HISTORIA
La semana que cambió al mundo
Hace 50 años, entre el 11 y el 15 de abril, comenzó el único juicio a un criminal nazi en Israel, salió el primer hombre al espacio y Cuba le propinó una dura humillación a Estados Unidos. Crónica de unos días cruciales.
Nazi a juicio
El 11 de abril de 1961, el nazi Adolf Eichmann, el responsable de transportar millones de judíos a los campos de exterminio, compareció ante un tribunal en Tel Aviv. Era la primera vez (y sería la única) que Israel llevaba ante la justicia a un personaje de su calaña, y su imagen en el tribunal, encerrado en una jaula blindada, parecía simbolizar, por fin, el comienzo del final definitivo de la Segunda Guerra Mundial.
Sus fechorías se remontaban a finales de los años treinta, cuando comenzó su carrera de oficial de las SS, el grupo paramilitar creado por Adolf Hitler como fuerza de choque de su partido. Cuando comenzó el genocidio, los trenes que conducían a millones de inocentes a una muerte atroz eran despachados por él con una diabólica eficiencia industrial.
Pero el caso Eichmann llegó a la imaginación popular el 11 de mayo de 1960, cuando fue secuestrado por la Mossad, el servicio secreto de Israel, en una barriada de Buenos Aires, a donde había logrado escapar tras la derrota de Alemania y vivía bajo el nombre Ricardo Klemens.
Desde 1954, el famoso cazador de nazis Simón Wiesenthal había recibido informes sobre su paradero, pero solo el primero de mayo de 1960 agentes de la Mossad, el servicio secreto israelí, entraron al país austral y se dispusieron a realizar un operativo que se convirtió en leyenda.
Lo primero era estar muy seguros de que se trataba del hombre que buscaban. Las fotografías de su peculiar oreja izquierda, a pesar de ser un indicio muy poderoso, no eran suficientes. No podían equivocarse, sobre todo ante el escándalo que produciría esa operación encubierta, por sus implicaciones para la soberanía argentina. Solo se convencieron cuando interrogaron a una florista a la que 'Klemens' había comprado un ramo de rosas. Supieron que se trataba de él, porque era un regalo para su mujer por su aniversario de bodas, y la fecha coincidía con sus archivos. Lo esperaron en su parada de bus habitual, y lo metieron en un carro. Lo llevaron a Tel Aviv en un vuelo de El Al, vestido de mecánico y fuertemente drogado, para que pareciera borracho. Su suerte estaba echada.
Eichmann se convirtió en un símbolo de la posguerra, y el mundo entero siguió su juicio, que terminó en la horca mediante el curioso procedimiento de levantar, por 24 horas, la prohibición de la pena de muerte en Israel. La filósofa Hanna Arendt contribuyó a su leyenda con un libro muy controvertido, Eichmann en Jerusalén. Allí observaba cómo ese criminal, con las manos llenas de sangre, era en realidad un hombrecillo insignificante, para concluir que hasta la personalidad más común puede convertirse en un monstruo si se dan las condiciones. Su frase "la banalidad del mal" aún resuena en los anales del horror.
Al espacio
Al día siguiente de esa semana histórica, el 12 de abril de 1961, no terminó una era, como en el caso de Eichmann, sino que comenzó otra. A las nueve de esa mañana, el joven piloto soviético Yuri Gagarin exclamó "¡Poyejali!", ("¡Allá vamos!", en ruso). Despegaba en ese instante la nave Vostok 1, que lo convertiría en el primer hombre en salir al espacio exterior, en un hecho que colmó de ilusiones al mundo entero. Con su gesta, parecía que por fin comenzaba a cumplirse el sueño de la conquista del universo, entonces vista como el futuro de la humanidad.
Pero, por el momento, el vuelo de Gagarin era, sobre todo, un triunfo político de la mayor importancia para la Unión Soviética, que competía con Estados Unidos por la supremacía mundial y por convencer a los demás países de que su sistema era el camino a la felicidad de los pueblos.
Yuri Gagarin, nacido en 1934, fue obrero metalúrgico hasta que, en 1954, entró a estudiar pilotaje en el aeroclub de Saratov. Luego de ingresar a la Fuerza Aérea, se presentó como candidato a vuelos espaciales en 1959, y fue escogido en el grupo de veinte posibles cosmonautas. Su potencial físico e intelectual, así como el hecho de que se trataba de un excelente ejemplo de la juventud comunista al ser hijo de una familia de trabajadores, lo convirtieron en la primera opción.
