Lanzamiento
Diana Uribe: “las utopías salen de los días más oscuros”
La historiadora presenta el 24 de noviembre su nuevo libro, ‘Contracultura. Los movimientos de los años 60 hacia la utopía’. Hablamos con ella sobre el hippismo, la defensa de los derechos, la política actual y por qué la guerra no es un propuesta válida.
Diana Uribe presentará el 24 de noviembre en Bogotá su nuevo libro: Contracultura. Los movimientos de los años 60 hacia la utopía. Para la historiadora es más que un texto, es “como la culminación de un proyecto de vida porque esto originalmente fue una tesis que yo hice de filosofía e historia que se llamaba La nación de Woodstock y la construcción de una utopía. Luego se volvió un curso que dicté, durante 10 años, que se llamaba Contracultura y posmodernidad. También estuve cinco años en un programa de rock que se llamaba Imaginarios del rock en la radio, de ahí salió un grupo de estudio y apreciación del género. Entonces de una u otra manera siempre estuve trabajando en esto y el tiempo pasó, mi hija tiene 24 años y decidimos hacer el proyecto las dos. Duramos un años la elaboración con Penguin Random House. Es de los que más me he demorado físicamente haciendo”. El evento es en el auditorio Ernesto Bein del Gimnasio Moderno a las 6:00 p.m.
Contracultura es un libro grande, de portada dura y colores vivos. Lo primero que salta a la vista al abrirlo es la dedicatoria, a Abbie Hoffman, Muhammad Ali y a Richie, el esposo de Uribe. Sobre un armario a la entrada de su casa, que abrió para entrevistas el 22 de noviembre, una calcomanía cita a Hoffman.
“Abbie Hoffman es mi héroe -explica Uribe- es uno de los hombres más lúcidos y críticos de su generación. La tesis se la dediqué a él. Se suicidó hace unos años pero era uno de los ideólogos más capaces de entender, en una época en que tener una visión de conjunto era difícil. Hizo un grupo que eran los ‘yippies’: hippies a los que ya les habían cascado -ríe Uribe-. Por ejemplo, un día hicieron un acto de pararse en Wall Street y comerse el dinero. Más que todo usaba el humor. Una vez lo citaron al comité de actividades antiamericanas, un rezago del macartismo, de la cacería de brujas y se puso a pensar que sería lo que más asustaría al comité: dejó de bañarse como tres días, se consiguió una boina del Ché Guevara, una camiseta de la revolución cubana, una chaqueta del IRA e invitó a unas amigas a que se disfrazaran de brujas e hicieran un aquelarre. Cuando le preguntaron ‘¿usted de dónde es?‘, Hoffman respondió: ‘yo soy de la nación de Woodstock; ‘¿y eso dónde queda?‘, ‘es un estado mental‘ -la sonrisa llena la cara de Uribe-. Él me inspira por todo lo que el logró entender y transmitir, y usó el humor siempre, con la lucha simbólica”.
Es más seria cuando habla de Ali.
“Estamos en el tiempo del poder negro, hay una variante del movimiento de los derechos civiles que dice, ‘mire es muy importante cambiar las leyes, no hay ninguna duda, pero si no cambiamos la mentalidad no hay ley que nos libere‘. Por eso es que en el futuro Bob Marley diría emancípate de la esclavitud mental. Surge toda una nueva valoración, hay toda una revisión histórica importantísima que recupera las raíces y sobre todo el sentido de la propia valía, de darse un lugar digno, importante en la sociedad, con eso se dan una serie de símbolos. Por un lado la música, como el soul, pero por el otro lado Muhammad Ali encarna ese orgullo. Él se subía al ring diciendo que era el más papito, el más divino, el más sensacional para que la gente sintiera orgullo en su raza. Cuando lo van a mandar a Vietnam él dice: ‘primero, a mí ningún Viet Cong me ha llamado negro‘ -pues con esa palabra los discriminaban-, ‘y segundo, esta es una guerra en la que los blancos mandan a los negros a matar amarillos para quedarse con la tierra que le robaron a los rojos‘. Este tipo generó, con el deporte, un activismo histórico y de consciencia. Y muere durante el tiempo que estamos haciendo el trabajo”.
