(Homenaje)
Falleció Václav Havel
Pocos países se han dado el lujo de elegir a un dramaturgo o a un intelectual como presidente. Pero la República Checa no es un país convencional y tampoco lo era Václav Havel, el hombre que lideró la Revolución de Terciopelo en la antigua Checoslovaquia y la transición a la democracia tras 40 años bajo el comunismo. El escritor checo, firme creyente en la lucha no violenta y eterno candidato al Premio Nobel de Paz, murió en Praga a los 75 años. Por Andrés Bermúdez Liévano.
Diferentes sociedades han encontrado diversas maneras de resistir al autoritarismo. Si en Polonia se hizo frente al comunismo desde los sindicatos obreros y las iglesias católicas, en Checoslovaquia la resistencia se gestó desde la cultura: en los recitales clandestinos de rock y jazz, en los teatros underground y, de manera muy especial, en la literatura. Durante años, los textos de la generación más brillante de escritores checos -los novelistas Milan Kundera y Bohumil Hrabal, los poetas Jaroslav Seifert y Vladímir Holan- circularon en copias manuscritas de mano en mano, desafiando las prohibiciones del régimen.
En el centro de ese movimiento cultural y político siempre estuvo Václav Havel, un dramaturgo que escribía obras en la tradición del teatro del absurdo de Ionesco y Beckett. Nació en Praga poco antes de la invasión alemana en el seno de una familia de intelectuales que lo perdería todo con la llegada del comunismo tras la Segunda Guerra Mundial. Por su procedencia burguesa, el régimen comunista le impidió estudiar en la universidad, así que Havel comenzó a trabajar como tramoyista en el Teatro de la Balaustrada en Praga. Allí nació su amor por el teatro y por la vibrante escena cultural que se desarrollaba a puerta cerrada en el país.
Durante los años sesenta se fue gestando lentamente un proceso político, social y cultural que culminaría en 1968 con la Primavera de Praga, un modelo de “socialismo con rostro humano” que propuso la abolición total de la censura, la libertad de expresión y una enorme actividad cultural, y que daría el nombre a otras revoluciones pacíficas como la actual “Primavera Árabe”.
La Unión Soviética y Brezhnev, aterrorizados de perder su influencia en la región, lanzaron una operación relámpago y en dos días sus tanques acabaron con el sueño checo. Impotentes, pero no sin sentido del humor, los checos convirtieron la invasión en un gran acto de desobediencia civil. Las mujeres salieron bien arregladas para provocar a los soldados rusos, mientras los hombres escondían los letreros de las calles para desorientarlos. Eran protestas condenadas al fracaso, pero los checos volvían a demostrar -como ya lo habían hecho durante la invasión nazi- que el humor es su mecanismo de defensa contra el mundo.
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Durante los años setenta la represión se endureció, pero como suele suceder en muchos contextos -y en Checoslovaquia de manera especial- a tiempos de mayor represión también corresponde una mayor creatividad. Los intelectuales y demás “peligros” para el socialismo, condenados de nuevo al ostracismo y obligados a trabajar en fábricas y alcantarillas, pensaban en modos alternos de circular sus textos. Así que comenzaron a producir, en la clandestinidad de sus casas y con técnicas propias de la era de Gutenberg, copias manuscritas y a máquina de sus novelas, ensayos e incluso textos científicos. Las personas leían esos textos llamados samizdat -“editado por uno mismo”- y luego los entregaban a alguien más, de modo que se aseguraba la circulación de libros que, siguiendo irónicamente el modelo socialista, no pertenecían a nadie sino a todos. En esos años Havel dirigió Edice Expedice, una de las editoriales ilegales más activas.
Cuando en 1976 los miembros de los Plastic People of the Universe, un grupo de rock psicodélico en la tradición de Frank Zappa, fueron encarcelados por subversión, unos 250 reconocidos intelectuales liderados por Havel redactaron un documento que se llamaría la Carta 77. Ese manifiesto, rápidamente prohibido y penalizado por el régimen comunista, marcó el germen de una nueva disidencia. Su impacto fue tan grande que más de treinta años después inspiró el manifiesto que exige reformas políticas y la garantía de los derechos fundamentales en China, que recibió el nombre de Carta 08 y que enviaría a su líder Liu Xiaobo -premio Nobel de Paz el año pasado- a la cárcel.
