Literatura

El día en que Sherlock Holmes se miró al espejo y vio… al Quijote

Pocos saben que la primera visita de Sherlock Holmes a España es narrada en la novela “Los secretos de San Gervasio” del escritor barcelonés Carlos Pujol. El relato comienza cuando dos jóvenes damas acuden a Baker Street y ruegan al detective resolver la misteriosa desaparición de su padre...

Teresa Vallès-Botey
2 de diciembre de 2020
Ilustración de 'Don Quijote' (1863) de Gustave Doré.

Pocos saben que la primera visita de Sherlock Holmes a España es narrada en la novela Los secretos de San Gervasio del escritor, traductor y crítico barcelonés Carlos Pujol (1936–2012), recientemente reeditada por Menoscuarto. El relato comienza cuando dos jóvenes damas acuden a Baker Street y ruegan al famoso detective que se traslade a Barcelona para resolver la misteriosa desaparición de su padre.

A su llegada a esta ciudad, Holmes descubre que la petición es una artimaña de un admirador suyo, el escritor don Alejo Casavella, que lo atrae a su casa para tenerlo de modelo, pues planea escribir una novela de detectives titulada Los secretos de San Gervasio. Cuando Holmes ya pensaba regresar, aparece un misterioso cadáver que pondrá a prueba su capacidad deductiva.

Homenaje y parodia

No se trata, sin embargo, de una novela de detectives al uso, no es un pastiche holmesiano escrito para honor y gloria del sagaz detective o para satisfacer las expectativas del lector de novela de género.

Es a la vez homenaje y parodia del género policíaco y de su héroe Holmes. Es una novela literaria con ambición artística que aspira a entretener con una diversión inteligente, que invita a una visión irónica de la supuestamente infalible lógica de Holmes y de los rígidos esquemas del género de detectives.

La cuestión es ¿qué obra pudo tener Carlos Pujol como referente de novela con ambición literaria y capaz de embelesar al lector, que realiza una parodia de su propio género, juega con escenas y reflexiones metaliterarias y aborda, entre otros, el tema del ser y la apariencia, del fracaso personal? Sin duda, el Quijote, paradigma de novela que divierte con una irónica reflexión sobre la literatura misma, responde a todos estos rasgos.

La dolorosa frontera entre ficción y realidad

El Quijote es una parodia metaliteraria de las novelas de caballerías protagonizada por un loco que, al admitir su locura en el lecho de muerte, concluye con el triunfo de la razón y el restablecimiento de la frontera entre ficción y realidad.

Don Quijote había aspirado inútilmente a borrar ese límite haciendo real su sueño caballeresco, un deseo inspirado en la ficción literaria que él pretendía vivir y aspiraba a ver representado literariamente: don Quijote, nos recuerda Pozuelo Yvancos, hubiera querido que su vida fuese igual al texto ideal, a la edad dorada de los caballeros andantes, y no lo consigue. Sufre repetidamente las consecuencias de la distancia que separa la vida de la literatura y, al recuperar la cordura, la separación entre realidad y ficción se restablece definitivamente.

El amargo fracaso de la lógica

En la novela de Carlos Pujol, quien fracasa es el mismísimo Sherlock Holmes, pues no logra resolver un asesinato y se ve obligado a admitir ante el doctor Watson que su razón no es infalible.

La novela concluye con un sonado fracaso de la lógica racional y el cuestionamiento de la divisoria entre lo real y lo ficticio, pues además de descubrirle su falibilidad, el revés será ocasión de cavilar sobre la relación entre la realidad factual (los hechos vividos en Barcelona) y la verdad literaria (su experiencia tal y como aparece reflejada en la novela que escribe su anfitrión barcelonés).

Si la verdad se vuelve tan huidiza, –se pregunta Holmes– ¿por qué la novela de don Alejo no va a ser más verdadera que lo que estuvimos investigando en España?

Holmes y la ficción literaria

Paradójicamente, la simbiosis entre realidad y ficción a la que aspiraba inútilmente un loco como don Quijote es intuida, a pesar suyo, por un detective racionalista y positivista que pretendía estar al margen de toda veleidad literaria y que se había negado con rotundidad a ser un personaje de la novela proyectada por su anfitrión en Barcelona.

No, conmigo no cuente, –había advertido Holmes– no quiero salir en su novela, acabarían por suponer que soy un personaje de ficción. Como quiera –se había lamentado el escritor– buscaré otro nombre e idearé otro personaje, pero es una lástima, porque nunca será tan logrado como usted. Por mucho que se esfuerce ningún novelista podría inventar un equivalente de Sherlock Holmes.

Una frontera no tan clara

En definitiva, mientras la obra cervantina subraya la frontera entre ficción y no ficción, la de Pujol sugiere irónicamente que tal límite es más bien borroso.

La imposibilidad de fundir vida y literatura es, precisamente, lo que caracteriza la parodia moderna que encarna don Quijote. En cambio, en la parodia posmoderna –observa Pozuelo Yvancos– se anulan los límites entre el arte y la vida, haciendo que la vida misma sea dudosa, sea un simulacro, creando la impresión de que todo es arte, todo es signo, todo es escenario.

De hecho, en su paso por Barcelona, el detective actúa, mal que le pese, como en un escenario ante el novelista –el personaje de don Alejo, pero también Carlos Pujol mismo– que escribe Los secretos de San Gervasio.

El fracaso como viaje

Tanto don Quijote como Holmes sufren por el contraste entre el yo falsificado por su deseo –lo que quisieran ser– y ese yo auténtico que descubren gracias al revés que padecen. Mediante la experiencia del fracaso, que es un viaje hacia uno mismo, Pujol sana la locura holmesiana de creerse infalible.

¿Watson o Holmes? –le pregunta un entrevistador– y Pujol remite a los personajes cervantinos: “Son las dos caras de la novela. Es como tener que elegir entre don Quijote y Sancho. Watson corrige el aspecto de orgullo desmesurado y desesperación de Holmes, que no tiene vida propia, ni relaciones humanas y que sólo vive para ser detective. Watson corrige ese desequilibrio y esa locura”.

La locura de Holmes no es otra que su desmesurado orgullo racionalista, que se rompió en mil pedazos el día en que fracasó y al mirarse en un espejo tuvo que admitir, como don Quijote, que esa imagen era un autoengaño y una vana ilusión.

Este artículo se basa en una investigación originalmente publicada en: “Elevación y parodia del género policíaco: Sherlock Holmes en una novela literaria con el Quijote de referente” (Bulletin of Hispanic Studies, 2020, 97/7, 715-731).

Teresa Vallès-Botey es profesora de Literatura Comparada, Facultad de Humanidades, UIC Barcelona, Universitat Internacional de Catalunya

*This article is republished from The Conversation under a Creative Commons license. Read the original article.

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