Un LIBRO EN LOS SIGLOS XX, XXI Y XXII
El futuro de Barranquilla está en su pasado
En 1932, el bogotano José Antonio Osorio Lizarazo escribió Barranquilla 2132, una novela de ciencia ficción. El pasado, el presente y el futuro se trenzan en este ensayo que hila caprichosamente la época dorada de Barranquilla, su actualidad y una novela especulativa cuya extraña vigencia amerita su lectura.
"Es posible que, si mis investigaciones son exactas, pueda regresar a la vida, dentro de una civilización nueva”. Las investigaciones del médico barranquillero Juan Francisco Rogers, protagonista de la novela futurista Barranquilla 2132, escrita en 1932 por el bogotano José Antonio Osorio Lizarazo, resultan acertadas. En 1938, Rogers logra suspender su cuerpo en el tiempo por medio de un complicado proceso médico y, luego de que un edificio antiguo se viniera abajo por una explosión, su cuerpo aún con vida es descubierto en la Barranquilla de 2132. Uno de los barranquilleros del futuro que lo encuentran es el reportero J. Gu, quien, en tiempo real y utilizando una tecnología asombrosamente parecida al internet de nuestros días, logra enviar desde su avioneta —el vehículo corriente del siglo XXII— un artículo sobre el hallazgo de este cuerpo.
Un día después, ya en un hospital, llega la sorpresa. “¡Vive! —grita el doctor Var—. ¡El corazón empieza a latir!”. El cuerpo de Rogers se despereza de su siesta de 200 años. La primera interacción del médico parece robada de una comedia de los hermanos Marx: Rogers, cargado de sus modales del siglo XX, se levanta de su silla para estrechar la mano de sus huéspedes. Ellos apenas sonríen: “Parece que en aquel tiempo se acostumbraba a dar la mano para solemnizar el acto. […] ¡Cuánta agitación! ¡Cuánta pérdida de fuerza muscular!”. “Pero esos apellidos son nuevos”, dice Rogers, “En mi tiempo no existían. ¿Son ustedes, acaso, de descendencia china?”. La pregunta parece la peor impertinencia. “Verá usted —asegura M. Ba, colega de Gu—: si dijéramos nuestros nombres de hace un centenar de años, este señor se llamaría Jorge Gutiérrez y yo, Manuel Barreto. Pero ahora tendemos a la simplificación”.
Barranquilla 2132 fue escrito 200 años antes de los eventos que narra. José Antonio Lizarazo vivía entonces en la capital del Atlántico, donde ayudó a fundar el diario El Heraldo, que además dirigió en sus inicios. “Osorio Lizarazo habló de lo urbano en el país —afirma Sandra Beatriz Sánchez, profesora investigadora de la Universidad de los Andes—. Él hizo en escrito lo que un fotógrafo como Luis B. Ramos había tratado de hacer a principios de siglo desde la fotografía”. Sánchez, que ha trabajado con el archivo de correspondencia, documentos y borradores de Osorio, asegura que tratar de categorizar a este autor bogotano es tremendamente complicado. Osorio fue un gaitanista acérrimo, luego viajó a Argentina para hacer parte del peronismo y, como si esta esquizofrenia política no fuera suficiente, terminó en República Dominicana, donde trabajó para la dictadura de Leonidas Trujillo, uno de los líderes más violentos de la historia latinoamericana. Aunque anterior a sus experiencias políticas, su interés por lo público es bastante claro en las páginas de 2132.
En la década en la que se escribió la novela, Barranquilla atravesaba una época dorada. La construcción del puerto artificial de Bocas de Ceniza sacó provecho de su localización estratégica junto al río Magdalena y el mar Caribe, y le dio un impulso económico. “El río era la vida de la ciudad —asegura Rodolfo Zambrano, coautor de varios libros sobre la historia de Barranquilla—. El transporte fluvial dominaba el río. Muchas exportaciones, de café por ejemplo, se hacían por Barranquilla. Había personas que tenían flotas de barcos, y eso era como ser hoy dueño de Avianca”. Todo hasta que, en palabras de Zambrano, Alberto Lleras mató al río por no dejarse faltar al respeto como presidente: “Resulta que los sindicatos fluviales hicieron una huelga y paralizaron el país; no quisieron acabar con el paro hasta que les dieran lo que les daba la gana. Lleras no soportó esa afrenta. Entonces comenzó a diseñar las carreteras paralelas al río y llegó el reinado del camión y el ferrocarril”.
Zambrano menciona también que la Federación de Cafeteros, que tenía a Barranquilla como puerto de salida, construyó un ferrocarril en Caldas, y el café empezó a salir por el puerto de Buenaventura. Para 1941, este puerto del Pacífico había superado la actividad de la capital del Atlántico. En un acierto de su ejercicio futurista, Osorio predijo que Barranquilla le daría la espalda al río. Hoy parece una decisión absurda. Todas las capitales del mundo han crecido alrededor de un cuerpo fluvial. Barranquilla, en cambio, lo abandonó. Alguna vez, conversando con el estadounidense Karl C. Parrish, uno de los grandes urbanizadores de la ciudad, Zambrano le lanzó la pregunta: “Don Karl, dígame una cosa: ¿usted por qué hizo tantos barrios lejos del río?”. La respuesta fue: “Mijito, la fórmula es simple. ¡Por el mosquito!”. Aún hoy las veras del Magdalena son humedales, explica Zambrano: “La mosquitera es pavorosa”.