Uribe se detiene y respira, y su voz se torna seria: “el libro va dedicado a Abbie Hoffman, a Muhammad Ali y a Richie mi esposo, que formó parte de todo este camino desde el principio y que ya no está con nosotros”.
Las respuestas revelan uno de los más grandes retos del libro: ¿cómo organizar ese mundo de información cruzada, y que todavía se entienda?
“Fue una de las grandes discusiones. Las cosas sucedieron en cuestión de meses. Lo cogimos por movimientos, y cada uno lo desarrollamos hasta el final, teniendo en cuenta que se entrelazan. Todo esto es una gran lucha por la igualdad, porque todos tengan los mismos derechos a pesar de su raza, credo, sexo, edad y así. De eso se trata la contracultura, si vamos a resumirlo. Para poder manejar esto recurrimos a los colores, entonces el amarillo es el movimiento por libertad, el rojo son los estudiantiles y antiguerra, el azul los hippies, el morado el de las mujeres y las personas LGBT, y el verde el arte pop y rock. Otro dilema que tiene es que cada uno de los movimientos muta durante la misma década, hasta la misma música. Los Beatles van transformándose durante toda la década a medida que se transforma la historia. Ellos están reflejando lo que está pasando”.
Toma un poco de agua y continúa: “todo el mundo se va a meter en el movimiento antiguerra, la guerra de Vietnam se vuelve el cohesionante. Si no pasa eso probablemente no hubieran dejado de ser grupos aislados que tenían limitaciones particulares. Pero en algo están todos de acuerdo y es que hay que parar la guerra de Vietnam. Entonces hay un movimiento pacifista y se entiende el horror y la sin salida de la guerra, lo entienden profundamente, entienden que la guerra no es un proyecto para un país y no es un proyecto para una generación, que no puede serlo y que no tiene ningún aporte posible”.
Sin embargo, el primer eje del libro es la lucha de los derechos civiles de los afroestadounidenses, porque “mucha gente blanca del norte fue a marchar con ellos. Pero luego cuando surge el poder negro dicen ‘muchas gracias por toda su ayuda, pero lo que tenemos que hacer de aquí en adelante lo vamos a tener que hacer solos‘. Esos blancos que marcharon, como Abbie Hoffman, son activistas entrenados, gente que sabe movilizarse y van a ser los dirigentes del movimiento para parar la guerra del Vietnam. El movimiento de los derechos civiles es el origen de todos los movimientos, el referente ético, y el ejemplo del pacifismo como método de lucha”.
Esos otros movimientos son el de los derechos de la mujer, el de la comunidad LGBT y el hippismo.
Uribe explica que “el movimiento de los derechos de las mujeres es una consecuencia política de todo lo que está pasando. Todo esto es una ampliación de derechos. Se va ampliando y van mostrando diferentes formas de exclusión que antes no se entendían, hay un momento en que el debate mismo lleva a las mujeres a organizarse. Al final de la década las mujeres han estado en la línea del movimiento antiguerra, las han arrestado, detenido, de todo, pero de pronto las mujeres se dan cuenta de que dentro de las movilizaciones no tienen los mismos derechos y empiezan a reclamar sus propios derechos”. Cuando habla de los derechos femeninos sonríe, consciente que esta entrevista, entre dos mujeres, no hubiera ocurrido sin esas mujeres.
