Reseña

Dos miradas a 'Poemas de la realidad secreta' de Jorge Teillier

Jorge Edwards (Premio Cervantes) y María del Rosario Laverde reseñan 'Poemas de la realidad secreta', la imperdible antología que Francisco Véjar editó de la obra de Jorge Teillier, para la Colección Visor de Poesía, que llega a Colombia. ARCADIA comparte ambas lecturas.

3 de enero de 2020

Poesía de los lares, por Jorge Edwards

¿Por qué se habla de poesía lárica a propósito de los poetas del sur de Chile, de la antigua frontera: de Lautaro, de la Araucanía profunda. En la Roma clásica, el lar era la casa, el refugio final, el lugar donde estaba encendido el fuego de la cocina. Jorge Teillier, con sus antepasados franceses, emigrados a nuestro sur a mediados del siglo XIX, pudo conocer mejor que nadie en Chile la obra de los poetas llamados “malditos, la de los simbolistas, la de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, entre muchos otros. Leyó a los mejores prosistas de lengua francesa, como André Gide, Albert Camus, Pierre Loti, Marcel Proust y de ahí salió una poesía entrañable, de atmósferas, musical, inquietante, embriagadora, no interpretable o traducible en términos lógicos, y surgió una poesía de lengua española única, universal, a su modo chilena, rural: poesía de las cosas y de seres pequeños: poesía de viejas canciones, de tonadas olvidadas, de estaciones de ferrocarril abandonadas, de muelles en la tormenta, de zapatos viejos que echan humo al fondo de caserones rurales, de coipos herméticos escondidos entre la hierba, de rebuznos de burros, de ladridos, de silbidos del viento en la distancia. Como lo describe Francisco Véjar con propiedad en esta antología, Jorge Teillier hizo una poesía de cosas humildes, de guantes de box tirados en rincones, de juguetes abandonados. Cuando trabajaba en el Boletín de la Universidad de Chile, en una oficina de la Casa Central, cruzaba la Alameda para juntarse con sus amigos del sur en el bar que llamaban de la Unión Chica. En el fondo bullicioso, leían poemas del romancero viejo y de la Selva Lírica, comían ajiacos y bebían vinos pipeños de la Región de Coelemu y de Chillán hacia la costa. En la tarde chupaba limones, porque pensaba que el limón podía protegerlo de resacas mayores, y cuando llegaba de visita a mi casa, mi hija me decía que había llegado el “poeta limonero”. Su obra tenía algo de la poesía del Nicanor Parra pueblerino, anterior a la antipoesía, y de los versos a lo divino y a lo humano, de Violeta, de Edith Piaf, de Libertad Lamarque, y hasta de Rosita Serrano, que antes de conocer a Jorge le había cantado al oído amariscal nazi Hermann Goering, y se reía, Jorge, el Lárico, con risa convulsiva y con estremientos epileptoides de las manos pálidas. Lo conmovían los fonógrafos a cuerda, los guantes de boxeadores muy golpeados, los poetas menores, los gatos tuertos y algunos desastres mayores. En su cabaña de la región de Cabildo tenía imágenes del poeta ruso suicida Vladimir Maiakovski y de Alberto Rojas Jiménez, el que viene volando, entre telegramas y entre plumas que asustan, en una oda elegíaca del joven Pablo Neruda. Estuve muchas veces en esa cabaña, hablamos de esto y de aquello, bebimos vinos más bien inocentes, y recordamos a mucha gente olvidada. Ahora nos llegan sus a, editados por la notable Colección Visor de Poesía, y nos encontramos con una Letra de Tango” y con un “Después de todo”. Me pregunto qué será ese “después de todo”, y le pido a Francisco Véjar que me lo explique. Hay que pensar que esas regiones del sur chileno produjeron la impresionante poesía imperial de Alonso de Ercilla y la de don Pedro de Oña, poeta soldado nacido en Angol de los Confines. Si conocer Chile, sin que esto sea algo más que un lugar común, tenemos que leer esta poesía, masticarla, rumiarla. No es poco, aunque no lo creamos, y el jugo de los limones nos puede ayudar, y los ventarrones de los muelles desaparecidos de Puerto Saavedra.

