Filosofías del lenguaje
Del arte de traducir poesía
Uno de los temas por discutir en el Festival de Poesía de Pereira es la traducción. Para ello, invitaron a destacados traductores de poesía al castellano. Arcadia habló con dos de ellos, Edgardo Dobry y Abel Murcia, sobre el arte de su oficio y las características de los idiomas.
El argentino Edgardo Dobry es ensayista, crítico literario y traductor. Es profesor de Literatura Hispanoamericana y de Teoría de la Literatura en la Universidad de Barcelona. Ha traducido libros del escritor Roberto Calasso, del filósofo Giorgio Agamben y de los poetas John Ashbery y William Carlos Williams.
El español Abel Murcia es poeta, traductor, fotógrafo y especialista en español como lengua extranjera. Es el director del Instituto Cervantes en Varsovia. Ha traducido al español a las Premio Nobel Wislawa Szymborska y Olga Tokarczuk, y al reconocido periodista y escritor Ryszard Kapuscinski.
¿Cómo describirían su oficio?
Edgardo Dobry: A diferencia de la escritura propia, que es o debería ser del todo inmotivada, la traducción es un oficio. Muchos poetas se ganan la vida como traductores; el poeta sabe que nunca vivirá de sus creaciones y aprende a profesionalizar una parte de su sensibilidad con las palabras. Puesto que de lo único que sabe algo un poeta es del lenguaje: es para lo que tiene oído, y usa ese oído para traducir, tal como un músico usa su oído para dar clases, por ejemplo (porque tampoco los compositores suelen vivir de su obra).
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Traducir un libro se parece menos a la gesta de Odiseo que al trabajo de Penélope: hay que deshacer el pullover y volver a tejerlo (con otra lana): traducir un libro es volver a escribirlo. Una buena traducción es la que sabe captar el espíritu del conjunto del libro en total y el de cada frase en particular. Eso en lo que respecta a la prosa, sobre todo. Un traductor se parece tanto a un joyero como al mensajero que lleva la joya; un mensajero, si quiere hacer bien su trabajo, consiste en no darse aires de joyero.
Abel Murcia: La verdad es que nunca he intentado definirlo. Se me hace difícil encerrar en una definición un oficio que veo como algo artesanal, es decir como algo muy lejos de poder ser trasladado a una serie de procedimientos por así decirlo “matemáticos”, de reglas rígidas, de fórmulas mágicas,… Todas las obras, todos los textos, todos los poemas son únicos, por eso precisan de una aproximación específica que permita sacar a la luz en otra lengua la riqueza que encierran, una riqueza que siempre radica en algo diferente.
Sí, quizá en eso consista todo, en captar en primer lugar aquellos aspectos que como lector el traductor decide que hay que poner en valor al traducir a la nueva lengua y en buscar y en encontrar la forma de hacerlo. Traducir es leer y reproducir lo leído en la lengua a la que se traduce. Puede sonar un tanto banal, pero no lo es. Si tenemos en cuenta esa verdad tan sabida de los diferentes niveles de lectura, de las diferentes formas de leer, de los distintos planos de la lectura, nos daremos cuenta de la labor a la que se enfrenta el traductor y de lo complejo que es ese “reproducir lo leído en la lengua a la que se traduce”.
Edgardo, usted traduce textos del inglés y del italiano. Podría pensarse que, por ser el italiano un idioma romance, su traducción al español podría ser más fácil. ¿Es eso cierto? ¿Cuáles son los principales retos que presenta cada uno de esos idiomas al pasarlo al español?
E. D: Sin duda el italiano es una lengua más cercana al castellano que el inglés. El castellano, el italiano, el francés, el portugués: son hermanos. Ahora bien, si uno ha tenido alguna vez como amigos a personas que son hermanas entre sí sabe que los hermanos suelen tener parecidos tan notorios como sus diferencias. Traducir de una lengua romance a otra de modo literal es como creer que la confesión de una persona vale también para su hermano. Doy un ejemplo sencillo: los italianos dicen “andare al mare” por “ir a la playa”; si yo traduzco “andare al mare” por “ir al mar” estoy cometiendo un error, porque estoy convirtiendo en inusual y un poco extravagante una frase del todo coloquial, que a nadie llamaría la atención en su lengua original.
