Entrevista
“La infancia se queda con nosotros como una marca imborrable”
A finales del año pasado, el poeta caucano Horacio Benavides publicó su más reciente trabajo, ‘El libro de las vocales olvidadas’, en el que regresa a su niñez para hablar del amor, la muerte, la alegría y la crueldad.
Fue casi un accidente. Con el motivo de escribir un nuevo libro, después de haber publicado en 2014 el oscuro pero hermoso poemario Conversación a oscuras, el poeta Horacio Benavides se sentó con ciertas ideas en mente, pero surgieron otras: al mirar los dos poemas que acababa de componer, se dio cuenta de que ambos se trataban sobre la aldea donde creció. Así, sin más, entendió que la infancia tenía que ser el tema de su nueva obra, El libro de las vocales olvidadas, publicada a finales del año pasado por Frailejón Editores. Hablamos con él.
Su nuevo poemario se titula El libro de las vocales olvidadas. ¿Cuáles son esas vocales?
A la hora de escribir este libro se dieron una serie de circunstancias de mi infancia de las que no había hablado, cosas que tienen que ver con mis primeras experiencias con la muerte, con el amor, con la la mirada de un niño. El libro de las vocales olvidadas es un regreso a la infancia pero mirada desde la distancia de los años. Volví a ver después de muchos años ese instante que se llama infancia.
¿Qué lo llevó a escribir sobre su infancia en este preciso momento?
Creo que uno no escribe lo que quiere sino lo que puede. Es como el destino, me tocaba hablar de eso. Ya había publicado el material que tenía y me había hecho la idea de escribir un libro sobre una ciudad a la que no había entrado, o uno más bien pensado como algo racional, cercano a la poesía europea donde prima la razón, pero cuando me senté a escribir me salieron dos poemas que eran sobre la aldea donde crecí. Así que me tocó ese tema. Me dije, aquí hay un libro: una especie de vuelta a la aldea.
¿Qué diferencia a la infancia de los demás momentos en la vida de una persona?
En la infancia están despiertos todos los sentidos. Todo aparece como nuevo. Todo impresiona, y esas primeras visiones se quedan con uno como marcas indelebles. Uno siempre vuelve a ellas. Si me pongo a pensar en mi juventud o madurez, realmente no tengo impresiones tan claras, pero los recuerdos de mi niñez son clarísimos, y hablo de los más antiguos, cuando tenía tres años. Creo que todos tenemos a la infancia muy presente.
Los animales están presentes en la mayoría de sus nuevos poemas. ¿Qué representan para usted?
Los animales están en todos mis libros. Los que aparecen en El libro de las vocales olvidadas tienen una particularidad: son más bien nocturnos. Aparece, por ejemplo, un animal con muy poca presencia en la poesía, la rata, un ser que por lo general aparece en la noche y que nos produce un gran miedo. Es un fantasma, como varios de los animales que surgen en la noche. En este libro aparece un caballo fantasma, una mula fantasma.
¿Por qué fantasmas?
Hay animales que son realmente fantasmas en el sentido de que tienen que ver con el pasado, con la muerte, con otra vida. El caballo, por ejemplo, es el que vuelve del infierno. Esa figura está en la literatura popular. Juan Rulfo la retoma en Pedro Páramo, cuando el caballo del protagonista vuelve de la muerte. Una vez, de hecho, una campesina caucana me contó una historia casi idéntica a la de Rulfo: de un caballo que regresaba a solas tras la muerte de su jinete, y esta era una señora que no sabía leer ni escribir. Por otro lado, en el sur del país están muy presentes las mulas que atraviesan la noche. Las que pasaron por el camino de los conquistadores y que hoy siguen pasando. La gente cuenta que todavía se escuchan los pasos de las mulas. En cuanto a la rata, es un fantasma porque pertenece a nuestro pasado. ¿Por qué será que nos asustan tanto si son inofensivas? Ese miedo va más allá de lo real, hacia lo fantasmal, remueve un pasado antiguo.
Su poemario anterior, Conversación a oscuras, indaga sobre la violencia en el campo. ¿Cómo fue el cambio a escribir sobre su niñez?
Creo que hay una continuidad en la manera de asumir el lenguaje, que es la palabra sencilla. Esa fue una enseñanza que me dejó Conversación a oscuras, donde hablan víctimas en su mayoría campesinas y de forma muy sencilla. En sus voces hay dolor y eso no se puede florear. Esas imágenes dicen algo doloroso y profundo, y quise continuar con ese registro en este libro. Me había hecho la intención de que aparecieran los niños no solo en sus juegos alegres, sino también en su crueldad, y algo de eso aparece ahí. El germen de la violencia une a los dos libros.
¿Cómo se refleja la violencia de un país como el nuestro en las personalidades y las acciones de los niños?
Todos tenemos un principio de maldad, pero en estos países se puede desarrollar más, puede encontrar canales para aparecer en una forma hasta brutal, como si no hubiera límites. Quería indagar sobre esta situación, sobre qué ha pasado con los niños, con su relación con la muerte, con el hecho de matar y producir sufrimiento. Algo tuvo que haber pasado.
¿Cómo describir la relación entre la niñez y la muerte?
En un poema, por ejemplo, quise retomar una historia que escuché en La Virginia, Valle del Cauca. Por allí pasa el río Cauca y un amigo me contó que en una época pasaban por el agua muchos muertos mutilados. Varios quedaban varados en la orilla y los niños iban y jugaban con los restos, como tratando de rearmar el cuerpo. Había una relación muy extraña entre los muertos y el juego: los cuerpos no les generaban pánico a los niños, sino un deseo de jugar. Y eso no es fácil de comunicar.
Los poemas de este libro no tienen títulos. ¿Por qué?
Los títulos separan, hacen que los poemas no estén unidos al resto. Para mí, este es un libro unitario, se lee de principio a fin como un solo poema. Quiero que el lector lo lea con la continuidad en mente.