Cuando finalizó la muestra, la biblioteca guardó las donaciones. Los títulos obsequiados por el gobierno alemán, sin embargo, jamás fueron catalogados y envejecieron amontonados en anaqueles hasta 2014, cuando fueron hallados en un inventario general realizado por la biblioteca con el apoyo de 140 contratistas. El edificio de la Biblioteca Nacional brillaba contra los cerros orientales. Mientras tanto, sobre la desocupada calle 24, estacionaban algunos automóviles de los 2.000 invitados que aquel 20 de julio de 1938 llegaban para celebrar cuatro acontecimientos: los 400 años de la fundación de Bogotá, el grito de independencia, el bicentenario de la llegada de la imprenta al país y la inauguración de la nueva sede de la Biblioteca Nacional de Colombia.Con el propósito de organizar una celebración especial, el entonces director de la biblioteca, Daniel Samper Ortega, realizó una muestra que se exhibió por varios días en los salones del edificio. Según anotó en un artículo titulado Reflexiones en torno a una exposición, “Todas las naciones amigas fueron invitadas a enviar a Bogotá colecciones escogidas de libros representativos de lo más propio y original de su pensamiento, tanto en literatura como en ciencias, arte e historia”.28 países de América, Europa y Asia confirmaron su participación. Gracias a su ayuda, el 20 de julio la biblioteca se convirtió en un museo tan variado como un bazar persa, pobre en curaduría pero rico en obras de arte y textos incunables. Francia exhibió dibujos de Corot, Ingres y Gauguin, entre otros. Japón hizo una donación de libros y mostró un valioso talismán impreso en el año 770 antes de Cristo. España regaló una colección de 2.000 volúmenes y expuso obras de grandes artistas como Picasso y Álvarez de Sotomayor.Alemania, mientas tanto, exhibió su ofrenda delante de una gran bandera del partido Nazi y, según Samper, “remitió cerca de 2.000 libros escogidos con el mayor cuidado y lujosamente encuadernados”.Cuando finalizó la muestra, la biblioteca guardó las donaciones. Los títulos obsequiados por el gobierno alemán, sin embargo, jamás fueron catalogados y envejecieron amontonados en anaqueles hasta 2014, cuando fueron hallados en un inventario general realizado por la biblioteca con el apoyo de 140 contratistas. “Un inventario siempre arroja hallazgos, desentierra secretos ocultos y nos sitúa ante lo desconocido –dice Consuelo Gaitán, actual directora de la Biblioteca Nacional–. En el que realizamos en la Biblioteca Nacional entre 2013 y 2014, nos encontramos con el Fondo Alemán, conformado por cerca de 2.000 volúmenes que incluyen una gran cantidad de material propagandístico del Tercer Reich y obras representativas de este período. Cómo habían llegado hasta nosotros y por qué habían permanecido ocultas hasta ahora, fue algo que nos preguntamos en ese momento”.En el pasillo del hoy llamado Fondo Alemán se mezcla el olor a cuero con un aroma tostado de papel viejo. Está ubicado en el tercer piso de la biblioteca y lo enmarcan dos hileras de bibliotecas de madera cuyos anaqueles sostienen varios libros de propaganda Nazi. Uno de los más llamativos es una edición de 1936 de Mein Kampf (Mi Lucha), de Adolfo Hitler. Nombres conocidos, como el de Hermann Göring, comandante de la Luftwaffe (Fuerza aérea), comparten espacio en las repisas con otros menos familiares.

Allí está Die Hitler Jugend (La juventud de Hitler), de Baldur von Schirach, líder de las juventudes hitlerianas procesado en los juicios de Núremberg. Von Schirach comparte estante con Theodor Soucek, uno de los creadores de los “Hombres lobo”, una organización secreta dedicada a combatir a los aliados en Austria ejecutando secuestros y actos terroristas. Soucek fue condenado a muerte pero un error de forma lo absolvió y hasta 2011 vivió como un acomodado octogenario en un condominio en Marbella, España. Más abajo, impreso sobre un lomo de tela de azul descolorido, se lee: Franz Ludwig Neher, Das Wunder des fliegens (La maravilla de volar). Ludwig escribió biografías de pilotos del ejército alemán y libros de propaganda nazi. En otro estante se lee el nombre de Eckhart von Naso, uno de los 88 escritores que le juró fidelidad a Hitler en octubre de 1933, el año en que los nazis quemaron miles de libros en toda Alemania. Bibliotecas enteras desaparecieron de ciudades como Berlín, Múnich, Dresde, Bremen y Dortmund, donde obras de Thomas Mann, Kafka, Freud o Remarque alimentaron las hogueras avivadas por las juventudes nazis.Uno de los más oscuros personajes que figuran en el fondo alemán es Paul de Lagarde, un delirante antisemita quien se refería a los judíos como “pestilencia” y sostenía que debían ser expulsados de Alemania y Austria. Entre los libros de la biblioteca personal de Hitler que sobrevivieron, y cuya mayoría resguarda la Biblioteca de Congreso en Washington, se cuentan dos copias del libro de Lagarde Cartas alemanas. De acuerdo con Timothy Ryback, autor del libro Hitler´s private library (La biblioteca privada de Hitler), uno de los dos ejemplares del líder nazi tiene más de cien anotaciones –entre signos de admiración, subrayados, notas al borde, círculos, paréntesis a lápiz–. Una de las anotaciones figura en un pasaje donde de Lagarde sugiere transplantar a los judíos a Palestina. En la donación de Alemania se halla una biografía de de Lagarde escrita por otro antisemita, Karl Ludwig Schemann.Los manuales no faltan en