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‘De El Edén al parque público’: Medellín y su naturaleza creciente

Hace unos días, la Universidad Eafit lanzó un libro escrito por el arquitecto Juan Sebastián Bustamante. A través de él es posible entender por qué mientras el cemento se apodera de otras ciudades, en Medellín la gente aún defiende sus árboles y parques.

Adriana Cooper
9 de noviembre de 2018
Foto: Gabriel Carvajal. Cortesía: Biblioteca Pública Piloto.

Ocurrió hace unos días en un lugar llamado Jardín Efímero. A ninguno de los asistentes pareció importarle la lluvia fuerte y continua. Y tampoco los celulares. Durante casi una hora y quince minutos, los asistentes al lanzamiento del libro De El Edén al parque público, publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Eafit, tuvimos la atención fija en la tarima.

Y era lógico. Ahí estaban sentados tres hombres con elementos comunes y potentes: conversación agradable, historias desconocidas de Medellín y trayectorias que se defienden por sí mismas. Juan Luis Mejía, rector de la Universidad Eafit, Alejandro Echeverri, arquitecto director de Urbam (el centro de estudios ambientales y urbanos de esa universidad), y Juan Sebastián Bustamante, autor del libro y coordinador de proyectos de ese mismo centro. Conversaron sobre árboles, el significado de los parques públicos, el urbanismo en Medellín, el Bosque Centenario de la Independencia y las imágenes fotográficas que permiten contar su historia.

Juan Luis Mejía, uno de los intelectuales que más conoce la cultura e historia de la región, habló de un lugar que inspiró parte de este libro y es un referente local: el Bosque de la Independencia. Inaugurado en 1913 para celebrar el aniversario de la Independencia de Antioquia, este lugar se convirtió en el Jardín Botánico, un sitio donde cada año ocurre el evento público más bonito de la ciudad: la Fiesta del Libro y la Cultura. Está ubicado en un sector que se denominó Nuevo Norte y reúne barrios populares, la Universidad de Antioquia, el Parque de los Deseos, el Planetario, el Parque Explora, el Parque Norte, el Paseo Carabobo. La idea de construir e integrar estos lugares tuvo que ver con el deseo de derrumbar un “muro invisible” entre esos barrios de la ladera nororiental y el sector norte del centro de Medellín.

La historia del Bosque de la Independencia se cuenta bien en este libro gracias a fotografías que se conservan en el Archivo Fotográfico de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, cuya sede nueva, a propósito, se inaugurará a finales de este mes. Un lago, fiestas hípicas, una estación de tren, un grupo de bomberos reunidos y paseos en botes pequeños a través del agua, son algunas de las imágenes de este sitio tomadas por fotógrafos como Melitón Rodríguez, Gonzalo Escobar, Manuel Lalinde o Francisco Mejía.

Este libro hace un recorrido detallado por la historia de los parques y en él cuenta, por ejemplo, que el de Bolívar, construido al interior de la plaza de Villanueva en el centro de Medellín, fue el primer parque urbano. Se inauguró entre 1888 y 1892, y se convirtió en un “espacio fundamental de encuentro, vida social y ritos urbanos donde el jardín y el árbol urbano fueron vitales”.

En el prólogo, Luis Fernando González Escobar, profesor de la facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, explica que a partir de este sitio, empezó una tradición de plazas, plazuelas, placitas, atrios de origen colonial y otros parques como el de Berrío o de barrios como Belén, Robledo, El Poblado, Boston, Aranjuez y Campo Valdez. A esto se sumaron cerros que fueron urbanizados posteriormente como El Volador y el Nutibara. “Pidamos aire para nuestros hijos, parques y jardines para la ciudad que no los tiene. Sembremos flores mientras los hombres hacen política”, se leía en el número 27 de la revista Letras y Encajes o Progreso publicada en 1928.

El interés de la gente de Medellín por este tipo de lugares sigue intacto. Y una prueba de esto es el proyecto Parques del Río que abarca gran parte del área metropolitana y aún no concluye. A través de él se ha buscado transformar el espacio alrededor del río para que la gente pueda disfrutarlo, y se llega al punto máximo de una tradición de 120 años de parques, árboles y jardines locales. Y aunque ha habido muchos cambios, lo único que no ha variado en él es la idea de parque, dice Luis Fernando González.

