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El español, según Mario Vargas Llosa

En su último libro, “Medio siglo Borges”, el Nobel peruano desmenuza el estilo literario del escritor argentino, y al hacerlo, entra en detalle sobre el español, y sobre por qué la prosa de Borges revolucionó su uso.

Cristina Esguerra
7 de septiembre de 2020
“Jamás la mentira había tenido tanto prestigio”: Mario Vargas Llosa

En “Medio siglo con Borges” uno se adentra en la mente de Vargas Llosa el lector. El lector que lee como escritor, es decir, que se interesa e intenta descubrir la titánica labor de carpintería que requieren frases y párrafos que se paladean con tal ritmo, que dan la impresión de haber sido escritos con facilidad.

A lo largo del libro, el peruano expone lo que aprendió de la prosa de Borges -la de Cervantes, la de Ortega y Gasset, la de Ruben Darío y la de Quevedo…-, y lo que estos le enseñaron del fraseo del español, de cómo permite contar historias y de cómo expresa ideas y sentimientos.

“El español, como el italiano o el portugués, es un idioma palabrero, abundante, pirotécnico, de una formidable expresividad emocional, pero, por lo mismo, conceptualmente impreciso,” dice. “Las obras de nuestros grandes prosistas, empezando por la de Cervantes, aparecen como fuegos de artificio en los que cada idea desfila precedida, rodeada y seguida por una suntuosa corte de mayordomos, galanes y pajes cuya función es decorativa. El color, la temperatura y la música importan tanto en nuestra prosa como las ideas, y en algunos casos -Lezama Lima, por ejemplo- más. No hay en los excesos retóricos típicos del español nada de censurable: ellos expresan la idiosincrasia profunda de un pueblo, una manera de ser en la que lo emotivo y lo concreto prevalecen sobre lo intelectual y lo abstracto.”

Y continúa: “Las ideas se formulan y se captan mejor, entre nosotros, encarnadas en sensaciones y emociones, o incorporadas de algún modo a lo concreto, a lo directamente vivido, que en un discurso lógico. (Ésa es la razón, tal vez, de que tengamos en español una literatura tan rica y una filosofía tan pobre, y de que el más ilustre pensador moderno de nuestro idioma, José Ortega y Gasset, sea sobre todo un literato.)”

La revolución de Borges consiste en haber puesto a funcionar el español como si del inglés o el francés se tratara.

El inglés, por ejemplo, se desluce si es impreciso. En cambio el español, en palabras de Vargas Llosa, “tiene una íntima predisposición hacia el exceso.”

Borges hizo caso omiso de ella, y en español creó “un mundo de ideas, descontaminadas y claras -también insólitas- a las que las palabras expresan con una pureza y un rigor extremado, a las que nunca traicionan ni relegan a un segundo plano.”

El argentino, dice Vargas Llosa, supo ver que el español era mucho más rico y flexible de lo que la tradición literaria permitía vislumbrar, y lo volvió “tan lúcido y lógico como el francés y tan riguroso y matizado como el inglés.” Con él construyó una estética primordialmente intelectual.

Borges lleva al formidable escritor peruano -quien se describe como “un novelista intoxicado de realidad y fascinado por la historia que va haciéndose a nuestro alrededor-, a concluir que “en materia de lengua literaria, nada está definitivamente hecho y dicho, sino siempre por hacer.”