RESEÑA
En busca del místico paisa: Fernando González y el ‘Libro de los viajes o de las presencias’
Este año, la Editorial EAFIT reeditó el célebre libro del escritor y filósofo paisa, en el que enseña un método para encontrar la Intimidad (así, en mayúsculas) para ser, en verdad, uno mismo. Una reseña.
No hablará mi lengua ni escribirá mi mano sino para examinar y buscar la Intimidad en mis vivencias.
Fernando González
No son pocos los autores que han intentado salirse de las formas tradicionales de exponer filosofías, al evitar la conceptualización pura. En la antigüedad clásica, filósofos como Platón preferían manejar un lenguaje bastante sencillo con el lector y expuesto a través diálogos simulados entre personajes que hoy presumimos reales. Más de 2000 años después, el filósofo colombiano Fernando González arremete contra la filosofía conceptual en el Libro de los viajes o de las presencias.
Fernando González Ochoa nació en Envigado el 24 de abril de 1895. Se graduó de Derecho en la Universidad de Antioquia. Dedicó su vida a las letras, con un gran interés en Colombia, la poesía y la filosofía, pero su manera de narrar siempre llamó la atención de los círculos intelectuales de la época. Fue un rebelde de pensamiento, que causó gran polémica, y hoy en día es exaltado como uno de los mejores escritores de nuestro país. Entre sus libros más recordados se encuentran Pensamientos de un viejo (1916), Viaje a pie (1929) y Los negroides (1936).
En 1941 publicó El maestro de escuela, libro que precedería un largo retiro del mundo literario. «Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González», fueron las palabras del último renglón. Los años siguientes estuvieron marcados por poca producción literaria (Estatuto de valorización aparece en 1942, una segunda edición de Mi Simón Bolívar, en 1943, y los últimos esfuerzos de la Revista Antioquia, en 1945), la muerte de su hijo Ramiro en 1947 y la de su hermano Alfonso en 1949.
Tras esto, una década más tendría que esperar el país para volver a ver las letras del filósofo, viajero y místico paisa que cautivó la pasión de escritores como Gonzalo Arango, Thornton Wilder y (se rumora que) Jean Paul Sartre. En los cincuenta, González retomó una labor que ya había ejercido. De 1953 a 1957 fue cónsul en Róterdam, Holanda, y Bilbao, España. Tras finalizar esta etapa, regresa a Envigado, para instalarse en “La huerta del alemán”, su amada casa que dos años después adoptaría el famoso nombre de Otraparte.
Libro de los viajes o de las presencias
Varios autores han usado la búsqueda obsesiva de un personaje misterioso como excusa narrativa para la exposición de una teoría filosófica. Cuando el objetivo de la búsqueda es encontrado, el protagonista es testigo de una revelación que cambia el rumbo de la trama. Sucede en El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad; Viaje al fin de la noche (1932), de Louis-Ferdinand Céline, y Época de migración al norte, el clásico árabe del siglo XX escrito por Táyyeb Sáleh. En 1959, fue Fernando González quien quiso exponer toda su filosofía consolidada en forma de una novela que se desarrolla alrededor de las conversaciones entre el protagonista, homónimo del autor, y un tal Lucas de Ochoa, alter ego de González que lleva el nombre de su abuelo.
El Libro de los viajes o de las presencias es una crónica de cómo un personaje va encontrando respuestas que no está buscando, pero que sabe que son valiosas para él, debido a la obsesión que tiene con su fuente. Se divide en cuatro partes, que cuentan con aspectos bastante narrativos, pero también puramente filosóficos. El tema central: la Intimidad (así, con mayúscula).
La primera parte del libro es una discusión interrumpida entre el protagonista y Lucas de Ochoa. Fernando González, un joven envigadeño que regresa a su tierra después de muchos años en el extranjero. Regresa a la quietud de su tierra para encontrar todo igual, con la excepción de un hombre que nadie conoce bien, pero que todos llaman loco.
Poco a poco se va revelando que, no solo González conoce a Ochoa, sino que ya había sido su pupilo en décadas anteriores, pero habían roto relaciones porque González usó las enseñanzas de Ochoa como material para redactar un libro. De ahí que se distinga entre el “brujo” y el “publicista”, una de las discusiones centrales del libro: el que usa la filosofía para acercarse al despertar del propio espíritu y el que la usa como un medio para publicar.
El relato continúa con González intentando reconciliarse con Ochoa, pero teniendo solo como objetivo acercarse de nuevo a su forma de pensar. En sus conversaciones, González tiene acceso a unos primeros vestigios del pensamiento de Ochoa, que poco a poco va soltando, siempre y cuando no se mencione lo que ocurrió en el pasado.
No obstante, poco después, Ochoa (o el ‘Viejo hideputa’) se sale de sus casillas para arremeter en contra de González, durante una simple conversación, en donde este último resulta en exceso ofendido. Ochoa parte y el dueño del café intenta consolar a González, diciéndole que lo deje, que es un loco. Pero González no puede evitar notar que el polémico personaje había dejado tres libretas olvidadas en el piso.
Es aquí cuando comienza el verdadero trabajo filosófico, pues, ofendido de muerte, González procede a publicar, tal y como le suena mejor, todo el contenido de las libretas, en la segunda parte del libro. Aquí ya notamos hacia dónde nos está dirigiendo el autor, exponiendo sus puntos sobre la vida, el camino (viaje) y la Intimidad.
