunto menor. El liderazgo entre los chiítas es vital para cualquier tipo de planes en Irak, ya que constituyen 60 por ciento de los 24 millones de iraquíes. Marginados de los círculos de poder desde el nacimiento del moderno Irak, hace cerca de 80 años, hoy los chiítas quieren una representación política que corresponda con sus números.

Los chiítas constituyen una rama del Islam y su origen se remonta al siglo VI, cuando una disputa sobre el legítimo sucesor de Mahoma los separó de los sunitas. "A los chiítas, como a cualquier comunidad perseguida, condenada a aislarse en guetos y obligada a luchar por su supervivencia, les caracteriza un cuidado obsesivo, fanático y ortodoxo por mantener pura su doctrina", escribió el polaco Ryszard Kapuscinski en El Sha, su libro sobre el origen de la revolución islámica iraní.

Durante los 35 años en que el partido Baath gobernó en Irak las expresiones religiosas fueron reprimidas y la mayoría de los clérigos chiítas fueron encarcelados, asesinados o forzados al exilio. Hoy, cuando están de vuelta, el renacimiento islámico es evidente en ciudades sagradas como Nayaf y Kerbala o en la misma Bagdad. Las marchas en contra de Estados Unidos y a favor de un Estado islámico, como la del sábado, se han presentado en más de una ocasión. En ellas muchos llevan retratos de ayatolas y líderes religiosos, incluido el de Ruholá Jomeini, algo que en tiempos de Hussein podía suponer varios años de cárcel.

El nuevo liderazgo de los clérigos musulmanes ya deja ver sus consecuencias en la vida de los iraquíes en el centro y el sur del país. Varias licoreras han cerrado y los teatros que exhiben películas con algún contenido erótico han sido amenazados. Las mujeres son las principales víctimas. "Ya hemos visto cómo los líderes fundamentalistas les prohíben participar en las marchas de protesta y les dicen que necesitan cubrirse cuando salen de su hogar", dijo a SEMANA Nada Elia, representante de las Naciones Unidas para la Arab Women's Solidarity Association.

Parece claro que Irán, incluido por Estados Unidos en su 'eje del mal', ha ganado influencia en Irak por medio de ayatolas que, como al Hakim, estuvieron exiliados en su territorio. Las reacciones no se han hecho esperar. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, advirtió que cualquier intento por parte de Teherán de reproducir sus estructuras en Irak sería combatido agresivamente y Washington ha apoyado las protestas de los estudiantes iraníes en contra de su gobierno con el fin de desestabilizar al incómodo vecino.

Un gobierno islámico radical representa el peor escenario para los norteamericanos. Uno de los motivos que han retrasado los planes para un gobierno nacional es el temor a la influencia iraní. "Washington apoyará la decisión del pueblo iraquí sólo si ésta excluye el establecimiento de un Estado fundamentalista chiíta", dijo a SEMANA David Phillips, del Consejo de Relaciones Exteriores. "Tarde o temprano los clérigos tendrán que trabajar con Washington o afrontar las consecuencias, añade Anas Shallal, fundador del movimiento de iraquíes-norteamericanos por alternativas pacíficas. Washington está ganando tiempo para que los clérigos se den cuenta de que Irán no los respalda".

En contraste con las primeras declaraciones, en las cuales se hablaba de meses, hoy nadie en la administración Bush menciona plazos específicos para entregar el mando a los iraquíes. Parece haber consenso en que la reconstrucción tomará años. Cada día que pasa las tropas se perciben más como un ejército invasor, pero Washington tampoco se apresurará a trasladar el poder a un gobierno que no favorezca sus intereses.

Por lo pronto, en medio del caos imperante, las mezquitas se están convirtiendo en los centros de poder del Irak de la posguerra y la explosiva mezcla entre religión y política inquieta a un Estados Unidos que, en medio de un ambiente hostil, hará todo lo que sea necesario para evitar el ascenso del fundamentalismo.

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cesan y el acuerdo político entre la administración norteamericana y los diferentes grupos iraquíes no consigue superar los múltiples obstáculos.

Sin ir más lejos, la semana pasada se presentó uno de los peores incidentes desde el fin de la guerra cuando seis soldados británicos fueron muertos por una multitud al noroeste de Basora, en el sur de Irak. Aunque los ataques contra las fuerzas de ocupación no son novedad -entre el 8 y el 22 de junio hubo 93 tiroteos contra el ejército norteamericano con un saldo de 18 soldados muertos- lo que sí sorprende es el sitio donde éste ocurrió. Al contrario de la mayoría de los incidentes, que se atribuyen a miembros del partido Baath, de Saddam Hussein, la muerte de los británicos se produjo en una región donde la presencia extranjera era más tolerada y donde los chiítas, ferozmente perseguidos por el régimen de Hussein, son mayoría.

Como si eso fuera poco, en Bagdad unos 2.000 manifestantes, también de origen chiíta, marcharon el sábado para exigir a la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA) realizar elecciones para la formación de un gobierno nacional bajo supervisión islámica. "No norteamericanos, no Saddam, toda la gente es para el Islam", fue el grito de batalla.

