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La verdadera historia de la Biblia

En su más reciente libro, la experta en la historia de las religiones Karen Armstrong reconstruye el proceso de escritura de uno de los libros más leídos en el mundo: la Biblia. Su crónica, publicada por 'Debate', busca entender la creación del complejo y a menudo contradictorio texto milenario. Compartimos la introducción.

Karen Armstrong
15 de febrero de 2017
'El descendimiento de la cruz' (c. 1436) de Rogier van der Weyden.

Los seres humanos somos criaturas que buscamos el sentido de las cosas. A menos que encontremos en nuestras vidas algún argumento o significado, caemos muy fácilmente en la desesperación. El lenguaje desempeña un papel muy importante en nuestra búsqueda. No solo porque es un medio fundamental de comunicación, sino también porque nos ayuda a articular y aclarar la turbulencia incoherente de nuestro mundo interior. Utilizamos palabras cuando queremos que algo ocurra en nuestro exterior: damos una orden o pedimos algo, y de una manera u otra todo cambia a nuestro alrededor, aunque el cambio sea mínimo. Pero al hablar también obtenemos algo a cambio: el mero hecho de poner una idea en forma de palabras le puede dar un lustre o un atractivo que antes no tenía. El lenguaje es misterioso. Cuando alguien dice una palabra, lo etéreo se hace carne; el habla necesita de la encarnación: la respiración, el control de los músculos, de la lengua y de los dientes. El lenguaje es un código complejo, regido por normas profundas que se combinan para formar un sistema coherente, imperceptible para el hablante a menos que este sea un lingüista experto. Pero el lenguaje tiene una insuficiencia inherente. Siempre queda algo por decir, algo que permanece inexpresable. Nuestra facultad de hablar nos hace ser conscientes de la trascendencia que caracteriza a la experiencia humana.

Todo esto ha influido en la manera en que leemos la Biblia, que tanto para los judíos como para los cristianos se trata de la Palabra de Dios. La Sagrada Escritura ha sido un elemento importante dentro de la empresa religiosa. Los integrantes de casi todas las principales religiones han considerado ciertos textos sagrados y ontológicamente diferentes al resto de los documentos. A estos escritos los han investido con el peso de sus más altas aspiraciones, sus más insólitas esperanzas y sus mayores miedos, y, misteriosamente, esos textos les han devuelto algo a cambio. Los lectores han encontrado en esos escritos lo que parece ser una presencia que les conduce a una dimensión trascendente. Han basado sus vidas en unas escrituras sagradas, tanto en un sentido práctico como espiritual y moral. Cuando sus textos sagrados les han contado historias, la gente por lo general ha creído que eran ciertas, pero, hasta hace poco, la precisión literal o histórica nunca ha sido lo importante. La verdad de un texto sagrado no se puede valorar a menos que se ponga en práctica, ritual o éticamente. Los textos sagrados budistas, por ejemplo, dan a los lectores cierta información sobre la vida de Buda, pero solo se han incluido aquellos episodios que muestran a los budistas lo que deben hacer para alcanzar por sí mismos la iluminación.

Hoy en día, los escritos sagrados no gozan de muy buena fama. Los terroristas utilizan el Corán para justificar atrocidades, y algunos sostienen que es la violencia de sus textos sagrados lo que provoca la agresividad crónica de los musulmanes. Los cristianos hacen campaña en contra de la enseñanza de la teoría de la evolución porque contradice la historia bíblica de la creación. Los judíos sostienen que Dios prometió Canaán (la actual Israel) a los descendientes de Abraham, y que por eso son legítimas sus políticas opresivas contra los palestinos. Se ha producido un renovado interés por los textos sagrados que se ha inmiscuido en la vida pública. Los adversarios secularistas de la religión afirman que las escrituras engendran violencia, sectarismo e intolerancia; que impiden a las personas pensar por sí mismas y que llevan al engaño. Si la religión predica compasión, ¿por qué hay tanto odio en los textos sagrados? ¿Es posible ser «creyente» hoy en día, después de que la ciencia haya socavado tantas enseñanzas bíblicas?

Como las Sagradas Escrituras se han convertido en una cuestión tan delicada, parece importante dejar claro qué es verdad y qué no. Esta biografía de la Biblia ayuda a comprender dicho fenómeno religioso. Por ejemplo, es crucial señalar que las interpretaciones exclusivamente literales de la Biblia son históricamente recientes. Hasta el siglo XIX, muy poca gente creía que el primer capítulo del Génesis fuera una explicación del origen de la vida basada en hechos reales. Durante siglos, tanto los judíos como los cristianos se deleitaron en exégesis alegóricas e ingeniosas, e insistían en que no era posible ni deseable una lectura totalmente literal de la Biblia. Así, modificaron la historia bíblica, sustituyeron relatos bíblicos por nuevos mitos e interpretaron el primer capítulo del Génesis de múltiples y sorprendentes maneras.

Tanto las Sagradas Escrituras judías como el Nuevo Testamento comenzaron como proclamaciones orales, e incluso después de que fueran puestas por escrito, a menudo ha persistido una preferencia por la palabra hablada que también está presente en otras tradiciones. Desde el principio se temió que unos textos sagrados por escrito alentaran las certezas inflexibles, poco realistas y estridentes.

El conocimiento religioso no puede transmitirse como cualquier otra información, simplemente echándole un vistazo a una página sagrada. Los documentos no se convirtieron en «Sagradas Escrituras» porque inicialmente se pensara que estaban inspirados por Dios, sino porque la gente comenzó a tratarlos de forma distinta. Desde luego, esto es aplicable a los primeros textos de la Biblia, que solamente llegaron a ser sagrados cuando se los empezó a usar en un contexto ritual que los separaba de la vida ordinaria y de los modos seculares de pensar.