Como pulmones o ventanas

Este libro de 134 páginas y único en su tipo —porque cuenta una parte no narrada de la historia local y nacional—, comienza con una frase de Ricardo Olano, quien fue empresario, presidente de la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín, un grupo de personas que se unieron para trabajar por la ciudad, y uno de los hombres que más trabajó para la siembra de árboles y la reforestación. Junto a otros hombres interesados en los mismos temas, viajó a otros lugares para traer semillas, tuvo plantas dentro de su casa y vio el bosque y el jardín como lugares necesarios “para redimirse a uno mismo”. En el año treinta, Olano dijo: “es innecesario hacer grandes disertaciones sobre la conveniencia de los parques y espacios abiertos dentro de la ciudad. Son como las ventanas para los edificios; como los pulmones para el cuerpo humano. Tienen una influencia extraordinaria sobre la vida colectiva, pues dan salud y placer, alegría y vida. Es imposible concebir una ciudad sin parques donde jueguen los niños y el pueblo busque aire y sol”.

Sobre la ciudad industrial de Colombia, como se autodenominaba Medellín a mediados del siglo XX, se decía que no tenía sitios de diversión porque solo deseaba trabajar. Pero los obreros y las clases medias cada vez demandaron más espacios para el ocio, entre ellos, parques y otros lugares públicos de diversión.

Se plantearon proyectos como el Plan de Parques de 1964 y en los que se incluyó un Parque Norte integrado con el Bosque de la Independencia para formar un conjunto de 74,53 hectáreas. Este bosque se convirtió en el Jardín Botánico, inaugurado en 1972 durante el Congreso Mundial de Orquideología y uno de los protagonistas del paisaje urbano.

Juan Sebastián Bustamante cuenta que escribió este libro desde una perspectiva cultural, porque, dice, “un plano de arquitectura puede ser tan importante como una novela o una crónica”. Por eso considera necesario hacer estudios culturales desde la arquitectura. En el proceso de elaboración se inspiró en personas como el filósofo, geógrafo y orientalista Augustine Berque, quien dijo que el paisaje es una construcción cultural e incluso aprendió chino para leer libros en ese idioma y conocer el lado oriental de la historia. Gracias a esto fue capaz de entender que la primera vez que se habló de paisaje fue en el siglo cuatro y no en el siglo catorce, como se atribuyó a los holandeses.

En este libro es posible entender cómo en Medellín el bosque, el árbol, el parque y el jardín se convirtieron en elementos determinantes de la sociedad moderna con la influencia de las ideas de “higienismo (importancia de la limpieza para la salud) y ornato (valor de la belleza)”. La primera llegó con médicos e ingenieros y la segunda con la Sociedad de Mejoras Públicas. Asimismo, cuenta que el concepto de “naturaleza local” se desarrolló con la pintura de Francisco Antonio Cano, la literatura de Tomás Carrasquilla, los trabajos sobre la flora de los botánicos Andrés Posada Arango, Joaquín Antonio Uribe, y con las fotografías de Melitón Rodríguez y Benjamín de la Calle.

Juan Sebastián Bustamante cita una frase de los arquitectos Graciela Silvestre y Fernando Aliata: “para que exista paisaje no basta que exista ‘naturaleza‘; es necesario un punto de vista y un espectador; es necesario, también, un relato que de sentido a lo que se mira y se experimenta”.

En la contraportada se lee De El Edén al parque público, un título que demuestra cómo un espacio de la ciudad que inicialmente fue un potrero pudo llenarse de significados por medio de las nociones de Edén, Bosque, Jardín Botánico y Parque Público y ayudó a construir un imaginario que finalmente se convirtió en el Nuevo Norte, el área de parques más importante de la actualidad. De ahí que el paisaje no pueda ser concebido solo como naturaleza, sino también “como una construcción cultural”.

Leer un libro especializado como este y único en su tipo –es el primer libro que explora la arquitectura y paisaje a través de los imaginarios locales y con el apoyo de la fotografía– demuestra de forma tangible una premisa que se impone en medio de tiempos de dudas: todo nace de una idea. Y basta que un grupo de personas la crea con convicción para que un cambio ocurra. Como en este caso: con los árboles, parques y la naturaleza.

Portada del libro. Foto: Adriana Cooper.

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