ADELANTO

James Rodríguez y las jugadas del narcotráfico

La periodista Martha Soto acaba de publicar el libro 'Los goles de la cocaína', una investigación sobre la relación entre la crimen organizado y el fútbol colombiano. Compartimos un capítulo sobre el dinero de la transferencia del '10' de la selección al Real Madrid, utilizado para la defensa legal de la ‘oficina de Envigado’.

Martha Soto
23 de mayo de 2017
James Rodríguez en su paso por el Envigado Fútbol Club.

Gambetas con la venta de James

El jugador Felipe «Pipe» Pérez Urrea aún estaba vivo cuando un taxista lo recogió del piso en la Carrera Treinta con Calle 65, al suroccidente de Medellín. Un par de minutos antes, dos sujetos lo interceptaron, balearon y dejaron tirado, agonizando en plena calle. A pesar de su contextura atlética y de sus veintinueve años, los ocho impactos de bala lo desangraron en segundos y le impidieron llegar con vida a la sede de la Cruz Roja de Antioquia hasta donde lo trasladó el conductor. Junto a René Higuita, Andrés Escobar y Alexis García, Pipe Pérez fue titular del equipo que le permitió ganar la Copa Libertadores de América al Atlético Nacional en 1989. Y sus dotes de mediocampista de contención fueron claves para consolidar la llegada del Envigado Fútbol Club a la primera división del fútbol colombiano, en 1992. Pero ese sábado 19 de octubre de 1996, nadie reconoció al jugador, aunque su rostro había quedado grabado en toda la hinchada cuando falló en la tanda de penaltis ante el Olimpia, en el agónico triunfo de la Libertadores. Por eso su cuerpo fue etiquetado como NN por los funcionarios de la Fiscalía que lo enviaron a la morgue municipal.

El crimen se registró a la 1:30 de la tarde y solo veintiséis horas después fue reclamado por sus allegados, que lo sepultaron en una discreta ceremonia. Casi nadie asistió porque muy pocos sabían que el futbolista del Envigado había recobrado su libertad en junio de ese año, tras pagar tres años de cárcel por apoyar al ala militar del Cartel de Medellín. Miembros del Bloque de Búsqueda del Ejército tenían información de que el jugador ocultaba a sicarios de Pablo Escobar, entre ellos a John Jairo Arias Tascón, alias «Pinina» y a Geovanni Lopera, alias «Pasarela». Por eso, allanaron su lujoso apartamento, ubicado en el edificio Arco Iris del sector de El Poblado. Pero ese día, en una caleta empotrada en el espejo del baño principal, tan solo hallaron veinte uniformes camuflados, 158 cartuchos para fusil R-15 y MK 2,86 estopines eléctricos, un revólver, 43 proveedores para fusil AUG y a un asustadizo deportista que en la misma diligencia, realizada el 23 de julio de 1993, dio la ubicación exacta de otras caletas de la mafia. Además, confesó que acababa de entregar veinte fusiles AUG, de fabricación austriaca, que le pertenecían al narcotraficante Pablo Escobar Gaviria con quien había tenido cuatro encuentros recientes.

La captura de Pipe Pérez, que pasó de los camerinos del Envigado Fútbol Club al pabellón de máxima seguridad de la cárcel La Modelo de Bogotá, se presentó como un hecho aislado, ajeno al fútbol y en especial a su nuevo equipo, el naranja. Nadie recordaba que, nueve meses atrás, su esposa, Clara Hernández Arroyave, la «Mona», había sido detenida cuando transportaba en un taxi proveedores, estopines eléctricos y uniformes del Ejército. Pero la evidencia contra Pipe fue tan contundente que le permitió confirmar a los investigadores lo que medio Antioquia ya sabía: el Envigado, la modesta escuadra de segunda división que en menos de un año saltó a la primera, estaba en manos de la mafia, encarnada en Gustavo Adolfo Upegui López, amigo y socio de Pablo Escobar, que a la vez era un respetable empresario del fútbol.

Solo hasta 1996, informes de inteligencia del CTI y del DAS empezaron a calificar a Upegui como el heredero de Pablo Escobar y cabeza de la organización criminal conocida como la Oficina de Envigado. Sin embargo, Upegui se mantuvo invicto ante las autoridades colombianas durante casi dos décadas. Sus excelentes relaciones con la dirigencia política de Envigado y con miembros de la Unidad Antisecuestro y Extorsión (Unase) y de la Fiscalía lo blindaron por años de cualquier investigación. Incluso mandó a amenazar con demandas a periodistas de El Tiempo y El Colombiano que hurgaban en su prontuario.