el Fondo Alemán. Hay uno sobre educación física para jóvenes que enseña con ilustraciones técnicas el fortalecimiento muscular y la lucha libre. Otro trata sobre derechos y deberes. Otro sobre las mujeres nazis. Todos lucen la esvástica en la portada y en la contratapa un distintivo ex-libris de un águila con una esvástica en el pecho sobre un letrero que traduce: “Regalo del imperio alemán”.Varios libros del fondo exaltan a los jóvenes de las juventudes nazis y contienen fotos en blanco y negro de niños cargando ladrillos, sentados frente a una máquina de escribir en medio del campo, tocando una trompeta, fumando, boxeando, disparando rifles, formando batallones que marchan en perfecto orden bajo banderas nazis que ondean en el viento.La mayoría de niños que ilustran los libros deben de estar muertos, sus fotos envejecieron a la par con la Biblioteca, que con los años se convirtió en un referente cultural y arquitectónico de la ciudad, mientras los montones de volúmenes del Fondo Alemán, apretujados entre sus letras góticas, seguían sin ser advertidos.Pocos documentos hacen referencia a la donación de libros de Alemania a Colombia. Uno es el ya citado texto de Samper Ortega, otro fue escrito por el profesor de historia Luis Eduardo Bosemberg, quien ha estudiado en profundidad las relaciones de Alemania y América en la primera mitad del siglo XX. En un ensayo sobre la avanzada “cultural” nazi en Bogotá, Bosemberg anota que el IAI (Instituto Iberoamericano de Berlín) mostró gran interés por “participar de la celebración de los 400 años de la fundación de Bogotá (…) Se proyectó obsequiar al país 1.500 libros y fundar una biblioteca de libros colombianos en Berlín”. Bosemberg desconocía el hallazgo del Fondo Alemán, pero al enterarse, sentado en su oficina de la Universidad de los Andes bajo un par de afiches ilustrados de la Primera Guerra Mundial, dice levantando el dedo índice: “Puedo asegurar que esos libros fueron enviados por Faupel”.Se refiere a Wilhelm Faupel, un militar y diplomático alemán quien dirigía el ya citado IAI para cuando se realizó la donación. Faupel, militante del partido Nazi, estaba interesado en influenciar la opinión pública colombiana y una forma efectiva de lograrlo era fortaleciendo el intercambio cultural. El IAI publicaba un par de revistas que se distribuían en Colombia, una llamada Ejército, Marina, Aviación, dirigida por Faupel y financiada por el Ministerio de Propaganda de Hitler. Según anota Bosemberg, el instituto “servía de intermediario para donar libros, adquirir películas o distribuir noticias”.Durante las conmemoraciones de los 400 años de la fundación de Bogotá, Alemania condecoró a 33 personalidades colombianas con el objetivo de fortalecer sus lazos sociales con el país. Entre los condecorados figuraron Alfredo Michelsen, Rafael Obregón, Agustín Nieto, Roberto Urdaneta, Guillermo Valencia y el propio director de la Biblioteca Nacional, Daniel Samper Ortega.En resumen, a Alemania le interesaba propagar su influencia en Colombia. El embajador, que en ese entonces se denominaba ministro, era Wolfgang Dittler, quien recomendó a su gobierno elevar la representación en Colombia de grado I a grado II, pues en los años treinta el país representaba el tercer mayor importador de productos alemanes en Latinoamérica.Las relaciones entre Colombia y Alemania, que habían sido excelentes desde el siglo XIX, llegaron a su fin en 1942, cuando Colombia rompió relaciones con Alemania luego del bombardeo a Pearl Harbour. Ese año el ministro Dittler abandonó el país en compañía de su esposa. Un año antes, el presidente Eduardo Santos le contó a un periodista de apellido Gunther que lo único que lo unía con Hitler era el amor por las montañas.En 1945, cuando la guerra terminó, Faupel se suicidó junto con su esposa, ignorante de que los libros enviados a Colombia no habían cumplido su objetivo adoctrinador.Todos los volúmenes donados por Alemania en 1938 están escritos en alemán e impresos en letra gótica. Quizás por eso nunca se clasificaron ni se leyeron. Pero no todos son de propaganda nazi. Muchos representan la verdadera cultura alemana, aquella que ha trascendido y forma parte del patrimonio de la humanidad. Allí figuran lujosas ediciones de las obras completas de Goethe, Nietzsche y Schiller, una bella edición de los cuentos completos de los hermanos Grimm, y la obra Cosmos, de Alexander von Humboldt, a la que el científico dedicó 25 años de su vida.Entre todos los anaqueles hay un libro colombiano traducido al alemán: (Der Strudel) La Vorágine, de José Eutasio Rivera, en una edición de 1937 de la editorial Hans Müller de Leipzig. 

Los estantes del Fondo Alemán también ostentan libros de geología, fabricación de bebidas espirituosas, medicina, zoología, además de una edición de 1875 de la lujosa enciclopedia Brockhaus, aquella que tanto admiraba Borges y que cita en su poema Adquirir una enciclopedia:“Aquí la vasta enciclopedia de Brockhausaquí los muchos y cargados volúmenes y el volumen del atlas,aquí la devoción de Alemania…”.El largo inventario realizado en la Biblioteca Nacional recuperó 80 mil piezas entre libros, revistas y curiosidades como tiquetes de tren de Rufino José Cuervo, billetes de lotería del siglo XIX y un menú hallado en uno de los libros de Miguel Antonio Caro. Y también el Fondo Alemán, con sus 2.000 títulos que durmieron un sueño de 76 años del cual ya despertaron.