El Diccionario de uso del español de María Moliner define falso amigo como: "palabra o expresión de una lengua extranjera que por ser muy similar a otra de la lengua propia puede ser interpretada incorrectamente": eso es. Y este que acabo de dar es uno de los muchísimos errores que se leen con frecuencia en los libros traducidos del italiano. Cuanto más se parecen dos cosas más inteligencia se requiere para observar las diferencias.
El inglés es una lengua muy distinta de las romances: más racional, más seca; si quiere: más imperial. Parece concebida para decir las cosas claras y en pocas palabras. En italiano o en francés se pueden tener pensamientos semejantes a los que se tienen en castellano: la lógica es parecida. En inglés, no. La textura metafórica del barroco español es impensable en inglés; la frase proustiana es impensable en inglés. En inglés, el principio de la frase es un arco tensado hacia su final; en castellano o en francés, es o puede ser la punta de una serpentina.
Whitman escribe versículos extensos, pero su modelo está en los Salmos, no en la dulzura de Petrarca o en las sutilezas de Ronsard. Esto quiere decir que traducir del inglés requiere rehacer por completo la sintaxis, que es a la vez el esqueleto y el espíritu de la frase.
Abel, ¿cuáles son los principales retos que presenta pasar el polaco al español?
A. M: Creo que resultaría simplista el creer que los retos de la traducción son enmarcables en el ámbito de las diferencias entre la lengua de la que se traduce y la lengua a la que se traduce. Yo diría que resulta excesivamente fácil escudarse en aquellos aspectos que sabemos que diferencian a una lengua de otra y que por lo tanto presuponemos que van a suponer un reto: el sistema aspectual de los verbos en polaco frente al temporal de los verbos en español, la existencia o inexistencia de artículos en una u otra lengua, la marca de género en los tiempos del pasado en polaco y la falta de esa marca en español, la concordancia de tiempos y la libertad del uso de los mismos.
Tendremos también las diferentes tradiciones literarias en ambos casos, la precisión del léxico en esas tradiciones, la marca de coloquialidad, la existencia o no existencia de un bien o mal entendido “lenguaje literario”, etc. El lector, sin embargo, lejos de quedarse en ese tipo de detalles se enfrentará al texto como un todo y quizá ahí esté el gran reto, en conseguir que el efecto que el autor obtuvo con el original en un público que compartía con él en mayor o menor medida todo un universo lingüístico y sociocultural sea el mismo que con la traducción se consigue en un público lector diferente. No creo que lo importante sea traducir de una lengua concreta a otra, sino de cualquier lengua a cualquier otra. El reto está en la traducción per se.
Es cierto que hay ejemplos llamativos a los que cualquier traductor se ha enfrentado alguna vez, qué hacer cuándo el nombre del más vulgar de los pájaros de un entorno natural en la lengua original es conocido por todo el mundo y además tiene un nombre gracioso, y en la lengua a la que se traduce solo existe con el nombre científico o con un nombre que ningún hablante reconoce. Pero los árboles no deberían impedirnos ver el bosque.
Especialmente en poesía, el ritmo y los sonidos de las palabras son tan importantes como su significado. ¿Cómo se traduce entonces un poema?
E. D: Se traduce un poema partiendo de la base de que es imposible y por eso mismo es necesario. El inglés es una lengua esencialmente monosilábica; elijamos un verso al azar, por ejemplo, el primer verso de “An Irish Airman Foresees His Death” de Yeats: “I know that I shall meet my fate”: todas las palabras son monosilábicas; probemos a hacer una traducción rápida: “Sé que encontraré mi destino”: de las cinco palabras, una tiene cuatro sílabas y otra tres. Si quisiéramos mantener el ritmo yámbico del verso de Yeats –es decir, la repetición de una unidad binaria, hecha de una sílaba átona seguida de una tónica– nos veríamos obligados a hacer una serie de extravagancias inverosímiles.