Teillier llevaba colgado del cuello el albatros asesinado de la rima del antiguo marinero de Samuel Taylor Coleridge, y para contar esta historia de mares del ser y de ventisqueros a la deriva, se necesitaría un espacio y un tiempo que todavía no tengo. Alberto Rojas Jiménez, en su vuelo entre telegramas y “entre plumas que asustan”,no puede salvarme. Y don Augusto Winter, el poeta bibliotecarios y protector de los cisnes del lago Budi, tampoco puede hacer nada. Nos despedimos con “Carta a Mariana”: ¿Qué película te gustaría ver? ¿Qué canción te Gustaría oír?” La poesía lárica se resume al final en una colección de preguntas sin respuesta, preguntas que son canciones sin palabras, “chansons sans paroles”, como escribía Paul Verlaine, uno de los ídolos de Rubén Darío, a quien Verlaine le dijo en París, en la bella Lutecia, como decían ellos, que París era la “ville de la gloire et de la merde”. ¿Qué habrían dicho los de las mesas del fondo de la Unión Chica, el Chico Cárdenas y el Cabro Rojas Jiménez, aparte de multitudes anónimas y de poetas que se refugian en bares de zonas portuarias del vasto mundo. Los pelícanos de las regiones polares del sur del mundo, los lares y los no láricos, vuelan en bandadas, y los de la Unión Chica brindan a coro y levantan sus potrillos rebosantes de pipeño espumoso. Desde los roqueríos de Las Cruces y las casuchas de Niblinto, Nicanor baila un pie de cueca y nos hace un guiño con el ojo izquierdo.

De viaje por la realidad secreta, María del Rosario Laverde


Parto desde una estación de tren en algún lugar de Chile y viajo arriba del último vagón sintiendo el viento en el rostro, atravieso lugares jamás vistos a los que pertenezco desde ahora, me dirijo hacia una realidad secreta e imaginada habitada por fantasmas, familiares algunos, otros no, y que me descubre al poeta Jorge Teillier que antes solo fue una referencia pero que hoy a través de esta antología reunida por Francisco Véjar para la colección Visor de Poesía se convierte en un descubrimiento sin precedente.
La primera parada es en la nieve como principio y fin del universo poético que Teillier irá construyendo y habitando a través de su obra:
¿Es que puede existir algo antes de la nieve?...
¿Y puede existir algo después de la nieve...
Silencio y sonido, vida y muerte, recuerdo y olvido, movimiento y quietud, palabra y de nuevo silencio. Opuestos que plantean un mundo perpetuo que se termina para volver a comenzar.
Espejos que no contestan preguntas y que se resisten a reflejar a quienes en ellos se ven, cuelgan de paredes imaginarias de casas habitadas de recuerdos de seres ya idos y del gato Pedro, que alguna vez acompañó al poeta y al otro poeta:
Sabio budista Zen
que mira la lluvia
De Tellier dice su antologador: "El mérito de Teillier fue haberse mantenido inmune a las influencias de Neruda y Parra y haber conseguido crear un lenguaje y un universo propios". Le sumo el mérito de hacer que mi viaje en tren sea a la vez a mi interior y al interior de mi casa, eso siento mientras lo leo.
La brevedad de un trayecto de tren comparada con la fugacidad de una botella de vino en manos de un par de amigos, las huellas del tiempo en unos codos, la celebración del buen licor, son solo unas pocas imágenes que dan cuenta del poeta visitante frecuente de bares que se refugia en ellos para para filtrar "la rugosa realidad", como diría Jean Arthur Rimbaud.
Los días se parecen los unos a los otros pero los atraviesa la nostalgia de un tiempo mejor o de un sueño de los que no se desea despertar:
La realidad secreta brillaba como un fruto maduro.