Adelanto
Los que aún rememoran el 9 de abril
El Bogotazo estalló el 9 de abril de 1948 luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. El episodio impactó profundamente la memoria colectiva y el desarrollo del país. El libro 'Voces del 9 de abril', de la editorial Ibáñez, recoge los testimonios de quienes vivieron, y todavía recuerdan, ese día. Presentamos un fragmento.
Todavía el 9 de abril de cada año a la una y cinco minutos de la tarde la esquina de la carrera séptima con Avenida Jiménez se convierte en un torbellino de voces, esta vez no tantas como las múltiples que ese día salieron a la calle a gritar en medio del desespero ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!
No, esta vez, las aún vivas voces de viejos gaitanistas llegan hasta allí a recordar de nuevo y como si el tiempo se hubiese eclipsado, las distintas escenas que sacudieron aquel día nefasto en la ciudad. Solo en este día de nuevo tiene sentido para los capitalinos la figura de Jorge Eliécer Gaitán estampada en la pared o levantada en un inmenso estandarte de claveles, como ocurrió hace cuatro años cuando fue declarado el Día Nacional por la Memoria de las Víctimas.
Entonces a esa esquina llegan veteranos trajeados algunos como si fueran auténticos cachacos, al estilo de la Bogotá de los años cuarenta, con blazer y sombrero, o sino, con un distintivo que hace que la multitud, que esta vez pasa distraída por plena carrera séptima peatonalizada, se detenga.
A esa esquina llegan Jaime González, quien porta la bandera del comité liberal gaitanista del Barrio Siete de agosto; Guillermo Villamil, el hijo del dueño del campo Villamil, y quien aún conserva en su lugar de vivienda, no solo el tejo que lanzaba el chino Forfeliécer, sino las estampillas con las cuales se hacía la campaña gaitanista; Agustín Garzón, Argemiro González, Santander Noguera; Hernando Goyeneche que porta orgulloso el carné liberal número 215893; Jaime Santana Rocha; Efraín Isaacs, el director del Periódico El Clarín.
Y un simpático personaje que dice ser candidato a la presidencia y de su bicicleta con parlante hace escuchar a los capitalinos los discursos de Jorge Eliécer Gaitán que vende en la calle a diez mil pesos.
Todos ellos tienen algún objeto, dato, papel periódico, ornamento, que los hace nueve abrileños o, sino, “la consigna es que al que no se aparezca cada año ese día se le pone la cruz de que ya murió” decía Agustín Otero Crespo.
Los recuerdos vienen a las mentes de estos contertulios que en cafés y mientras caminan por la carrera séptima se ríen y hablan de política. Otero Crespo, coleccionista de libros sobre el tema, antiguo empleado de la Contraloría General de la Nación, reportero judicial de la Cadena Súper entre 1972 y 1975, y relacionista público del Informativo Los Mártires; a sus 70 años causaba curiosidad oírlo imitar la voz de Gaitán contundente y corajuda con el dejo bogotano que el negro Egregio Jorge Eliécer Gaitán proclamaba en sus discursos. Esa virtud poseía Agustín Otero Crespo, hacer sentir a otros seguidores el estilo del caudillo.
Hijo de Agustín Otero Navarro miraba la fotografía de portada del libro El crímen del siglo. Otero Crespo señalaba en ésta la imagen del acuerpado gaitanista que “beligerante” arrastró ese día el cadáver del caudillo. Recuerda las palabras que Gaitán le copió al italiano Mussolini, que como una sentencia determinarían su muerte: -“Si avanzo, seguidme; si me detengo, empujadme; si retrocedo, matadme; si me matan vengadme”. Y después de remedar la voz de Gaitán, Otero Crespo contaba:
“En la cuadra donde yo aprendí a montar bicicleta, en el Ricaurte me decían que vivía Roa Sierra, el que asesinó a Gaitán y con el tiempo vine a saber que mi papá fue uno de los que arrastró el cadáver de Roa por una cuadra, hasta que otros furibundos se lo quitaran y lo llevaron hasta el Palacio de Nariño.
Don Agustín Otero Navarro, mi padre, iba llegando al Parque Santander y al Hotel Nueva Granada, con un palillo en la boca, cuando la gente angustiada: mataron, mataron a Gaitán, y sintió el ambiente tenso. Y llegó a la droguería de donde estaban sacando a Roa Sierra, ya cuando se habían llevado a Gaitán a la Clínica Central. Y mi papá tomó la solapa del vestido de Roa y le preguntaba ‘al asesino’ ¿Quién lo mandó a matar? Y entonces Roa no dijo nada, entonces mi papá decía: ‘Dice que Laureano, dice que Laureano’. Y ahí mi papá con el lustrabotas empezó a arrastrarlo con las dos corbatas, la que llevaba Roa y la que se quitó Jaime Gaitán Rivas, líder de la JEGA, que se la puso a Roa. El supuesto asesino fue el gancho ciego de aquél día.
Mi padre es el señor gordo, de sombrero, que con el lustrabotas aparece en la fotografía captada por Luis Gaitán (Lunga) foto de la portada de la novela El crimen del siglo. Yo, Agustín Otero Crespo, años después, sorprendido supe que mi padre, Agustín Otero Navarro fue uno de los aturdidos por la muerte del caudillo. Y que fue perseguido ese 9 de abril y días posteriores recibió un machetazo en el omoplato, por parte de los conservadores de la época”.
La fotografía de Lunga.