Esto no sería un problema si no fuera porque buena parte de la poesía en lengua inglesa está escrita en yambos, en tetrámetro (como este verso y todo este poema de Yeats) o en pentámetro (como gran parte de la obra de Shakespeare, incluyendo todos los sonetos). Por cierto, fue el ritmo favorito también de Roberto Frost, quien definió la poesía como "lo que se pierde en la traducción." ¿Por qué? Porque en un buen poema fondo y forma son indiscernibles. ¿Cuáles son las soluciones?
Diría que hay básicamente dos opciones (aunque muchas traducciones se concretan en una mezcla de distintas proporciones de esas opciones): llamaremos a estas dos opciones la sustitutiva y la propedéutica. La sustitutiva consiste en la escritura de un nuevo poema en la lengua de llegada que, idealmente, pueda ser leído sin apoyarse en el texto original. La propedéutica es la que se propone como ayuda para leer el texto original, en una edición bilingüe. Estas dos soluciones se podrían denominar también la eufórica y la melancólica: la primera cree que el poema original puede transformarse en otro poema sin perder demasiado; la segunda cree que no hay modo de encarar esa transformación sin perderlo todo: donde el poema original triunfa (pues el fondo y la forma estarían completamente fundidos, remunerando, por así decir, lo que Saussure llamó "la arbitrariedad del signo lingüístico") la traducción está destinada a fracasar.
Ahora bien, a diferencia del poeta, que no debe pensar en el lector, el traductor debe tener en cuenta algunas cuestiones sobre el lector: por ejemplo, no es lo mismo traducir a un poeta del que el lector dispone ya de otras traducciones que traducirlo por primera vez. Una definición de clásico: un poema que ha sido traducido más de una vez: ya no es un clásico solo en su lengua de origen sino también en la de traducción. Traducir es interpretar: no solo en el sentido hermenéutico sino en el musical. Un poema bueno tiene más de una interpretación; una buena traducción es la que sabe fijar con precisión una de las interpretaciones posibles y solo una.
A. M: Creo que de alguna manera la respuesta se encuentra en las anteriores respuestas. Lo primero, cómo no, será leer. De una buena lectura tendremos una mejor aproximación al texto, y a partir de ahí, habrá que ver qué es lo que en el poema concreto al que nos enfrentamos logramos como traductores trasladar a nuestra lengua. Ese desafortunado dicho del “traduttore tradittore” ha hecho mucho daño. Me resulta imposible ver al traductor como un traidor. Alguien que le dedica parte de su vida, de su trabajo, de sus esfuerzos a aproximar un texto -que de otra manera sería ilegible, incomprensible, opaco- a un lector en otra lengua no puede ser un traidor. Puede ser un mal traductor, claro está, pero de ahí a la traición…
Ejerciendo como traductores, ¿qué han aprendido sobre el castellano? ¿Cómo describirían el idioma?
E. D: Describir el castellano sería como intentar describir las células de las que estoy hecho. Una lengua es una atmósfera: respiramos la cantidad de aire que necesitamos para cantar, sin caer en el alarido ni en el ahogo.
A. M: Me gusta creer que uno de los grandes valores de la traducción consiste en forzar los límites, la fronteras de la propia lengua, en hacer de la lengua un territorio más amplio, más libre, más creativo. En mi práctica como traductor he ido aprendiendo a manejar esa herramienta que en mi caso es el castellano cada vez mejor -o al menos eso es lo que quiero creer-, a sacarle cada vez un mayor partido, a conseguir que exprese determinadas cosas de una forma que hasta ese momento le era ajena… El mérito, claro está, ha sido de los textos originales y de la propia ductilidad de la herramienta.
La charla sobre traducción -”Un viaje por la traducción de poesía”- es el 26 de agosto a las 2pm. Será transmitida por las redes del festival y las de Arcadia.