Sin embargo, es posible decir que los temas principales de cada una de las libretas (o capítulos de la segunda parte) son la representación, la Intimidad y el viaje zigzagueante. En términos generales, y excluyendo cualquier ínfula que considere que este resumen es suficiente para entender la filosofía del autor, podríamos decir que con la representación quería exponer la idea de que la vida es vida, pero se diferencia de la vida de cada individuo porque la segunda se experimenta a través de una experiencia individual: “todos mis actos tienen el sello mío. La vida mía soy yo sucedido en el mundo, y la del mundo es él sucedido en mí. Mi vida soy yo extendido en sucesos en el tiempo y el espacio. ¡Un film! ¡Una cinta!
La Intimidad, el tema principal de la segunda libreta, es también el tema principal del libro. Es la nada, pero no la nada como el humano puede interpretarla, sino como algo que no existe y, por eso, es superior a todos nosotros. No existe, por lo que está en todo, es Dios. Algo que no existe es ilimitado, mientras lo que existe es corpóreo. Dios es nada y solo se puede vivir a Dios conociendo hacia dentro, conociendo la intimidad de cada uno. Dios es Intimidad. Para esto, los individuos se embarcan en viajes de distintos caminos y resultados, bastante zigzagueantes, que pueden ser caminos espirituales, místicos o filosóficos, que lo que hacen es acercar al individuo a la Intimidad.
Es interesante cómo Fernando González se adelantaba a su tiempo, en una Colombia supremamente católica y crítica de su trabajo, proponiendo filosofías en donde el cristianismo y el budismo podían ser compatibles, parecidas al pensamiento New Age. Para el autor, la filosofía es el camino que escoge, pero una filosofía totalizante. Es decir, esa que toma elementos de las religiones y los estilos de vida del mundo y los convierte en un viaje (o en una presencia).
En la tercera parte, una nueva etapa narrativa saluda al lector, pero se combina con el estilo expositivo de la segunda. González, cuya rabia ha pasado en cierto grado, intenta buscar de nuevo a Ochoa, a quien encuentra enfermo de muerte en su casa y roba dos de sus libretas.
En esta ocasión, arremete contra la filosofía conceptual, pues:
“Como veis, nada de conceptos ni construcciones conceptuales. Toda explicación mata aquello que pretende explicar, porque lo fragmenta. Objetivar su vida y la vida del mundo es deformarla, y entonces vive uno en la nada de los opuestos, endiosada la Nada, así: bello, feo, bueno, malo”.
No es el único tema, pero, como vemos, se nota que el libro intenta salirse de la conceptualización para tratarlos todos. Otros temas como las relaciones humanas y el por qué cualquier acontecer es el mejor que nos puede suceder, incluso cuando lo percibimos negativo para nosotros, tienen cabida en esta parte del libro.
Y así continúa la narración convirtiéndose en un texto expositivo, con las vueltas y revueltas propias del fluir mental, de un lenguaje humano. González y Ochoa se reconcilian. Ochoa deja atrás su odio por los “publicistas” en su lecho de muerte (e incluso muestra cierto interés por poner esto en práctica). Al final, en la cuarta parte, Ochoa le regala seis libretas a González, las cuales transcribe tal cual las recibe y las coloca en el libro.
En estas seis libretas regaladas, el autor termina de exponer su filosofía consolidada tras todos esos años de alejamiento literario y melancolía por la muerte. Entre ellas se encuentran las primeras menciones del movimiento literario que formaría el escritor Gonzalo Arango en los sesenta, el nadaísmo.
Otros temas, como son autores (Kafka, Dostoievski...), vivencias (con la empleada, con su Berenguela...), e injusticias de la historia (como el caso del Nobel de Boris Pasternak), son utilizados como puente sobre el cual Ochoa (o el autor del libro Fernando González Ochoa) se parará para exponer su forma de ver el mundo, todo el mundo, desde su humanidad, aspirando a la Intimidad y evitando la clasificación.
El libro de los viajes o de las presencias se presenta como un nuevo Viaje a pie, que no teme hablar de filosofía usando un lenguaje filosófico, aun cuando se hace en un texto narrativo. El autor sigue interesado por los mismos temas, pero esta vez los aborda desde una mente que ha aprendido mucho más y un cuerpo que ha sido testigo de distintas calamidades que lo han dejado herido para siempre.
El viaje… ese es el tema de Fernando González: viajes y viajeros, ¿pero cuáles? ¿De qué viajes habla Fernando González? ¿Se refiere a viajes que se hacen a pie de un lado para otro o viajes mentales que resultan de una duda y finalizan en una epifanía? Es difícil, pues parece insistir que ambos son lo mismo, pero hay que leerlo, hay que adentrarse a sus páginas, para entender a qué se refiere y poder, por fin, salir a viajar uno mismo.
El Libro de los viajes o de las presencias es un gran logro de uno de los mejores escritores que ha dado nuestro país. Contiene una alta carga de nostalgia por Envigado, por Medellín y por esa Colombia del siglo pasado, que no mostraba un atisbo de ideas progresistas en el futuro y los presidentes eran blanco de críticas, proviniendo muchas de González y el subsecuente movimiento nadaísta.
Leer a González es leer a Colombia, pero también es leer a un filósofo que viajó tanto, conoció tanto y luego consolidó una teoría de tal manera que, como si fuera una pócima mágica, se convirtió en un brujo cuya magia era la filosofía.
Nunca es tarde para retomar a González. Nunca es tarde para reivindicar a Colombia con su literatura, que está escrita por mentes sorprendentes, pero que, por alguna razón que creo escondida en lo más profundo de nuestro ego nacional, ha caído en el olvido más indiferente, el que proviene de la envidia.
El Libro de los viajes o de las presencias es una recomendación apta para todos aquellos lectores que quieran empezar a conocer a Colombia, que quieran comenzar un camino espiritual, que quieran viajar con un nuevo punto de vista, o para aquellos que simplemente estén buscando empezar a vivir.
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