El Vostok 1, con todo y la dimensión histórica de su hazaña, voló muy poco. Dio una vuelta a la Tierra en hora y media, y no habían sonado las once de la mañana cuando Yuri había regresado a su planeta de origen. El aparatoso sistema de aterrizaje no garantizaba la supervivencia del tripulante, por lo que en pleno vuelo fue ascendido a mayor, en previsión de lo peor. Pero el muchacho logró ser eyectado de su cápsula a tiempo, el paracaídas se abrió, y descendió en un descampado de Rusia. La anécdota dice que lo encontró una campesina, en su traje espacial, y le preguntó si venía de otro mundo. "Sí -contestó él-, pero tranquila, que soy soviético" -le aclaró.
Yuri Gagarin se convirtió en un personaje mundial, bien explotado por la URSS como prueba de su supremacía científica. Viajó por decenas de países y se convirtió, hasta el día de hoy, en un héroe nacional sin matices. Pero su vida nunca volvió a ser la misma. Tuvo problemas conyugales, se aficionó al vodka y murió a los 34 años, cuando el MiG-15 que pilotaba se estrelló en picada cerca de Moscú. Murió joven, como los semidioses, y hoy, cuando su Unión Soviética ni siquiera existe, sigue siendo uno para sus compatriotas.
Invasión en el Caribe
Pero las desgracias para Washington en esa semana de pasión no terminarían con el vuelo de Gagarin. El 15 de abril de 1961, ocho viejos aviones A-26, con bandera cubana en el fuselaje, bombardearon varios aeropuertos militares en la mayor de las Antillas. Era el primer acto de lo que conocerían los norteamericanos como la invasión de Bahía Cochinos, aunque los cubanos la llaman Playa Girón. Se trató del intento más abierto del gobierno norteamericano por derrocar a Fidel Castro, que desde el primero de enero de 1959 se había convertido en una piedra en el zapato de Washington.
En realidad, el presidente John F. Kennedy había heredado el problema, pues había sido su antecesor, el general Dwight Eisenhower, quien había ordenado desde 1960 apoyar a las organizaciones anticastristas para demoler ese joven gobierno que amenazaba los numerosos intereses de los norteamericanos en la isla.
A partir de enero de ese año, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) comenzó a entrenar en campos en Guatemala y Panamá a jóvenes cubanos exiliados, con el objetivo de invadir la isla, unirse a los grupos que ya patrocinaba en el Escambray y acabar con los barbudos de una vez por todas. Para ello dispusieron de una lista de materiales bélicos de desecho entre aviones de transporte, un puñado de bombarderos de la Segunda Guerra, algunos tanques y jeeps, y ocho barcos y lanchas de desembarco. Esos 1.200 hombres tratarían de cambiar el rumbo de la historia.
Pero no contaban con la timidez, o la prudencia, según como se le mire, del nuevo y joven presidente. Kennedy, a pesar de su profunda antipatía por Castro, no quería que Estados Unidos terminara involucrado en una intervención abierta, que lo hubiera puesto en una difícil posición ante Moscú y la opinión pública mundial. Por eso, ordenó que la participación de su país fuera la mínima posible y que permaneciera en secreto.
La cosa salió mal desde el principio. Los bombardeos no lograron destruir en tierra a los aviones de Cuba y la reacción de estos pronto derribó a la mayoría de los atacantes. Eso dejó a los expedicionarios en Playa Girón a merced de los cazas defensores, que además hundieron los barcos que llevaban las municiones y los pertrechos. En dos dí as, las tropas regulares, que llegaron a reforzar a las Milicias Nacionales Revolucionarias, apoyadas en equipo pesado adquirido en la Unión Soviética, acabaron con lo que quedaba de los expedicionarios. Fueron capturados más de mil, que al año siguiente el gobierno cubano canjeó por 53 millones de dólares en alimentos, medicinas y tractores.
El episodio de Bahía Cochinos fue, hasta ese momento, la mayor humillación histórica de Estados Unidos. Al otro día de la invasión, Fidel Castro proclamó a la Revolución cubana como "comunista y antiimperialista". Allá está todavía, recordando esa semana en la que el mundo cambió.