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Carolina Ponce de León, su relación con el arte y las vueltas que dio para llegar a casa

“Tantas vueltas para llegar a casa”, la autobiografía de Carolina Ponce de León, es la historia de una mujer; una mujer para quien el arte ha sido un vehículo para reflexionar sobre su experiencia del mundo, entender su tiempo y pensar lo que significa ser humano.

Cristina Esguerra
27 de octubre de 2020

Carolina Ponce de León ha vivido muchas vidas en una. Pasó su infancia en Nueva York. A los 11 años se mudó a París, y antes de instalarse en Colombia a los 15, vivió un año en la entonces Yugoslavia.

Arrancó su exitosa carrera profesional en Bogotá como directora de Artes Plásticas de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Después de 10 años en el cargo, se mudó a Estados Unidos y trabajó como curadora en el Museo del Barrio en Nueva York, y luego como directora de la Galería de la Raza en San Francisco. En 2014 regresó a Colombia, asesoró al Ministerio de Cultura en temas de artes visuales, ejerció como curadora independiente, y se encerró un año a escribir su historia.

Carolina Ponce de León llegando a Bogotá, 1960. Cortesía de Carolina Ponce de León.
Carolina Ponce de León llegando a Bogotá, 1960. Cortesía de Carolina Ponce de León. | Foto: Carolina Ponce de León llegando a Bogotá, 1960. Cortesía de Carolina Ponce de León.


Lo hizo principalmente por dos razones: la primera, “quería contar mi historia con el arte, y hacerlo desde un punto de vista más personal, más íntimo; no tanto profesional,” dice. La razón para ello es la misma que le ha servido de brújula a lo largo de su carrera, y que pulió trabajando con Beatriz González en el Museo de Arte Moderno de Bogotá: “el arte me interesa más como un vehículo de transformación cultural que como algo encerrado en sí mismo. Me interesa que forme parte de una experiencia cultural mucho más amplia. El cine, el teatro, la música, la poesía, las artes visuales son parte de la experiencia humana y nos ayudan a entendernos y a participar del tiempo en el que vivimos.”

Dicho de otro modo, el arte es mucho más que su presencia estética.

La segunda, “escribiendo el libro me di cuenta de que es importante contar historias de mujeres. Es un acto político, y una manera de darles textura, cuerpo y humanidad a narrativas con las que generalmente sólo tenemos una relación intelectual. Mi historia es la de una mujer en el campo de las artes, de la curaduría y de la crítica de arte principalmente. He tenido un espíritu libertario, y cuento cómo he navegado las estructuras patriarcales que rigen casi todas las dimensiones de la vida en sociedad.”

El libro muestra el desarrollo de las artes plásticas en Colombia -y del mundo que las rodea-, desde los años 80 hasta el 2018. Deja ver cómo se politiza la manera como Ponce de León se acerca a las obras artísticas, y las utiliza para generar discusiones más amplias sobre temas como la identidad de género, la migración, la violencia política, la desigualdad...

Pero también es un relato íntimo de su vida como mujer, como madre, como hija, como pareja, como amiga, como hermana, como víctima de violencia de género. “Escribiendo me di cuenta de que para explicar desde qué perspectiva veía el arte y definía mis gustos artísticos y mis ideas políticas, tenía que contar la historia de cómo se fue desarrollando mi sensibilidad y mi mirada. Y para hacerlo, me tocaba contar mi vida: dónde nací, los países en los que viví, mi historia familiar, mis intereses, mis relaciones de pareja.”

Carolina Ponce de León en Belgrado, Yugoslavia, 1970. Cortesía de Ponce de León.
Carolina Ponce de León en Belgrado, Yugoslavia, 1970. Cortesía de Ponce de León. | Foto: Carolina Ponce de León en Belgrado, Yugoslavia, 1970. Cortesía de Ponce de León.


En el libro se siente la figura que utiliza ella para describir su vida: “me gusta el concepto de espiral, de descubrimiento permanente de quién es uno en nuevas circunstancias. Traté de no sacar grandes conclusiones en el libro. He asumido mi vida pensando en que podía comenzar nuevamente en cualquier momento. Una y otra vez he roto con el pasado y eso me ha abierto la posibilidad de aprender continuamente, de descubrir, de rejuvenecer y de reinventarme. Esa característica quiero mantenerla porque sino con qué espíritu voy a comenzar esta etapa de mujer mayor.”

En el caso de la vida profesional la espiral comienza en la Casa Colombia, galería en la que pierde su puesto por no vender ningún cuadro. Luego sigue al Museo de Arte Moderno de Bogotá, donde aprende de Beatriz González a estudiar el arte desde diferentes perspectivas -psicología, historia, crítica- a contextualizarlo, y a exigirle que se expanda más allá de su propia historia. El ojo atrevido de Eduardo Serrano la fue introduciendo al arte que a principios de los 80′s rompía cánones: Miguel Ángel Rojas, María Evelia Marmolejo, Rosemberg Sandoval... “Para mí era una lección de que se podía -y era valiente y valioso- apoyar estas nuevas formas de arte, a las que por naturaleza tendía.”

Esas dos formas de ver el arte, tuvieron un enorme impacto en su relación con éste.

“Desde que comencé mi carrera en la Luis Ángel Arango -como la primera mujer curadora en Colombia en un cargo institucional-, sabía que quería crear desde ahí un espacio para abrir un poco las mentes a través del arte. Sentía que el contexto colombiano era conservador, no estaba sincronizado con los grandes movimientos de emancipación de las mujeres, y de otros tipos de libertades individuales y civiles. El arte puede ayudar a construir una sociedad más democrática, más iluminada y más generosa y abierta.”

En Nueva York, el reto era distinto: “trabajar en instituciones latinas en Estados Unidos implicaba estar en una relación intercultural subordinada a las culturas dominantes de Estados Unidos y Europa. Por eso en el Museo del Barrio busqué establecer diálogos horizontales entre el arte latinoamericano y el que se producía en los grandes centros artísticos del mundo.”

En San Francisco consistió en trabajar el arte desde una perspectiva más activista. Potenciando la voz de artistas latinos marginalizados, que contaban sobre su realidad y presentaban su perspectiva sobre temas más amplios que estaban en boca de toda la sociedad: el racismo, la homofobia, la inmigración, las guerras de Irak y Afganistán...

La narración de su vida personal cuenta sobre su espíritu -liberal desde pequeña-; su relación con su cuerpo y con su feminidad; su visión del amor, cómo se construía y se rompía la armonía de su vida en pareja. Habla de su familia y de su relación con la sociedad, y, sobre todo, de lo que le ha significado su maternidad y cómo la ha vivido.

Carolina Ponce de León con su hijo Sebastián. Bogotá, 1992. Cortesía de Ponce de León.
Carolina Ponce de León con su hijo Sebastián. Bogotá, 1992. Cortesía de Ponce de León. | Foto: Carolina Ponce de León con su hijo Sebastián. Bogotá, 1992. Cortesía de Ponce de León.


Ese relato íntimo los es tanto que revela sus dudas profundas, sus instantes de incertidumbre, los momentos en que se enamoró, las experiencias que le quebraron el espíritu temporalmente; las que la hicieron llorar y gozar, y las que impactaron su visión del mundo.

Lo único que no hay son juicios y arrepentimientos. “No me interesa,” dice.

Tantas vueltas para llegar a casa - Carolina Ponce de León Nieto
Tantas vueltas para llegar a casa - Carolina Ponce de León Nieto | Foto: Tantas vueltas para llegar a casa - Carolina Ponce de León Nieto


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