conflicto
La retoma de Araracuara
En lo más profundo de la selva amazónica el Ejército construirá una base. Los indígenas se oponen a que se haga sin su consentimiento. SEMANA visitó el lugar
La construcción de una base militar en el territorio indígena de Araracuara amenaza con convertirse en un nuevo litigio entre el Estado y los pueblos que habitan la región. En el pequeño poblado es más fácil ver soldados que civiles. En noviembre pasado dos batallones del Ejército llegaron a este remoto poblado en la frontera de Caquetá y Amazonas, pero hasta ahora no se ha puesto la primera piedra para la guarnición militar. Los indígenas piden que se concierte con ellos la decisión sobre el sitio donde se ubicará la base, pues el lugar elegido, en inmediaciones del Cañón del Diablo, una alta planicie sobre el río Caquetá, es parte de su resguardo y es considerado por ellos un lugar sagrado y de gran valor biológico y cultural.
El Ejército, por su parte, considera estratégico este sitio para la lucha contra las Farc, pues desde Araracuara se puede controlar el transporte de drogas y armas que el Bloque Sur de las Farc mantiene hacia países como Perú, Brasil y Surinam.
Para los pueblos huitotos, muinanes y nonuyas, este es un capítulo más en una larga historia de guerras e invasiones que amenazan su subsistencia física y cultural. En la memoria de los ancianos están grabados los episodios de la guerra contra el Perú, a principios del siglo XX, donde murieron cientos de indígenas que fueron reclutados por ambos ejércitos. Después vino la esclavitud del caucho, en la cual familias enteras perecieron por el maltrato y la inclemencia de la selva.
Pasada la hojarasca del caucho, Araracuara se convirtió en la más mítica colonia penitenciaria del país. Cerca de 2.000 presos, acusados de los peores crímenes, tuvieron esta selva por prisión. En los primeros años, los internos construyeron a cincel la pista aérea que a la postre convertiría a Araracuara en uno de los pocos puntos accesibles de la selva. Al cerrarse la cárcel muchos ex presidiarios se quedaron para siempre como colonos. Otros tantos intentaron fugarse y terminaron tragados por la manigua, como Arturo Cova en La Vorágine.
En los años 80, toda la región fue declarada reserva indígena y posteriormente, resguardo. Su ubicación la ha convertido en un centro donde confluyen diversas culturas y pueblos minoritarios que luchan contra la extinción. Prueba de ello fue el viaje por selva que hicieron dos líderes nonuyas para buscar al único anciano que sobrevivió a la guerra con el Perú y que hablaba su lengua, ya prácticamente desaparecida. Lo trajeron hasta Araracuara y durante noches enteras lo pusieron a hablar con los ancianos hasta que les enseñó cada palabra de su moribunda lengua. Un esfuerzo posiblemente en balde, pues ahora los jóvenes no van a las malocas a mambear y recoger la tradición oral. Prefieren no perderse Pasión de gavilanes en uno de los muchos televisores con antenas satelitales que se ven en el caserío.
Pero la verdadera amenaza que han vivido los indígenas de la región ha corrido por cuenta de la guerra. Desde los años 80 Araracuara ha sido un lugar estratégico para la seguridad del país. A principios de los 90, se instaló un radar de la DEA que era protegido por soldados colombianos y una misión de Estados Unidos. Los indígenas se opusieron a su instalación pero perdieron la batalla legal. Pero en 1998, cuando las Farc atacaron la base militar de Las Delicias, ubicada a orillas del mismo río varios kilómetros arriba, el Ejército abandonó el lugar.
De inmediato, Araracuara se convirtió en un punto vital para el narcotráfico y el comercio de armas de las Farc. Por el río Caquetá bajaban las embarcaciones cargadas con cocaína que después se enviaba en avioneta hasta suelo brasileño, peruano o de Surinam. Y desde esos países, según el Ejército, ingresaban armas por la misma vía. Todo, bajo el control de Fabián Ramírez e Isaías Perdomo, un indígena que dirige el Frente Amazónico, un grupo de unos 200 combatientes de los cuales por lo menos el 70 por ciento son indígenas.
El reclutamiento de sus jóvenes se convirtió en el principal dolor de cabeza para los caciques y gobernadores de la región. Según relata uno de los líderes del pueblo Muinane de Araracuara, durante tres años estuvieron intentando comunicarse con el Secretariado de las Farc para que les devolvieran siete muchachos que se habían incorporado a las filas guerrilleras. Al final sólo les entregaron a una niña, hija única de una anciana de la región. Los líderes indígenas empezaron a hablar con los jóvenes para evitar que se fueran para la guerrilla. Eso fue considerado por los insurgentes una acción en su contra y declararon objetivo militar a muchos de los más importantes dirigentes de los alrededores de Araracuara. Cuando mataron al primero de ellos, los demás salieron de la región y nunca más han regresado.
La presencia de las Farc acabó también con la poca presencia del Estado en la región. La Fundación Sinchi, dedicada a la labor científica sobre el Amazonas, tuvo que dejar vacía una inmensa y bien dotada sede, que finalmente fue saqueada por algunos habitantes de la región. Así mismo se acabó con la presencia de universidades y científicos que a lo largo de dos décadas han tenido en Araracuara un laboratorio para la clasificación de las más diversas especies amazónicas.
El año pasado la situación empeoró. Por la presión de las Farc, se suspendieron los vuelos comerciales y poco después, los guerrilleros dinamitaron el radar. Los pobladores quedaron aislados, con la única opción de viajar más de una semana por río para llegar hasta Florencia o Leticia. Una presión que no ha dado tregua a pesar de la presencia del Ejército.
Entre diciembre y enero las Farc saquearon en las bocas del río Caguán tres cargamentos de comida y combustible que iban para Araracuara, avaluados en cerca de 150 millones de pesos. Desde entonces, todo el comercio por el río está suspendido y los indígenas no tienen cómo movilizarse. Por falta de gasolina, 40 niños no han podido llegar hasta el internado para empezar su año escolar. Los pocos alimentos que entran lo hacen por vía aérea a precios tan altos que sencillamente se quedan en la única tienda de la región. Pero tal vez lo más grave es la ausencia de medicinas. Con lo poco que han podido conseguir sobreviven los indígenas, gracias a la cooperación internacional obtenida por la hermana Carmen, una médica franciscana que vive desde hace 12 años en este resguardo.
Aunque reconocen que la llegada del Ejército les ha significado seguridad y la posibilidad de reconstruir su autoridad, desconocida y pisoteada por la Farc, los indígenas temen que en poco tiempo, y con argumentos de seguridad nacional, su incipiente autonomía de gobierno quede borrada de un tajo.
Una autonomía que han empezado a ejercer con temas como el de las fumigaciones, pues el año pasado ganaron una tutela para evitar que sus territorios fueran regados con glifosato. A cambio, han ofrecido realizar erradicación manual de cultivos y que se ponga en funcionamiento una mesa para hablar de desarrollo alternativo en la región.
Un debate complejo si se tiene en cuenta que lo que está en juego es el futuro de la Amazonia y el papel que cumplen los indígenas en la conservación de los bosques nativos, un total de 24 millones de hectáreas en todos sus territorios.
"Ellos deben entender que más daño ecológico hace una hectárea de coca que una base militar", dice uno de los oficiales a cargo del batallón asentado en Araracuara y que hace parte de la Primera División del Ejército. Pero más que negarse a la destrucción de un pedazo de bosque, lo que temen los indígenas es que la guerra en sus territorios se convierta en una nueva amenaza para la existencia de sus comunidades. Especialmente porque la guerra en la selva apenas comienza.