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La tumba de Oscar Wilde en el cementerio Père-Lachaise de París. Es costumbre que los visitantes le dejen un beso, pero el desgaste de la piedra fue tal que en la actualidad se encuentra detrás de una barrera de plástico.

Poesía

El amor según Oscar Wilde

La poeta española Elvira Sastre editó y tradujo algunos de los mejores poemas del dramaturgo irlandés en el libro ‘Poemas de amor’, publicado por Valparaíso Ediciones. Aquí compartimos tres.

Revistaarcadia.com
20 de septiembre de 2016

Desesperación

Las estaciones dejan todo en ruinas al marcharse,
pues en la primavera el narciso enseña su cabeza
y no se marchita hasta que la rosa arde en llamas;
en otoño las violetas púrpuras brotan
y los azafranes frágiles se mezclan con la nieve del invierno.
De esta manera, aquellos árboles desnudos florecerán
de nuevo
y esta tierra gris crecerá verde con el rocío del verano
y brotarán sobre ella primaveras
que algún muchacho segará.

¿Pero qué vida, cuya voracidad hambrienta
nos pisa los talones y oscurece las noches,
resguardará los días que nunca más volverán?
Ambición, amor y todos los sentimientos que queman
mueren demasiado pronto, y sólo encuentran consuelo
en los restos marchitos de algún recuerdo muerto.

Hélas

Dejarse llevar por cada deseo hasta que mi alma
sea un laúd en cuyas cuerdas toque el viento,
¿para esto renuncié
a la sabiduría ancestral y al rígido control?
Mi vida es un guion garabateado
y sobrescrito en alguna fiesta juvenil
con canciones típicas para flauta y virelay,
que no hacen sino esconder el secreto del todo.

Claro que hubo un tiempo en el que pisé
montañas soleadas, y desde la disonancia de la vida
repicó un acorde claro que alcanzó los oídos de Dios.

¿Ha muerto ese tiempo? Con una ramita
pude tocar la miel del romance,
¿debo perder el legado de un alma?

Quia multum amavi / Porque he querido tanto

Querido corazón, creo que el joven y apasionado sacerdote,
al sacar por primera vez del santuario escondido
a su Dios recluido en la Eucaristía
y comer el pan, y beber el terrible vino,

no sintió un asombro tan terrible como el que sentí yo
cuando mis ojos enamorados chocaron con los tuyos
por primera vez
y toda la noche antes de arrodillarme ante tus pies
hasta que te cansaste de mi pasión.

¡Ah! Si te hubiera gustado menos
y me hubieras amado más,
en aquellos días de verano de alegría y lluvia,
no habría sido heredero de la tristeza
ni un lacayo en la casa del dolor.

Aún así, a pesar de que el arrepentimiento, cara blanca
del sirviente de la juventud,
me pise los talones con su comitiva,
me alegra haberte amado: ¡piensa en todos
los soles que se convirtieron en una verónica azul!