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Desde su primer encuentro, y de que J Gu. decide convertirse en el guía de Rogers en 2132, se desprende una comedia de errores en la que el médico descubre que su mundo, tal como le recordaba, ha sido reemplazado por costumbres asépticas en las que las pulsaciones humanas más simples parecen grotescas. Por ejemplo, en esta Barranquilla futurista no se menciona ni una sola vez el Carnaval. J. Gu asegura que no puede entender cómo en los tiempos de Rogers celebraban hartándose de comida y bebiendo hasta embriagarse. Mientras recorren la ciudad, Rogers pregunta dónde están las mujeres, y J.Gu. le asegura que han pasado a más de una en el camino, que hoy se han unificado los vestuarios, que ya no existen diferencias físicas entre géneros y le implora que deje de mirar de manera tan obscena a los transeúntes.
Luego de la decepción que le producen los cambios culturales, llega la maravilla que le producen los avances tecnológicos que Osorio, valga decirlo, narra con una precisión asombrosa. Mientras recorren un museo en el que se expone la tecnología del siglo XX cual si fueran hallazgos arqueológicos, Osorio escribe: “Estos [le explica el reportero a Rogers] son los automóviles del año 2000. En aquella época empezaba a reemplazarse el combustible. No volvió a utilizarse ese líquido peligroso y explosivo que era, según entiendo, la gasolina —dice J. Gu, apenas unas líneas después de asegurar que Lindbergh era contemporáneo de Colón—, pero la fuerza atómica aplicada a los vehículos de ruedas no resultaba con el suficiente poder. Esta ha sido, quizá, una de las causas para que por fin los automóviles hayan sido eliminados”.
En 2132, los automóviles han sido reemplazados por avionetas que pueden descender de manera vertical y es justo en una de estas avionetas en las que Rogers decide recorrer Barranquilla: “Debajo de la cabina se extendía la ciudad. Trenzaba sus calles en escuadras, formando paralelogramos casi perfectos. Emergía una vegetación miserable en las avenidas, limitadas por las fuertes construcciones de acero y cristal que constituían la última palabra de la arquitectura, que daban armonía y agilidad al conjunto y permitían un leve imperio de la fantasía”.
Tal vez Rogers tampoco encontraría esa Barranquilla del siglo pasado en 2015, pues, aunque hoy aún no hay carros voladores, en el último lustro la ciudad se encuentra transformada. Con sus calles levantadas y forradas en la verdosa lona de polisombra que anuncia todas las obras de construcción en Colombia, parece más un escenario apocalíptico que el emporio de fantasía que soñó Osorio en su novela. Barranquilla es un cangrejo mudando de exoesqueleto. En la ciudad se están llevando a cabo obras públicas que incluyen proyectos de infraestructura tan pero tan costeños, como por fin canalizar, en túneles que corren debajo de avenidas como la 82, los arroyos que se han robado la vida de más de un barranquillero en épocas de lluvia. Quien la visite hoy se encuentra con una Barranquilla que hace unos años parece haber decidido dejar atrás el mote de ciudad “con cara de pueblo” para reinventarse como una metrópolis de rascacielos, avenidas e industrias.
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Luego de tener una idea más clara del siglo XXII, Rogers se encierra en el hospital, presa de la desilusión. Como el peregrino romano del poema de Quevedo, Rogers busca a Barranquilla en Barranquilla y en Barranquilla misma a Barranquilla, y no la halla. Durante una buena parte de la mitad del libro su ánimo decae a un estado depresivo. Osorio dedica páginas a los lamentos del médico del siglo pasado, que se pregunta, entre signos de admiración y melodramáticos “oh”, a qué horas decidió dejar atrás su siglo XX.
En términos del género de la ciencia ficción, hay que reconocerle a Osorio haber ido más allá de los futuros distópicos tipo Mad Max. En el libro se habla de la crisis del 2000, cuando los hombres vivieron el peor momento de miseria, producto, entre otras cosas, del advenimiento de las máquinas sobre el hombre. La tecnología desplazó a los obreros, asegura J. Gu, y nadie lograba conseguir un trabajo. Ese es el escenario de la ciencia ficción que plagó las pantallas y los libros del siglo XX. Sin embargo, Osorio no se queda en el pavor marxista que paradójicamente ha plagado la ciencia ficción más gringa de todas. En 1932, Osorio decide pensar un futuro después del futuro, en el que un sentimiento de paz y solidaridad humana une a todas las sociedades.
En Barranquilla 2132, esta paz mundial —y acá hay que darle un Nostradamus de oro a Osorio por su predicción— se ve amenazada por la presencia de un terrorista al que se le adjudican explosiones en todas las grandes ciudades del mundo, incluida la que echó abajo el edificio en el que apareció Rogers. Hacia el final, el libro adquiere una vigencia escabrosa. J. Gu logra dar con el paradero del terrorista, a quien cuestiona sobre sus motivos: “Sembrar la planta benéfica del terror”, responde.
Luego de un traumático enfrentamiento con el terrorista, Rogers recorre depresivo las veras del río Magdalena. “Solo el río permanece igual”, medita. Hoy existen planes del gobierno nacional para recuperar la navegabilidad el río Magdalena, y el presidente Santos, su vicepresidente Vargas Lleras y la alcaldesa de Barranquilla, Elsa Noguera, han asegurado que este es uno de los proyectos más ambiciosos para la costa Caribe y que Barranquilla será la más beneficiada. Volver al río podría devolver a Barranquilla a sus épocas doradas. Faltan 117 años antes de que llegue el médico. Tal vez Barranquilla tenga aún tiempo suficiente de convertirse en un mejor lugar para un viajero del tiempo, como Juan Francisco Rogers.