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La pareja ‘show’
Gina Parody y Armando Benedetti son primíparos y aliados, y trabajan en llave como alfiles de primera línea del presidente Álvaro Uribe en el Congreso.
Se cruzan la primera llamada a las 6 de la mañana y la última a las 11 de la noche. Todos los días él la recoge en su casa y a pesar de que ella está levantada desde las 5:30 para su sesión de yoga, siempre lo hace esperar. Toman el carril de norte a sur de la circunvalar, él al volante y ella de copiloto. No quieren escoltas en esos 15 minutos porque es el momento del día para la primera tanda de confesiones mutuas. La noche anterior es tema obligado.
Son Gina Parody y Armando Benedetti. Senadores, ambos por primera vez, y amigos cercanos desde que se encontraron en el Congreso. Ella tiene 33 años, él, 39. Liberales en sus ideas y en su visión de la vida, socios en las buenas y en las malas. Con una lista común de enemigos y un poderoso amigo que los consiente por igual: el presidente Álvaro Uribe.
Es un miércoles de finales de marzo y antes de llegar al Congreso tienen un desayuno con el presidente de su partido -La U-: Carlos García. A uno de ellos dos este senador le simpatiza más que al otro y eso se respeta. La regla de oro de esta recién formada 'pareja' es que no se pisan la manguera. Cada uno mantiene sus posturas y el otro lo apoya de ser necesario, así no las comparta. Salen del desayuno, con una misión cumplida y es que García les anuncia que la bancada los apoyará en la batalla que se avecina dos horas más tarde, cuando Gina defienda ante los colegas de curul un proyecto para frenar la violencia contra la mujer.
Hay un equilibrio de funciones en la pareja. Pero a pesar de los esfuerzos de Benedetti, es obvio que la parte femenina lleva la batuta. Hecho aceptado por él y no con resignación, sino con gusto. Para este barranquillero, mamador de gallo y desabrochado en cálculos políticos, las mujeres siempre van primero. Un alto grado de machismo lo gobierna y eso marca que Gina siempre sea la de mostrar y la niña para cuidar. "No dejo que le falten al respeto y estoy listo para protegerla siempre", asegura, mientras aclara que la protección es mutua. Gina lo cuida y no sólo de imprudencias verbales. En la vida fuera del Congreso, la única mujer que lo pone a salvo de su esposa por cualquier sospecha de desorden, es ella. "Gina, su llavería".
Desde cuando llegaron en 2006 a la comisión primera del Senado, la más aguda, experimentada y exigente en términos políticos, su complicidad se traduce en apoyos y respaldos a la hora de votar proyectos, redactar proposiciones, objetar artículos o defender posiciones. La sesión en la comisión empieza. El proyecto viene con todas las de ganar. Es apoyado por toda la bancada de mujeres del Congreso, es por un objetivo en apariencia loable para todos y el cálculo es que no tendrá ningún obstáculo.
Los dos se ubican en sus curules, uno junto al otro. Gina hablará y luego Benedetti saldrá a apoyarla y, si es necesario, a batallar. Pronto se vienen las lanzas punzantes de la oposición. Primero Héctor Elí Rojas, que poco los quiere y por oficio los controvierte; luego Germán Vargas Lleras, que cuida los votos cristianos de su partido. Se le adjudica al proyecto un esguince al concepto constitucional de "familia", una vieja discusión, y le enciman un aparente favorecimiento a las parejas gay. Hablan unos a favor y otros en contra. Benedetti toma la palabra, defiende el proyecto, dice que es un Congreso machista. Se cuchichean, se percatan de que los están moliendo. Proponen soluciones, pero no se las aceptan. Las intervenciones avanzan y la discusión convierte el recinto en un estrado judicial más cercano a la edad media que al siglo XXI. No llegan a ningún acuerdo. La pareja ha recibido un contundente gancho de la derecha. Salen indignados, dan declaraciones a la prensa y se van a almorzar.