Tanto los judíos como los cristianos tratan sus respectivos textos sagrados con reverencia ceremoniosa. El rollo de la Torá es el objeto más sagrado de la sinagoga; metido en una funda de gran valor y guardado en un «arca», es desvelado en el clímax de la liturgia y paseado por entre la congregación, que lo toca con los flecos de sus mantos de oración. Algunos judíos incluso bailan con el rollo, abrazándolo como si fuera un objeto amado. Los católicos también pasean la Biblia en procesión, la rocían con incienso y permanecen en pie cuando la recitan, haciendo la señal de la cruz en la frente, los labios y el corazón. En las comunidades protestantes, la lectura de la Biblia es el punto álgido del oficio religioso. No obstante, aún más importantes fueron las disciplinas espirituales relacionadas con la dieta, la postura y los ejercicios de concentración, que desde una fecha muy temprana ayudaron a judíos y a cristianos a aproximarse a la Biblia con un estado de ánimo diferente. De esta forma podían leer entre líneas y encontrar algo nuevo, ya que la Biblia siempre significaba algo más de lo que decía.

Desde su origen, la Biblia tuvo más de un único mensaje. Cuando los redactores fijaron los cánones, tanto del testamento judío como del cristiano, incluyeron versiones contrarias entre sí y las colocaron sin más comentario la una al lado de la otra. Ya desde el principio, los autores bíblicos se sintieron con total libertad para modificar los textos que habían heredado y darles un sentido completamente distinto. Los exegetas posteriores confiaron en la Biblia como patrón para resolver los problemas de su época. A veces permitían que determinara su visión del mundo, pero también podían cambiarla y hacer que dialogara con las circunstancias de la época. Por lo general no les interesaba descubrir el mensaje original de un pasaje bíblico. La Biblia «demostraba» que era sagrada porque la gente no dejaba de descubrir nuevas formas de interpretarla y descubría que aquella antigua y compleja colección de documentos proyectaba luz sobre situaciones que sus autores nunca hubiesen imaginado. La Revelación era un proceso continuo; no quedó limitada a una lejana teofanía en el monte Sinaí, sino que los exegetas continuaron haciendo que la Palabra de Dios se oyera generación tras generación.

Algunas de las autoridades bíblicas más importantes insistieron en que la exégesis debía hacerse guiada por el principio de la caridad: cualquier interpretación que diseminara odio o desdén era ilegítima. Todas las religiones del mundo sostienen que la compasión no solo es la principal virtud y prueba de una verdadera religiosidad, sino que es lo que nos conduce al Nirvana, a Dios o al Tao. Pero, por desgracia, la biografía de la Biblia no solamente representa los éxitos de la búsqueda religiosa, sino también sus fracasos. Los autores bíblicos, así como sus intérpretes, han sucumbido demasiado a menudo a la violencia, la crueldad y la exclusividad, tan comunes en la sociedad en la que vivían.

Los seres humanos buscan el ekstasis, un «salir fuera» de sus experiencias normales y mundanas. Si dejan de encontrar el éxtasis en la sinagoga, la iglesia o la mezquita, lo buscan en el baile, la música, el deporte, el sexo o las drogas. Cuando la gente lee la Biblia con una disposición receptiva e intuitiva, descubre que esta les da un indicio de trascendencia. Una de las características principales de una experiencia religiosa culminante es la sensación de plenitud y de unidad. Es lo que se ha llamado coincidentia oppositorum en este estado de éxtasis, las cosas que parecen separadas o incluso opuestas coinciden y revelan una unidad inesperada. La historia bíblica del Jardín del Edén representa esta experiencia de plenitud originaria: Dios y la humanidad no estaban separados, sino que vivían en el mismo lugar; los hombres y las mujeres no eran conscientes de la diferencia de género; vivían en armonía con los animales y el mundo natural; y no había distinción alguna entre el bien y el mal. En un estado como este, las divisiones son trascendidas en un ekstasis que es distinto de la naturaleza conflictiva y fragmentaria de la vida ordinaria. La gente ha intentado recrear esta experiencia edénica en sus rituales religiosos.

Tal y como veremos, tanto los judíos como los cristianos elaboraron un método para estudiar la Biblia que relacionaba entre sí textos que antes carecían de conexión intrínseca. Al derribar continuamente las barreras de la diferencia textual, alcanzaron una extática coincidentia oppositorum, también presente en otras tradiciones sagradas. Así, por ejemplo, es esencial para una correcta interpretación del Corán. Desde una época muy temprana, los arios de la India aprendieron a percibir el Brahmán, la misteriosa potencia que mantiene unidos los diversos elementos del mundo, al escuchar las paradojas y acertijos de los himnos del Rig Veda, que une lo que aparentemente no está relacionado entre sí. Cuando los judíos y los cristianos intentan encontrar una unidad dentro de sus escrituras paradójicas y muy diversas, también tienen intuiciones de lo divino. La exégesis siempre fue una disciplina espiritual y no una actividad académica.

Al principio, el pueblo de Israel alcanzaba este ekstasis en el templo de Jerusalén, que fue diseñado como réplica simbólica del Jardín del Edén. Es ahí donde experimentaban el shalom, palabra que normalmente se traduce por «paz», pero cuya mejor traducción sería «plenitud», «conjunto». Cuando el templo fue demolido, tuvieron que encontrar una forma nueva de encontrar el shalom en un mundo violento y trágico. El templo fue quemado dos veces hasta quedar completamente destruido; y cada una de las veces esto llevó a un intenso período de actividad con las escrituras, a buscar y pedir curación y armonía en los documentos que acabarían siendo la Biblia.

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