Los investigadores del CTI Jaime Augusto Piedrahita Morales y Manuel Guillermo López Umaña fueron los primeros en descubrir que el principal accionista del Envigado tenía una doble vida. Mientras fichaba y formaba a jóvenes figuras -como James Rodríguez, Fredy Guarín, Dorlan Pabón, Giovanni Moreno y Juan Fernando Quintero-, manejaba una banda de gatilleros en la que figuraban Maximiliano Bonilla, alias «Max» o «Valenciano», Daniel Mejía Ángel, alias «Danielito» y Mauricio López, alias «Yiyo». El empresario del fútbol al que sicarios y jugadores le decían «patrón», terminó siendo salpicado por su relación con torturas, muertes y desapariciones ejecutadas por la Oficina de Envigado.

Su máximo poderío se desplegó entre octubre de 1995 y enero de 1996, cuando sus hijos Andrés Felipe y Juan Pablo Upegui Gallego, ambos accionistas del Envigado, fueron secuestrados por escuadrones armados. Investigaciones de la Fiscalía señalan que Upegui armó un escuadrón combinado de policías y paramilitares que torturaron y luego asesinaron a varias personas señaladas de participar en el plagio o de tener pistas sobre el paradero de los dos muchachos. Según confesó el paramilitar Ramiro «Cuco» Vanoy Ramírez, «para ubicar a Juan Pablo Upegui, se degollaron previamente a Elkin Darío Madrigal y a Hipólito González, miembros del Partido Comunista (...) A. Madrigal se le extrajeron la tráquea y la laringe»2.

La presencia en el equipo naranja de empresarios del fútbol, de grandes jugadores y de influyentes patrocinadores, borró durante décadas el rastro que el narcotráfico había dejado en su historial. Pero en una violenta masacre mafiosa, ocurrida en el Año Nuevo de 2013, volvió a aparecer esa sombra y selló la suerte judicial del Envigado Fútbol Club.

El primero de enero de ese año, al lado del cadáver de la escultural modelo barranquillera Carolina Arango Geraldino y del capo de la Oficina de Envigado,Jorge Mario Pérez Marín, alias «Morro», las autoridades hallaron varias planillas oficiales de equipos de fútbol inscritos en los torneos de la Liga Antioqueña. Tres escuadras aparecían resaltadas: Envigado F.C., Arco Zaragoza y Tiendas Margos, esta última vinculada a Margarita Zulay Gallego Orrego, la viuda de Gustavo Upegui. En el informe que se llevó un agente de la DEA sobre la masacre, además del hallazgo de las planillas, anotó que Arango, la modelo de veintitrés años, era la exesposa de uno de los hijos de Argemiro Salazar, zar del chance en Antioquia asesinado por sicarios en 2009. El siguiente paso fue el de encajar los hallazgos con las declaraciones de sicarios y narcos presos en Estados Unidos.

Solo bastó un año para que el club fuera catalogado por el gobierno de Estados Unidos como una compañía controlada por facilitadores de corrupción política, el testaferrato y el blanqueo de capitales de la Oficina de Envigado, la más antigua máquina criminal del narcotráfico colombiano3.

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Por esa época el Envigado iba ascendiendo en la tabla del rentado local y cobrando renombre internacional con su cantera de futbolistas-bautizada como «los héroes»—, ajenos a las actividades del «patrón». Además, un grupo de poderosos e influyentes políticos de la región estaba detrás del proyecto deportivo, imprimiéndole un cierto halo de prestigio y de inmunidad. Esa alineación la encabezaba Jorge Mesa Ramírez, alcalde de Envigado, célebre por crear una casta política que lleva más de 45 años manejando los hilos del poder de ese municipio y por haber admitido públicamente que fue amigo del sanguinario narcotraficante Pablo Escobar. A ese comentario le atribuyen que, el 23 de febrero de 1993, un hombre ingresara a la oficina de Mesa, un búnker con ventanas y puertas blindadas, para intentar asesinarlo. El sujeto, identificado como Óscar Iván Rave Corrales, llevaba un fusil KMI alemán, un brazalete del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y un cartel que decía: «Atención, políticos serviles de Pablo Escobar».