En ese contexto, la CPA cambió los planes iniciales para una autoridad interina y ahora trata de conseguir un acuerdo político con los diferentes grupos sin resultados prometedores. Hace un par de semanas uno de los principales grupos políticos, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Irak (Csri), se negó a participar en el consejo asesor para gobernar a Irak propuesto por el administrador norteamericano, Paul Bremer, e incluso el Congreso Nacional Iraquí de Ahmed Chalabi, el grupo más cercano a Washington, ha mostrado reservas frente a los nuevos planes.

La negativa del Csri, un grupo de inspiración religiosa ligado a Irán y liderado por el ayatola Sayed Mohamed Baqer al-Hakim, sumada a los incidentes de la semana pasada, evidenció uno de los principales retos para Bremer y compañía.

Entre los obstáculos que la autoridad de ocupación ha tenido que enfrentar, probablemente el mayor lo constituye la resistencia de los chiítas, liderados por sus clérigos, a la presencia de las tropas extranjeras y a sus planes de gobierno, así como la sombra de un gobierno islámico radical similar al de Irán.

Cuando se lanzó la ofensiva contra Irak era un hecho conocido que, una vez caído Saddam, se iba a generar un gran vacío de poder. Lo que nadie anticipó era la rapidez con la que los clérigos chiítas iban a llenar ese vacío ni el resurgimiento religioso entre los musulmanes en general y los chiítas en particular.

No se trata de un asunto menor. El liderazgo entre los chiítas es vital para cualquier tipo de planes en Irak, ya que constituyen 60 por ciento de los 24 millones de iraquíes. Marginados de los círculos de poder desde el nacimiento del moderno Irak, hace cerca de 80 años, hoy los chiítas quieren una representación política que corresponda con sus números.

Los chiítas constituyen una rama del Islam y su origen se remonta al siglo VI, cuando una disputa sobre el legítimo sucesor de Mahoma los separó de los sunitas. "A los chiítas, como a cualquier comunidad perseguida, condenada a aislarse en guetos y obligada a luchar por su supervivencia, les caracteriza un cuidado obsesivo, fanático y ortodoxo por mantener pura su doctrina", escribió el polaco Ryszard Kapuscinski en El Sha, su libro sobre el origen de la revolución islámica iraní.

Durante los 35 años en que el partido Baath gobernó en Irak las expresiones religiosas fueron reprimidas y la mayoría de los clérigos chiítas fueron encarcelados, asesinados o forzados al exilio. Hoy, cuando están de vuelta, el renacimiento islámico es evidente en ciudades sagradas como Nayaf y Kerbala o en la misma Bagdad. Las marchas en contra de Estados Unidos y a favor de un Estado islámico, como la del sábado, se han presentado en más de una ocasión. En ellas muchos llevan retratos de ayatolas y líderes religiosos, incluido el de Ruholá Jomeini, algo que en tiempos de Hussein podía suponer varios años de cárcel.

El nuevo liderazgo de los clérigos musulmanes ya deja ver sus consecuencias en la vida de los iraquíes en el centro y el sur del país. Varias licoreras han cerrado y los teatros que exhiben películas con algún contenido erótico han sido amenazados. Las mujeres son las principales víctimas. "Ya hemos visto cómo los líderes fundamentalistas les prohíben participar en las marchas de protesta y les dicen que necesitan cubrirse cuando salen de su hogar", dijo a SEMANA Nada Elia, representante de las Naciones Unidas para la Arab Women's Solidarity Association.

Parece claro que Irán, incluido por Estados Unidos en su 'eje del mal', ha ganado influencia en Irak por medio de ayatolas que, como al Hakim, estuvieron exiliados en su territorio. Las reacciones no se han hecho esperar. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, advirtió que cualquier intento por parte de Teherán de reproducir sus estructuras en Irak sería combatido agresivamente y Washington ha apoyado las protestas de los estudiantes iraníes en contra de su gobierno con el fin de desestabilizar al incómodo vecino.

Un gobierno islámico radical representa el peor escenario para los norteamericanos. Uno de los motivos que han retrasado los planes para un gobierno nacional es el temor a la influencia iraní. "Washington apoyará la decisión del pueblo iraquí sólo si ésta excluye el establecimiento de un Estado fundamentalista chiíta", dijo a SEMANA David Phillips, del Consejo de Relaciones Exteriores. "Tarde o temprano los clérigos tendrán que trabajar con Washington o afrontar las consecuencias, añade Anas Shallal, fundador del movimiento de iraquíes-norteamericanos por alternativas pacíficas. Washington está ganando tiempo para que los clérigos se den cuenta de que Irán no los respalda".

En contraste con las primeras declaraciones, en las cuales se hablaba de meses, hoy nadie en la administración Bush menciona plazos específicos para entregar el mando a los iraquíes. Parece haber consenso en que la reconstrucción tomará años. Cada día que pasa las tropas se perciben más como un ejército invasor, pero Washington tampoco se apresurará a trasladar el poder a un gobierno que no favorezca sus intereses.

Por lo pronto, en medio del caos imperante, las mezquitas se están convirtiendo en los centros de poder del Irak de la posguerra y la explosiva mezcla entre religión y política inquieta a un Estados Unidos que, en medio de un ambiente hostil, hará todo lo que sea necesario para evitar el ascenso del fundamentalismo.

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