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'Elogio del anarquismo', de James C. Scott
Scott recupera la rica tradición del pensamiento anarquista para leer uno de los mayores problemas de nuestro tiempo: la angustia de vivir agobiados entre el excesivo peso del Estado y el desencanto de la revolución.
James C. Scott, profesor de la Universidad de Yale, autor de Elogio del anarquismo, se ha destacado por sus estudios sobre las formas de vida de los pueblos del sudeste asiático que luchan por sobrevivir al margen del Estado, en libros como Armas de los pobres o El arte de no ser gobernado.
Su reflexión sobre estas experiencias le ha llevado a recuperar la rica tradición del pensamiento anarquista para aplicarlo a uno de los mayores problemas de nuestro tiempo: la angustia de vivir agobiados entre el excesivo peso del Estado y el desencanto de la revolución.
La mirada desilusionada de Scott sobre la realidad de los movimientos de 1960 lo hizo caer en cuenta de que casi todas las grandes revoluciones victoriosas habían terminado creando un estado más poderoso que el que habían derrocado, un Estado al que, a su vez, podía extraérsele más recursos; un Estado que podía ejercer un mayor control sobre la población a la que suponía que tenía que servir, y servir a la población era ni más ni menos el objetivo para el que había sido diseñado.
Los acontecimientos de la época eran igual de inquietantes en lo que se refiere a qué significaron las revoluciones contemporáneas para el campesinado, la mayor clase social de la historia del mundo. Los investigadores y los que trabajan las estadísticas todavía no se han puesto de acuerdo sobre el costo en vidas humanas entre 1.958 y 1.962, pero lo más probable es que la cifra no baje de los 35 millones de muertos.
El bloque occidental y sus políticas de la Guerra Fría en las naciones pobres tampoco ofrecían alternativas edificantes al socialismo real vigente, y los regímenes y Estados dictatoriales que presidían sobre unas desigualdades abrumadoras eran bien recibidos, al considerarlos aliados en la lucha contra el comunismo. Esa doble desilusión explicaba la frase de Mijaíl Bakunin: “La libertad sin el socialismo es privilegio e injusticia; el socialismo sin la libertad es esclavitud y brutalidad”.
James Scott advierte repetidas veces que no está intentando defender su mirada de anarquista acudiendo a una discusión intelectual sobre cada uno de los autores anarquistas, y señala que va a edificar su texto con secciones que llama fragmentos. De especial interés para el lector actual son los fragmentos del capítulo 3, La producción de seres humanos, en los cuales analiza el dolor que han producido los juegos y parques para coartar la libertad de los niños, pasando por la crueldad de la infantilización de los viejos en las casas de la tercera edad y aún la semaforización del tráfico en las urbes regidas por urbanizadores y grandes monopolios de la industria de la construcción (fragmentos 12, 13, 14, etc.).
Los análisis sobre el poder, los monopolios y las grandes empresas de la aniquilación de las vidas humanas ejercidas por los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial, etc, es fascinante. Contra ellos se yergue la defensa de lo local, la granja autosuficiente, la libertad de lo urbano con su espontaneidad y una defensa del mundo indígena campesino y autosuficiente, que el autor enfatiza como un mundo mejor de lo que imponen los medios de comunicación.
De especial belleza, con orden y mapa incluidos, el cuidado del tiempo y la naturaleza en un huerto de Guatemala.