Pero Mesa nunca tuvo una investigación formal a pesar de que, en 1997, el CTI de la Fiscalía lo incluyó en un informe de inteligencia sobre las estructuras sicariales que operaban en Envigado. Tras describir el poderío de Gustavo Upegui, en el documento se lee: «Posee al parecer un dominio total en las administraciones de Envigado y Sabaneta; sus brazos políticos se encuentran en Jorge Mesa Ramírez, Ignacio Mesa Betancur y Jairo Santamaría»4. En 1998, cuando cumplió sesenta años, Jorge Mesa murió de un paro cardiaco con el récord de haber sido seis veces alcalde de Envigado y de dejar a su equipo en la primera división.

Otro de los promotores de ese proyecto futbolístico fue José Mario Rodríguez Restrepo, también alcalde de Envigado y quien ofreció, en 1990, levantar en ese municipio una cárcel para albergar a los narcotraficantes que estaban siendo requeridos en extradición por el gobierno de Estados Unidos. Fue durante su administración que se le arrendó al Ministerio de Justicia el terreno en el que se construyó La Catedral, la cárcel que el capo y sus sicarios convirtieron en centro de operaciones criminales y de orgías. En el contrato, además de fijar el canon de arrendamiento, se restringía el ingreso del Ejército y la Policía a la lujosa prisión, y el municipio se reservaba el derecho de seleccionar a los guardianes de Escobar, algunos de los cuales terminaron al servicio del capo.

El grupo de promotores del Envigado lo completaban el político liberal Jairo Santamaría Giraldo, el dirigente deportivo Diego León Osorio Céspedes y Luis Fernando Avendaño Arango. Este último, destacado exjugador del Deportivo Independiente Medellín, tan solo duró tres años en el equipo en calidad de accionista y tesorero. El jueves 21 de marzo de 2002, fue secuestrado en un parqueadero de Envigado por cuatro hombres que llevaban brazaletes de la Fiscalía. Luego de asfixiarlo, dejaron tirado su cuerpo en la carretera que conduce al municipio El Retiro, noroeste de Antioquia.

A pesar de la estela de sangre que rodeaba al onceno naranja y de que Upegui alcanzó a pasar 48 días preso por sus presuntos vínculos con organizaciones criminales armadas, la nómina de políticos y empresarios que figuraban como asociados o directivos del onceno seguía siendo de lujo. Según resolución de Coldeportes, el empresario paisa Guillermo León López Valencia entró a presidir su órgano de administración en 2000, luego de que Bavaria lo demandó por el presunto manejo irregular de 9300 millones de pesos de patrocinios deportivos, un proceso en el que resultó absuelto por falta de evidencia en su contra5. En ese lapso, en el listado de asociados del club figuraba Marta López Valencia, madre de Gustavo Upegui y hermana del exejecutivo de Bavaria y del entonces cacao de esa organización, Augusto López Valencia.

Documentos del Envigado de esa época, que reposan en oficinas públicas, le adjudican a Marta López Valencia un 52 por ciento de los derechos del equipo; casi la mitad de lo que tenían, individualmente, Juan Pablo y Andrés Felipe Upegui Gallego, sus nietos. También aparece Margarita Zulay Gallego Orrego, esposa de Upegui, con una participación similar a la de sus hijos, con lo que acumulaban el mayor paquete de derechos sobre el club y el poder absoluto.

Los otros asociados eran Jairo Santamaría Giraldo, Javier Velásquez González, Juan Gabriel Rivera Restrepo, Ramiro Jaramillo Giraldo, Roviro Gómez Ochoa, Horacio Bermúdez Muriel, Gonzalo Evelio Zapata Luján, Carlos Emilio Santamaría y Gustavo Alfonso García Quiroz. Además, Martín Libardo Gutiérrez Arango, Rodrigo Mesa Cadavid, Daniel Otero Patiño, Carlos Mario Montoya Arenas, Carlos Alberto González Atehortúa, Jorge Eliecer Montoya y un puñado de asociados menores.

Para ese momento y debido a sus líos judiciales, Gustavo Upegui les había solicitado a las autoridades deportivas que permitieran que su esposa Margarita lo relevara en sus roles dentro del Envigado y que se congelara la deuda que el onceno tenía con él:

27.887.500 pesos.