Pero se le borra la sonrisa: “la historia del movimiento gay es la más triste, la más desgarradora, parte el alma. Ellos parten de los momentos más duros, de las persecuciones más despiadadas y terribles para empezar a decir que son seres humanos que tienen derechos y arrancan de mucho más atrás y de condiciones mucho más bravas: tienen que probar que lo suyo no es una enfermedad. Es una expresión humana, justo lo que nos caracteriza es ser diversos. Es el último en términos de movimientos, también ha durado muchísimo, todo para ellos es el triple”.
Continúa: “estos dos movimientos del final de la década ya no están tan ligados a la guerra porque ha acabado. Ellos continúan con los movimientos ecologistas. Esos son muy importantes en el sentido de hippismo, que era la propuesta más profunda a nivel de cuestionamiento, de rechazar el egocentrismo y la realidad vista de una sola manera, al consumo como objetivo de vida, y eso que la sociedad de consumo, que les tocó a ellos, era como la guardería del libre mercado para como es esto ahora. Es uno de los movimientos más difíciles de entender porque tenían todo, eran los privilegiados del sistema. ¿Si ellos tienen casa, carro, beca y todo el sueño americano era para ellos, de qué se quejaban? Es un movimiento existencial, una queja por el sentido de la vida. El consumo no se los resuelve entonces van buscando una espiritualidad y ahí empieza una exploración con las comunidades indígenas. Es una lectura que lleva a una nueva mirada. De ahí surge el pensamiento ecológico, que hoy es una urgencia planetaria de primer orden. Las preguntas que ellos plantean no las hemos respondió, sus cuestionamientos son problemas contemporáneos”.
Hay un fantasma que cuelga sobre la década, y se ha colado en nuestra conversación, uno que explica por qué es tan dificil entender a los hippies: la Guerra Fría. “Es muy importante notarlo -dice Uribe- hace que muchos de los movimientos tengan persecuciones. El pensamiento libre está constantemente en el filito -hace el gesto con las manos- de ser tratado de comunista y caer en todo el aparato de represión del estado. Hay otro elemento, el del desprestigio. Cada uno de estos movimientos es desprestigiado para desconocer el nivel de crítica que hicieron. Entonces por ejemplo los hippies, que cuestionan todo, son desprestigiados a tal punto que la palabra hippie se usa para referirse a una persona que no tiene seriedad, cuando el de ellos era un proyecto muy serio”.
Uribe también se toma muy en serio la música, como revelan los estantes de su casa, llenos de libros y discos. El día en que hablamos es el aniversario del lanzamiento del llamado White Album de Los Beatles, en 1968, y la música, aunque tiene su propia sección al final, aparece a lo largo de todo el libro. “Esto se llama contracultura, quiere decir que es una revolución política y cultural y de conciencia. Entonces el rock es tan importante en el relato como las movilizaciones. Por ejemplo una canción de Bob Dylan. En una época en que todo era tan súbito y tan cambiante, nadie sabía cómo interpretar lo que estaba pasando, Dylan decía que los tiempos están cambiando. Él es crucial, Leonard Cohen es crucial, el rock es crucial, es la banda sonora de la contracultura. La música es un cronista. Todo lo que pasó se estaba cantando y durante mucho tiempo esto estaba más cantado que contando. La música era digamos el corresponsal inmediato. Así como la guerra de Vietnam es el aglutinante político de todos los grupos, el rock es el aglutinante cultural. Hay un movimiento artístico paralelo importantísimo, pero el que logra trascender más allá del ámbito, porque se dio a través de la radio, es el rock. La música está diciendo cosas. Es un fenómeno político social y de liberación de consciencia”.
Luego de más de media hora de conversación, es hora de preguntar cuál fue el efecto de esa contracultura, y cómo llegó, a Colombia y América Latina.
Uribe sonríe, estaba esperando la pregunta.