Por su rol en redactar y divulgar la Carta 77, Havel fue condenado a cuatro años de cárcel. Allí escribió el ensayo El poder de los sin poder, que probablemente constituye su mayor aporte intelectual. Este texto, que comienza con una alusión irónica al Manifiesto Comunista de Marx y Engels -“Un espectro se cierne sobre Europa oriental, el espectro de la disidencia”-, circuló durante años en formato samizdat en todos los países de la Cortina de Hierro. En él, Havel estudiaba los mecanismos mediante los cuales los regímenes totalitarios mantienen en la raya a sus ciudadanos -atemorizados, aislados y callados- y los obligan a convertirse en sus cómplices tácitos. Ahí radicaba el poder del sistema.
Pero en el momento en que una persona se sale de línea, argumentaba Havel, ponía en jaque al sistema porque su pilar no es su fuerza bruta ni su red de inteligencia, sino la aceptación silenciosa de su existencia por parte de la sociedad. “Al romper las reglas del juego, se perturba el desarrollo del mismo y se lo expone como tal”, escribía Havel. A esta ruptura la llamó “vivir en la verdad”. Cualquier acción que fuese en contra del sistema, por pequeña que fuese, constituía una manera de exponerlo como mentira. Y en la medida en que esos actos de rebeldía fuesen colectivos, el sistema se iría quedando sin su base real de poder.
El régimen comunista se derrumbó finalmente en diciembre de 1989, un mes después de la caída del Muro de Berlín y tras quince días de protestas en la Plaza Wenceslao, corazón espiritual de Praga. Ese movimiento popular y no violento que fue bautizado como la Revolución de Terciopelo -tomando su nombre del Velvet Underground, la famosa banda de rock de Lou Reed en los años sesenta- comenzó con una marcha de estudiantes brutalmente reprimida por la policía y concluyó con medio millón de praguenses coreando “Havel al Castillo”.
El liderazgo de Havel al frente del movimiento ciudadano lo convirtió en la opción de mayor aceptación en las primeras elecciones democráticas. Sin un perfil político pero con una larga trayectoria construyendo consensos políticos, se convirtió en el tercer presidente democrático de un país marcado por un sino trágico, nacido tras la Primera Guerra Mundial de la unión inesperada pero lógica de dos provincias del Imperio Austro-Húngaro. Quizás no era tan sorprendente, si se tiene en cuenta que el “padre de la patria”, Tomáš Garrigue Masaryk, era un profesor universitario. En 1993, la República Checa y Eslovaquia acordaron una separación amistosa -el “Divorcio de Terciopelo”- y Havel fue de nuevo elegido presidente de los checos.
Paralelo a su carrera política, Havel desarrolló una extensa obra como dramaturgo. Sus piezas de teatro casi siempre reflexionaron, en clave absurda, sobre la vida bajo el comunismo. La más conocida, Largo desolato, aborda la crisis psicológica de un escritor que se ve constantemente presionado por el contenido de sus textos. La fiesta en el jardín explora el ascenso improbable de un hombre que busca un puesto moviendo los hilos del sistema y termina convertido en uno de sus burócratas por excelencia. Público gira en torno a un escritor condenado a trabajar en una cervecería, cuyo jefe le exige escribir informes sobre sí mismo para la policía secreta a cambio de menos horas. Havel también se convertiría en personaje -un escritor que produce libros samizdat- en Rock n'Roll, la obra de teatro del británico Tom Stoppard sobre el auge del rock en la Praga de los sesentas.
Tal vez Havel no vaya a ser recordado nunca como uno de los mejores dramaturgos del siglo XX. Pero su valor como intelectual público, como conciencia moral de una sociedad, lo coloca en una categoría diferente, aquella en la estarían Walter Benjamin o Hannah Arendt. Y su mayor logro será seguramente el de haber articulado el poder de quienes no lo tienen.
Andrés Bermúdez Liévano, periodista colombiano en Beijing y amante de la literatura checa.