Aunque su hinchada era poca y los líos de Upegui lo golpearon, el Envigado registraba un boyante patrimonio de más de 2000 millones de pesos de la época e ingresos por 3298 millones. De este último monto, la taquilla apenas representaba 236 millones al año y la venta de publicidad, 2155 millones. El resto del flujo de capital del pequeño equipo se registraba bajo el rubro de «operacionales», lo que terminó poniéndolo bajo la lupa de la DEA por un posible lavado de activos de la mafia.

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Agentes federales empezaron a rastrear las transacciones del equipo desde 2006. Aunque el rendimiento deportivo del Envigado en el rentado nacional no era el mejor, en ese momento aparece facturando más de mil millones de pesos por la venta o préstamo de jugadores de lujo ajenos a las actividades alternas y delictivas de su dueño, Entre ellos estaban Fredy Guarín, que viajó a Francia; Néstor Álvarez, a Portugal; Felipe Baloy, a México; Mauricio Molina, a Argentina; Gustavo Ballesteros, al Club Los Millonarios; Gustavo Bolívar, al Tolima y Andrés Felipe Casañas, al Once Caldas. La nómina de técnicos también pesaba dentro de su balance y prestigio. En ese violento lapso pasaron Hugo Castro, Luis Augusto, el «Chiqui» García, Fernando Castro, Gabriel Jaime Gómez, Norberto Peluffo y Carlos Navarrete, que venía del Atlético Nacional. Jugaban con la camiseta naranja bien puesta y sin saber nada sobre las actividades alternas de Upegui.

El crack James David Rodríguez Rubio empezó a aparecer en la plantilla de jugadores desde enero de 2004. Gustavo Upegui en persona, obsesionado por impulsar una cantera de jóvenes y prometedoras estrellas, negoció el cincuenta por ciento de los derechos del jugador y su manejo. El otro cincuenta por ciento quedó en manos del Independiente Medellín, según se acordó con el gerente de la época, Fernando Jiménez. El acuerdo incluía el traslado de toda la familia de James de Ibagué a Medellín y el compromiso de ubicarlos laboralmente. Los detalles del trato se afinaron en una reunión en la que estuvieron presentes Upegui, Su hijo Juan Pablo, su esposa Margarita y Juan Carlos Restrepo, el padrastro de James.

«Nosotros no habíamos hecho algo parecido. ¿Fichar a una familia de otro lado? Era extraño, pero mi papá aceptó. Es que él se enamoró de James desde que le vio patear el primer balón. Durante el Pony (torneo juvenil de fútbol), nos levantaba temprano y nos decía: “Hay que llegar temprano para ver a ese niño"», narró Juan Pablo Upegui en una entrevista a la revista española Marca, en julio de 2014, cuatro meses antes de que él, su mamá y el equipo ingresaran a la llamada Lista Clinton como parte de un entramado de blanqueo de capitales de la mafia."6

La sociedad entre el Medellín y el Envigado en torno a los derechos de James se disolvió en 2005. Pero un año después, cuando el volante tenía catorce años de edad, ya estaba en la liga profesional. James deslumbró a la afición desde los primeros minutos de juego. Desde ese momento todos los que lo vieron le auguraron un brillante futuro en las grandes ligas del fútbol mundial. Pero a pesar que el Envigado tenía ese as bajo la manga, el año 2006 está marcado en la historia de ese equipo como el de peor desempeño deportivo, lo que le costó incluso su regreso a las divisiones inferiores.

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El equipo saltó a la cancha de luto, el sábado 15 de julio de 2006, para jugar uno de los partidos del torneo finalización. Doce días antes, Gustavo Upegui, entonces mánager y accionista mayoritario de la escuadra naranja, había sido asesinado. El dirigente deportivo decidió irse a descansar a su finca en San Jerónimo, Antioquia, localizada en un lujoso condominio con vigilancia privada. Hacia las cuatro de la mañana, ocho hombres armados, con distintivos de la Sijín, ingresaron al lugar a través de un lote contiguo y levantaron violentamente a la familia Upegui y a sus acompañantes, incluidos sus seis guardaespaldas. El mánager del equipo fue llevado a una habitación en donde lo amarraron y torturaron. Luego, uno de los pistoleros le puso una almohada en la cabeza y le dio un tiro de gracia usando silenciador. Su cuerpo, con las dos gruesas cadenas de oro que lo caracterizaban y con su bigote bien cuidado, permaneció veinticuatro horas en cámara ardiente en la sede de la Alcaldía de Envigado, en donde funcionarios, jugadores, allegados y familiares le rindieron honores. Ese sector de antioqueños solo conocía al Upegui emprendedor, bonachón, generoso y apasionado por el fútbol.

