Cuento corto
La venganza del cuento: ‘La corriente’, de Juliana Restrepo
El primer libro publicado la escritora paisa es una lección de abismo para quienes siguen insistiendo en la supremacía de la novela. Una serie de relatos que fluyen como un río, libres y poderosos.
Todo parece indicar que los relatos están recuperando el interés de un público que, de unas décadas para acá, le concedió una importancia exagerada a la novela. Cada vez más se ven en las estanterías y en las apuestas editoriales –tanto de fondos nuevos como de grandes conglomerados multinacionales— y en premios --como el merecidísimo García Márquez que ganó Luis Noriega hace apenas unos días con el estupendo Razones para desconfiar de los vecinos— autores que no pierden la fe en una disciplina exigente, vista con displicencia por cierto tipo de editor. El cuento, piensan algunos, es un género cultivado por mentes de otros tiempos que ya no caben en estos, en los que el genio se mide por la extensión y el peso de las novelas, lo cual, por supuesto, es una tontería.
Cuando se empieza a escribir, los autores en ciernes le conceden un lugar especial al cuento. Lo estudian, intentan comprenderlo, se dedican a esas breves páginas como si de ello dependiera la vida misma. Muchos arrugan aquellos primeros papeles, o los pierden en alguna USB de ocasión, para jamás volver a recordarlos. El escritor, piensa el mercado, tendrá que asumirse en serio alguna vez y para ello está la novela.
El cuento queda relegado al olvido. Sus lectores son seres curiosos pero algo marginales. Sus temas no son materia de conversación entre escritores o lectores profesionales. A menos que… A menos que, de nuevo, una época como la que vivimos le esté dando espacio al cuento y le regrese aquel prestigio que se merece gracias a, por solo nombrar algunos, Poe, Maupassant, Chéjov, Borges, Carver, Fernández Cubas o Cheever.
Hace no más de un mes, el escritor Héctor Abad y un grupo de entusiastas lanzaron el primer libro de un proyecto editorial que lleva por nombre Angosta. El libro, impecablemente diseñado, se llama La corriente y fue escrito por Juliana Restrepo, una joven de profesión Física, que al parecer vivió muchos años en Francia. El objeto mismo, que de seguro fue para sus editores materia de discusión en todos los sentidos –tipográficos (una bella elección de fuente aunque muy pequeña), de diseño (tapas, guardas, cajas estupendas), de elección del logo, etc.--, es de una elegancia inusual, lo cual nos recuerda que además del cuento, los libros bien hechos y mejor editados, comienzan a recuperar su prestigio de nuevo a pesar de que, no hace mucho, las trompetas del Apocalipsis sonaban para ellos.
Después de semejante edición podría venir una desilusión mayor, pues sus editores arriesgaron con un nombre desconocido y con un libro, además, de cuentos. Lo insólito, que no suele pasar a menudo, es que en este caso, el contenido y la forma se corresponden a la perfección. Se trata de doce relatos narrados por voces muy verosímiles. Una prosodia personal nos muestra a una autora consciente de la música de lo que quiere contar. Y lo que cuenta es de una sencillez que parece fácil cuando todos sabemos que decir así, sin titubeos ni dudas, siempre es lo más complejo.
Los cuentos de Restrepo nos pasean por las tensiones de clase, por las visiones del país desde la distancia, por la profundidad de lo femenino, por la amistad entre mujeres, por la sexualidad y el crecimiento, por la vejez y el olvido. Las suyas son unas narraciones fluidas y tumultuosas. De los sueños que se escriben solos, a una fiesta de veinteañeros en París, a la visita de una mujer a casa de dos viejos en la campiña francesa, a una abuela que casi se muere de tristeza, la voz de Juliana Restrepo es la de una escritora que, en contra de la corriente, le siguió prestando atención a la fuerza de lo breve. Ese es su triunfo.