"Cuando uno es joven y se mete en política, vive de la política, habla de política y come política. Por eso, tener un aliado vale mucho" , dice Gina, que ya ha respirado su indignación y ahora sonríe. Los dos siguen en sus planes para este día. Llevan seis horas juntos y ahora les queda una sesión plenaria a la que no saben si asistirán. Eso sí, tienen segura la cita de la noche. Será una comida en un restaurante de la zona G en Bogotá, con amigos y tal vez algún periodista.
"Ellos son los más mediáticos del Congreso", se queja un senador que no quiere meterse en un tema que le parece frívolo, como ellos mismos y por eso no cree necesario que se mencione su nombre. "Aquí hay mucha gente seria que trabaja mucho, con experiencia, pero ellos tienen amigos en la prensa y por eso parece que en el Congreso, sólo ellos trabajaran". Y es verdad que tienen una alta exposición pública y muchos amigos periodistas, no lo niegan. Les encanta informar y estar informados, pero replican a su favor que también se debe a que sus posturas y sus proyectos generan noticia.
Por eso una mirada a sus iniciativas parlamentarias es necesaria. Además de conocer la lógica del show business de la política, la pareja ha tenido iniciativas que nadie les puede quitar. En épocas de la discusión de Justicia y Paz, siendo representantes a la Cámara, ambos tuvieron protagonismo. Gina Parody, porque se distanció en su momento del gobierno, y Benedetti, porque fue el coordinador ponente de la ley.
Ambos fueron defensores del proyecto de reelección en la legislatura anterior, y presentaron el estatuto antiterrorista. También tienen a su haber las férreas peleas por la ley que les otorgó derechos patrimoniales a las parejas del mismo sexo y son autores de la ley de infancia. Hoy, Benedetti coordina a los ponentes en la coalición de la reforma a las transferencias, y Gina tiene en sus carpetas un arsenal de proyectos que presentará en el Senado.
Los gemelos fantásticos serían una pareja dispareja al lado de estos dos senadores, de no ser porque sus poderes no son sobrenaturales, como para convertirse en lo que deseen, como sí lo pueden hacer los superamigos.
Sin embargo, su cercanía con el huésped principal de la Casa de Nariño hace que sus poderes sí tengan más alcance que los de otros de su mismo mundo. A Gina el presidente Uribe la consiente como "su senadora". Es muy serio con ella y poco se ríen juntos, hablan amablemente, pero siempre de política. Si Parody lo llama, la respuesta llega a las pocas horas o antes de terminar el día. Benedetti, en cambio, tiene una relación más distensionada con Uribe. Desde afuera, nadie pareciera más distinto que él al estilo del mandatario. Va casi a diario a Palacio, habla con Alicia Arango, la secretaria privada, y con Bernardo Moreno, el secretario general. Se mete al despacho, hace reír al Presidente y, según dice, lo controvierte a veces. Con su lenguaje informal es fácil creer que no le importa contarle cuentos o noticias que otros no se atreven a contarle.
Uribe, por su parte, hace lo suyo. Los utiliza cuando los necesita, por intermedio de sus bocas, se conocen algunas intenciones oficiales, sin mencionar que algunos de sus proyectos de ley llegan a sus manos listos desde la Presidencia. Pasa lo mismo con las defensas al gobierno que les demandan cuando el Polo o el Partido Liberal enfilan baterías para un debate de control político.
El día termina. Gina y Armando salen a su cena. Él le propuso una pinta para la ocasión y ella le recuerda la corbata naranja que le trajo en uno de sus viajes. La noche promete. No habrá tragos porque los dos se abstienen de tomar, pero en el medio, con sus miradas, se hablarán sobre el transcurrir positivo o negativo de la noche. De pronto la charla se convierte en una confidencia sobre el amor o el desamor, otro de los temas que los ocupa. Al fin y al cabo, son una pareja, eso sí, consumada sólo en la política.