Luis Eduardo Martínez, un tropero puro que ascendió a general de la República tras librar varias batallas en la Policía contra las Farc y la mafia, era el entonces comandante de la Policía de Antioquia y fue el primero en llegar a la escena del crimen de Upegui. Martínez recuerda con detalle lo ocurrido:

Ese crimen ocurrió en uno de los puentes largos de julio de 2006. Yo estaba por el occidente del departamento como comandante de la Policía de Antioquia porque había un bandido del Frente 34 de las Farc, alias «Tío Pacho», que acostumbraba hacernos secuestros para esas fechas. Yo me había quedado en el municipio de San Jerónimo cuando los policías me llamaron a avisarme que había una novedad: que habían matado a una persona en una finca cerca de Sopetrán. Yo estaba cerca y fui el primero en llegar. Era una unidad residencial y el homicidio ocurrió en una casa de dos pisos en donde había una especie de reunión familiar. Había muchos niños, mujeres y hombres. Varios de los presentes nos dijeron que un grupo de cerca de ocho hombres encapuchados, vestidos de negro y con armas largas había entrado a la parcelación por el lado del barranco y habían neutralizado a los escoltas. Luego, los amordazaron y encerraron en un baño y tras advertirles que no les iban a hacer daño, Subieron a Gustavo Upegui al segundo piso y le dijeron que le tenían que hacer varias preguntas (...). Cuando llegamos a la escena del crimen, Upegui estaba atado de pies y manos, y registraba varios golpes y moretones en la cara. Pero murió por un tiro de gracia que le dieron en todo el centro de la frente con una pistola. Upegui estaba en pantaloneta y recuerdo que sus tobillos estaban heridos, raspados, como si le hubieran hecho un segundo disparo muy cerca-recordó el alto oficial-.

Y agregó:

En una investigación posterior se supo que el crimen tenía como móvillas peleas intestinas entre jefes de la Oficina de Envigado. Algunos habían sido capturados y otros preparaban su sometimiento a la justicia de Estados Unidos. En el bajo mundo un narcotraficante llamado Daniel Mejía, alias «Danielito», se cobraba el crimen de Upegui-recuerda Martínez-.7

El año en que mataron al máximo accionista del Envigado, el equipo tan solo ganó tres de los dieciocho partidos que jugó, a pesar de tener en su nómina a 31 futbolistas por los que decía pagar sesenta millones de pesos anuales y entre quienes estaban Frank Pacheco, Joel Solanilla, Wilmer Saldaña y Yuber Mosquera.

Inteligente y temperamental, Gustavo Upegui había logrado ocultar durante veinticinco años que era la cabeza de la Oficina de Envigado, la más tenebrosa máquina criminal del Cartel de Medellín, que ha sobrevivido casi cinco décadas a la persecución estatal. De hecho, con maniobras jurídicas y amenazas legales, al final de su carrera delincuencial tan solo pagó mes y medio de cárcel, en 1998, por presunta conformación de grupos criminales y secuestro simple agravado. También salió bien librado de una investigación posterior por narcotráfico. Como en muchos casos en Colombia, fue la justicia de Estados Unidos la que terminó recolectando la evidencia en su contra.

Días después del crimen de Upegui, la DEA inició la investigación con la que, finalmente, terminó por vincular al equipo naranja y a sus máximos accionistas a un sofisticado entramado mafioso al servicio de la organización criminal conocida como la Oficina de Envigado.

2. Versión libre, Ramiro Vanoy Ramírez, Unidad de Justicia y Paz, Fiscalía General de la Nación, diciembre 6 de 2010.

3. www.treasury.gov/resource-center/sanctions/Programs/Documents/envigado chart 11 192014.pdf

4. «Composición de las estructuras delincuenciales que operan en Envigado», CTI de la Fiscalía, 1997, citado por Verdad Abierta, noviembre 27 de 2014.

5. Resolución 02517 de diciembre 10 de 2001, Coldeportes, director Diego Palacios. Diario Oficial, edición 44691, enero 29 de 2002.

6. «La cantera que lo hizo héroe», Revista Marca, UNIDAD EDITORIAL INFORMACIÓN DEPORTIVA S.L.U., julio 30 de 2014.

7. Entrevista de la autora al general (r) Luis Eduardo Martínez, febrero 27 de 2017.