“Todo eso llega acá. O son personas que lo traen directamente, como es el caso de muchas mujeres que estaban en París cuando empiezan las movilizaciones de mayo del 68, o a través de las publicaciones, esto tiene prensa underground. Eso va a hacer que acá haya un hippismo, gente como Tanya Moreno, que hicieron valer estas ideas dentro de nuestro contexto. No se dan al nivel masivo que se van a dar allá porque los dos epicentros de la contracultura son Estados Unidos y Europa, sociedades que ya empezaban a satisfacer los niveles básicos de las necesidades de una población. En Latinoamérica eso no se ha logrado pues las problemáticas son otras. Pero sí hay movilizaciones estudiantiles, eso hay en todo el planeta, porque se considera que los estudiantes, ya no los obreros, son los gestores de transformación. Aquí llega el hippismo, ¿cómo se llama el parque de la 60?
-El parque de los hippies.
Exacto, entonces aquí hubo hippies y rockeros. Acá hay un movimiento de rock importante y arrancó en esa época. Uno de los grupos emblemáticos del hippismo fue Génesis, de Humberto Monroy. Fue muy importante, y lo hizo a su manera -su voz cambia para imitar a Monroy- ‘toma tu mochila, amigo’. Esto de regresar al campo, a la comida orgánica de aquí sale de volver a una vida sencilla, son esos ideales. Viene un montón de gente con estas ideas y los montan en los nichos donde vivían”.
El tema para cerrar es obvio. El mundo parece atravesar un momento extrañamente paralelo a la década que retrata Uribe. Murieron Ali y Cohen, Dylan recibió un Nobel, y en Estados Unidos Donald Trump, presidente electo, abusa verbalmente de mujeres, minoridades e inmigrantes y se enfrenta a una oleada de rechazo liderada por estudiantes.
“Bueno esa es la sincronicidad del Tao -dice con una carcajada-. Hace que las cosas salgan en un momento donde se da la simultaneidad de los eventos. Para mí, por un lado, están los derechos. No están ahí siempre y hay que defenderlos una y otra vez. Fíjate que después de la Segunda Guerra Mundial se perdió todo el discurso de Occidente y tocó volver a montarlo: hacer la declaración universal de los derechos humanos y volver a la civilización porque todo quedó pisoteado por el proyecto del nazismo. Entonces los derechos no están ahí colgados como un afiche o como una lámpara. Son una cosa dinámica que hay que defender permanentemente. Esta es una época en la que toca recordar todo esto. Hay otra cosa: la utopía sale en los días más oscuros, no es para los días de sol. Por esto el libro se llama El movimiento hacia la utopía, era un gran proyecto para transformar el mundo".
"Cuando vienen cosas como Trump, me recuerda mucho de una frase de Sartre: ‘nunca fuimos más libres que durante la dominación alemana, porque solo bajo los nazis entendimos el verdadero valor de la libertad‘. Se le fue todo el mundo encima, fue de las frases más polémicas que lanzó, pero lo que decía era que teníamos que pasar una prueba como esa para entender que la libertad era indispensable. Ahora se van a poner a prueba todos los valores de Occidente una vez más. Todo el discurso del Estado de derecho, de la igualdad, porque todo lo que se dice en la contracultura es de sentido común: que la gente es igual que todo el mundo tiene derechos, que la gente puede tener otra manera de pensar, de sentir, de vivir. Tuvo que hacerse a través de unas movilizaciones increíbles -lo dice con fuerza y un gesto para recalcar el esfuerzo- para hacer valer una cosa que debía de haber sido del más mínimo sentido común. Esto es una historia de ampliación de derechos. Y hay que recordarlo cuando los derechos vuelven a estar amenazados. ¿Cómo vamos a repetir, qué podemos hacer? Todo esto hay que saberlo para no volver a incurrir. Y si ocurre, tenemos que estar preparados para decir: ‘eso ya pasó y no lleva a ningún lugar constructivo para la sociedad‘. Contracultura es una reflexión profunda, oportuna y vigente. Lo que hay aquí es una narración de quiénes se movilizaron, qué pidieron, dónde estaban y qué cantantaron”.